19. Taburete
*Maridaje: El maridaje entre el vino y la comida es el proceso de unir un alimento con un vino con la intención de realzar el placer de comerlos.
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19. Taburete
—Ahora que ya mi vida se encuentra normal —entra cantando Luca al apartamento solo para molestarme—, que tengo en casa a quien sueña con verme llegar. —Se adelanta unos pasos y con bolsas de compras en mano se gira para verme—. Aunque tengo mis dudas sobre si en lo último te refieres a Sherlock —señala.
—Para haber dicho que no conoces esas canciones, te las sabes muy bien —reclamo con Sherlock y más bolsas de compras en mano.
—«Cultura popular» diría Alexa —objeta con una sonrisa media.
Hago girar mis ojos y le pido seguirme hasta la cocina.
Parecemos una pareja «normal» llegando a casa con bolsas de compras, y, en mi caso en particular, con Sherlock; junto con su bolsa de juguetes tipo pañalera colgando de mi hombro al mismo tiempo que mi bolso, tal como si cargara con un bebé.
Luca no deja de bromear hasta que al dejar las bolsas encima del desayunador parece recordar dónde está. De manera que, inmerso es sus propios pensamientos, comienza a reparar en cada cosa como si fueran piezas de museo.
Solo pasaron dos años y no he tenido mucho tiempo, el lugar sigue prácticamente igual.
Bajo a Sherlock junto con su bolsa de juguetes para que pasee por el piso y me dispongo a vaciar cada bolsa buscando lo que necesito. Aunque mi atención se divide entre estas y Luca.
Sale de la cocina a la sala aún distraído con lo que sea que esté pensando al ver otra vez cada pared, baldosa, cuadro, mesa o sofá.
En este punto, tal como sucedió el sábado, ya deberíamos estar comiéndonos a besos, poniendo en segundo y tercer lugar la palabrería y la comida. Pero en lugar de eso parecemos habernos enfriado y por fin tragado una cucharada de realidad.
Manteniéndose en mi campo de visión, tras dar una vuelta Luca parece relajarse un poco; coge a Sherlock del piso cuando esta se acerca, toma asiento en un sofá y juega con ella.
—Escoge el vino —lo insto, señalando con mi dedo el bar.
Con Sherlock en brazos, Luca camina hacia el bar y empieza a buscar.
—Elige tres. De preferencia un rosado, un Merlot y un espumoso. Aquí tengo Chardonnay y Pinot Noir.
Luca lleva de una en una las botellas a la mesa de la sala, poniendo especial atención a la última que eligió.
—¿Número siete? —pregunta y asiento.
—Tengo una caja.
Arquea una ceja.
—Que es mía —señala.
Vuelve a tomar asiento sin soltar a Sherlock y a la botella «número siete», la gira en su mano, lee la etiqueta y, aunque creo que va sonreír, su gesto se mantiene serio.
—¿Más recuerdos de Vietnam? —pregunto, acomodando por grupos la fruta, frutos secos, quesos y embutidos en diferentes platos.
—¿Qué fue peor que Vietnam? —pregunta Luca, sin dejar de leer la etiqueta.
—¿Las guerras napoleónicas? —dudo, sonriendo—. Diré eso por mis raíces francesas.
—Las guerras napoleónicas —repite Luca, divertido.
Deja la botella sobre la mesa y camina de regreso a la cocina todavía con Sherlock en los brazos.
Se instala a mi lado para ver qué hago, roba dos pedazos de salami, le da uno a Sherlock y él se come el otro. En total son seis tipos de embutidos y repite la misma acción con cada uno.
También me ofrece a mí dándomelo en la boca.
—¿Y qué fue peor que las guerras napoleónicas? —pregunta ahora.
Pienso en ello en lo que sigo acomodando los quesos junto a la fruta.
—¿La segunda guerra mundial?
No se me ocurre nada peor que eso.
—La segunda guerra mundial —repite Luca, reflexionando.
Y con la mente en eso coge un pedazo de jamón serrano y lo coloca bajo mi nariz a modo de hacerlo pasar por un bigote hitleriano.
Hago rodar mis ojos.
—A los judíos los marcaban con estrellas —dice, todavía reflexivo.
