Capítulo 4
Jim abrió los ojos, topándose con aquel chico otra vez.
Dió un brinco y salió de bote, cayéndose de cabeza en la arena.
— ¿Qué...? —empezó a decir el chico mientras se frotaba los ojos.
—¡A tí se te llevó esa cosa!, ¡¿qué haces aquí?! —gritó Jim estupefacto.
—¿Qué?, ¿a qué te refieres...? —dijo el chico mientras se estiraba—. Ou, ya me acuerdo. Nada, esa cosa me tiró encima de el bosque, donde ví a un chico moreno que...
—¿Un chico?, ¿y dónde está?
—Ahora mismo en el estómago de una planta extraña. Pero déjame continuar... —dijo enseñando el dibujo de la criatura—, resulta que segundos después de que esa criatura me lanzara allí, ví al chico. Luego una planta llena de bulbos salió del agua y desmembró al pobre. Pensándolo bien, deberías haber escuchado el grito...
Asintió. La noche anterior lo había oído a la perfección.
—Bueno... creo que no nos han presentado —dijo el chico dándole la mano—. Mi nombre es Mathew, Matt para los amigos.
—Jim —dijo éste.
—Vale Jim. ¿Dónde crees que estamos?
Jim se encogió de hombros. Una isla donde habían dinosaurios y plantas que devoraban personas... no figuraría en ningún mapa.
—Deberíamos buscar ayuda, estamos aquí tirados sin hacer nada. Y eso no es productivo.
Matt asintió y paseó por la playa.
—Por casualidad no tendrás cerillas, ¿verdad?
Jim negó con la cabeza.
—Pues... creo que con... —susurró Matt.
Matt sacó de su bolsa unos frascos. Recordaba cómo su tío le había enseñado una vez a hacer fuego con una lupa, si reflejaba lo suficiente la luz solar y la concentraba en un punto fijo...
Juntó unas ramitas y unas hojas secas. Cuando lo tuvo todo a punto, colocó un frasco para que reflejara la luz.
Jim se acercó al bote. La caja y el terrario seguían allí.
— El Necronomicón, busca el Necronomicón...
Jim giró sobre sus talones.
—¿Qué me decías? —preguntó Jim a Matt.
—¿Qué?
—Te he preguntado qué me habías dicho.
—Yo no he dicho nada. ¿No ves que estoy ocupado?
Jim suspiró. Su cerebro seguramente le había jugado una mala pasada.
—El Necronomicón, busca el Necronomicón...
Suspiró.
—Oye Matt, esto no tiene gracia. ¿Qué es ese Necronomicón del que tanto hablas?
—¡Eureka!, ¡por fin he hecho fuego!, un momento... ¿Necronomicón?
Matt miró a Jim, extrañado.
—No tiene gracia —dijo Jim mascullando entre dientes.
Matt se levantó y miró a Jim a los ojos.
Sabía sumar dos y dos.
Esa criatura que se lo había llevado encajaba en la descripción de una de las bestias de Lovecraft, por lo que si una era real... debería haber más.
El Necronomicón era una invención de Lovecraft, un libro repleto de rituales e instrucciones oscuras junto con ilustraciones de monstruos horripilantes.
Un libro maldito.
—Pues claro que no tiene gracia, ésto es una cosa muy seria. Esa cosa, ese ser, que me cogió y me lanzó al bosque era, probablemente, de una inteligencia mil veces más desarrollada que la de nosotros. Y ese libro...
—¿Libro?, ¿qué libro? —preguntó Jim.
—El Necronomicón.
Al decir eso, unos hombres vestidos con ropa que parecía del siglo pasado, salieron de la espesura y les apuntaron con pistolas con engranajes, armas extrañas e incluso con una ballesta que lanzaba calcetines.
Jim se quedó en blanco.
Matt agarró su cuaderno y sus cosas y las metió en su bandolera. Acto seguido puso su contraseña.
Su bandolera era su objeto más preciado y para colmo vivía en la ciudad con más robos del mundo, por lo que no iba a tolerar que se la quitasen...
Así que puso una cerradura numérica en el cierre.
Jim agarró la caja con las tortugas. Se había encariñado terriblemente con esos pequeños animales, así que no iba a dejarlos allí.
—¡Tirad las armas extranjeros! —gritó uno de ellos en francés.
Matt y Jim se miraron. Ninguno sabía Francés, así que no habían entendido nada.
—¡Tiras las armas rufianes! —gritó otro en español.
Matt había ido a clases de español hacia tiempo... pero no se acordaba de nada. Y Jim ni siquiera había tenido oportunidad de hablarlo.
Una chica se abrió paso entre todos y miró a los dos con detenimiento.
—¿Lleváis armas? —preguntó en perfecto inglés.
—¿Armas?, acabamos de naufragar —dijo Jim.
—No —dijo secamente Matt, respondiendo a la chica.
La chica los miró entrecerrando los ojos.
—No es posible que hallais venido por el mar —gritó alguien en inglés.
—Exacto, por mil demonios. Deben ser de la colonia de los duques, mirad la ropa —gritó otro.
La chica mandó silencio. ¿Cómo era posible que tuviera tanto poder entre aquellos hombres?
—El gamuzo. Dámelo —dijo la chica señalando la bandolera.
—En cuanto me digas una razón lógica para fisgonear en mis cosas te lo daré. Mientras tanto es de mi propiedad por lo que no os voy a permitir que lo toquéis, tengo estudios e ilustraciones de suma importancia para la ciencia, y son muy delicados.
La chica lo miró desconfiado.
—Nuestra colonia es medianamente "pacifica", así que no toleramos que entren personas que no conocemos con armas. ¿Esa es la razón que me pedías?
Jim aún seguía aferrado a la caja. El terrario estaba dentro, se había molestado en meterlo la noche anterior. Tenía los nudillos amarillos de tanto hacer fuerza.
—Si no me rompeis nada podéis registrarla. Pero nada más.
—Te doy mi palabra. Sé lo que puede significar la ciencia para una persona.
Matt se relajó un poco y le entregó la bandolera abierta a la chica.
Acto seguido la chica empezó a rebuscar en su interior.
—¿Qué es esto? —dijo mientras sujetaba un rectángulo de cristal.
—Mi teléfono mobil. Sirve para... —y entonces sus ojos se ensancharon— ¡Hablar con mi padre!
—Hmm —profirió la chica entregándole el teléfono a Matt.
La chica siguió rebuscando mientras Matt intentaba llamar a su padre.
Jim mientras tanto se preguntaba... ¿Ése rectángulo de cristal era un teléfono mobil?, solo recordaba haber visto un teléfono en su vida... uno fijo que tenía la cuidadora en el orfanato.
—No he encontrado nada sospechoso.
—Eso faltaba —dijo Matt exhalando.
La chica se giró hacia el bosque y le dirigió una mirada fugaz a Jim.
—La razón por la que estamos aquí es porque resulta, que mi hermano, un científico aplicado cien por cien a su trabajo, ha desaparecido buscando un libro.
—¿No será...? —dijo Matt ajustándose sus gafas.
—Ese libro del que hablabas —dijo la chica señalando a Jim—. Un libro llamado Necronomicón.
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