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23. Yo no canto


Capítulo dedicado a las noches de karaoke en plena pandemia con mi familia, pues mantuvieron mi ánimo arriba ♥

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23. Yo no canto.

Reviso con desinterés mi teléfono al terminar de enviar tanto a Omi como a Victoria mi ubicación.

Fui al apartamento, prometo que me puse a trabajar e intenté quedarme ahí sin pensar en nada, pero no me pude concentrar. No dejaba de repasar en mi mente los últimos dos años, en la última semana en particular, en cuánto merezco esto y en Luca.

Quiero embriagarme para luchar contra la necesidad de ir a buscar a Luca, es eso o comer de forma incontrolada, e iba a ir a Ta-tacontento, pero lo cerraron el año pasado y de todos modos puede que por cómo me siento un bar sea mejor opción.

¿Y cómo me siento? Un completo fracaso. Un fraude.

Peiné mi cabello en una cola alta y me cambié la ropa ejecutiva por una blusa de rayas, vaqueros y sandalias de tacón corrido para estar más cómoda. Esta noche no soy Ivanna Rojo, soy simplemente Ivanna, la mujer que lo tiene todo, excepto lo que más le importa.

«Hoy más que nunca desearía hablar con papá».

—¿Qué haces? —pregunta Omi de pie a un metro de mi mesa, acaba de llegar y como cosa rara demuestra precaución.

Hay cuatro botellas conmigo, una de tequila, una de ron, otra de whisky y una cuarta de vodka.

—El especial Ivanna Rojo —digo, mezclándolo todo en un vaso—. Es mi segunda copa.

—Caerás en coma —masculla con nerviosismo Omi, tomando asiento en el banco a mi lado.

Arqueo una ceja.

—Esa es la idea.

Tiene el cabello húmedo, señal de que se acaba de bañar y otra vez mantiene su barba a medio rasurar. Por lo demás, lleva puesta una camisa blanca abierta hasta la mitad, vaqueros y mocasines. Le gusta vestir de forma despreocupada, como si estuviera en la playa o en lugar de deportista extremo fuese modelo de camisas blancas ajustadas.

—Tengo mucha resistencia al alcohol —le explico al notar que no deja de ver con censura las botellas—. Mucha. Beber un solo tipo de licor no me hace nada.

—Entiendo eso. Pero ¿qué pasó?

Dejo caer los hombros. ¿Por dónde empiezo?

—Nada que no me merezca —Lo digo con dolor.

—Déjame adivinar —ríe, sarcástico—: Llamaditas.

Mi silencio es la respuesta.

—Sabes, apenas te conozco desde hace una semana y te he visto más deprimida que feliz por él. —Omi llama con un gesto de su mano al mesero para que le traiga su propio vaso—. Y no se necesita ser un genio para percatarte de que eso no es buena señal. Dale un boleto sin retorno a la mierda, que se pudra, ¡por Dios! Tú no lo necesitas —Está tan molesto que mueve sus manos al hablar—. Mírate, eres una mujer increíblemente hermosa, exitosa y por completo dueña de si misma, mientras él un mequetrefe con cara de apenas haber salido de la universidad.

—No es un mequetrefe —defiendo, dando el primer trago a mi segundo vaso «¡Sabe amargo!»—, y no tienes idea de cuánto me amaba.

—¿En pasado? —pregunta Omi y vuelvo a llorar.

»Explícame qué paso —pide y busco mi teléfono para mostrarle las fotografías.

»Esto es porque te propuse pasar la noche juntos, ¿cierto? —concluye, repasando una fotografía tras otra todo—. Por lo que platicamos anoche cuando estaba en tu apartamento.

Mis hombros continúan abajo.

—Eso creo.

—Nada de «creo» —zanja Omi queriendo lanzar lejos mi teléfono—. Es por eso.

—Se supone que lo nuestro es solo sexo, pero... —Me siento estúpida al intentar explicar.

—Con el «Se supone» basta —ríe Omi, aunque sin una pizca de humor—. Ya me dijiste que él no tiene «novias».

—No. Eso dijo.

—Pero te cela conmigo —señala Omi y esbozo un gesto afirmativo—. ¿Qué clase de basura es tan incoherente consigo mismo? —agrega a su queja y reprimo un suspiro.

»Te quiere volver loca.

—Sin duda —sonrío, triste.

Echo otro chorro de vodka al vaso antes de dar otro trago.

—¿No es más fácil y sabría mejor beber de un solo tipo a la vez? —se queja Omi, sirviéndose solo vodka—. Al mismo tiempo, estoy de acuerdo, pero separados.

Vuelvo a asentir.

—Los últimos días han sido difíciles. No me juzgues por favor.

—Yo no hago eso —asegura, alcanzando mi mano libre para sujetarla—. Pero no me voy a poner a beber de más contigo hoy. Uno de los dos tiene que conservar la cabeza en su lugar si estaremos fuera de mi casa o tu apartamento.

—Cuando ya no pueda ni ponerme de pie puedes llevarme a cualquiera de los dos sitios para sobrepasarte conmigo —lo desafío.

Omi me hace verlo a los ojos y aprieta con devoción mi mano al volver a hablar:

—Jamás haría eso.

Agacho la cabeza.

—Cuando anoche te dije que simplemente podemos sentarnos y hablar, fui sincero —continúa—. Eres una excelente compañía.

—No estoy acostumbrada a que me digan eso —reconozco y Omi vuelve a enfadarse—. Y no me refiero a «Llamaditas» —lo tranquilizo—, y otro par más de excepciones... De hecho, eso, en parte, fue lo que me enamoró de «Llamaditas», que él era-e-es diferente —balbuceo.