—Pero ninguno se prendió con un baile de Hitler en lencería —le hago ver.
—Eso no lo sabemos —bromea Luca, sin apartar el pedazo de jamón serrano de mi nariz y lo cojo para comerlo.
Enseguida me giro hacia la nevera para sacar camarones, ostras, salmón y aceitunas; y de la alacena chocolate, miel y galletas en lo que Luca contempla todo.
Empecé a comprar las cosas desde ayer.
—Lácteos a Sherlock; no —digo al ver que la perra intenta lanzarse hacia los quesos.
Sin apartar los ojos de mí, Luca baja a Sherlock para que pasee por la cocina. Desvío la vista de las aceitunas a él, y entonces lo entiendo. No vino a platicar; quiere que empecemos.
—Tengo planeado algo especial —le prometo, girándome hacia la alacena para sacar una copa.
Y Luca, aprovechando esto, se instala detrás para besar mi cabello y abrazarme por la espalda, sujetándome desde la cintura.
Y de nuevo solo somos sensaciones.
Me sujeta contra sus caderas y deposita besos en lo que alcancen a tocar sus labios. Yo abro la botella de Pinot Noir y le sirvo una copa.
Después cojo un pedazo de queso de cabra, me vuelvo hacia él y lo meto en su boca. Mientras aún mastica le entrego la copa y bebe.
—Delicioso —elogia.
—Y es solo el primer mordisco —digo, viendo con ilusión de los platos con quesos, embutidos y frutas a él, e intento explicarle que la cena será un maridaje; pero, deja la copa sobre el desayunador, me da un beso en la mejilla con la intención de acercarse otra vez a mí y me vuelve a sujetar de la cintura.
Enseguida busca mis labios, que toma y suelta con fruición, en tanto que una vez más intenta pegar lo más que puede nuestras caderas.
Pero yo no quiero ir rápido, me gustan los preliminares y me considero experta. De modo que lo empujo de forma juguetona, cojo tras de mí una barra de chocolate blanco y también lo hago morderla para de vuelta dar otro trago al vino.
Luca deja salir un gemido de aprobación y otra vez tira de mí para de nuevo acercarnos. No quiere comer o beber, solo besarme y acariciarme.
Y soy feliz con eso, al igual es lo que más deseo, pero quiero que sea especial. Así que, con él desabotonando de arriba hacia abajo mi blusa, como puedo alcanzo otra copa de la alacena, me giro hacia la botella de Chardonnay, la abro, le sirvo media copa y doy a probar junto con una fresa.
Luca ríe nervioso, a pesar de lo agradable que sabe un Chardonnay al paladar, no le parece que retrase lo inevitable; por lo que, evitando que tome algo más de la alacena o el desayunador, coge mi trasero para volver a sujetarme contra él.
Para aparentar que no me esfuerzo, mi ropa no es espectacular. Es un traje ejecutivo azul Prusia con falda, blusa y saco combinado con medias y tacones negros. Pero no es la ropa lo que le interesa a Luca. Por ello, para no hacerlo esperar más, al desabotonar la mitad mi blusa me quito el saco y lo animo meter la mano entre mis pechos.
No conforme, Luca me carga y con mis piernas intentando sujetarse a sus caderas me coloca sobre uno de los taburetes del desayunador, me vuelve a besar y allí comienza.
Suelta mi boca y se agacha para estar al nivel de mis pechos, los mueve hacia arriba para él y comienza a humedecerlos por encima del sujetador.
Respondo liberando gemidos de placer y abro más mi blusa para darle mejor acceso.
Luca mueve y aprieta mis pechos jugando con ellos. Al instante se incorpora, me abraza a modo de meter las manos bajo mi blusa desde la espalda, desabrocha mi sujetador, lo deja caer y, en esa posición, tira de mí hacia él para sentir mis pechos desnudos contra su camisa.
La tela suave de su corbata roza mi pezón excitándome más.
Soy sensible a la seda, a él o a los dos.
Luca me vuelve a besar con pasión, y, dejándome sobre el taburete, desliza las manos hacia abajo para tomar mis piernas. Me paro del banco con los pechos al descubierto para facilitarle subir mi falda y, con esta a la mitad del camino me vuelve a sentar y abre mis piernas buscando un primer vistazo de mis bragas; emulando así, quizá, la fotografía que le envié ayer.
