20. Maridaje para dos
02:25 a. m. Nunca había actualizado a esta hora, pero me sentí mal de fallar a la promesa de publicar el capítulo ayer viernes.
Me llevó mucho tiempo editar por lo largo del capítulo, así que de antemano de todo corazón valoro mucho sus votos y comentarios :')
Dedicado a Pikachiquisilvolover. Gracias por siempre apoyarme comentando ♥
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20. Maridaje para dos.
Al llegar a mi habitación busco una bata de baño color blanco y regreso a la sala.
Luca ya terminó con los platos y ahora acomoda las botellas sobre la mesa, una junto a la otra y cuatro copas.
—Tengo dudas con las copas —dice al verme—. No sé qué te parece una por cada vino y podemos intercambiarlas.
—Es buena idea —concuerdo y le entrego la bata
Luca ve de mí a esta con curiosidad.
—Solo tendrás puesta la bata —digo, procurando ocultar mi nerviosismo.
—Oh —exclama de una forma que me hace sonreír.
—Para cambiarte puedes ir al baño de invitados o... al mío.
—Iré otra vez al de invitados —dice, tranquilamente, y lo dejo solo porque también debo prepararme.
De vuelta en mi habitación, con la mente todavía en Luca, entro al baño, me saco toda la ropa, me doy una ducha de agua tibia procurando no mojarme el cabello, y, al terminar y secarme, tal como se lo pedí a Luca, del mismo solo me dejo encima una bata de baño color blanco.
Antes de salir de la habitación busco un espejo, reacomodo mi cabello y retoco mi maquillaje dando prioridad al rojo en mis labios.
Como esta vez llevo puestas pantuflas, Luca no escucha mis pasos al regresar a la sala y, sacando provecho a eso, lo observo de lejos unos segundos antes de dejarme ver. Está sentado en el mismo sofá, solo que ahora, con el cabello húmedo como señal de que al igual se duchó, y, tal como se lo pedí, vistiendo solo la bata de baño blanca. Aunque está serio, con la vista en el piso; concentrado, pensando. ¿En qué? Solo puedo suponer.
No tarda en advertir mi presencia. Alza la vista y, con él contemplándome de arriba hacia abajo, termino de entrar a la sala.
Y tal vez su cabeza de arriba aún considere si lo mejor será marcharse; pero la de abajo, que parece hablar a través de sus ojos, con toda seguridad está ansiosa por desnudarme.
Tomo asiento frente al sofá en el que se encuentra y debo admitir que, aunque en su momento me pareció buena idea, lo que pasó hace un rato me cohibió y ya no me siento tan segura de dar otro paso.
Odio pensar que solo se quedó para competir con Omi.
«Solo déjate llevar», me doy ánimo.
—¿Ahora qué? —interroga, relamiendo sus labios, pues, cuando se trata de sexo, le es difícil no volver a darme el rol del gato.
«¿"No volver a darme"?»
«¿Acabo de admitir que ahora él es el gato?», respingo.
«¿Yo soy el ratón?»
—Haremos un Maridaje —comienzo a explicar, sacudiendo de mi cabeza, al menos por el momento, cualquier otro tipo de pensamiento—. Te daré a probar algo junto con un sorbo de vino y... eso, si así lo queremos, estará sobre mí.
»Por ejemplo —procuro sonar lo más segura posible—, pondré este pedazo de manzana verde sobre mi pie, tú lo tomarás de allí con tu boca y después beberás un trago de vino, un Sauvignon Blanc —propongo—, que es el nombre de nuestro número siete —agrego, cogiendo de la mesa la botella para servirlo en una de las copas.
»¿Sabías que es un vino de origen francés? —sonrío al remarcar el dato—. De Burdeos.
—No me arrodillaré a tomar algo de tus pies —zanja Luca, acomodándose de mejor manera en el sofá, y ya pasado el efecto de haberme visto en bata de baño.
Y eso me da una pista de cómo se siente.
—A medida que vayas subiendo —continúo, sin dejar de sonreír, y señalo mis rodillas, abdomen y pecho—. Es decir, cogiendo cosas con los dientes cada vez más arriba, consecuentemente iré abriendo mi bata —explico— y abajo no traigo puesto nada —termino y los ojos de Luca saltan de los míos hasta lo que apenas alcanza a cubrir de mí la bata blanca, el espacio en medio de mis rodillas. Le hubiera gustado poner una vela en medio de estas.
»Además, yo haré lo mismo para ti. Tomaré lo que me pidas, de donde me lo pidas; ya sea con mi mano, dientes, labios... —mi voz es cada vez más ronca— o mi lengua.
Luca alza la vista.
