Capítulo 14
Pixa y Jim se miraron aterrorizados.
¿Que eran qué?
—Pero no hablemos de eso aquí —dijo el jorobado mirando nerviosamente a la puerta, que separaba la caverna de la estructura—. Los wendigos de las cuevas están ahí. Escuchándonos.
Matt se acomodó las gafas y tragó saliva.
—¿Los dos, buscadores? —preguntó Annie.
—No hablemos de eso aquí —repitió el jorobado.
Antes de que Jim hiciera algo, la plataforma de roca en la que estaban se elevó unos centímetros del suelo, iluminando con un leve resplandor la parte inferior de la plataforma.
—¡Qué diablos! —gritó Matt tambaleándose.
—La misma magia que las alfombras de Persia —dijo el jorobado—. Aunque un poco concentrada. No es lo mismo levantar un trozo de lino o seda que una roca.
Jim se mantuvo en el centro, paralizado.
Tenía un poco de miedo a las alturas desde la última vez que... que... su cuidadora los había llevado de excursión.
***
Sucedió hacía tres años.
Jim fue al Empire State Building de excursión. Era la primera vez que iba (de excursión), y no quería defraudar a su cuidadora, por lo que se mantuvo al lado de ella en todo momento.
Desde que había entrado por la puerta un grupo de adolescentes mayores que él le habían estado poniendo muecas, mientras que él estaba con su grupo y no llamaba la atención.
O, al menos, lo intentaba.
Llevaba una sudadera (la misma que más tarde modificó para que fuera un abrigo de lana, y la que llevaba en la isla) bastante demacrada y sucia, además de unos pantalones vaqueros rotos y unas deportivas con las suelas pegadas con cinta aislante.
Eran unos zapatos que se había encontrado por ahí, tirados.
Porque no tenía calzado. La cuidadora no les compraba.
Jim andó junto al resto de los niños, al lado de la cuidadora y siendo seguido por el grupo de adolescentes.
Sólo se separó una vez.
Una.
Fue al baño por una urgencia, y al salir notó cómo lo agarraban y lo levantaban del suelo.
Lo llevaron en el aire hasta la azotea.
Estaban bastante cerca.
Ya en la azotea, los niños (no tendrían más de diecisiete años) lo levantaron sobre el borde, que aunque estaba enrejado, dejaba ver la caída que lo esperaría hasta caer al suelo.
Empezó a patalear y a chillar, llorando, y los adolescentes se rieron a carcajadas.
Él siguió pataleando y chillando, revolviendose como si estuviera endemoniado, hasta que los adolescentes le dejaron caer de bruces en la reja.
Durante un instante horrible, la verja cedió.
Jim empezó a caer al vacío, siendo observado por los adolescentes, cuando de repente, alguien le agarró de los brazos.
Alguien... o algo.
"Un maniquí" Pensó Jim.
Y es que parecía eso. Un maniquí.
Era una figura sin rasgos ni detalles de color blanco, que no tenía ningúna arruga ni ningún detalle que indicara que éso que tenía era piel humana.
Parecía plástico. Sólo que carnoso.
La criatura, que parecía un humano completamente desnudo, lo dejó delicadamente en el suelo y se volvió con odio hacia los adolescentes, los cuales salieron corriendo despavoridos.
Uno chilló algo acerca de un hombre delgado, y el maniquí le dirigió una última mirada a Jim.
No tenía cara tampoco. Más bien, su cara era un borrón confuso que difuminaba cualquier detalle.
Y ahí se quedó Jim durante una hora. Llorando en el suelo, hasta que los de seguridad le encontraron y le ayudaron, debido a que habían cámaras que habían captado el "secuestro".
Lo único que no preguntaron a Jim, era por qué en la grabación él salía levitando cuando había estado a punto de morir.
No salía el maniquí.
No aparecía.
***
La plataforma de roca avanzó un par de metros, hasta una puerta (más pequeña que la primera) hecha de planchas de madera podridas.
—Entrad —dijo el jorobado bajando lentamente.
Jim bajó de la plataforma y se apoyó en la pared de la puerta.
Estaba pringosa.
—No me gusta éste sitio —dijo Matt—. ¡Y no entiendo por qué estamos buscando un maldito libro!
El jorobado sacó un manojo de llaves de un material verdoso parecido al jade y golpeó la puerta con ellas pata llamar la atención.
—No es un libro cualquiera —dijo con la voz ronca—. Ese libro es la fuente de poder de ésta isla y la fuente de todas las criaturas que la pueblan. Incluidos vosotros.
Annie frunció el ceño.
—¿Por alguna casualidad ha pasado por aquí un niño de más o menos mi estatura, con el pelo negro y unas ojeras notables? —preguntó haciendo señas con las manos.
—Tu hermano no está aquí, Annie Lewinsky —dijo el jorobado abriendo la puerta.
Annie abrió los ojos de par en par, mientras que el jorobado abrió la puerta con un sonoro crujido por parte de las bisagras.
—¿Alguien puede explicarme lo que pasa aquí? —preguntó Jim adelantándose algo al grupo.
El jorobado ladeó ligeramente la cabeza, mostrando amenazadoramente la capucha, y apuntó otra vez a Jim con su dedo huesudo y verdoso.
—Tú —dijo con la voz grave—. Tú eres parte de la profecía de la fantasía. Sólo una. Ella en cambio —dijo señalando a Pixa y bajando el tono de voz— es la segunda parte.
Annie susurró algo, consternada.
—¿Qué? —preguntó Matt.
—Ésto no puede estar pasando —susurró Annie—. ¡La profecía no debe cumplirse! ¡En esta época no! ¿No ves lo mal que está el mundo? Ellos no deben ser las partes de la profecía.
El jorobado le dedicó una estridente carcajada, y cuando todos hubieron entrado, cerró la puerta con llave.
—Niña ingenua... —susurró el jorobado—. La profecía estipula que dos almas, una dolorida, y otra incomprendida, deben ser las partes de ésta. ¿No lo ves?
Annie miró a Pixa.
—¿Una alma incomprendida y... —Y le dirigió una mirada extrañada a Jim—... una alma dolorida?
Jim bajó ligeramente la cabeza, apesumbrado.
Había sufrido mucho.
Tanto física... como emocionalmente.
Y pensaba que tal vez, con Matt ese dolor se hubiera ido. Pero no.
Puesto que Matt no era su amigo.
Sólo eran compañeros de naufragio.
—Ha sufrido muchísimo más que tú, niñata —dijo el jorobado—. Así que cuidado con comparar tu vida con la suya.
Annie le dirigió una mirada triste a Jim, el cual seguía con la vista fija en el suelo.
Esas mejillas huesudas le daban un aspecto demacrado que le parecía triste.
—Dejémonos de tonterías. Las traiciones de la profecía no deben importaros ahora —dijo el jorobado señalando la amplia sala en la que estaban.
Era... una biblioteca.
Tan grande y majestuosa que nadie se percató de las últimas palabras del jorobado.
Una enorme.
Incluso más grande que la privada de Matt.
Muchísimo más grande.
Las columnas de roca amarillenta y porosa le daban un aspecto muy antiguo y sabio al lugar, además de las vigas que surcaban las paredes.
Matt se quedó embobado mirando la bóveda de la biblioteca, que tenían dibujos de constelaciones representadas sobre un fondo oscuro que parecía el material del que estaba fabricado el techo.
¿Obsidiana, tal vez?
¿Lapislázuli?
Nadie lo sabía. Ni el jorobado.
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