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Capítulo 2 "Entre las hojas del viejo sauce"

Capítulo 2

"Entre las hojas del viejo sauce"

Era tarde y la piscina del colegio se encontraba desierta, tal y como a Kay le gustaba encontrarla; sin nadie mirando alrededor, dejando el gimnasio como el sitio perfecto para meditar y escuchar a sus demonios internos con claridad después de un ajetreado día entre libros y pruebas finales.

Contuvo la respiración a la vez que sentía como el agua ejercía presión sobre su cuerpo. Por lo regular, el primer minuto era un tanto caótico; sus pulmones sintieron la necesidad de liberar todo el oxígeno contenido dentro, para impulsarla a la superficie hacia donde la realidad era menos profunda y aterradora. Se mantuvo tranquila esperando a que la sensación inicial de asfixia pasara, para entonces relajarse dejando de apretar los párpados, sólo manteniéndolos cerrados mientras extendía los brazos caprichosamente, deleitándose con la agradable sensación de flotar en medio de la inmensidad del agua que reflejaba el intenso color zafiro que adornaba el fondo de la piscina.

Un minuto más y ya empezaba a desconectarse de todos los problemas adolescentes que cargaba sobre los hombros. Deberes, promesas rotas, almuerzo detestable y cualquier otra tontería que pudiera significar un gran obstáculo en vida, se vio desvanecida por lo dulce que era el latido de su corazón cuando empezaba a desacelerarse entrando en un estado parecido al del sueño. Su corazón empezó a bombear la sangre con mayor pereza, preparándose para mantenerla suspendida dentro del agua por unos minutos más. Ese era el punto en el que le gustaba estar. Los segundos se congelaban a su alrededor permitiéndole escuchar lo que pasaba dentro, sólo eran ella y sus pensamientos, compartiendo el espacio con su rabia, frustraciones y también la mayor parte del tiempo, alegrías. Era una mezcla confusa de sentimientos extraños los que la mantenían viva y le agradaba.

De a poco el latido de su corazón fue más pausado, pero aun así, sonoro, asegurándole que seguía hasta entonces en buenas condiciones, de la misma forma que cuando era pequeña. No encontraba cambios trascendentes ni señales de que su alma gemela estuviera cerca. Sólo latía, como todos los días, como cada mes del año, igual que cada minuto hasta ese momento.

La somnolencia la invadió; una vez más había fracasado en su intento por descubrir ese "algo" diferente que le sucedería a su corazón cuando estuviera listo para amar intensamente. Lo más seguro era que, aún entonces, no fuera el momento indicado para sentir ese vuelco inesperado del amor que golpeaba cuando estabas más desprotegido.

Aumentó 30 segundos a su cuenta regresiva, disfrutando de la sensación pacífica de estar suspendida sin atadura alguna que la llevara hacia ningún lugar y entonces abrió los ojos con lentitud, sin imaginar que el primer vuelco que su corazón daría, sería en esos 10 segundos antes de volver al mundo que seguía girando sin ella en la superficie, donde las cosas no eran tan calladas y mucho menos sencillas.

Frente a ella unos vivaces ojos almendrados la observaban de cerca con una marcada expresión de interés que bien podía confundirse con preocupación, en medio de la inmensidad del silencio.

Un centenar de pequeñas burbujas nublaron su vista después de soltar un grito ahogado que se perdió en la inmensidad gracias a la resistencia del agua que impidió que se propagara por el profundo estanque y algunos centímetros de oxígeno se escaparon de sus pulmones por la sorpresa de encontrarse acompañada sin saberlo. No estaba segura de cuántos minutos había estado ahí el extraño chico de la casa de al lado, pero tenerlo tan cerca, mirándola directamente a los ojos, hizo que su corazón saltara con impaciencia dándole la sensación de que se pararía en cualquier momento.