—Me convenciste con lo de no traer puesto nada debajo —reconoce y me relajo.
—Lo sé. Pero quería volver a subrayar lo de «una rodilla en el suelo» —digo.
Y es ahí cuando su sonrisa se borra y alza desafiante la cara.
Titubeo al explicarme:
—Co-como te querías ir pensé que... creí que...
«Necesitabas volver a sentirte seguro de que...»
—«Pensaste», «Creíste» —me interrumpe Luca con un tono frío y de forma burlona suelta una risa seca—. Recuerda lo que decía el último Post-It —agrega, lastimándome.
—Es la primera vez que mencionas ese Post-It. —Parpadeo mucho al decirlo y mi voz está a punto de quebrarse.
Él aclara su garganta.
—Y tal vez la última. —Y vuelve a sonreír de forma burlona—. A fin de cuentas, quedamos en que esto es solo sexo, ¿no? Y hasta pusimos reglas —enfatiza, enderezando su espalda y la mantiene de esa manera.
—Sí, en eso quedamos —digo, sonriendo a la fuerza.
No dejo de verlo a los ojos ni él a mí, yo con dolor y él... otra vez desafiándome.
«Sí, ahora yo soy el ratón».
—Entonces empecemos —dice con el mismo tono desafiante, arrodillándose frente a mí. Porque se está portando como un cretino, pero ansía abrirme la bata.
Y estoy por tomar el pedazo de manzana para complacerlo, cuando escucho que alguien toca con fuerza la puerta principal. Vuelvo la vista hacia allá. Y es inusual porque el bedel llama antes de permitir subir a alguien o subir él mismo.
«Pero no hay luz para que funcione el teléfono fijo y también apagaste el móvil», me recrimino, saltando de mi asiento y caminando rápido hacia la puerta.
Antes de pasar el umbral me vuelvo hacia Luca para poner de manifiesto que no tengo idea de qué pasa, pero su gesto se mantiene serio y se limita a regresar al sofá y coger del suelo Sherlock para darle más embutidos.
Abro la puerta, y sí, quien toca es el bedel del edificio.
—¿Hay algún problema, señorita Rojo? —dice pregunta con preocupación—. La intenté llamar y... —Alcanza a ver una de las velas de baño que alumbran el apartamento—. ¿No tiene electricidad?
—Es intencional —sonrío—. Estaba... —«¿Qué justifica quitar la electricidad y poner velas?»— meditando —resuelvo—. Eso es... estaba meditando.
—Oh, bien. —Si lo convencí no lo demuestra—. Pero trajeron algo para usted —agrega, señalando el pasillo afuera.
—Yo no pedí nada.
—Alguien se lo envió.
¿«Alguien»?
—Oh. —Esbozo un gesto afirmativo y autorizo que el mensajero se acerque.
Trae en sus manos un arreglo florar compuesto por más o menos veinticinco rosas rojas.
No tengo que preguntar de quién son.
—Bien. —«No tengo que explicarle esto a Luca, ¿o sí?»—. Déjelas allí —digo, señalando el piso del vestíbulo.
—No son las únicas —dice con nerviosismo el bedel y no comprendo hasta que el mensajero prácticamente me empuja hacia un lado y entra a mi apartamento con el arreglo, y detrás de él otro mensajero con un arreglo igual. Y otro, y otro, y otro...
Algunos tienen atados globos metálicos con forma de corazón, en los que se leen cosas como «Te amo», «Te necesito» y «Te extraño».
Dejo caer abierta mi boca.
«¡Omi!»
—No la hubiera interrumpido si no fuera por algo importante —me dice el bedel temiendo que descargue mi frustración con él y asiento. No es su culpa.
Cuando ocho mensajeros ya entraron, pero uno detrás de otro salen otra vez al pasillo que conduce al elevador y enseguida regresan con más arreglos.
Me explican que son un total de veinte y quince globos.
Camino de vuelta a la sala para ver a Luca y, manteniendo su gesto serio, le sigue dando de comer a Sherlock mientras los mensajeros van y vienen colocando por todos lados arreglos y globos.
—Este es el último —me informa el primer mensajero al cabo de unos minutos, entregándome directamente en las manos un ramo con flores de diferente color envueltas cuidadosamente en papel gofrado y que traen encima una tarjeta —. Son flores tailandesas —aclara, feliz, pues debe ser una excepción entregarlas.
Y me las quiere presentar por nombre, pero lo interrumpo diciéndole que con eso basta.
—¿En dónde firmo de recibido?
Solo quiero que se marchen.
El segundo mensajero se acerca con una hoja, firmo rápido y a todos los guío de regreso a la puerta.