—Primero dijiste «era» —señala Omi y vuelvo a dejar caer mis hombros.

—Me siento completamente perdida. En total descontrol —reconozco, queriéndolo gritar—. Y con mucho dolor dentro. No sé cuánto tiempo lleva ahí ese dolor.

—Comprendo eso —suspira Omi—. Y deberías ir conmigo a Tailandia. Al menos para distraerte. —insiste, volviendo a apretar con afecto mi mano—. Tampoco tiene que haber sexo; te lo prometo... Sin embargo —suelta mi mano y adopta una postura más relajada—. A «Llamaditas» sí le diremos que hubo mucho sexo, que transpiramos como nunca sobre la arena y hasta follamos dentro de templos.

—Pensé que me iba a pedir no ir —digo, avergonzada de mi misma—. Pensé que... sería una buena forma de hacerlo reaccionar.

—Y es que hablar claro está tan sobrevalorado —se burla Omi.

—Él no quiere hablar claro —justifico—. No quiere hablar.

»Te lo dije: lo lastimé mucho. Merezco esto. Tal vez debería bajar por completo la guardia y dejarlo lastimarme todo lo que quiera de regreso. Que se desahogue.

»Intento ser yo, la «loba», pero no tardo en volver a verme un ratón. Y ése es el problema de estar enamorado —lloro—. Te vuelves vulnerable... Yo... yo no quería volver a ser un ratón.

»Me veo patética, ¿cierto? —vuelvo a remarcar con dolor—. Hablando de lobos y ratones —escurro lágrimas de mi cara—. Te prometo que no soy así. Yo... usualmente no lloro —digo, ¡llorando!—. Soy dura, una perra, una... Soy, ¡Dios! Soy Ivanna Rojo. Te prometo que... —Lo intento, pero no sé cómo parar.

—Me he visto peor y se supone que soy un tipo rudo —me dice Omi con dulzura, incluso arruga su nariz en un gesto tierno y tira de la mía que, en comparación, no para de moquear.

—Gracias. —Acorto distancias y lo abrazo a modo de acomodar mi nariz en su cuello—. Aún hueles a bronceador de coco —suspiro con aprobación.

—Me alegra que te guste.

—Sería tan fácil enamorarme de ti.

Él besa mi cabello en cuanto lo digo.

—Sientes que soy demasiado bueno para ti en comparación con «Llamaditas». Acéptalo —bromea y vuelvo a reír, pero esta vez con sinceridad—. Te dices: ¿Guapo, inteligente y millonario? No. Yo quiero al mequetrefe que intenta darme celos en Instagram.

—No es un mequetrefe —sigo defendiendo.

Omi me sujeta con fuerza.

—Para mí lo será mientras solo te haga llorar.

»Ah, hola —escucho que saluda, aligerando nuestro abrazo y me vuelvo para ver a quién.

Es Victoria y nos mira perpleja a los dos.

—¿Por qué esa cara? —me quejo, rompiendo el abrazo—. ¿No era esto lo que querías? —Miro de ella a Omi—. No deja de insistirme en que salga contigo, te acompañe a Tailandia y seamos más que amigos —le digo a Omi.

—¿Eso ha hecho? —masculla Omi, serio, sin dejar de ver a Victoria.

Ella no sabe qué decir.

—Es tu admiradora #1. Le debes mucho. Así que véndeme el Centro de estética —aprovecho para insistir.

Luego de dar otra mirada dura a Victoria, Omi se vuelve en mi dirección.

—No —dice, tajante.

—Ay, no puede ser. —Regreso a mi lugar luciendo desanimada.

—Nana, ¿qué haces? —dice Victoria al ver las botellas sobre la mesa, aunque al instante vira sobre su hombro y le regresa su atención a Omi.

»Tienes que irte —le pide.

—¿Por qué? —cuestiona de mala gana Omi.

—Me adelanté para llegar antes con Ivanna, pero las demás chicas no tardan —le explica Victoria con súplica.

—¿Y? —insiste Omi, poniéndose más cómodo.

—¿Cómo que «Y»? —se queja Victoria con alarma.

Y aunque otra vez estoy más pendiente de mi vaso con el «Ivanna especial», no dejo de ver del uno al otro preguntándome qué sucede.

—¡Ay, pero si aquí está el jefe! —escucho reír a Simoné, que es la segunda en llegar a la mesa seguida por Lina y Michelle.

Al igual que Victoria, las tres ven con sorpresa a Omi. Sin embargo, la que no parece feliz es Michelle.

—¿Qué hace Omi De Gea aquí? —le pregunta con demanda a Victoria y esta no sabe qué responder.

—A mí también me da gusto verte, Michelle —la saluda Omi con sarcasmo.

—Es amigo de Ivanna —le explica Victoria a Michelle.

—¿Desde cuándo?

—El jueves —le contesto yo.

—Y-y yo más o menos los presenté —sigue explicando con nerviosismo Victoria—. Pero hay un buen motivo: Ivanna le quiere comprar el centro de estética.

—Pero yo ya le dije que no —vuelve a intervenir Omi.

—Sobre él murmuraban las dos en el cumpleaños de Babette, ¿cierto? —sigue demandando saber Michelle, cada vez más salida de sus casillas.

—Cálmate —le pide Victoria.

—Sí Michelle, cálmate —la secunda Omi con un tono burlón y Michelle ahora parece querer golpearle.

—¿Qué me estoy perdiendo? —le digo a los tres.

