10. Perder la cabeza como María Antonieta
LLEGÓ EL MOMENTO *todas/os contenemos el aliento*
Este capítulo tiene 5000 palabras. Hagan que haya valido la pena extenderlo. Voten y también comenten mucho ♥
Dedicado a LinMaddiee ¡Gracias por tus hermosos dibujos!
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10. Perder la cabeza como María Antonieta.
06:10 A.M.
Parece un día como cualquier otro.
En realidad, lo es para todos, quizá; con excepción de Luca y yo. O solo yo. No lo sé.
Pensé que no iba a poder dormir la noche anterior. Pero pude. Al llegar a mi apartamento cené una ensalada oriental, al terminar me limpié el maquillaje, la ropa, me di un baño de agua tibia, y apenas me recosté en la cama me dormí.
El lunes hasta amanecí con la cara hinchada, pero anoche, pese a faltar horas para volver a ver a Luca, dormí como no había dormido en días y desperté a tiempo para prepararme con calma, desayunar e ir a trabajar.
Tal vez se deba a que intento mentalizarme que ya perdí a Luca, que de llegar a la reunión con una pareja es para enviarme un mensaje claro y lo mejor será ya no esperar nada.
Aunque también cabe la posibilidad de que ella nada más sea una conocida, colega o amiga... lo que sea.
Iré sin expectativas.
Es como si me sintiera anestesiada. La última semana mi cabeza ha dado vueltas, mi corazón se ha estrujado y mis ojos han llorado tanto, que me siento mentalmente cansada y no quiero pensar más.
O puede que esa sea una nueva manera de defenderme. No iré allí enseguida, pues, de cualquier manera, lo que tiene que ser... será.
En el elevador de mi edificio, mientras repaso mentalmente lo que haré en el día, llamo a Victoria.
Le tengo que explicar que no será fácil recuperar el centro de estética.
—Victoria Peletier —digo cuando contesta.
«¿Por dónde empiezo?»
—Nana, ya no me llamaste anoche.
—Estaba cansada, decidí no trabajar y me dormí temprano.
Lo que es un milagro.
—Pero te quiero hablar de Omi de Gea —digo, antes de que me cambie de tema.
—Pensé que querías hablar de Luca —devuelve y... ahí está. «No, no quiero hablar de Luca»—. Hoy es el gran día.
—Sí... Bueno... —Al salir del elevador camino hacia el Audi aparcado en uno de mis tres lugares en el estacionamiento—. No... Prefiero hablar de Omi de Gea.
—Uau. —La escucho ronronear. Ya sé hacia dónde va Victoria y no me gusta—. ¿Te impresionó mucho?
—Es un imbécil.
—Pero atractivo, ¿cierto? Siempre está bronceado —Victoria ríe—. Pero no como esos tipos que pareciera que son color naranja, que inclusive brillan, Omi solo lo necesario. Y apuesto a que llegó de traje, aunque sin corbata, no le gusta ponérselas. Si lo buscas en Google casi siempre está semidesnudo por practicar deportes.
—¿Dónde lo conociste? ¿Cómo consiguió comprar tu salón? Ya.
—Su exnovia era mi clienta, una buena amiga y le dijo que necesitaba el dinero.
—Pero no quiere venderme el salón por tener un «valor sentimental» para él.
—Ella fue importante para él, supongo. Pero ya no vive en esta ciudad, ni siquiera en el país, se mudó a Australia.
—¿Por qué tan lejos?
—Dijo que le salió una oportunidad de trabajo. Es bióloga.
—Si hablas con ella, tal vez lo puede convencer de vender.
—No quedaron en buenos términos.
—Diablos —Entro al Audi y, con Victoria todavía al teléfono, me preparo para salir.
Aunque no estamos avanzando...
—No importa, Nana.
—Sí importa. Voy a recuperar el centro de estética... Intentó seducirme. Quizá sí...
—¡No! —La apreciación de Victoria con dos segundos de retraso no me convence.
La conozco.
... la conozco y la voy a poner a prueba.
—Por ese lado lo puedo intentar —propongo.
—Sin duda alguna.
Callo a la espera de que mi amiga diga algo más. Pero no habla.
—Y el lugar era un restaurante de comida tailandesa.
—¿En serio?
«¡Cuánta sorpresa!».
—Y, desde que llegué, me estuvo diciendo «¿Eres modelo?» «¿Entonces supermodelo?» «¿Actriz?».