—No quiero que me vuelvan a interrumpir ni aunque me traigan cien elefantes blancos —le digo al bedel con apuro y este asiente apenado.
Dejo el ramo de flores sobre la mesa de la sala, que al fin y al cabo sobresalen y ayudan a adornar, y vuelvo a ocupar el asiento frente a Luca.
—¡No, lácteos no! —regaño a Sherlock cuando quiere volver a saltar del agarre de Luca a los quesos.
Luca la devuelve al piso y ella, molesta, me empieza a ladrar.
Cojo un pedazo de salami y lo lanzo a un lado para que corra lejos.
—¿En qué estábamos? —le pregunto a Luca.
Ignorándome, él se sirve una copa de Pinot Noir y para acompañar coge de los platos lo que quiere, sin importarle la combinación de un buen maridaje.
Para relajar el ambiente le hablo de mi experiencia con los vinos, de lo que aprendí sobre estos en general cuando Babette aún no estaba enferma y preparaba maridajes para mi padre. También de cómo ha ido la colaboración con la vinícola Andreatto estos dos años, una cuenta que él me ayudó a ganar y que con los vinos que me han obsequiado he hecho reuniones encantadoras con Pipo y Victoria.
Platico un poco de todo sin que Luca me ponga realmente atención, hasta que hace una pausa, señala con una ceja arqueada el ramo de flores y pregunta:
—¿No vas a leer la tarjeta?
Niego con la cabeza.
¿Para qué la voy a leer? Sé quién las envía y por qué.
De momento lo que me interesa es...
Pero Luca no parece opinar lo mismo. De modo que, sorprendiéndome, alcanza la tarjeta y la lee.
Dos años atrás cuando era mi asistente, ni de broma hubiera hecho algo semejante. Es mi tarjeta.
Esboza una sonrisa media una vez que terminó de leer, devuelve la tarjeta a su lugar y sigue comiendo.
¿Por qué?, ¿qué dice? Me pregunto ahora e igualmente la cojo para leerla.
Entonces espérame mañana para hacer una antesala a nuestro fin de semana en Tailandia.
—Tú también me regalaste una rosa una vez —le recuerdo a Luca para que no se enfade.
Aunque no entiendo el por qué, esto es solo sexo, ¿no?
... y no me ha pedido que no vaya a Tailandia.
—¿Yo? —No da señales de recordar.
Pero se vuelve a arrodillar en el piso, en la misma posición que estaba antes de que nos interrumpieran, y sujetando él mismo un pedazo de manzana verde.
—Sí —digo—. Estábamos atascados en el tráfico los dos en el Maserati, un vendedor de flores pasó ofreciendo y-y... me compraste una.
Titubeo al ver que Luca tira de mis pies para sacarme las pantuflas, las hace a un lado y levanta mi pie derecho para delinearlo por encima con el pedazo de manzana.
—No lo recuerdo —insiste, haciendo mi pie hormiguear al sentir lo frío de la manzana.
A continuación, mirándome lleva mi pie a su boca y lo recorre con su lengua, todo cuanto tocó el pedazo de manzana, empezando por el dedo pequeño.
La humedad de su lengua pasa de la punta de cada dedo al empeine. Luego, aunque esa parte no la recorrió la manzana, lo gira con cuidado y lame la planta causándome cosquillas.
—¿No es así? —pregunta con humor y le entrego la copa con Sauvignon Blanc para que beba.
—Sí. Así es —sonrío.
Sirvo en otra copa vino rosado, alcanzo la crema batida y con mi índice dejo con esta un camino desde mi empeine hasta mi rodilla. Sin perder tiempo, Luca apoya mi pierna sobre su pecho, brazo y hombro paulatinamente y de nuevo comienza a lamer.
Al llegar a la rodilla intenta empujar hacia arriba la bata.
—¿Cuál es la prisa? —digo conteniendo el aliento y sonríe.
Le entrego la copa de vino rosado, aspira el aroma y bebe.
—Sabe bien —elogia y me inclino hacia adelante para besar sus labios.
Me levanto por completo del sofá para dejarme caer sobre él y terminar los dos en el piso, él de rodillas y yo en su regazo.
—No Sherlock, no —gruño contra la boca de Luca al ver a la perra saltar a la mesa y coger a hurtadillas un queso.
Pero, sin importarle, pasa de nosotros y camina tranquilamente en dirección al pasillo con el pedazo de queso en el hocico.
A la luz de las velas de baño y la sala repleta de rosas rojas, Luca y yo nos comemos los labios por al menos un minuto.
Posteriormente, cojo la botella de vino espumoso, la abro y así mismo abro su bata a modo de dejar al descubierto su pecho y uno a uno coloco sobre este seis camarones.