—Lo mismo me pregunto yo —dice Simoné, tomando asiento a mi lado y Lina, al igual, demuestra interrogante.

—Basta —le vuelve a pedir Victoria a Michelle y después envía el mismo gesto de advertencia a Omi—. Hoy es sobre Ivanna.

Michelle ve letal a Omi y este tampoco le baja la guardia. No obstante, haciendo caso a Victoria, mi amiga toma asiento y busca en qué distraerse, lo mismo Omi, y los dos proceden a ignorarse deliberadamente dejándome con más dudas que respuestas.

Bienvenidos todos a Cashba —saluda uno de los dos bartender, quien además parece ser el anfitrión al llamar la atención de todos en el lugar—. Como los clientes frecuentes ya saben, hoy es miércoles de karaoke —anuncia, recibiendo los aplausos de un par de mesas— y vamos a empezar con uno muy especial.

—¿Viniste a un bar karaoke? —me pregunta Lina.

—Hace mucho que no veía, no sabía que los miércoles hacen karaoke —digo, dando otro trago a mi vaso. Sin embargo, aceptando la sugerencia de Omi, lo hago un lado y bebo aparte el whisky, vodka, ron y tequila, uno tras otro sin mezclarlos.

»También pediré un Cosmopolitan —anuncio en tanto mis amigas me ven con horror. Omi, por el contrario, solo sonríe y él mismo se sirve otro trago.

Manteniendo el lugar una luz tenúe, el anfitrión salta de la barra al área de mesas con micrófono en mano y se aproxima hasta una mesa a cinco mesas de distancia de la nuestra y al llegar entrega el micrófono a un muchacho joven que al instante ve con afecto a la chica sentada a su lado. Entretanto, seis televisores relativamente grandes se encienden, cada uno colocado de forma estratégica en el bar, mostrando el texto «Miércoles de karaoke: No entregues el micrófono».

—¡Ay, qué mono! —cuchichean mis amigas al ver al muchacho abandonar su asiento para ponerse de rodillas frente a la chica que enseguida vira su atención a él, y, a tiempo, la canción que previamente pidió empieza a sonar mostrando la letra en los televisores.

Por ti me casaré... —canta el muchacho intentando imitar la voz de Eros Ramazzotti y todos en el bar le aplaudimos.

—¡Queremos canciones de despecho! —masculla Omi relativamente alto y Victoria, tomando asiento entre los dos, lo empuja para que se calle.

—Déjalos ser felices —agrego yo a la demanda y Omi finge dibujarse una sonrisa en los labios.

Mientras el muchacho canta intento servirme otro trago y casi dejo caer el vaso al cogerlo.

—¡Ivanna! —exclama Michelle, preocupada.

—Ya está ebria —dice Simoné

—No —niego.

—Sí —la secunda Victoria, triste, y me da un abrazo—. ¿Qué pasó? Traje a todas porque sé que nos necesitas.

Busco mi teléfono y, al igual que con Omi, les muestro las fotografías en Instagram.

—Ella se ve más flechada que él. Él solo está posando —opina Lina.

—Y esas etiquetas de #PasandoElDíaJuntos —dice asqueada Simoné—. ¿Qué edad tiene? ¿Quince años?

—He visto a gente de cuarenta poner cosas peores —defiende Michelle.

—Hemos estado viéndonos —gimoteo, poniéndolas en contexto, ya que solo Victoria lo sabía—. Dejando él claro que solo es sexo —agrego—. Pero... yo soy idiota. Es claro que no puedo. ¡No puedo! Eso me destrozó —Lo digo con dolor.

—Así que quiere vengarse de lo que pasó hace dos años —concluye Simoné—. Bien. —Nos enfoca con la mirada a Omi y a mí—. Hay que tomarte fotos besuqueándote con el jefe, las publicas en Instagram y que se joda.

—Y así criticas sus actitudes diciendo que parecen de alguien de quince años —la regaña Michelle.

—No empieces de aguafiestas, Michelle —devuelve Simoné, molesta, y Omi, todavía mosqueado con Michelle, echa la cabeza hacia atrás carcajeándose y le pide a Simoné chocar palmas.

Una vez más Michelle parece tener ganas de querer asesinarlo.

—Y Luca sabe de Omi —interrumpo para seguir contando—, que he tenido que ver con él —aclaro y tampoco es una noticia que le siente bien a Michelle, solo que ahora a quien acuchilla con la mirada es a Victoria—. Y cree que hoy pasaremos la noche juntos.

—Así que intenta darte celos —dice Lina.

Asiento al tampoco encontrar otra explicación.

—Hoy temprano me pidió seguirnos en Instagram. Quiso... —Mi voz tiembla.

—Quiso que vieras las fotografías —termina por mi Victoria rechinando los dientes y doy otro trago al vodka.

—Pero ¿cómo te pidió seguirse en Instagram? —pregunta Lina— ¿Qué tono utilizó? ¿Lo dijo serio, enfadado o con diversión?

—¿Saber eso importa? —cuestiona Omi, obteniendo como respuesta un «Sí» en coro por parte de toda la mesa.

Mis amigas necesitan saber cada detalle para sacar conclusiones.

Al terminar la canción de Eros Ramazzotti otro muchacho de la misma mesa pide el micrófono y «Te amo» de Franco de Vita. Él también se le va a cantar a su novia.

Omi pone los ojos en blanco.

Y opino lo mismo porque no es una buena canción para tener de fondo mientras la Perrera escudriña a fondo las fotografías y me piden explicar la actitud de Luca.

Solo quiero llorar.