—¡Uau!
—A primera vista parecía una cita romántica —la acuso.
—¿En serio?
Estrecho mis ojos y echo a andar el Audi.
—Victoria Peletier —digo entre dientes—. Qué casualidad que una noche antes de volver a ver a Luca tenga una cita a ciegas con Omi de Gea, ¿no?
—¿De qué hablas?
—Es tu amigo, ¿cierto? Porque prácticamente fue una cita a ciegas, Victoria. O al menos yo era la ciega, la sorprendida y perdida.
—Creo que hay un poco de interferencia —se apresura a decir Victoria.
—Concuerda con tu intención de querer que deje atrás a Luca.
—Ivanna, ya no te escucho bien —insiste.
—Yo a ti te escucho perfectamente.
Enseguida empiezo a oír un sonido que se asemeja al zumbido de una abeja.
—¡Ivanna, te oyes lejos!
—¡Victoria! —Rodeo una fila de coches para poder salir del estacionamiento.
—¿Te moviste de lugar?
—El único contacto que quiero tener con Omi de Gea es el de negocios —le advierto—. Pero ahora, inclusive pienso que se hace el difícil a la hora de venderme el salón porque se preparó previamente contigo.
—¿Ivanna, estás allí? ¿Ivanna?
—¡Victoria! —repito.
Vuelvo a escuchar un zumbido y cuelga.
«¡Son amigos!», concluyo. Victoria y el resto de la perrera tienen contacto con él para hacerle llegar un informe del centro de estética cada quincena o final del mes. Y, por el simple hecho de trabajar para él, en este punto esa relación debe ser de confianza.
Disminuyo la velocidad del Audi antes de pasar la garita del estacionamiento y le escribo un mensaje a Victoria.
¡Solo me interesa el centro de estética, Victoria! ¡SOLO ESO!
Sin embargo, al finalmente pasar la garita vuelvo la cabeza en redondo al detectar en mi costado al menos veinte globos metálicos color plateado y rojo con forma de corazón que tienen escrita la leyenda «Perdón», y más abajo, sujeta por Omi de Gea, una pancarta en la que se lee «Mariposa traicionera: NO; Es una Hechicera, una seductora... ♥».
Freno de golpe al volver la cabeza al frente y notar que casi embisto otro coche que llega al edificio. Este me bocina y furioso el conductor me grita «¡Idiota!». Aunque, por tratarse de un vecino, al verificar que soy yo, se disculpa:
—Lo siento Ivanna, pero ten más cuidado.
Con vergüenza asiento mostrándome de acuerdo y, tras bufar un centenar de maldiciones, aparco el Audi en la orilla del camino y bajo de este dando un portazo.
Omi, a su vez, camina en mi dirección gesticulando disculpas, sumadas a muecas de desgracia.
«¡Cuando menos tiene la amabilidad de estar avergonzado!»
—¡¿Qué edad tienes?! —le grito, señalándolo—. ¡¿Quince?!
Estoy en medio de una rabieta.
—Pensé que sería un gesto adorable —se disculpa.
Cojo uno de los globos y lo tiro hacia abajo.
—Ivanna, respira... respira... respira... —Que trate de calmarme solo empeora las cosas.
Con mis manos hago el gesto de querer ahorcarlo.
—¡Nadie me había sacado tanto de mis casillas! ¡Nadie!
Eso no es del todo cierto.
En apariencia arrepentido, Omi deja caer los globos y el cartel sobre la acera y acongojado escapa hacia un coche aparcado al otro lado de la calle. Un deportivo que consigue la atención de todo el que transite cerca: un Lamborghini clásico color canario.
El tipo es un cretino, a todas luces un fanfarrón, pero tiene dinero.
—De verdad lo lamento —dice, al abrir la puerta del piloto, pero con su atención en mí—. No fue la manera. Debí llamar o... —deja caer con arrepentimiento los hombros—. Solo quise tener un detalle lindo contigo —explica—. Pero esta vez no me salió bien hacerme el payaso.
«Payaso». Esa es la palabra.
«Pero sácale provecho a esto, Ivanna».
Arqueo una ceja, llevo una mano a mi cintura y me vuelvo a parar derecha.
—Hay una manera de resolverlo —decido.
—¿Cuál? —Él se muestra genuinamente interesado. Por primera vez su mirada es incluso amable.