Bajo de su regazo para estar a la misma altura que él, doy un trago al vino espumoso bebiendo directamente de la botella, cojo entre mis dientes un camarón, me lo como y vuelvo a dar otro trago a la botella.
Repito la misma acción tres veces jugando a ser una fiera hambrienta, hasta que Luca, sediento, me pide la botella para él mismo dar un trago y después besarnos.
Esta vez un beso sabor a vino espumoso.
Ayudo a Luca a sacarse la bata y los tres camarones restantes caen al piso.
Pero ya no importan, no he terminado, apenas estoy comenzando.
Cojo la miel y, de nuevo usando mis dedos, trazo un camino con esta por su cuello, hombros, pecho y abdomen, instándole a recostarse boca arriba en el piso, dejando abajo la bata.
A lo último que unto miel encima es a la cabeza de su polla, que enseguida lamo.
—Olvidé comer piña para maridar eso —dice Luca y, aunque es un momento «serio», por demás «sensual», los dos nos soltamos a reír rompiendo el hielo.
Tiro de su polla hacia arriba para jugar.
—Aunque por tratarse de un líquido lechoso, una vez escurriendo mi boca, para maridarlo podría beber más vino espumoso o un Chardonnay —Lo digo seria, como si fuera un miembro de la aristocracia que hablara de lo más deleitable en la tabla de alimentos para maridaje.
Con su polla todavía en mi mano, Luca se gira hacia un lado, riendo. Riendo de verdad.
Nunca antes lo había escuchado reírse así y eso infla mi corazón de orgullo y del mismo modo me hace sonreír.
—Tu exjefa es una cerda —agrego, arrugando mi nariz.
—Y eso me gusta —dice.
—Y eso te gusta —Estoy de acuerdo, y, apoyándose en sus codos, mientras aún mantengo su polla en mi mano, Luca se impulsa hacia arriba para sentarse, tomar mi barbilla y besarme.
Primero un beso pequeño en mis labios, segundo uno en mi mejilla y tercero uno bajo mi oreja, justo al final de mi mandíbula, y a partir de allí deja un camino de besos de vuelta a mi boca, que vuelve a tomar, pero ya no con apuro, sino con ternura.
Y amor. O para mí es amor.
Y se me ocurren muchas frases en francés para decirle, la mayoría sobre cuánto lo amo, o lo mucho que agradezco que se haya quedado, pero como no quiero volver a molestarlo prefiero guardármelas.
—Sigamos —digo por el contrario, escondiendo mi parpadeo, procurando sonar «casual», y agacho la cabeza para besar su hombro, el que previamente unté con miel.
Lo empujo a modo de volver a hacerlo recostar en el piso, me tiendo sobre él sujetando con una mano mi cabello para que no me caiga en la cara e, impulsándome hacia atrás, apretando contra él mi boca y más abajo mis pezones, lo vuelvo a repasar despacio, desde los hombros hasta el abdomen, tanto con mi lengua como con mi pecho.
—Me empalagó —bromeo, y sin dejarlo incorporarse alcanzo la botella de Chardonnay para al igual beber de esta un trago.
Y luego, volviendo a mi posición, bajo de su abdomen a su polla ocupando en la tarea todos mis sentidos.
Una vez más la sujeto con mi mano y me vuelvo a agachar para también tirar de esta con mis labios, succionando y atrapándola una y otra vez dentro de mi boca sabor a Chardonnay, otro vino francés. Por lo que este maridaje es dulce al gusto y cálido al tacto.
Luca respira fuerte, a veces viendo con la boca abierta el techo y otras en mi dirección. Hasta que, sin poder resistir más, se vuelve a sentar y me sujeta de los hombros y la cabeza para que lo estimule más. Sin embargo, orgullosa del precario poder que vuelvo a tener sobre él, me detengo justo cuando necesita que apresure el ritmo.
—No —lamenta, pero coge mi mano para tirar de esta, volvernos a aproximar y besarnos.
Parece tener una necesidad constante de dejarme sentir el cálido aliento a vino en su boca y me da miedo ilusionarme de que esto no es solo sexo.
Es imposible no ilusionarme.
Al separarnos volvemos a beber Chardonnay directo de la botella, y, manteniendo la atención en mi boca, esta vez Luca coge chocolate negro.
—¿Con qué se marida el chocolate negro? —pregunta, expectante.
—Con Merlot —digo viendo la última botella en la mesa, y enseguida desata mi bata de baño para yo al igual que él quedarme sin nada a la luz de las velas.