Omi, por su parte, a diferencia de la Perrera ya fue puesto al tanto de todo, él mismo hizo parte del contexto, de modo que solo llama al mesero con un gesto de su mano y pide platos de tapas y cocteles para todos.

Explico punto por punto cada cosa a las chicas y, en conjunto, tal como lo hizo antes Simoné, deciden que Luca quiere darme celos. Michelle en particular parece interesada en lo del viaje a Tailandia, pero yo prefiero mantener el tema en «Laura» y en por qué Luca no me ha pedido no viajar.

—No vamos a dejar que te lastime. Llámalo para mandarlo a la mierda de tu parte y también de parte de toda la perrera —zanja Simoné.

—Lo mismo sugerí yo —dice Omi.

Y aunque miro mi teléfono pensando en esas «sugerencias», no las tomo.

—No estás lista —señala Victoria y asiento.

Porque no, no estoy lista. Aún quiero encarar a Luca y hablar, hablar... de verdad, con los pedazos de alma que aún nos queden.

—¡Necesitamos canciones de despecho! —grita Omi a las mesas cuando «Te amo» de Franco de Vita termina.

—¡Compórtate! —lo codea Victoria.

Y no sabemos quién toma el micrófono, pero enseguida suena A Thousand Years, otra canción romántica.

—¿Acaso no vino más gente amargada como nosotros? —se queja Omi.

—Perdón, pero yo no necesito canciones de despecho —dice Simoné, enderezando su espalda—. No, a menos que sea a mí a la que se las dediquen —añade y todos en la mesa reímos.

Esa era yo antes.

—Lo esperaste mucho —me dice con pena Michelle, retomando el tema de Luca.

—Y ahora está con ella —apostilla Simoné—. Teniendo sexo. Por adelante, por atrás, arriba, abajo, de lado...

—¡Gracias, Simoné! —me quejo— ¡Justo esa imagen gráfica necesitaba en mi cabeza!

Mi amiga alza los hombros sin mostrar culpa.

—Te dijo que es solo sexo, ¿no?

—Exacto. Eso dijo —exclamo, dando más tragos a los cocteles; porque sí, también pedí un Cosmopolitan.

—Nana, ese trago y ya —me súplica Victoria.

—No te preocupes, tengo mucha resistencia al alcohol —la tranquilizo.

—Pero no dejas de mezclar diferentes tipos de licor —interviene Michelle.

—Y hace mucho no bebes de esta manera —agrega Victoria.

—Pero sigo entera, ¿no? —defiendo, alzando mi cuello—. Entera.

Aunque para ser sincera mi voz ya se escucha entrecortada.

—Necesita desahogarse —dice Omi y Michelle lo ve con censura—.Y sí no quieres que sea con alcohol, que lo haga cantando —agrega, alzando la mano en dirección al animador. Está pidiendo el micrófono del karaoke mientras yo ya empecé a decir que «No».

El animador ve a Omi y, señalándole, le asegura que después le toca a él.

—Yo no canto —repito, tajante—. Por muy ebria que esté, sigo siendo Ivanna Rojo, vicepresidenta de Doble R y no hago de a gratis el ridículo, yo no hago el ridículo. Sufro sola en silencio.

—Sin perder el glamur y la compostura —sale en mi defensa Michelle.

—Exacto, sin perder el glamur y la compostura —remarco.

—Pero hay que hacer algo, porque, a este paso, de dejarle el micrófono a las demás mesas, terminaremos escuchando el repertorio de Celine Dion o Chayanne y no es San Valentín —se queja Lina.

—Ni en San Valentín me harías escuchar canciones románticas —señalo.

—No. Dices eso porque tienes el corazón roto —opina Simoné.

—Está bien, cantaré yo —anuncia Omi, levantándose de la mesa para tomar de manos del animador el micrófono y decirle en el oído qué canción quiere.

Cierro mis ojos. «Que no sea Devuélveme a mi chica».

Mis amigas, al igual, están a la expectativa, y apenas empieza a sonar la canción, ya sea por el ritmo o por cómo baila Omi manteniendo un trago en su mano, la gente de las demás mesas comienza a aplaudirle.

—¿Qué canción es? —pregunto.

No la reconozco.

—Pues definitivamente no es de Chayanne —ríe Simoné.

Apenas sale el sol y tú te vas corriendo —canta Omi, sin necesidad de mirar la letra en los televisores—, sé que pensarás que esto me está doliendo...

Es un espectáculo andante. Pero la que una vez más no es feliz es Michelle, que de nuevo lo ve letal.

¡Y si con otro pasas el rato...! —canta Omi, agitando hacia los lados su mano libre— ¡... vamo' a ser feliz, vamo' a ser feliz, felices los cuatro; te agradamo' el cuarto!

—¿Asume que Luca y yo terminaremos en una relación de cuatro? —le pregunto a Victoria.

Victoria alza las cejas y coge otro coctel aparte del que ya tiene.

—Dijiste que mezclándolos son más efectivos —señala y asiento.

A mi alrededor ya todo parece ir lento.

—Si me hacen coro, les doy un bono este mes — promete Omi a Lina y a Simoné, y las dos saltan de la mesa para elegir un lado y bailar con él.

»No importa el qué dirán, nos gusta así —sigue cantando Omi—, te agrandamos el cuarto, baby...

—Este y ya —le prometo a Victoria, del mismo modo cogiendo otro coctel—. Solo quería embriagarme y olvidar. No me voy a quedar mucho rato.

—Yo tampoco le avisé a Gary que estaría aquí —dice Victoria y bebe de su propio trago conteniendo el aliento.

