Capítulo 2
Jim se despertó por el sol abrasador, notaba la piel seca y salada además de rugosa por la sal.
Notaba como tenía las extremidades adormiladas, junto con su cerebro, que casi no le respondía.
El bote estaba completamente quieto... un momento.
¿Un bote quieto, sin hacer el menor movimiento en el mar?
Eso no era posible...
Jim se levantó, tambaleándose, observó alrededor y miró las sogas que lo mantenían atado al bote. Estaba en una playa, y las tortugas no estaban ahí.
Maldijo por lo bajo.
Salió del bote. Estaba desorientado y atontado.
A lo lejos, entre borrones verdes y naranjas, vió un destello blanco.
Empezó a frotarse los ojos, era demasiado molesto el no poder ver nada. Al rato, los abrió, y dio un pequeño brinco.
Delante de él había un bosque enorme.
En el suelo, el terrario de las tortugas, resquebrajado por un lado, descansaba en la arena de la playa. Las dos tortugas estaban ahí, andando en la arena como si nada.
Jim fué corriendo hasta allí, cogió el terrario vaciándolo de agua salada y metió cuidadosamente a las tres tortugas... ¿tres?, ¿no eran dos?
Entonces vió la razón de que hubiera una tercera tortuga, estaban surgiendo de la arena al lado suya. En el cielo las gaviotas se abalanzaban contra otros sitios de la playa, donde seguramente habría más tortugas.
No iba a dejar morir a esas tortugas el día de su cumpleaños. O al menos a las que tenía a su lado.
Fué corriendo al bote. En el terrario no cabían todas las tortugas.
Como si la suerte le sonriera, al lado del bote estaba la caja de transporte de animales que había visto en el barco.
Era más o menos de medio metro de altura, con espacio suficiente para todas las tortugas.
Corrió otra vez al sitio donde había dejado a las tortugas y las metió en la caja, con un poco de arena.
Se sentía bien, había salvado un par de vidas el día de su cumpleaños.
Las dos tortugas estaban chocándose con las paredes del terrario. Se diferenciaban del resto por las patas, unas eran con garras, mientras que las de la playa eran solamente aletas.
Fué hasta el bote y se sentó.
¿Dónde estaba? Seguramente en alguna playa de Estados Unidos. Aunque no conocía ninguna que tuviera un bosque justo al lado...
—¡¿Hola?!
Jim se giró hacia la voz. A unos cuarenta metros en la playa, un chico con pantalones de franela y con una chaqueta elegante que estaba sucia y empapada andaba torpemente hacia él.
—¡Hola! —gritó Jim moviendo la mano.
El chico se percató de Jim y empezó a correr hacia él.
—¡Hola!, ¡¿has visto a mi padre, un señor con barba y gafas?!
Jim se levantó de el bote.
—No he visto a nadie —dijo Jim al chico—. ¿Sabes dónde estamos?
El chico se encogió de hombros.
Jim suspiró y miró al bosque. Le había parecido ver algo moverse.
De repente, un lagarto pequeño y alargado salió de la espesura, caminando despreocupadamente por la arena.
—Eso parece... —murmuró el chico avanzando un paso.
—Una cría —dijo Jim con los ojos en blanco—. Parece una cría de dinosaurio.
Jim lo sabía bien. Había rondado por un museo dos días antes, viendo las exposiciones desde la entrada. Y la más característica fué la exposición de los dinosaurios.
Tenían maquetas de crías de dinosaurio, y ese lagarto que tenían delante era completamente igual. Una cría de dinosaurio real, de carne y hueso, ¿su cerebro le estaba gastando una broma?
—No puede ser, se extinguieron hace, como mínimo, dos mil años —dijo el chico haciendo un boceto del reptil en un cuaderno que llevaba.
—¿En la época de los romanos? —dijo Jim extrañado.
—He dicho como mínimo.
Entonces se le ocurrió algo a Jim.
—Sí aquí hay una cría, debe de haber dinosaurios adultos, ¿no?
Como respuesta, un lagarto enorme salió del follaje.
—¡Un raptor! —chilló el chico.
El reptil se asustó por el ruido, volviendo a la espesura seguido por su cría.
—Dime que tú también lo has visto —dijo Jim—. ¡Seguro que estoy soñando!
—No estás soñando. No sé dónde estamos, pero por lo que acabo de ver deduzco que habrá más como ese —dijo señalando el bosque—, así que será mejor que hagamos un refugio como podamos y fuego si es posible. Dentro de una hora no habrá luz.
Jim miró el bote. A las muy malas se podían ocultar debajo, como las tortugas en su caparazón...
—Ésto no puede ser real
—Pues lo és. Así que ayúdame o no viviremos para contarlo, esos...
De la espesura, una criatura con la cabeza piramidal y con tentáculos salió, moviendo una extrañas alas membranosas.
De improviso, la criatura echó a volar y agarró al pobre chico por los hombros.
—¡Aaaaah!
Jim saltó para intentar alcanzarlo pero no pudo, y vió cómo esa criatura se llevaba al pobre niño hacia el bosque.
Ya cuando no se veía ni a la criatura ni al chico, un grito desgarrador sonó en el bosque.
Era un grito humano.
***
En ese momento su cama del orfanato le parecía una cama de lujo en ese momento.
Había anochecido y Jim se había ocultado en el bote. Aunque eso no le daba protección, le hacía sentir un poco mejor.
No entendía que estaba pasando, y quería que acabara cuanto antes. Que fueran a rescatarlo.
Estaba pensando en su padre cuando se quedó dormido, aferrándose a su colgante.
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