—También son de encaje —ronroneo y sonríe satisfecho.
Me vuelvo a parar sobre el taburete para que escurra hacia fuera mis bragas. Lo hace disfrutando del paisaje, mientras que, embelesado, se desabrocha el cinturón y deja caer sus pantalones.
Después tira hacia abajo de su bóxer, dejando libre su miembro erecto, apuntando como un impresionante mástil el techo.
Es largo, con buena anchura y palpitante, como si estuviera hecho especialmente para mí, lo que ya es mucho decir porque yo sé de pollas.
Me vuelvo a anclar con mis piernas a sus caderas. No obstante, antes de empezar la mano de Luca recorre el camino entre mis piernas, y, viéndome con ojos penetrantes, como si quisiera desvirgarme la retina con la mirada, comienza a tocar. Me masturba desde el clítoris hasta la entrada de la vagina con movimientos circulares, consiguiendo así que abra más las piernas y arquee la espalda hacia atrás para facilitarle aún más el acceso.
Le digo «Sí, sí, sí» y en minutos siento una corriente eléctrica atravesarme desde la parte baja de la espalda hasta los hombros. Pero Luca no me deja terminar, lleva sus dedos húmedos de mi entrada a su erección para él mismo frotarse de arriba hacia abajo el miembro y así lubricarse.
Después, conservando el miembro en su mano, lo coloca frente a mi entrada y lo introduce. De primero lento, y después, con la cabeza ya en el interior, de un solo tirón todo; para de inmediato volver a sacarlo.
Hace lo mismo tres veces, respirando con la boca para mantenerse duro y tuerzo tanto hacia arriba los ojos que temo me queden en esa dirección. Pero lo estoy disfrutando como una cerda.
Sujetándonos uno del otro y del taburete del desayunador, buscamos una posición que nos funcione porque es incómodo, pero si lo hicimos en el asiento trasero de su Corolla podemos sobre un banco con patas de casi un metro.
Disfrutamos el roce torpe de nuestras caderas al intentar coger ritmo, Luca no deja de acariciar con sus dedos mi clítoris al mismo tiempo que se abre paso dentro de mí y una vez encontrada una posición es tanta la euforia que las patas del taburete saltan y nosotros con ellas.
Exclamo una innumerable cantidad de «Ah» que pasan de sonidos agudos a roncos en segundos y moviéndome más consigo terminar. Pero Luca aún no está listo y con mi cuerpo ya liberado sigo en posesión de él, que me sacude al punto de que pronto solo puedo ser consciente de nuestros cuerpos colisionando.
—Je suis tout à toi, ma vie —suelto y, echando la cabeza hacia atrás, Luca vuelve a respirar con la boca.
Lo excita que le hable en francés.
Se mueve con fuerza, al punto de casi dejarme colgando fuera del taburete, pero cuando está por acabar me carga a modo de suspenderme en él y, con tres últimas sacudidas, termina; dejando caer una de mis piernas, pero manteniendo la otra arriba y pegando además su frente a la mía hasta terminar de descargarse.
Tiembla en mis brazos y yo en los de él. Aun así, no parece tener prisa y al mismo tiempo que me vuelve a besar se mueve un poco más dentro.
—Me voy a caer —me quejo y por fin me deja bajar y sostenerme yo sola sobre el piso. Me siento mareada y chorreando de la entrepierna como si fueran las cataratas del Niagara. Pero satisfecha.
El pecho de Luca salta debido a que su respiración aún es entrecortada, él completo intenta reponerse, pero no deja de ver mis pechos apenas cubiertos por la blusa. Lo vuelve loco el tamaño de su copa. Se inclina hacia abajo para succionarlos desde los pezones. Después se aleja, los vuelve a mirar y otra vez se acerca, y no los suelta hasta que parece suficiente.
—Fue bueno —digo, de nuevo excitada.
—Muy bueno —concuerda, esbozando un gesto de satisfacción—. Aunque incómodo.
—Entonces vamos a la cama.
Sintiéndome juguetona, quiero tirar hacia arriba de su miembro, ponerlo en mi boca y jugar con él; pero, apenas termina con mis pechos, Luca se sube de vuelta el bóxer y el pantalón.