Niego con la cabeza.

—Tú con verdaderos apuros y yo metiéndote en mi mierda —me censuro—. Pero si necesitan dinero solo dímelo, Victoria, ¿de acuerdo? —insisto y ella asiente.

—Estamos bien. Solo debo avisar y no beber de más.

—Voy a cantar otra canción —anuncia Omi en el micrófono al terminar y el animador está de acuerdo. A diferencia de los primeros que cantaron, Omi sí prendió el ánimo de la gente.

Victoria cierra los ojos.

Te voy a cambiar el nombre... —empieza Omi— para guardar el secreto, porque te amo y me amas, y a alguien debemos respeto.

—Eso tampoco tiene que ver con Luca y conmigo —dudo, bebiendo otra vez de mi coctel.

Delante de la gente no me mires, no suspires; no me llames, aunque me ames. Delante de la gente soy tu amigo...

—Tal vez al principio —intento recordar, no muy segura.

Michelle coge uno de los cocteles de la mesa y, furiosa, lo agita para que el contenido caiga como chorro sobre Omi. Este, sin inmutarse, se abre la camisa y finge regarlo con estilo sobre su pecho.

Todo sin que Victoria, avergonzada, deje de negar con la cabeza.

—¿Qué me estoy perdiendo? —repito por segunda vez mirando de uno a otro.

—Canta algo —me pide Omi, volviendo su lugar en la mesa al mismo tiempo que ignora deliberadamente a Victoria. Se dirige solo a mí manteniendo alejado de su boca el micrófono para que solo yo lo escuche.

—No —repito—. Soy la vicepresidenta de Doble R, una ejecutiva de renombre —acomodo hacia un lado mi cola de caballo—, yo no canto.

Omi asiente comprensivo.

...

¡Una loba en el armario tiene ganas de salir Auuu...! —aúllo, saltando de un lado al otro sobre la barra.

Empecé sobre la mesa pero me quedó corta, tuve que venirme a la barra.

Sigilosa al pasar, sigilosa al pasar, esa Loba es especial —rapea Victoria a mi lado con un Gintonic en la mano.

Uno de los meseros ya me vino a intentar bajarnos, pero Omi puso un puñado de billetes en el bolsillo de este y el animador y con eso se alejaron.

Simoné y Lina, bailando en el piso, al igual que con Omi me hacen coro. Michelle es la única que mete la cara entre sus manos sin dejar de repetir que esto no es buena idea.

Tiene en sus manos los teléfonos de todas, pues, en vista de que es la única 100% sobria, los ha ido cogiendo cada que una recibe llamada de su casa. Siempre ha sido la más sensata y dispuesta a hacer el papel de «conductora designada».

Tengo tacones de aguja magnética para dejar la manada frenética, La luna llena, abona fruta —vuelvo a aullar y, saltando a la espalda de Omi, él, serpenteando las mesas, me lleva a dar una vuelta por el bar.

Al terminar me regresa a la barra para que siga cantando y bailando. Hemos hecho lo mismo tres veces ya.

La gente no deja de aullar conmigo «Auuu».

En cada televisor del bar, además de las letras de las canciones, se lee «El festival de la autocompasión de Ivanna Rojo». He cantado casi todo el repertorio.

—¡Aplauso mi público de Cashba! —celebro, casi cayéndome de espaldas dentro de la barra, pero me repongo, ¡sigo entera! ¡Sigo entera!

—¡Esto es tu culpa! —le reclama Michelle a Omi frente a la barra.

—¿Mi culpa? —escucho que contesta Omi—. ¿Yo publiqué fotografías en Instagram para romperle el corazón? Perdón, pero esto es culpa de Luca. ¡De Luca!

—Luca —repito triste en el micrófono—. Publicó fotos en Insteeeegram con una chica para laszztimarme —le platico a la gente de las mesas consiguiendo que Michelle olvide a Omi y me vea con alarma.

¿Cuál es el problema? Esta gente ha cantado conmigo, me entienden.

Todos empiezan a gritar «Buuuu», «¡Desgraciado!», «¡Que perro!»

—¿Veszz? Ellos me entienden —digo, dirigiéndome a Michelle.

»Pero que conshte que yo lo lastimé primero —le aclaro a la gente para que no se queden con una mala impresión de Luca.

A comparación de cuando llegamos, el bar Cashba ya no está tan lleno, pero al menos la mitad de las mesas siguen ocupadas.

—Ahora una canción que no habían oído antes —sigo yo con mi repertorio.

—Que no diga The Winner Takes It All —dice alguien al fondo.

The Winner Takes It All —confirmo y la mitad de la gente en las mesas se deja caer en sus asientos.

—¡Pero esa ya la cantaste cinco veces! —lloran.

Pongo los ojos en blanco.

—Pero solo en las versiones de ABBA, Il Divo, At Vance, Glee y Carla Bruni —las cuento con mis dedos—. Me faltan la de Cher, Meryl Streep, Pimpinela, Susan Boyle y Vicentico —explico mientras, seguido de un «¡Ah!», todos gritan que ya no.

»Pero sí he variado —le digo a Victoria, alejando de mi boca el micrófono—. Ayúdame a enumerar —le pido y entre las dos contamos—. Ya canté dos veces «Pero me acuerdo de ti», tres veces «Se fue», también tres veces «Mis ojos lloran por ti», cuatro veces «Hello» de Adele y tres «Just Give Me a Reason».

—Hay que meter solo otras dos veces «Hello» para no aburrirles y agregamos «Inevitable» de Shakira, ezza la tomaron bien las primeras dos veces —está de acuerdo Victoria mientras da otro trago a su Ginctonic—. Es cosa de variar.