—Véndeme el Centro de estética de Victoria —suelto.
Pero Omi, con una de las sonrisas flagrantes que recuerdo de anoche, me ve estupefacto por lo menos tres segundos antes de volver a decir:
—No.
Rápidamente se mete en su coche, lo prende con fragor y teniendo la calle a sus anchas se marcha como si fuera poco menos que Michael Schumacher.
—Yo también tenía un coche deportivo —gruño, por primera vez mirando con inconformidad al Audi—. Un hermoso coche deportivo —echo de menos, suspirando, y recojo los globos y el cartel para tirarlos en un cesto de basura.
...
8:45 A. M.
Llego quince minutos tarde a Doble R, pero poco me importa, es viernes.
Es viernes y llevo puesto un vestido gris por encima de la rodilla, combinado con accesorios color negro; salvo mis labios, uñas y mi bolso; estos, una vez más, son color rojo. Pero no creo verme espectacular. No más que de costumbre. Pero la gente en Doble R me ve diferente. Con... curiosidad. Hay miradas pícaras, felicitaciones y sonrisitas.
«¿Qué demonios?»
Camino de la recepción al elevador y luego avanzo por el quinto piso hacia la oficina de vicepresidencia sintiéndome observada.
Más que de costumbre.
En particular Grisel me recibe con una formidable sonrisa.
Contrario a los demás, ella sí sabe qué día es hoy, el día en el que volveré a ver a Luca. Pero ¿los demás? Ellos no... creo. ¿O Grisel dijo algo? ¿Cómo se enteraron?
O de eso espero que venga el cambio de actitud del personal hasta que abro la puerta de mi oficina y descubro un altar hecho con cinco enormes arreglos florales. Los cinco dentro de una canasta con, al menos, trescientas rosas rojas. Uno encima de mi escritorio y dos en cada lado, dejando medio metro de espacio entre sí sobre el piso.
Sí que debieron llamar la atención al entrar a Doble R. Sobre todo al conocerse su destino.
Voy hacia el que está encima de mi escritorio y cojo la tarjeta para leerla.
Perdón.
Pero no es la única, hay varias, una tarjeta detrás de otra.
Tarjeta 2:
Pero por lo de los globos, no por no querer venderte el Centro de estética.
Tarjeta 3:
¿Almorzamos hoy?
Tarjeta 4:
De nuevo comida tailandesa.
Tarjeta 5:
¡Con Champán!
En la tarjeta 6 hay un número de teléfono, que, por supuesto, ya tengo, pero sin duda quiso asegurarse de que no me deshice de él.
Rodeo mi escritorio, dejo encima mi bolso, me acomodo en mi silla, y, girándome hacia la ventana, me preparo para hacer la correspondiente llamada.
La persona al otro lado contesta feliz:
—¡Sí! —Está celebrando.
Niego con la cabeza, no estoy acostumbrada a que «no me teman», y quiero sonar enojada, pero estoy sonriendo.
—Por favor, dime que no encontraré mi Audi lleno de peluches.
—¡Aborten misión peluches! —ordena Omi al otro lado y mi sonrisa se agranda—. ¡Saquen los peluches del Audi ya mismo y devuelvan a su lugar la cerradura!
—¡Necesito estar enojada contigo! —le digo, enojada.
—¡¿Por qué?! —Ahora su tono es de decepción.
—¡Tú sabes por qué!
—Intentémoslo otra vez —propone—. Ayer no ayudó tu Hoja de vida.
—Esa no es mi Hoja de vida.
—No mates cruelmente mis ilusiones, Ivanna. Quiero escucharte decir cosas sucias en francés.
—¿Sí? —Juego con un mechón de mi cabello—. Bain public —empiezo—, Chaussure avec caca sur la semelle et Couche de vieil homme qui a la diarrhée.
—Oh, eso sonó tan sexi —dice y echo mi cabeza hacia atrás, carcajeándome.
—Lo primero fue «Baño público», ¿cierto? —deduce y aunque no me puede ver asiento con la cabeza sin poder parar de reír—.De acuerdo, eso sin duda es sucio.
Doy la vuelta a mi silla otra vez hacia la oficina, limpio una lágrima que sale de mi ojo derecho y trato de controlar una tos repentina. Hace mucho no reía de esta manera.
Grisel, de pie en la puerta, esboza una sonrisa más amplia que la que le vi al entrar. Le gusta verme feliz.