Al inicio Kay dedujo que lo que había experimentado era la misma sensación que cuando algo la asustaba, pero entonces se detuvo para escuchar con atención a su corazón. Puso la mano en su pecho aún debajo del agua y comprendió que ese vuelco no había sido causado por el miedo, más bien, parecía ser la inconfundible sensación que su madre había descrito años atrás cuando hablaba acerca del amor verdadero.

Se miraron unos segundos más cuando las burbujas que los separaban subieron a la superficie y entonces se encontraron atrapados en medio del agua color zafiro, sin ruido alguno que pudiera interrumpirlos. Ahí estaban los dos, rodeados de un halo celeste que los cobijaba satinando sus pieles pálidas, sin saber cómo comunicarse si no era a través de las miradas.

« Avellanas » Pensó Kay enfocándose en la hermosa mirada castaña que trataba de decirle sin palabras algo que no lograba entender del todo.

Nada, absolutamente nada importaba realmente además de ese par de dulces avellanas.

Brent se acercó un poco más extendiendo su mano hacia el rostro de Kay logrando que los movimientos involuntarios que sus brazos habían comenzado a hacer para mantenerla en el lugar donde estaba, se congelaran de inmediato, impidiendo cualquier reflejo que apareciera como resultado a su arbitrario comportamiento que indicaba un peligroso acercamiento.

« Sucederá, el travieso chico de ojos avellanas me besará » Se repitió mil veces en su cabeza paralizada por el miedo, preparándose para el momento en que sus labios colisionaran y entonces, pudiera desvanecerse en paz dentro del agua.

El roce de su mano con el rostro de Kay fue suficiente para detener su corazón. No importaba que la profundidad del agua le hubiera hecho perder la sensación de pesadez al mantenerla suspendida, de igual forma sintió que todo su cuerpo perdía las fuerzas y le rogaba por dejarse caer hasta el fondo de la piscina, donde el liso azulejo le serviría para sentir contacto con la tierra firme.

Estaba flotando, no en el agua, en el vacío, en medio de las nubes, muy lejos del centro de la tierra.

Iba a suceder, estaba preparada. Sus ojos se cerrarían, sus labios colisionarían en medio del sabor neutro del agua y las burbujas mezcladas provenientes de cada una de sus respiraciones aceleradas, ascenderían a la superficie con rapidez, igual que ellos cuando el oxígeno se les terminara y tuvieran que regresar al mundo real.

Kay entre abrió los labios ligeramente y entonces un pulgar apuntando hacia arriba frente a su cara fue lo primero que rompió de forma dramática su absurda fantasía de acercamiento bajo el agua.

La desilusión creció con rapidez en su pecho al reaccionar y darse cuenta de que la mano del chico sosteniendo su mejilla no era el paso inicial para acercar sus labios a los suyos, sólo se trataba de una forma de asegurarse de que se encontraba perfectamente bien. Ilusa había confundido la preocupación de Brent con una verdadera intención de su parte en busca de una señal que le confirmara que se encontraba perfectamente; después de no verla emerger pasados un par de minutos.

Asintió ligeramente con la cabeza de forma torpe esperando que lo sonrojadas que se habían puesto sus mejillas al notar lo tonta que había sido, no se notara debido a lo pálidos que lucían ambos bajo la luz de las lámparas al filtrarse por entre el líquido transparente sobre sus cabezas.

Él sonrió, como pocas veces lo había visto, desprendiendo unas cuantas burbujas al hacerlo y de inmediato subió a la superficie dejándola unos segundos sumergida, aún con la sensación de cosquilleo que había provocado la palma de su mano sobre su mejilla.

Kay jamás corrió tan rápido en su vida como aquella tarde. Al sentir la orilla de la piscina bajo sus pies, huyó despavorida en dirección a las regaderas sin voltear la mirada atrás, temiendo que su inquieto vecino de ojos almendrados siguiera merodeando alrededor descubriendo que sus mejillas ardían sin importar lo frío que se tornaba todo una vez fuera del agua.