—Entoncezzs The Winner Takes It All con Cher, que ezz más movida, y-y-y luego Cómo te va mi amor para que otra vez canten conmigo.

—Sí, esa lezz gustó y también solo ha sonado dos veces —asiente Victoria.

—Y, como zzzea, terminan aplaudiéndome un montón —resuelvo, volviendo a acercar el micrófono a mi boca y dando otra vez la cara a la gente.

A tiempo, Omi sube a la barra para quitarme unos segundos el micrófono, lo ha hecho unas diez veces.

—Y no olviden que a quienes más aplaudan y coreen, les esperan más tragos gratis —promete y la gente celebra.

Omi me devuelve el micrófono, baja de la barra y me vuelvo hacia Victoria señalando a la gente.

—¿Ves? No he empezado y ya ezztán celebrando.

—Te adoran —concuerda Victoria.

I don't wanna talk, about things we've gone through... —empiezo a cantar por sexta vez.

—¡Ya hasta llamé a mi ex! —se queja otra persona al fondo y me alegra estar cambiando vidas.

—¡Simoné, es tu mamá! —le dice Michelle a Simoné mostrándole uno de los teléfonos que está custodiando, pero esta, ocupada con coctel en mano, se niega a contestar la llamada.

Michelle la sigue para convencerla. La madre de Simoné cuida de su nieto hasta que Simoné sale de trabajar, ella llega a casa a las nueve y la última vez que vi el reloj este pasaba de las once de la noche.

Sabiendo eso, me sorprende que Michelle deje de seguirla y en su lugar regrese frente a la barra conmigo sin dejar de ver otro de los teléfonos en su mano.

El mío.

Mi teléfono.

Preocupada, me muestra la pantalla y leo el nombre «LUCA» en llamada entrante.

«¿Por qué Luca me llama a esta hora?», pienso, molesta. «¿Quiere que lo escuche follar con la tal Laura?»

Sin dejar de cantar le pido a Michelle entregarme el teléfono, pero ella, aprovechando la oportunidad, me quiere convencer de bajar a cambio de permitirme hablar.

—Beberás un café antes de contestar la llamada —gesticula en mi dirección, intentando hacerme bajar.

Sin embargo, dándose cuenta de todo, Omi le arrebata con un movimiento simple el teléfono y contesta la llamada.

Building me a home, thinking I'd be strong there, but I was a fool, playing by the rules —canto mientras miro a Omi discutir con Luca. Porque a pesar de que contestó la llamada riéndose y de esa forma habló los primeros segundos, ahora no deja de gritar y señalar con un dedo acusador el teléfono.

¿Qué le está diciendo y qué contestará Luca de regreso?

Pero puede que no tenga la oportunidad de contestar, porque Omi, todavía furioso, me pasa a mí el teléfono con la llamada todavía en proceso.

Tanto Michelle, debajo de la barra, como Victoria, de pie a mi lado, hacen ademanes con sus manos recomendándome que no diga nada.

Me quieren cuidar.

Pero, mirando la pantalla de mi teléfono con tristeza, con el nombre «Luca» allí y los segundos de la llamada corriendo, solo puedo recordarlo a él tonteando con Laura en las fotografías de Instagram.

Y se lo digo usando The Winner Takes It All, cantando con mi voz temblando la parte en la que habla de «ella»:

Pero dime, ¿ella besa como yo solía besarte? ¿Sientes lo mismo cuando dice tu nombre?

En el interior de tu corazón, debes saber que te extraño. Pero ¿qué puedo decir?, las reglas deben cumplirse.

Me agacho para devolverle mi teléfono a Omi, aparto lágrimas de mi cara al volver a tener una de mis manos libre y para levantar mi ánimo vuelvo a saludar a la gente en las mesas.

—¡Gracias por cantar conmigo, gente de Cashba!

Antes de que diga algo más, Michelle recupera mi teléfono de las manos de Omi e intenta hablar con Luca. Pero es tarde.

—¡Me cortó! —reprocha viendo de Omi a Victoria, que baja de la barra con ellos.

Lina y Simoné también se acercan al teléfono para ver. Cada una olvidando los cocteles en su mano y el ambiente en general para dar paso a la preocupación.

Tengo la leve noción de que me metí en un aprieto.

—¡Oyó que estamos en Cashba, ¿cierto?! —ríe Omi, abrazando a las chicas alrededor de mi teléfono.

—¿Y si viene? —le echa en cara Victoria, empujándole.

—¿¡Y es que todavía lo dudas!? —celebra Omi—. ¡Va a venir, amor! ¡Va a venir!

Omi intenta abrazar a Victoria. Sin embargo, ella, molesta, le vuelve a dar otro empujón. Pero tal como si fuera un niño travieso, Omi no deja de reír y vuelve a subir conmigo a la barra cuando termino The Winner Takes All.

—Hiciste bien —dice con voz desgarrada.

Porque a pesar de que a simple vista parecía feliz, y como siempre dispuesto a fastidiar a «Llamaditas», al tenerlo otra vez de frente puedo ver en sus ojos que algo le duele. Pero mi ánimo, ya en el suelo debido a mis propios problemas, no da para preguntarle qué es y solo puedo suponer.

—Busquemos algo más en el Festival de la autocompasión —propongo para consolarnos y él responde besando mi frente.

Y de ese modo, de nuevo buscando en mi vergonzoso repertorio, es como terminamos en un dueto:

Mi buen amor, si no quieres regresar ¿por qué vuelves a buscarme una vez más? —cantamos sentados en la barra, abrazándonos—. No me pidas que te de una última noche.