«No pasa nada. Tenemos el resto de la noche», me convenzo.
Quiero llevarnos a mi sala y después a mi cama. Pero mientras regreso mi falda a su lugar, Luca, en apariencia distraído, parece verificar si tiene con él sus llaves, billetera y teléfono; y, sorprendiéndome, cuando menos lo espero se vuelve a aproximar a mí para depositar un pequeño beso en mis labios y despedirse.
—Pero tengo planeado algo —le recuerdo, señalando los platos aún repletos de quesos, fruta y embutidos, lo mismo las botellas y demás cosas.
—Te advertí que no podía quedarme —dice a modo de disculpa y trago duro mirando de los platos a él, pensando en cómo convencerlo.
»Otro día será —insiste y asiento, consiguiendo sonreír apenas.
Pero quiero llorar. Lo veo mostrarse indiferente y me duele. Nunca había sido tratada de esta manera, y menos por él.
Yo soy la que trata de esa manera.
—¿Te dejo puesta algo de música? —pregunta, señalando mi móvil en el desayunador—. Algo alegre del Festival de la autocompasión —agrega divertido, burlándose, y solo puedo verlo preguntándome por qué.
Pero yo sé por qué. Y por eso no encuentro las fuerzas para defenderme.
Alzo la cara y le entrego mi móvil desbloqueado para que elija qué poner. Mientras tanto, veo llegar a Sherlock de vuelta a la cocina y me inclino para darle más embutidos.
—Podemos apartar los martes para nuestros encuentros —propone Luca, lastimándome aún más—. ¿Qué opinas?
»Los martes de la exjefa —agrega.
«Aún soy la jefa», pienso. Pero de momento me siento una puta que acaba de ser devuelta al callejón donde la recogieron.
¿Por qué me hace esto?
«Tú sabes por qué».
—Él nos debe ver férreas —susurro en la oreja de Sherlock, sintiendo cómo las palabras duelen en mi garganta, pero me incorporo manteniendo levantada la cara.
»Como prefieras —contesto.
Me tomó por sorpresa y me siento como si, en lugar de contraatacar, solo tuviera fuerzas para recibir de pie las balas.
—Voy al baño y me voy —avisa, escogiendo «Clavado en un bar» de Maná, y asiento.
Pero cuando está por devolver a su lugar el teléfono, la canción se interrumpe con un sonido preestablecido y Luca lo ve con extrañeza.
—Te llaman —dice a continuación, a secas.
—¿Alguna de las chicas de la perrera? —asumo, por la hora y Luca niega con la cabeza—. ¿Pipo? ¿O es del hospital de Babette? —me alarmo.
Luca niega con la cabeza.
—Es una videollamada —agrega, y ve de mí al salami en mi mano—. Pero tienes las manos ocupadas, ¿contesto? —pregunta y lo hace antes de que acepte, posicionando frente a él la pantalla de mi móvil.
—¡No puede ser! —grita una voz al otro lado al ver a Luca.
«¡Es Omi!».
De nuevo me alarmo.
—¿Qué pensarías si te dijera que ahora tú eres llamaditas y yo taburete? —le contesta Luca, serio, y miro de él al taburete en el que acabamos de tener sexo.
¿Fue a propósito?
—Así que quieres dar guerra —escucho decir a Omi—. Pero, sea como sea, dudo que seas mejor taburete que yo.
Reacomodo mi cabello y maquillaje lo mejor que puedo. Porque esa es mi llamada.
—Habría que oír lo que opina la experta —le contesta Luca, pasándome el teléfono; y, en el acto, volviendo a mirar de forma significativa mis pechos.
Y no entiendo por qué hasta que bajo la mirada y me percato de que no terminé de abotonarme la blusa y todavía los tengo al aire. Me remuevo donde estoy y trato de reacomodarlos, pero es tarde.
—¡No, no, no! —dice la boca sonriente de Omi en la pantalla del móvil, este ahora en mi mano—. No seas así conmigo. Déjame mirar un poco más.
Negándome, me reacomodo la blusa apenas cubriéndome los pezones y con eso parece conforme. Pero no me atrevo a ver a Luca.