Olvidando otra vez las copas, cogemos la botella de Merlot para también beber directo de la botella y Luca, jugando con sus dedos, coge con el índice chocolate para untarlo sobre mis labios, confundiendo el dulzor del azúcar del chocolate con el aroma a tabaco del Merlot.
—Pensé que serías más creativo —digo, sonriéndole.
—Tú ya eres lo suficiente dulce —señala, aunque parece arrepentirse en el acto y, de nuevo temerosa de perderlo por demostrar demasiado, yo misma juego a poner más chocolate sobre mi pecho, y eso, por fortuna, lo vuelve a distraer.
Atrapa dos cojines del sofá, los tira al piso, me pide apoyar la cabeza en uno y mete bajo mi pelvis el otro.
Cuando estoy lista se arrodilla en medio de mis piernas, me aferro a su cintura con estas, y, apoyando las manos en mis costados, comienza a saborear de mis labios y pecho el chocolate.
A continuación, coge la botella de Merlot y deja caer un trago sobre mi torso, que rápido se aproxima a succionar. Chupa el Merlot de mis pezones, el contorno de mis pechos y más abajo en mi abdomen.
—Sí —suspiro y no conforme también me da la vuelta y deja caer Merlot en la parte baja de mi espalda.
Chupa el Merlot y la recorre con besos desde el pliegue de mis nalgas hasta mi nuca.
—Ya estoy lista —demando y me vuelve girar boca arriba.
Y haciendo la botella de Merlot a un lado se acomoda sobre mí y lo vuelvo a abrazar por la cintura con mis piernas.
En esa posición me explora con sus dedos para comprobar si, en efecto, estoy lista. Moja con mi humedad su mano y enfila su polla en mi entrada para enseguida, moviéndose hacia adelante, meterla indiscriminadamente de un solo empujón.
Echo la cabeza hacia atrás llamándolo Mon Amour, lo abrazo más fuerte con mis piernas hasta confundir su cuerpo con el mío y lo dejo moverse.
Lo hace hacia adelante y atrás, conmigo apretándolo para intensificar la fricción, con anhelo llenándome hasta que una capa de sudor le cubre la frente.
Le digo en francés lo que me gusta que haga sucumbir mis sentidos, gemir al sentirlo dentro de mí latiendo con fuerza y coloca las manos sobre mis pechos para apretarlos y de ese modo acelerar más el ritmo.
De reojo miro a Sherlock otra vez de pie sobre la mesa, pero ahora pillando una bandeja completa de quesos.
—¡...di-diición, Sherlock! —mascullo de forma ininteligible debido al vaivén de Luca, y de todos modos la perra, a pesar de oírme, emprende la huida hacia el pasillo con la bandeja todavía colgando de su hocico.
Luca tira de mi barbilla para que le devuelva mi atención, procura volver a normalizar su respiración y sale de mí obligándome a separar de él mis piernas. Pero no porque terminó, no nos haría eso, no cuando al estar los dos desnudos el deseo es superior a la razón.
Lo que hace Luca es acomodar mis piernas sobre sus hombros, sublimando mi desnudez ante él y de ese modo abrirse paso en mí hasta volver a llenarme de tal forma que mis parpados caen con placer.
La miel sobre su torso es un extravagante maridaje para el Merlot sobre el mío.
Se mueve hasta que su carne se desvanece por completo en la mía.
—Ouais, c'est comme ça qu'il faut faire, fils de pute! —grito en francés y sonríe. Porque, aunque no lo entienda, soné como si estuviera poseída.
Porque en realidad lo estoy, casi hecha añicos sobre el piso de mi sala, atrapada en medio de un centenar de rosas con el único hombre que me importa.
El deseo lo hace moverse y estar a un centímetro de mí es estar muy lejos.
Desacelera el ritmo al sentir que exploto, se inclina para besar mi frente y se mantiene en esa posición hasta que él mismo, volviendo a aumentar la intensidad, llega al clímax.
Acomoda de mejor manera el cojín bajo mi cabeza y se instala a mi lado procurando no apartar demasiado nuestras frentes. Con ese fin vuelve a coger la botella de Merlot y los dos bebemos.
—Aún no te he dado en la boca un racimo de uvas —lamenta al ver que me estoy durmiendo.
Él también quiere cerrar los parpados pero el orgullo puede más. Omi prometió darme en la boca uvas y ya lleno mi apartamento con rosas.
«Cuatro y cinco, tienen», pienso. «Cuatro y cinco».
—¿De qué crees que está hecho el vino, Luca? —musito, aferrándome a él con un agarre suave y de ese modo sucumbo al sueño.
Y quizá el agarre es solo, tal vez, para que no se marche.
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