—Regreso después —gesticula en mi dirección y vuelve a salir de la oficina para darme privacidad.
—Gracias —le digo a Omi—. Me carcajeé como desquiciada, hasta se me salió una lágrima y hoy no pensaba llorar de la risa. Al contrario.
—¿Qué?
Su respuesta es amable pese a denotar asombro y me arrepiento de inmediato de lo que dije. Me avergüenzo notoriamente. «¿Por qué dije eso?» Lo solté sin más.
Trago saliva.
—Que hace mucho no reía tanto —digo, procurando sonar calmada.
—Y deberías hacerlo más seguido —otra vez su tono es amable—, tienes una bonita risa.
Aprieto mis labios, relajándome. «Por lo menos no se río de eso».
—Entonces... ¿almorzamos juntos? —vuelve a proponer.
—Almorzaré con mis amigas —lamento. «¿Por qué lo lamento?»—. Saldré de la oficina a mediodía e iré a hacer un par de cosas con ellas. Hoy... es el cumpleaños de mi madre. Tengo el día ocupado.
—¿Y mañana?
—Sí. Mañana sí —acepto.
—¿Comida tailandesa?
—¿Cuál es tu fijación con la comida tailandesa? —Me vuelvo a reír.
—Tengo un apartamento en Tailandia con piscina en el balcón —Lo dice natural, como si informara cómo está afuera el clima o todos tuviéramos un apartamento cerca del mar.
—Uau.
—Tailandia es increíble. ¿Entonces...?
—Está bien; comida tailandesa —acepto—. Hasta entonces —empiezo a despedirme, recordando que tengo mucho por hacer—. Que tengas... un bonito día.
—Que tengas un bonito día tú también —se despide. Pero no cuelga y yo no sé qué decir.
«¿Voy a tener un bonito día?»
—Lo intentaré —suspiro.
—¿Lo... «intentarás»? —Casi puedo ver respingar a Omi—. ¡Devuelvan los peluches al Audi! —le escucho ordenar—. ¡Repito mis ayudantes: devuelvan los peluches al Audi!
Cubro mi boca con mi mano para que ya no me escuche reír, vuelvo a decir «Hasta luego» y cuelgo.
Después me tomo unos segundos para relajarme, cojo el teléfono de la oficina y le pido a Grisel volver a entrar.
Cuando regresa ella todavía sonríe. Y yo también.
—Ya le pedí en cafetería desayuno, jefa —anuncia y a continuación gira los ojos hacia los arreglos florales.
—No son de Luca —aclaro.
—Oh. Pero son de alguien y eso es lo importante.
—Sí. Un posible socio —le resto importancia.
Grisel mira con agrado los arreglos.
—Sea lo que sea, me alegra.
—Gracias, Grisel. Y no me hagas mucho caso el resto del día —le advierto—, hoy soy un mar de emociones, estoy sensible, y es todo un acontecimiento porque ni siquiera lo soy cuando estoy menstruando. Eso es lo peor.
—Pierda cuidado, jefa.
El resto de la mañana trabajo en mi oficina, recibo a dos ejecutivos que también ven curiosos los arreglos de flores y evado contestar algo al respecto.
Que piensen lo que quieran.
No tengo porqué compartir noticias de mi vida con ellos ni nadie aquí. Pero sí me divierte que la cotilla ya no sea solo negativa. «Maléfica tiene un pretendiente» dicen, «Alguien se enamoró de Cruella», «¿Ahora a quién le ensartó los colmillos la loba?». Por lo que amino orgullosa cuando voy de salida, con el ego hasta arriba, sintiéndome guapa y deseada.
Y precisamente hoy.
Pienso en ello:
«Precisamente hoy... que lo necesitaba».
...
Miro en mi teléfono el video de Hung Up de Madonna mientras Simoné retoca mis uñas y Lina a cepilla mi cabello. El hermano de Grisel dijo que la rubia que acompañaba a Luca tiene el mismo corte de cabello que Madonna utiliza allí.
—Ese estilo lo popularizó Farrah Fawcett en los años setenta cuando participaba en Los ángeles de Charlie —dice Lina.
—O sea que esa está pasada de moda —masculla Simoné y la miro con humor.
—Simoné... —Que insista con el tema de «esa» solo me pone nerviosa. Más nerviosa. Ella y Lina me instaron a ver el vídeo.