Todavía trato de procesar su repentina huida y... ahora esto, ¡que no hice a propósito!
—Cabello alborotado y pintalabios corrido —dice Omi, recorriéndome de arriba abajo con los ojos—. Mejor no te pregunto qué estabas haciendo.
«Sí, mejor». Mi respuesta es una sonrisa torcida.
—Por cierto, de estar en mis manos ya no tuvieras puesto nada —agrega—. Le doy a Llamaditas media estrella —arquea una ceja— y solo porque el pintalabios corrido llega hasta la mitad de tu mejilla, porque, con excepción de eso, mal servicio. ¿Quién deja con la ropa puesta a Ivanna Rojo?
Relajo mi gesto, riendo. Pero Luca, ocupado en devolver las botellas de la sala al bar, endereza la espalda y mantiene un semblante serio.
No le gustará oír el sistema de gratificación mediante estrellitas.
—A una mujer como Ivanna se le venera completa, Llamaditas —continúa Omi.
—Luca ya se va —digo, por fin encontrando mi voz. No había podido decir nada.
Sin poder creerlo, Omi mira la hora en su reloj.
—Pero apenas son las diez.
—Luca... tiene cosas que hacer —explico, con Luca todavía escuchando.
—Pero no se me ocurre nada que pueda ser mejor que estar contigo —dice Omi—, y te lo demostraré en Tailandia.
«Cierto; Tailandia».
Se supone que Luca me pediría no ir...
Contengo las ganas de llorar. Omi lo nota y guarda silencio, de nuevo recorriéndome con los ojos, aunque ahora solo la cara.
—Tal vez no para todos soy suficiente incentivo —digo, solo para no quedarme callada.
—No. Mírate. Te ves hermosa.
—dice Omi, de nuevo haciéndome sentir bien—. Y esa blusa... Quisiera desabotonar con mis dientes el resto de esa blusa.
Suelto otra risa.
—¿Y qué estás haciendo que tienes un salami en la mano? —pregunta ahora con un tono más serio.
Giro mi móvil a modo de que vea los platos.
—Preparaba quesos, frutas y embutidos para un maridaje.
—¿Por qué? ¿Dónde están?
Cuando lo giro de vuelta trata de ver más allá.
—En mi apartamento.
—¿En tu apartamento? ¿No te llevó a ningún lugar? —Está molesto—. O sea que, encima; tacaño.
Esta vez Luca sí se vuelve hacia nosotros, enfadado.
«Así que está escuchando».
—Fue mi idea venir aquí —aclaro.
—¿Y qué harás con esos platos? ¿Ahora son solo para ti? —pregunta Omi.
Aprieto mis labios otra vez obligándome a no llorar.
—Pues... los voy a guardar.
—No, no, no —Omi se pone de pie y camina de un lado al otro—. ¿Qué te parece si mejor voy para allá, te recuesto desnuda sobre un sofá y te doy esas uvas en la boca? —propone y vuelvo a sonreír—. Con los dedos o de mi boca a tu boca.
A pesar de que se mueve no puedo ver con claridad dónde está, pero por el cielo estrellado al fondo sospecho que puede ser un balcón, el yate o el muelle frente a su casa.
—Ya se divirtieron los niños, ahora le toca a los adultos —agrega y me vuelvo con temor hacia Luca, pero ya no lo veo por ningún lado.
«Dijo que iba a ir al baño», recuerdo.
—Llegaré rápido si voy en helicóptero.
Veo a Luca regresar a la sala justo antes de decirle a Omi si sí o no. Viene del pasillo que lleva a la habitación de invitados, así que pudo ir a ese baño.
Trae las manos ocupadas con algo que no puedo ver, pero que deja sobre la mesa de la sala y se marcha. O eso creo que hace porque camina hacia el vestíbulo y allí lo pierdo de vista.
—A-adiós —le digo con voz temblorosa, pero no contesta.
Sin importarme aún estar en la videollamada con Omi, bajo la mirada soltándome a llorar, con él y Sherlock dándose cuenta de todo. Ella, en particular, me ladra y apoya sobre mis medias sus patitas para que la cargue.
—Así que... ya se fue —dice Omi y asiento con la cabeza sin mirarlo.