Respiró con dificultad, pero a la vez, en paz, una vez que se encontró a salvo en medio del cuarto tapizado de azulejos grisáceos. Aliviada dejó escapar un suspiro. Se sentía temerosa y tremendamente estúpida por lo que había dejado que su corazón sintiera al estar en medio del agua, con ese chico mirándola tan de cerca haciendo que su corazón diera la primera señal de ser apto para amar a alguien intensamente. Su madre una vez más tenía la razón, la respiración se le había extinguido, el mundo alrededor desapareció en un instante y todo por un momento se trató solo de él y sus ojos castaños, luchando por extinguir lo frio del entorno celeste a su alrededor.

Aún debajo del agua tibia que le caía encima en la ducha del vestidor, sintió a su corazón detenerse cuando cerró los ojos y revivió ese par de segundos en el que por primera vez se habían mirado directamente a los ojos sin que fuera por simple casualidad, después de años viviendo uno al lado del otro, compartiendo en silencio el mismo espacio, sin reconocerse.

Un par de lágrimas le escurrieron por las mejillas confundiéndose con las gotas de agua tibia, estaba llorando y por primera vez no supo descifrar con certeza el porqué de ellas. Podía tratarse de la desilusión por no haber probado sus delgados labios melocotón, o quizás sólo por la felicidad que le provocaba el saber que, por primera vez, se habían comprobado uno al otro que existían.

En los meses que siguieron a tal acontecimiento nada cambió. Él parecía ser el mismo de siempre, enredándose en los mismos problemas y escapando cada tarde por la ventana de su habitación, trepando por el viejo sauce para no volver hasta que estaba a punto de amanecer, pero en Kay, la solitaria chica de la casa vecina, algo se había modificado.

Se sentía diferente. Todo indicaba que su corazón estaba cómodo con las sensaciones pasajeras que el vecino de al lado había desatado sin saberlo aquella tarde en la piscina y parecía que su obsesión era tan profunda, que no dejaba de sentirse de la misma manera cada vez que por error, o destino, llegaba a cruzarse en su camino, ya fuera por intención o por mera coincidencia.

Un par de veces, mientras el travieso Brent subía a hurtadillas por el árbol de su patio, cruzaron sus miradas, mientas Kay luchaba por terminar con los deberes escolares antes de que el semestre diera por concluido. Él sonreía, siempre con un poco de arrogancia, negándose a romper el pacto silencioso que los conectaba, sin necesitar palabras para hacerlo.

Era esa extraña conexión que simulaban mantener ambos en completo silencio, lo que asaltaba sus sueños manteniéndola en vela algunas noches, en un intento por encontrar el porqué se había terminado por enamorar tan repentinamente del chico travieso y simpático en la casa contigua.

Nunca intercambiaron una sola frase y aun así, Kay tenía la sensación de que podían entenderse a la perfección, en una comunicación que iba más allá de las palabras; era un lenguaje que sólo ambos entendían, algo muy suyo que los convertía quizás, en una especie de cómplices.

Poco a poco y sin proponérselo, entendió que, aún en la aparente distancia, conocía a ese Brent mejor de lo que imaginaba y para cuando trató de evitarlo, se dio cuenta de lo mucho que lo conocía, hasta el punto de creer saberlo todo de él. Sabía de esos pequeños detalles que sonaban como absurdos y quizás cotidianos, pero no irrelevantes. Estaba consciente de que el diablillo de tierna sonrisa era amante de la comida chatarra y siempre guardaba las envolturas de golosinas en la mochila que llevaba en la espalda, antes de que su madre pudiera verlas al entrar a casa para evitarse la larga letanía que le esperaba. También estaba al tanto su fascinación por los esqueletos y la irremediable atracción que mantenía con los problemas serios debido a su intempestivo temperamento; pero si había algo que en verdad creía conocer a la perfección, eso era: su risa. Brent siempre reía, en todo lugar y momento, de una forma escandalosa y poco discreta que después de unas cuantas veces de escucharla, se tornaba adorable y contagiosa.