—¿Te imaginas que sea una mujer mayor? —dice ahora—. ¿Qué Luca haya quedado tan Freak por tu culpa que ahora solo busque a mujeres mayores? —Dejo de verla con humor—. Pero que ahora sean mayores que tú. ¿Te imaginas que esté con una de cuarenta o cincuenta?
«Esa sería una gran venganza de su parte: estar con una mujer a la que no le importe hasta doblarle la edad».
Niego con la cabeza. Ya no quiero escuchar de es... «ella».
Busco con la mirada a Michelle, está recibiendo a una clienta y Victoria aún no regresa.
—No es buena idea estar sola con ustedes dos —le digo a Lina y a Simoné—. Son la esencia de la perrera en todo su esplendor, y yo, yo soy peor. Pero hoy...
Simoné me interrumpe:
—Cuando esa llegue y comprobemos que sí tiene más de cuarenta o cincuenta, nos miramos las uñas y decimos «Ay, qué confuso, ¿esto es un centro de salud mental o un geriátrico?
—Aún mejor —Lina salta en su lugar—: vamos con Luca y le decimos «Ay, qué linda tu abuelita».
Llevo una mano a mi cara en tanto Simoné y Lina se retuercen de la risa. Quisiera reír con ellas, burlarme de «esa» hasta el cansancio tal como lo hacía con Prudensa... pero esta vez es diferente. De montar un numerito, esta vez yo sería Prudensa y la novia de Luca tendría el favor de él, sería su prioridad mientras yo quedaría en ridículo. Además, Prudensa se lo merecía. «La acompañante», «Esa», «Ella» no me ha hecho nada y, contrario a lo que yo le hice, seguramente Luca es su adoración.
Tal como describió su comportamiento el hermano de Grisel, me tocará verla apoyar en todo a Luca, sin importar nada estar allí para él y... con él.
Al lado de él.
Tal como yo no lo hice.
Almorcé con la perrera y ahora están repartidas entre las actividades para hacer en el centro de estética y prepararme para más tarde.
En el salón, Victoria entra y sale de mi campo de visión enseñándome vestidos que trajo de su armario en el caso de que quiera cambiar el mío. Propone desde uno color ciruela más sexi, hasta uno color blanco más vistoso que el gris que elegí; pero insisto en que no es necesario. No quiero que Luca piense que me esforcé. No pienso «competir» con la rubia.
La perrera no lo comprende del todo porque tampoco saben del correo, para ellas lo que está en juego es solo lo sentimental, pero con que yo lo tenga presente es más que suficiente.
Tengo miedo, de él, y también de mí, y por eso hoy debo verme entera.
Melissa, la media hermana de Victoria, vino desde el otro lado de la ciudad solo para maquillarme. Es la mejor en eso. En el salón la extrañan, pero del mismo modo la envidian de buena manera por hacerse cargo de su vida y volar lejos.
—Listo —dice, girándome hacia el espejo en cuanto estoy lista.
Pese a insistir en no cambiarme el vestido, con mi cabello cepillado y maquillaje en manos de una experta, me veo impresionante. Pero, qué más da lo que piense Luca... hoy es el cumpleaños de mi madre. Hoy soy la hija de Babette.
...
03:20 P. M.
A pesar de lo segura de mí misma que me sentí en Doble R y la determinación que me invadió en el centro de estética, al llegar al Hospital de salud mental Las Azucenas bajo del Audi nerviosa.
Si no hubiera cenado bien anoche estaría de vuelta con mi gastroenteróloga.
Al bajar de su propio coche, Michelle me pregunta algo y tiene que repetirlo porque me distraje con mis pensamientos y no escuché bien. No obstante, tanto ella como el resto de la perrera no reparan en ello y otros errores de planificación que cometí durante la semana y me ayudan a resolver cada percance de última hora.
En la sala que las enfermeras dejaron libre para la reunión, preparamos el mobiliario, acomodamos los regalos, recibimos la comida y al mago encargado del espectáculo, y más tarde vemos a las enfermeras entrar uno por uno a los enfermos con buen comportamiento; quienes, en algún momento, también han convivido con Babette.
—No te toques demasiado el cabello —me regaña con voz maternal Victoria y asiento.
Cada vez me siento más nerviosa, pero constantemente también levanto la cara para recuperar la seguridad que sentí al salir de Doble R.