Me siento avergonzada, no me gusta mostrarme vulnerable, pero tengo el corazón en el suelo.
Yo pensé que...
—No tiene que haber sexo —dice Omi—. Puedo llegar y... hablar. Comernos el contenido de esos platos y hablar. Solo eso —Lo dice con voz dulce.
Sigo llorando.
—Es un cabrón —exclama, de nuevo molesto—. Por él también estabas mal el viernes, ¿cierto? Y el sábado.
Enjuago mis ojos.
—Yo le hice mucho daño antes.
—¿Y qué? ¿No lo ha superado? Pobre la princesa. No lo toquen ni con el pétalo de una rosa.
—Omi...
Estoy por decir algo más cuando las luces del apartamento se apagan de golpe, tan solo dejando brillar la pantalla de mi móvil. Si bien, con el corte se desconectó el Wifi y con este la videollamada de Omi.
Parece el inicio de una película de terror.
Y así, a oscuras, estoy por ver cómo intercambio la señal del Wifi por el de la línea fija en mi móvil, cuando escucho pasos.
Con mi corazón palpitando enérgico, otra vez temo estar en una película tipo Scream, pero giro mi móvil para alumbrar con su luz el vestíbulo y veo a Luca regresar.
Regresar.
Ignorándome y sin parecer tener ningún tipo de preocupación encima, regresa a la cocina. Alumbra la estufa con la luz de su teléfono, busca el encendedor y camina de vuelta a la sala. Allí coge lo que dejó sobre la mesa, que resulta ser velas e incienso que tenía de adorno en el baño de invitados y las enciende para después colocarlas por toda la sala.
—Bajé los interruptores de la caja de fusibles —me avisa, volviendo la vista hacia mí serio—. Quise mejorar el ambiente para lo que tengas preparado —señala las velas y asiento.
»¡Ah, le corté la videollamada! —dice, esta vez señalando mi teléfono—, ¡que pena con él!
—No tienes que quedarte —digo, volviendo a enjuagar mis ojos.
—No hay problema, ya arreglé... lo que tenía que hacer —dice Luca, procurando mantener el tono serio al darse cuenta de que estuve llorando.
Sin importarme, vuelvo a mi teléfono para verificar si está conectado a internet. Sí, y tengo una llamada perdida y dos mensajes de Omi.
Omi: ¿Qué pasó?
Omi: ¿Estás allí?
Luca se percata de ello.
—Dile que no venga, me voy a quedar —dice, casi ordena.
Y pudiera contestarle que ya no, que mejor se largue por haber roto mi corazón, pero no puedo, no... quiero.
Quiero que se quede.
—Está bien —le digo a Luca y sonríe satisfecho.
Y regresa a las velas en lo que yo le contesto el mensaje a Omi.
Está todo bien, Luca regresó, gracias por preocuparte y ser A TU MANERA increíblemente dulce.
No espero la respuesta de Omi y apago el teléfono para enseguida colocarlo sobre el desayunador.
Luca se acerca, toma la mano que tenía el teléfono y la sostiene entre las suyas.
—¿Segura que esto se adecúa a lo que tienes preparado? —pregunta y asiento.
»¿Y... ahora qué? —agrega, viendo de mí a los platos.
Y, aunque estando más cerca es imposible no percatarse de que lloré, otra vez mantiene el gesto serio.
—Llevo los platos a la mesa de la sala y voy a mi habitación por unas cosas —explico.
—Está bien. Ve a tu habitación por las cosas y yo me encargo de los platos —dice Luca y eso hago.
Suelta mi mano y hago mi camino hacia el pasillo que conduce a mi habitación, pero antes de avanzar más lo veo de lejos, tan solo alumbrado por las velas. Tal como prometió lleva los platos de la cocina a la mesa de la sala.
Se quedó a pesar de que los dos sabemos que no lo merezco y tal vez sabiendo dónde tocar y qué decir me deje encontrar el maridaje perfecto para los dos. Porque, al fin y al cabo, nada es peor que la Segunda guerra mundial.
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La noche, en definitiva, no ha terminado c: c: c: c: c:
Queda pendiente lo de Háwaii D: ♥
Feliz Año Nuevo 2,022 c:
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