Capítulo 10
¿Cuánto llevaban caminando, días, semanas?
¿Horas?
Matt se había quitado el chaleco (que era elegante pero solo estorbaba) y se lo había puesto en la cabeza, a modo de turbante.
Annie avanzaba con su ropa olgada (la cual parecía muy comoda) por la arena, sin que ésta se metiese en el interior de la tela gracias a que se había puesto dos gomas para el pelo en los brazos, sellando así el acceso al aire y, claramente, a la arena.
En cambio Jim... se había quitado su chaqueta vaquera, y se la había puesto en la cabeza igual que Matt pero... se estaba "asando".
Llevaba pantalones largos, deportivas, una camisa y un forro polar debajo de ésta.
En Nueva York hacia mucho frio en invierno.
Jim, al llegar hasta allí y ver que no podía más por el calor, se quitó el forro polar, quitándose así una buena cantidad de relleno.
Parecía uno de esos niños que sufrían de desnutrición.
Las costillas se le remarcaban a la carne, el estómago estaba demasiado contraído como para tener espacio para la comida... Jim estaba en las últimas, literalmente.
Matt mantuvo la mirada en el estómago de Jim.
Él, gracias a que era de una familia de clase media/alta comía en abundancia, y hasta tenía un poco de barriga que le colgaba perezosamente pero... se le contraía el corazón al ver a Jim así.
En su mente no paraba de preguntarse... ¿Qué le habrá pasado?
A pesar de su estado físico, Jim aún llevaba esa caja de tortugas, ese pequeño terrario que su contenido le podría servir para hacerse un estofado y rellenar así su estómago.
Lo llevaba balanceando de un costado, atado como la riñonera de Matt gracias a una liana de la selva que habían dejado atrás.
Pobres tortugas. Morirían, seguramente.
Y encima, Jim, en su demostración de buen ser humano, gastaba cada pocas horas un poco de su agua en mantener hidratadas a sus dos pequeños animales, manteniéndolos con vida.
Jim le tenía mucho cariño a esas tortugas, quizá demasiado. Pero... ¿quién era Matt para juzgar a un pobre chico desnutrido?
***
Se hizo de noche.
El ambiente era fresco, un ambiente que alegraba el alma después de haber pasado por aquel infierno llamado día.
Algunos pájaros pasaban volando de aquí para allá, perezosos, sabiendo que probablemente morirían al poco tiempo.
Jim apartaba la posibilidad de que fuesen buitres, listos para comer y desgarrar hasta el tuétano de sus huesos.
Si es que aún le quedaba algo de tuétano.
—Tengo barras energéticas y sobres de frutos secos. ¿Qué queréis?
—Dale mi parte a él —dijo Matt mientras señalaba a Jim y leía su cuaderno de campo.
Annie pareció desconcertada.
—De eso nada, las raciones son iguales para todos —dijo Annie aún tendiéndole la barra a Matt.
Matt cogió la barra y se la dió a Jim bajó la mirada de Annie.
—¿Te has vuelto loco? Vas a morir si no comes nada —le espetó Jim.
Matt se giró hacia el.
—¿Crees que no he visto por qué no te quitabas ese polar?, ¿Crees que no he visto tus costillas y tu estómago? —le gritó Matt—. ¡Tú si que vas a morir!
Jim se quedó paralizado en el sitio.
Posó su vista en las tortugas.
—Matt eso ha sido... —empezó Annie.
—Necesario —dijo Matt.
—Iba a decir cruel —dijo Annie mientras masticaba un trozo de maíz seco.
Matt volvió la mirada a su cuaderno.
Nadie habló por el resto de la noche.
***
Jim soñó.
Soñó con el Gólem.
Éste le recogió lentamente, lo levantó por encima del mundo y le preguntó:
—¿Qué ves?
"Muerte" le respondió Jim.
—¿Qué oyes?
"Lamentos" le respondió Jim.
—¿Qué sientes?
"Odio" le respondió Jim.
—¿Puedes hacer algo para cambiarlo?
"No" le respondió Jim.
—En eso te equivocas —dijo el Gólem.
Necronomicón. Necronomicón. Necronomicón.
Jim se aferró la cabeza y cayó al suelo hincando las rodillas.
Necronomicón. Necronomicón. Necronomicón.
Jim empezó a gritar.
Jim, Jim, Jim...
***
—¡Jim! —le zarandeó Matt— ¡Jim despierta!
—¿Qué...? —murmuró Jim aturdido.
Matt suspiró y Annie se apoyó en su hombro.
—Creíamos que te atacaba algo, un gusano del desierto o algo por el estilo —dijo Annie—, gritabas como si te estuvieran arrancando el alma.
Jim recordó el sueño.
Se le había quedado grabado en la cabeza...
—Solo era una pesadilla —dijo Jim intentando levantarse.
—No lo parecía —dijo Annie.
Jim gruñó para sus adentros (le dolía el estomago, seguramente por la repentina aparición de comida en él) y se encaminó hacia el desierto.
Les quedaban dos días de marcha.
Pasaron los días, y por fin, vieron verde.
Prados verdes.
Y a lo lejos, personas, personas muy pequeñas que andaban de aquí para allá transportando carretillas y picos.
Matt seguramente habría perdido dos kilos, Annie parecía estar igual pero Jim...
Necesitaba atención médica.
Había empezado a vomitar hacía un par de horas, y, aún así, el estómago aún se le revolvía.
Llegaron corriendo hasta allí, y lo último que vió Jim antes de que se desplomara sobre la suave hierba verde fueron unas personitas pequeñas que le llegarían a la altura de la rodilla corriendo hacia ellos.
"He perdido la cabeza" pensó antes de desmayarse por un golpe de calor.
***
—¡Socorro! —gritó Jim al despertarse.
Una mujer (muy pero que muy pequeña) le estaba poniendo un paño mojado en la cabeza.
Al oír el grito la mujer se encogió hacia atrás, lo que Jim aprovechó para saltar de la cama, desplomarse en el suelo y andar a duras penas hacia la puerta.
Sentía un dolor punzante en la parte inferior izquierda del abdomen.
Avanzó lentamente, logró salir a la puerta y ponerse de pie.
Eso era...
Tenía que ser un sueño.
Personas que no medirían más de medio metro andaban de aquí para allá, transportando carretillas llenas de piedras y cubos con agua sucia.
¡Bong!
Un cubo de madera le había golpeado en la cara.
En el suelo Jim vió cómo una chica rubia, de más o menos su edad, se asomaba tímidamente por el marco de la puerta.
Llevaba una cadena en el cuello.
—¡Por dios bendito! —oyó Jim detrás suya— ¡Maldita esclava, vete a tu morral!
Notó una mano caliente en la cabeza.
—¿Qué... quien? —preguntó Jim al aire mientras subía la mirada y notaba un sabor metálico en la boca.
Sangre. De la nariz.
—Tranquilo humano, ésta técnica curativa me la enseñó un español en uno de mis viajes —dijo la misma mujer que antes— se llama Reiki, y según sé, es muy poderosa.
El calor aumentó, pero no un calor sofocante como el del desierto, era más bien uno cálido y leve.
—Mi nombre es Petunia —dijo la mujer— y soy una enana.
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