«Debo mostrarme entera», me repito. Sin embargo, constantemente siento en mi hombro o espalda una mano de mis amigas cuando me miran pensativa o con la cara hacia la puerta.
Pero ¿cómo no pensar o ver cada minuto la puerta?
«¿Cómo?»
A las cuatro de la tarde vemos entrar a Babette a la sala del brazo de una enfermera y todos aplaudimos. Viste de lentejuelas, volviendo a ser, cuando menos hoy, la Babette Pinaud que adoraba las fiestas. Sus ojos brillan al ver el número 72 pegado a la pared, rodeado de globos que tienen grabada la torre Eiffel, el arco del triunfo o la catedral de Notre Dame. Impaciente por querer verlo todo, expresa su felicidad en francés y yo sonrío y aplaudo más fuerte.
—Le beau Paris!
Con mis hombros temblando, lágrimas de emoción saltan de mis ojos al verla tan feliz. Y de nuevo siento manos reconfortantes en mi espalda, pero corro a abrazar a Babette. La sujeto con fuerza.
Y ella, buscando mi cara, manteniendo una sonrisa cálida me dice:
—Ne pleure pas. Tu es aussi belle reine que Marie-Antoinette.
«No llores. Eres una reina tan hermosa como María Antonieta».
—Pero ella perdió la cabeza —digo.
Pero a Babette, sin importarle, perdida en su propio mundo me abraza y eso solo me hace llorar más.
—Mère —la llamo por primera vez en años y su abrazo languidece.
Recuerdos de cómo la vi ir perdiendo la comprensión de todo regresan a mí, golpeándome.
—Mère —repito con dolor y al separarse de mí su cara arrugada se torna confusa—. Mère.
«MAMÁ».
Enseguida, dos manos, también arrugadas, sujetan las mías y tiran de mí con gentiliza para alejarme de Babette que, por igual, es consolada por una enfermera.
Un «Chist» tranquilizador inunda mi oído, junto con un «Ya pasó».
Es la voz de Pipo.
—En estos momentos extraño nuestras fiestas de whisky con Ginger Ale —bromea, llevándome con él al fondo de la sala.
Allí me da un abrazo y me repite que «Ya pasó».
—Me descontrolé, yo estaba bien —digo, todavía llorando—. Yo-yo siempre estoy bien, Pipo —intento convencerlo—. Yo siempre estoy bien.
—Lo sé. Todos aquí lo sabemos —continúa tranquilizándome él—. Estás rodeada de amigos. Esto no es Doble R, cariño. Aquí nadie está juzgándote ni apostando en qué momento te vas a derrumbar. —Lo abrazo más fuerte—. Aquí no está Rodwell, ni Lobo, ni Mago Perman... o el mismo Luca. Aquí puedes llorar.
La siguiente media hora la paso al lado de Pipo, los dos sentados en el fondo de la sala agarrados de la mano, mirando a Babette y a otros enfermos resplandecer de felicidad con el espectáculo del mago.
—¿No tengo la cara verde? —me pregunta Pipo y me vuelvo hacia a él negando con la cabeza—. Seguimos ensayando Wicked y ahora soy la Bruja mala del Oeste, pero, aquí entre nos, a veces me siento Shrek.
Vuelvo a mover con negativa la cabeza, riendo.
—En serio, mira; tengo panza... Ahora la ves —Pipo sume el estómago— y ahora no la ves.
—Te ves bien —lo regaño apretando con fuerza su brazo y él planta un beso en mi frente.
Con un gesto de su mano señala la mesa de regalos al otro extremo del salón.
—Mi regalo es el más brillante —lo dice con orgullo—. Lo envolví en papel dorado y dentro hay un hermoso suéter de lana. De esos que usamos con frecuencia los ancianos.
—Tú no eres un anciano —lo vuelvo a regañar alcanzado con mis dedos su nariz para apretarla—. Eres un jovencito travieso. Ni sabes en el lío que me metiste con la Hoja de vida de broma.
Pipo respinga.
—Dios, ¿qué hiciste?
—Se la envié a un par de empresas creyendo que era la verdadera y ayer se la presenté a un posible socio que se río de lo lindo a costa de mí.
—Pero yo te dije que el archivo que lleva la palabra «real»...
—Ya no importa —digo, dejando caer mi cabeza en su hombro—. Esas empresas no son las únicas que existen y, de todos modos, con el socio todo marcha bien.