—¡Otra ronda de tragos gratis para todos! —anuncia su vez Omi y las ovaciones no hacen esperar.

Somos un éxito.

Mi buen amor, parece fácil para ti; alejarte y para luego exigir, que te quiera, como si nada, nada, nada yo sintiera... —lloro con Omi permitiéndome apoyar la cabeza en su pecho.

Hoy ha sido uno de mis principales consuelos.

Y al terminar no tengo ganas de cantar más, incluso me siento afónica, apenas puedo poner un pie detrás de otro y ya solo quiero irme a mi apartamento. No obstante, cuando con micrófono en mano empiezo a despedirme de la gente, lo veo atravesar la puerta principal volviendo la vista hacia todos lados, buscando.

«Luca».

Contengo la respiración y mi voz, ya sea por lo ebria que me siento o por los nervios, se quiebra al volver a hablar:

—Pero me voy a despedir con The Winner Takes It All versión Vicentico —digo, viendo a Luca y él a mí cuando sus ojos por fin me encuentran.

No puede creer que esté sobre la barra.

La gente se empieza a quejar.

—¡The Winner Takes It All ya no, por piedad!

¡Esta es la séptima!

—Cállense —les digo—. ¿No ven que ya vino Luca?

La gente en las mesas sigue mi mirada hasta la puerta principal, donde continúa de pie Luca y comienzan a abuchearle.

¡Canalla infeliz!

Luca no comprende.

Ya no quiero hablar, de lo que vivimos, aunque duela hoy, esto ya pasó... —empiezo a cantar con él caminando molesto hacia la barra.

Omi, incluso, intenta interceptarlo y Luca le grita «¡Fuera de mi vista!»

Solo hay un ganador y al lado un perdedor, la historia es siempre así y hoy me ha tocado a mí —canto de un lado al otro sobre la barra con la perrera muriéndose de pena ajena.

No puedo caer más bajo que esto.

Luca, vestido de traje completo color negro salvo por la camisa que es blanca y no tiene corbata, se detiene muy loable a un metro de distancia de mí, claramente molesto.

Hago pasos de baile hawaianos para amenizar el show, pero no parecen suavizar su humor.

Más cuando a lo lejos le gritan:

¡Sube esto a Instagram, hijo de puta!

En todo momento mostrándole dos dedos medios.

—¡Ustedes no saben la historia completa! —se queja Luca mientras yo sigo con mis pasos hawaianos.

¡Igual publícalo en Instagram, baboso, etiqueta: #DeberíaHacerCosasProductivas!

—¡Hago cosas productivas! —se sigue defendiendo Luca, aunque esta vez volviéndose hacia mí al mismo tiempo que señala con su dedo el piso.

»¡Baja de ahí! —me exige.

Sí; me exige. 

Y hago que detengan la canción y la gente haga silencio para contestarle:

—Bájame.

Lo que me hace ganar vítores mientras a Luca más abucheos.

Giro sobre mis pies para celebrarlo, ¡soy la reina de la noche!; sin embargo, caigo de espaldas, quedando con la vista hacia el techo.

—¿Estás bien? —me pregunta Luca, nervioso, recorriéndome con sus manos para cerciorarse de ello él mismo, mientras que, con cuidado, me acomoda entre sus brazos.

—Subizzte —le digo, feliz.

—No, yo no subí —dice, otra vez molesto.

—Pero zzí viniste —celebro, estirando mi cuello para alcanzar su boca y besarlo. Pero el esfuerzo me provoca un vahído y termino devolviendo al menos tres cocteles sobre su camisa.

Le doy el mérito a Luca de que en ningún momento me intentó alejar. Por el contrario, reacomodó sobre mi espalda mi cola de caballo y me ayudó a incorporarme.

—Caballerito —digo, tirando con afecto del cuello de su camisa y esta vez sí consigo besarlo.

La gente en el lugar grita «¡Puaj!»

Mon Amour —ronroneo al alejarme de él, que ahora pareciera querer echarse a llorar.

¡Ni yo soporto tanto, amigo! —vuelven a gritarle.

¡Sí, eso no lo subas a Instagram!

—Que ustedes no conocen la historia completa —les vuelve a repetir con tristeza Luca, pero esta vez en voz baja, para que solo escuchemos nosotros e intenta limpiar su boca.

—Ay, tú también comiste tapas —le digo ayudándole a apartar un pedacito de jamón de sus labios, lo que solo le hace aumentar sus ganas de llorar.

Y de ese modo busca en el bolsillo interno de su saco su teléfono y llama.

—Tráeme una de las camisas de Chevalier que guardo en la cajuela —le pide a la persona al otro lado.

»Vengo acompañado —me dice a mí, que, para su sorpresa, al instante tiemblo y empiezo a llorar.

»¡De Alexa! —se apresura a aclarar, y aunque parece querer tirar de mi brazo para volver a acercarme a él y abrazarme, no lo hace.

—Apenas llegas y ya está llorando —salta a reclamarle Omi, instalándose con actitud protectora a mi lado.

Luca otra vez es un volcán.

—¡Ya te dije que te quiero fuera de mi vista! —le vuelve a gritar y esta vez si tira de mi brazo para colocarme a su lado.

»Vamos al baño —me dice enseguida, rodeando mi cintura para que camine a su lado y de paso no vuelva a caer.

—¿Pediráz un vaso de aceite para hacerme vomitar? —pregunto con una sonrisa nostálgica, y haciendo caso empiezo a avanzar.