Fueron su sonrisa y el sonido de su voz, lo que se convirtió en la primera parte de sus cosas favoritas, no importaba si esa mueca, arrogante a veces y en otras dulce, con tintes de travesura, no se dirigiera hacia ella, de cualquier forma, el simple hecho de que sonriera la hacía sentir tranquila y feliz, porque eso significaba que al travieso muchacho que le había roto el corazón, no le preocupaba absolutamente nada.

Con el paso de los años, Kay se dio cuenta de que las palabras que su madre había dicho aquella primera vez acerca del amor verdadero se estaban convirtiendo en realidad; una a una esas sensaciones y sentimientos que alguna vez le había relatado, comenzaban a invadirla, cumpliendo con la pequeña lista que se había encargado de enumerar en una hoja de papel que con el tiempo comenzaba a perder su color original.

Alegría, emoción desbordada, respiración entrecortada, manos sudorosas y sonrisas espontáneas. Para ese momento Kay había pasado por cada una de las reacciones maravillosas que delataban a un corazón enamorado contagiado por el amor verdadero y apasionado, pero quedaba una por experimentar, la única por la que no sentía curiosidad y que esperaba, ingenuamente, que jamás llegara para tocar a su puerta. : La tristeza.

Siendo una niña, le era imposible comprender lo que su madre decía acerca de lo doloroso que podía resultar encontrar el amor verdadero, incluso por momentos concluyó que el amor, como estaba experimentándolo al sentir una chispa de energía que removía su corazón cada vez que lo veía subir al sauce desde su ventana, no podía incluir ningún sentimiento negativo, muy por el contrario, ya que lo único que sentía al mirarlo, era una arrasadora sensación de felicidad que perduraba por el resto del día, e incluso, hasta la mañana siguiente, cuando volvían a encontrarse por casualidad.

Quizás, aunque le hubieran advertido de cómo sería, jamás se hubieran acercado un poco a la descripción correcta de lo que sintió la primera vez que el dolor por causa del amor, la visitó arrasando todo a su paso con un frio que recorrió sus entrañas y una punzada constante y severa que atravesó su corazón al mirarlo por primera vez a través de la ventana, tomando la mano de una simpática chica que venía a su lado para ayudarla a trepar en su escondite favorito, ese que residía en su jardín, el cual para entonces ya lucía los colores escarlata del otoño, símbolo inequívoco de que estaba preparado para que sus hojas cayeran con ayuda del viento.

Aquel día, lo observó tomarle el rostro con ternura y cobijarla de la fría brisa que soplaba por entre las hojas del viejo sauce. No importó lo dulce que fuera el escenario y lo tiernas que lucieran aquellas miradas que le regalaba a la chica de inocente sonrisa, para Kay era el momento más amargo de todos. Por primera vez sus miradas se habían encontrado y no sintió ninguna de las ya conocidas emociones que provocaba en ella. Lo único que recorrió su cuerpo fue una profunda sensación de vacío. La tristeza se había apoderado de su intento de sonrisa amable y las primeras lágrimas provocadas por amor cayeron por su rostro sin previo aviso, sustituyendo las palabras que se negaban a salir de sus labios rogando para que no siguiera torturando al iluso corazón que torpemente se había enamorado de él sin desearlo, y que ahora, estaba llorando por verlo mirar a otra con la devoción con que en alguna ocasión, de forma infantil, había soñado que tendría para ella.

Poco a poco Kay entendió que esa sensación amarga de tristeza la visitaría recurrentemente. No importaba cuantas iguales a aquella primera chica fueron quedando en el camino, pasando por el viejo sauce que daba a su ventana. Daba lo mismo cuánto tiempo se quedaran en su vida, fueran un par de días, o tan solo unas semanas, cada una de ellas dolía, como la primera vez e incluso un poco más.