—Me alivia escuchar eso.
No le platico de Omi a Pipo y tampoco actualizo con información a Victoria, todavía no; que, sumándose al fondo de la sala conmigo y Pipo, no deja de disculparse por no decirme desde el principio sus verdaderas intenciones: quiere animarme a salir con Omi.
El resto de la perrera del mismo modo se aproxima. Lina para retocar mi maquillaje, Michelle para proponer dónde colocar a cada mimo pintacaritas y Simoné para seguir organizando la tercera guerra mundial:
—Cuando esa llegue yo la iré a saludar de primero.
—No vamos a hacer nada, Simoné —le pido, tomándola de las manos para que se relaje y exhala con frustración.
—Tú déjalo todo en mis manos, ¿de acuerdo? —me promete, yendo a plantar guardia en la puerta.
—Déjala —me dice Lina—. Es la que más se enfadó al verte llorar.
—Pero no fue por...
Lina, terminando de retocar mi maquillaje, vuelve a colocar el pintalabios sobre mis labios para que no hable.
—Nosotras nos encargamos —promete, al igual que Simoné.
Pero, conociéndolas, preferiría que Michelle o Pipo estén en la puerta.
Me incorporo a la reunión. Tomando mi papel como anfitriona, platico con las enfermeras y les ayudo a dar de comer a algunos enfermos. Así, mientras la hora de la comida pasa, el primer mimo en llegar toca música parisina en un acordeón, y, por fortuna, es lo suficiente agradable como para, al igual que el espectáculo del mago, aportar calidez al ambiente.
Me vuelvo a acercar a Babette en la primera oportunidad que tengo y esta vez procuro no incomodarla. Ella sonreí y para mi fortuna no pregunta por «Ivanna».
A las cinco de la tarde estamos listos para que los demás mimos se integren a la reunión y comiencen a pintar con dibujos sutiles las mejillas de los enfermos y las enfermeras.
Al entrar el tercer mimo, deja caer su caja de pinturas y estas ruedan por el piso, pero lo toma como si fuera parte del espectáculo, recoge las que tiene a su alcance y continúa avanzando para apurarse a ayudar a sus compañeros.
En minutos cada uno está ocupado con un enfermo o enfermera, y Lina, que también le gusta maquillar, les ayuda a dibujar flores, corazones o mariposas en frentes y mejillas.
No puedo negar que repetidamente miro hacia la puerta. Cada que veo asomarse a alguien, contengo la respiración y trato de armarme de valor. Pero hasta ahora es solo algún doctor, personal de intendencia u otros enfermeros o enfermeras.
A las cinco y media llega Grisel con otro bonito regalo para Babette, se disculpa conmigo por llegar tarde, pero sé que no pudo estar aquí puntual debido al horario de Doble R. Y es que, hubiera sido sospecho o contraproducente que las dos saliéramos de la oficina antes de la hora de salida.
Le ofrezco aperitivos, bebidas y sin más para hacer se une a Lina para ayudar a los mimos a pintar caras.
No me preguntó por qué aún no llega Luca, tampoco me hizo sentir incómoda al respecto y se lo agradezco. No necesito más de once pares de ojos atentos a la puerta.
—Estaré bien —le digo a la perrera que se sienten preocupadas porque Luca no llega.
Aliso mi vestido con mis manos a ratos y me obligo a no distraerme demasiado. Como anfitriona sigo atendiendo a los invitados de Babette y a ella, que continúa viéndose radiante en lentejuelas.
—Todavía hay tiempo —dice Michelle.
—Tal vez se le presentó algo —justifico—. Aunque es una pena, me hubiera gustado que lo conocieran —le digo a la perrera que claramente se muestran desilusionadas.
—Te dejó plantada —masculla Simoné, molesta—. Ahora no me interesa conocerlo.
Victoria asiente.
—Algo... debió presentársele —insisto.
—O solo quiso ilusionarte con que iba a venir —persiste Simoné.
—Me lo merezco.
—Lo que le hiciste ya pasó, Ivanna —me regaña Victoria—. Él debería superarlo. Le molestaba que lo llamaras «niño», ¿no? Pues madurar también es aprender a superar las cosas. No debió decir que iba a venir si no lo haría.