—No hace falta —dice Luca.

—¿En serio?

—Te lo juro.

Procede a suspirar con pesadez y sacudir con disimulo su camisa.

Alexa nos alcanza cuando apenas hemos caminado un par de metros y feliz de verme le entrega una camisa azul a Luca.

—La gente de las mesas, sobre todo una repleta de ebrios, piden que Ivanna cante otra canción.

—Me adoran —le digo a Luca.

—¿Puedes encargarte? —le pregunta Luca a Alexa, ella asiente y mientras ella regresa nosotros continuamos el recorrido camino al baño.

»Cuidado —me dice Luca cuando casi tropiezo con una persona.

No deja de cuidar que no caiga de bruces.

—Buenas noches, gente de Cashba —escuchamos saludar en el micrófono a Alexa un minuto después—. Mi nombre es Alexa y hace mucho no me presentaba en vivo; pero hoy, en esta espectacular noche de karaoke, traigo para ustedes una canción que quizá no conocen: The Winner Takes It All —termina y las quejas no se hacen esperar.

¡POR QUÉ!

—¡Oigan yo acabo de llegar! —se queja también Alexa—. ¡Además, es la versión de Meryl Streep en Mamma mía, una de las menos conocidas!

»I don't wanna talk, about things we've gone through —empieza a cantar Alexa.

—Entre Alexa y tú harán que la gente quiera quemar vivos a ABBA y a Meryl Streep —me dice Luca al llegar al baño—, a quien encuentren primero.

Ahí me coloca contra el lavamanos y me ayuda a lavarme restregando con cuidado mi boca y labios. Por instantes viéndome a los ojos, aunque sin decir más, no es el momento quizá.

—Te voy a ayudar —dice otra voz, seguida de varios pares de pies entrando uno tras otro al baño.

La primera es Michelle que, dejando a un lado los teléfonos móviles que custodia, saca de su bolso dentífrico para ayudarme a lavar mis dientes.

Luca le agradece el gesto, también toma dentífrico para él y procede a quitarse el saco y cambiarse de camisa. Lo veo a través del espejo. Lo mismo a Michelle, Victoria y... Omi, quienes entraron con Michelle al baño.

—Primero que nada... —intenta hablar Omi, pero Luca, apenas abotonando su camisa, lo vuelve a callar.

—¡Primero que nada te callas! —le grita.

«Oh, por Dios, ¿ese es mi ratoncito?»

Y lo quiere golpear, camina hacia él dispuesto a empujarlo, pero Victoria se apresura a interponerse entre los dos.

—¡Eres un abusivo, pretencioso y manipulador! —le sigue gritando de todas formas Luca con Victoria sirviéndole voluntariamente a Omi de escudo protector.

—O sea, sí —contesta Omi, fingiendo desinterés—. Pero, ¿por qué tú, en particular, me lo dices?

—¡Utilizas el Centro de estética para estar cerca de Ivanna! —le echa en cara Luca—. ¡Ella me lo dijo! ¡No lo quieres vender con tal de seguir teniendo una razón para verla! ¡Es así, ¿no?! —exige Luca, y Omi, viéndolo a los ojos, guarda silencio.

Un silencio que hace llorar a Victoria y vuelve a poner de malhumor a Michelle, todavía ayudándome con el dentífrico. Pero, a pesar de estar ebria y apenas consciente, de momento es todo lo que necesito saber.

—Sí, es así —contesta con dolor Omi, el mismo que demuestra en sus ojos Victoria. Sin embargo, cuando Luca le quiere a caer a golpes a Omi por segunda vez, lo vuelve a impedir.

»Pero lo que pasó esta noche no tiene nada que ver con eso —devuelve Omi—. Eso es tu culpa. La misma Ivanna lo reconoce.

—¿Mi culpa? —me pregunta Luca, volviéndose para vernos a través del espejo—. Para empezar, no fui yo el que te envolvió en un juego sucio para usarte como cazadora de cuentas en su empresa.

—Cierto —concuerdo y cojo mi teléfono entre los que Michelle dejó a un lado, lo desbloqueo y le marco a Rodwell—. The Winner Takes It All... —empiezo a cantar cuando contesta, pero Michelle me lo quita y se apresura a cortar.

—Bien, si ya estás lista regresemos a la mesa —me dice Omi.

—Ella no va a regresar contigo a ninguna mesa —lo amenaza Luca.

—¿En serio? —Omi pasa de Victoria para que ya no esté en el medio y mostrándose seguro se instala frente a Luca—. Dime qué prefieres, Ivanna —me pregunta a mí sin dejar de ver a Luca—. ¿Ir a tu apartamento a llorar por un cabrón o beberte un par de tragos más con nosotros?

—Me voy a quedar un rato más —le digo a Luca. Quería marcharme, pero ahora quiero hablar con Victoria y también necesito un café, agua con gas o una sopa picante, lo que venga primero.

Aun así, cuando pienso que Luca se va a enfadar e insistirá en que me marche sola o con él, lo que hace es ver con desafío a Omi, dejándome con la noción de que la noche apenas comienza.  


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Sí, la noche no ha terminado y el siguiente capítulo estará BÁRBARO c:

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Instagram: TatianaMAlonzo, LucaBonanni93 e Ivanna.Rojo , (Contenido extra de esta y todas mis historias)

Grupo de Facebook: Tatiana M. Alonzo - Libros (Para el desmadre)

¡Gracias por apoyar mi trabajo dejando estrellitas, CADA VOTO es una llamada a deshora que recibe Rodwell de parte de Luca e Ivanna! ♥

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