- ¿Puede el hilo del destino no tener nadie al otro lado? -Le cuestionó Kay a su madre una vez más, después de tantos años, tratando de ocultar lo rojizos que tenía los ojos de tanto llorar frente a la ventana.

- ¿Tienes miedo de no encontrarlo? -Respondió ella intrigada mirando a su niña por encima de las gafas que llevaba puestas. -Aún eres joven Kay, encontrarás a quien está del otro lado, sólo tienes que esperar. Ya llegará- Le sonrió condescendiente.

- Creo que ha llegado, mamá - Se atrevió a confesar aceptando la invitación de su madre para refugiarse en sus brazos en cuanto escuchó el tono melancólico y apagado de su voz. - Pero tengo miedo de que él jamás se dé cuenta. -Escondió su rostro entre sus brazos.

- ¿No se dé cuenta de cuánto lo amas? -Susurró su madre con ternura abrazándola con fuerza, sintiéndola tiritar entre sollozos.

- De que jamás sepa todo lo que esperaré por él... -Respondió sin poder contener las lágrimas una vez más, aferrándose a los cálidos brazos que la cobijaban.

- Kay - Acarició su cabello con ternura entendiendo lo doloroso que resultaba para el corazón sentir alguna pena de amor. - Quizás no es su momento, sólo es cuestión de esperar... Y si no, puede que él no sea el indicado, el corazón a veces se confunde pero jamás se equivoca, dale su tiempo para pensar.

Quería creer en las palabras de su madre, ella jamás se equivocaba y esperaba que de nuevo tuviera la razón en sus observaciones. Deseaba creer que en verdad su corazón estaba confundido haciéndole pensar que su dueño era el irreverente diablillo de ojos avellana que había vivido a su lado por tantos años. Lo meditó, trató de apartarlo de sus pensamientos recobrando la esperanza de sentir un nuevo vuelco en el corazón, que esta vez sí fuera el verdadero, con alguien más que la mirara directamente a los ojos y percibiera su presencia, tomara sus manos, besara sus labios y creyera en ella.

No importó cuantas veces intentó, su corazón simplemente se negaba a amar a alguien más.

En diferentes ocasiones creyó haberlo superado, ya que su corazón de vez en vez latía con fuerza cuando tomaba la mano de algún chico, de aquellos que juraban amarla intensamente, pero ese latido inicial que comenzaba a crecer con fuerza en su pecho, de a poco se apagaba sin ninguna señal que indicara que estaba preparada para amar realmente. Lentamente su corazón iba disminuyendo su marcha y aquella emoción inicial que la golpeaba con fuerza, se extinguía sigilosamente obligándola a reclamarle a ese oxidado corazón que llevaba en su pecho, la imposibilidad que tenía para poder enamorarse de nuevo. Kay deseaba incluirle algún tipo de mecanismo que lo alentara a ser normal, como el de todas las personas alrededor, pero no importaba cómo, siempre terminaba negándose. Era como una maldición, al único que seguía correspondiéndole era a Brent, a sus sonrisas casuales y poco interesadas que regalaba de vez en cuando, cada vez que se cruzaban por la misma calle.

Él era el mayor de sus problemas. La simple idea de alejarse de su lado y no volver a verlo le aterraba, pero de igual forma, sabía que mientras él siguiera ocupando de forma intrusa el corazón que le latía dentro del pecho, no estaría jamás preparada para amar.

Con decisión Kay cerró la ventana de su cuarto, esa que daba hacia el sauce en el patio. Era una forma simbólica de representar su nueva vida, en un lugar lejano, donde el diablillo de sonrisas encantadoras no pudiera alcanzarla para recordarle lo idiota que era su corazón por seguir latiendo con fuerza al mirarlo.

Lo que Kay aún no comprendía, era que el destino a veces se portaba caprichoso, no importaban sus deseos de por fin estar lejos, ya que los haría tomar el mismo camino, con direcciones que lucían como distintas, pero al final dirigiéndolos al mismo sitio, a ese lugar donde pudieran siempre estar juntos.

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