Mis amigas están enfadadas, pero Pipo y yo no opinamos. Los dos, habiendo hecho sufrir a Luca, somos conscientes de que lo merezco; y, sea como sea, la ilusión de volver a verlo fue linda mientras duró y me siento orgullosa de haber tenido el valor de esperarlo.
Dejo a la perrera continuar con sus quejas y, preocupada de que Babette o algún otro enfermo tropiecen con las pinturas que dejó caer el mimo cuando entró, busco una por una las que quedan por recoger.
Mirando el piso, camino de un rincón a otro buscándolas. Le pregunto con discreción al mimo y dice que tiró diez, recogió cinco y yo ya tengo en mi mano tres. Por lo que solo faltan dos, la de color rojo y la azul.
—Y precisamente falta mi color —musito, inclinándome para buscar.
Indago despacio el piso bajo las mesas y respingo al ver la pintura de color rojo cerca de una al lado de la puerta. Me acerco a agarrarla, y, aprovechando, miro un poco más allá con la esperanza de que al igual que esta encontrar la de color azul.
Los murmullos de la gente se apagan pero no le doy importancia. Sucede cada que el mimo que toca el acordeón empieza una nueva melodía.
Camino a gatas bajo la mesa continuando mi búsqueda sin éxito. «Aquí no hay nada». Por lo que aparto el mantel y salgo de nuevo a la sala con cuatro de las pinturas en mis manos. Dos en mi mano izquierda y dos en mi mano derecha. Y también, debido a eso, no consigo apoyarme como se debe en el piso para así ponerme de pie; trastabillo casi cayendo de bruces, pero en seguida una mano me sujeta del codo y me ayuda a terminar de incorporarme.
—Gracias —río, consciente de que casi hago un espectáculo yo misma por culpa de las pinturas y no dejo de mirarlas para al menos no dejar caer ninguna.
No obstante, la misma mano de dedos largos que me ayudó se estira en mi dirección mostrándome la pintura que me falta.
Miro con diversión el pequeño frasco con tapa color blanco, envase transparente rotulado con letras doradas «Maquillaje de fantasía», y, en este caso, de contenido azul.
—Ah, la encontraste —digo, suspirando con alivio y agarro la pintura.
Y, al hacerlo, mis uñas pintadas de rojo recorren la mano extraña desde la parte baja del dedo pulgar hasta pasar por arriba del dedo índice y el dedo del corazón. Los dos escasamente impregnados con fragmentos de tinta color negro.
Y no es la primera vez que los veo de esa manera. Sucedió cuando lo tuve frente a mí el primer día en mi oficina, al verle anotar mis instrucciones en una horrible libreta, entonces me percaté de que es algo constante en él mantener de esa manera los dedos y las uñas, debido a que la noche anterior sin duda estuvo dibujando.
«Son... los dedos de un pintor».
«Los dedos de un dibujante».
Miro por encima y de la mano extendida con la palma hacia arriba voy a la manga color blanco de una fina camisa, luego un saco color gris oscuro, también con una costura de sofisticados acabados; y, sin dejar de mirar, con mi pecho palpitando me apresuro a ir más arriba.
Poso mis ojos en su cuello y reparo en la corbata sin apretarse del todo a este, señal de que quizá consideró quitársela. Luego su cuello de piel blanca tersa, su mentón cuadrado, su boca con labios apenas agrietados.... su nariz perfilada... y sus ojos color marrón.
Sobre su frente apenas caen dos mechones de cabello.
Lo miro con temor.
Debe ser porque mis tacones no son tan altos, pero esta vez siento que me saca varios centímetros de altura. Su cabello castaño luce más largo; pero, salvo por los dos mechones, está peinado del mismo modo: en olas; y, tal como lo hacía cuando aún trabajaba en Doble R, al volver a verlo de arriba abajo confirmo que viste traje completo. No sé si aún lo necesita, si se debe a la ocasión o... simplemente está acostumbrado.
Por lo demás, su porte, aunque ahora refleja más seguridad, todavía es afable.
Esperaba una cara larga, tal vez una mirada de odio, pero parece relajado y cuidadoso con su forma de mirarme. Aun así, su boca, esa con la que tanto soñé, permanece semi abierta ¿Quiere... decir algo? Por ello, con mis labios temblando, de igual forma trato de saludarlo.
Lo hago sin dejar de verlo a los ojos.
Pero antes tengo que tragar saliva y repasar con mi lengua mis labios.
—Ho... hola, Luca.
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