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Capítulo 1

Jimmy se despertó en el mismo lugar de siempre. En el orfanato St Angel.

Su cama no era diferente a la del resto de los niños: estaba sucia, era de color amarillento, y estaba sostenida por encima del suelo con tuberías oxidadas y tablas de madera.
Desde luego la cuidadora no escatimaba en gastos.

Jim se levantó de la cama y se puso las zapatillas que había encontrado dos meses atrás en un contenedor de basura. El suelo estaba lleno de cristales y trozos de hierro oxidados, y la cuidadora no les compraba nada de calzado.

Jim bajó por las escaleras andando de puntillas, eran las cuatro de la mañana y si la cuidadora lo pillaba deambulando una hora antes de la hora de levantarse... le obligaría a limpiar los retretes durante un mes.

Al llegar a la planta baja Jim se detuvo. La televisión de plasma que la cuidadora se había comprado con el dinero del orfanato emitía ruidos extraños. Seguramente estaba dormida, pero... andaría con cuidado.

Caminó por el pasillo lentamente, un paso después de otro, acomodando las almohadillas de la planta del pie para no hacer ruido.

Después de lo que le pareció una eternidad, al fin llegó a la puerta de la casa.

Salió, cerrando la puerta lentamente y se dirigió calle abajo, hacia un contenedor de basura. Ahí tenía un skate casero hecho con una tabla y un par de ruedas de sillón que había ido recogiendo del vertedero.

Sacó su "skate" del contenedor que usaba como escondite. La cuidadora les arrebataba cualquier objeto personal que tuvieran, así que tenían que tener todos sus objetos personales escondidos.

Jim conservaba un colgante que le había dado su padre poco antes de morir. Si aún lo tenía, era porque había llegado al orfanato con doce años y había podido ocultarlo. Claramente a los bebés que llegaban allí les quitaban todo al pasar por el umbral de la puerta. Y más de uno moría al cabo del tiempo por inanición o por deshidratación.

Y la cuidadora siempre se libraba porque tenía "grabaciones", que demostraban que había cuidado del bebé. Resulta que era todo una mentira. Aunque hubo una vez en la que cuidó a uno de esos recién nacidos durante un año entero.

Esas eran las grabaciones reales. Las que había utilizado durante los juicios.

Jim acarició su colgante en forma de pájaro y se subió a su skate.

***

Las calles estaban desérticas, Jim se dirigía agazapado en el skate hacia el vertedero. Buscaría algo especial, era su cumpleaños.

Llegó a la verja metálica y se detuvo ahí, habían puesto un candado.
Eso era muy sospechoso, la anterior vez que había ido allí no estaba.
Saltó la verja y se detuvo otra vez. Había que andar con pies de plomo.

Caminó entre las montañas de desperdicios y basura que generaba la ciudad buscando algo interesante. Había encontrado cosas muy extrañas allí, desde un maletín lleno de relojes -del cual cogió dos, uno digital y otro analógico-, hasta un maniquí con una cabeza de caballo de plástico incrustada.

Caminó por la sección de reciclaje, buscando en los montones de papeles y de latas. En los de metal no buscaba porque, como se cortara con un metal oxidado, moriría por el Tétanos claramente. No le habían puesto vacunas para casi ninguna enfermedad a partir de los doce años.

—¡Quieto ahí, deténgase! —gritó una voz, seguida de una potente luz que lo deslumbró.

Jim bajó resbalando por la ladera de la montaña de basura, llegando a una extensión de hormigón con algunos barcos anclados en el agua.

¿Desde cuando había un puerto ahí?

—¡Alto, deténgase! —oyó desde detrás de unas montañas de desperdicios.

Jim miró a todos lados, invadido por el pánico y por la adrenalina.

A lo lejos, entre la oscuridad, le pareció ver la figura de un barco.

Corrió hasta el lugar y saltó, sin pensar en que su cerebro le hubiera podido jugar una mala pasada imaginándose aquello.

Aterrizó en una superficie rugosa. El barco era real, y con el todos sus posibles escondites.

Había dos a su alcance. Un bote salvavidas y un baúl de madera para transportar animales vacío.

Al ver un fogonazo de luz, Jim eligió el bote. La lona que lo cubría lo escondería unas horas, o hasta que esa persona se fuera.

Ya dentro notó un bulto en el fondo.
Al mirarlo con más detenimiento, Jim puso los ojos en blanco.

Era un terrario de plástico, con la etiqueta de un "todo a cien" aún en un costado.
Pero eso no era lo más impresionante.

En el medio del terrario, dos tortugas nadaban alegremente en una zona llena de agua.

Jim estuvo a punto se gritar de felicidad, pero se contuvo. La tortuga era su animal favorito.

Y ya tenía regalo de cumpleaños.

***

Habían pasado dos horas.

Seguramente la cuidadora no se habría dado cuenta de su salida hasta que llegara el momento de que la asistenta social llegase para hacer la revisión del mes.

Y menuda sorpresa se iba a llevar.

Condiciones insalubres, comida putrefacta, cristales por el suelo y niños sucios y malvestidos...

Sólo con pensarlo a Jim se le formaba una sonrisa en el rostro.

Estaba admirando las tortugas cuando un cajón le cayó encima, impidiéndole la salida.

La sirena del barco sonó, sentenciando así el destino del muchacho.

—No puede ser... —susurraba Jim nerviosamente.

Entonces, las dos tortugas se posaron en la pared de plástico,  como si lo estuvieran observando.

La visión lo entretuvo durante dos horas, con las tortugas nadando de aquí para allá...
Hasta que una sacudida lo devolvió a la realidad.

¿Lo habrían descubierto?

Otra sacudida.

¿Qué estaba pasando?

Entró un poco de agua salada por el borde del barco.
Entonces la lluvia empezó a caer estrepitosamente sobre la lona, causando un estruendo ensordecedor.

—¡Al agua!, ¡todos al agua, el barco se va a pique!

Y entonces la lona se destapó, dejando ver a unos hombres sorprendidos y agotados, empapados por la lluvia.

Y una ola se los llevó como si nada.

Se ató como pudo a unas cuerdas y se aferró a la pequeña cajita de plástico.

La tormenta tronaba en el cielo mientras que los rayos surcaban los nubarrones.

Genial, iba a morir el día de su cumpleaños.















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