P8C6. La mansión
Jueves por la tarde, algo después del mediodía. Nuria me dijo que me quitara la capucha, y vi desde el coche una impresionante entrada a lo que parecía una mansión. Y creí que no íbamos a allí porque pasamos de largo, pero seguimos junto a un muro que rodeaba todo el terreno hasta la calle de atrás.
Nuria aparcó el coche frente a una pequeña puerta de barrotes metálicos que había en ese muro. Un muro de piedra, larguísimo y bajo pero con cipreses por encima, formando una valla tan espesa que ocultaba lo que hubiera detrás. Me pidió que bajara y ella se quedó dentro del coche, y cuando bajé se abrió la puerta de ese muro y salió un hombre. Volvió a cerrar la puerta. Llevaba una cámara en la mano.
Y sin ni presentarse me pidió que me quitara la ropa allí, en medio de la calle. Nuria ya me había avisado: tendría que interpretar otra maldita fantasía del viejo. Yo intenté no pensar en él y miré hacia la puerta. Dentro, tras los barrotes, había otro hombre también con una cámara. Y detrás de ese hombre lo vi. Allí afuera, en medio de lo que parecía un precioso jardín. Me estremecí.
─Cuando estés desnuda ve hasta la puerta y frótate contra los barrotes ─Dijo el cámara de fuera ─. No te preocupes que no te hará ningún daño.
Y lo hice. Era como si hacerlo delante de una cámara lo convirtiera en una ficción, y ya sabía que no iba a ser para ninguna web sino para el viejo. Y por un momento conseguí no pensar. El frío tacto de los barrotes en el cuerpo, y el cálido que pronto sentí entre esos barrotes. Y también el miedo.
Sí: Me excitaba. Y ya lo sabía: Aunque fuera lo que era, nunca sería tan sucio como lo que me hicieron en esa nave. Y sería mucho más efectivo.
─Vale. Ahora tendrás que trepar por la puerta y entrar saltando por encima ¿podrás hacerlo?
Soy ágil, y lo hice sin rechistar.
─Más despacio... Así...
Y quedé dentro, de pie mirando hacia fuera, aún agarrando aquellos barrotes con las manos. No me atrevía a mirar detrás de mí.
─Quieta ahí.
Lo dijo el cámara de dentro, y yo me quedé quieta. Y cuando volví a sentirlo, me estremecí otra vez.
─Vale, vale... Inclínate. Hacia delante, sacando bien el culo... Así, inclínate más... Separa un poco las piernas...
Pero cuando las sensaciones aumentaron, y tendría que haber sido más fácil dejar la mente en blanco, el cerebro me traicionó. Me recordó para quién estaba allí: Para un asqueroso viejo que me miraría en una pantalla y no me vería a mí, sino a una niña pequeña. Y volví a sentirme mal. Y volví a cerrar los ojos, sabiendo que tendría un orgasmo lo quisiera o no. E intenté con todas mis fuerzas que los jadeos que se me escapaban no se convirtieran en sollozos. Y me pregunté cuándo iba a acabar aquello.
─Vale vale vale... Ahora otra vez de pie, y date la vuelta. Te inclinarás apoyando la espalda en la puerta.
Y cuando me di la vuelta y lo vi, sentí otra vez ese pánico.
─¡Pssst! ¡Eh! ─ Se quejó el cámara.
Junto a mí había una casita pequeña, como una especie de trastero. Estaba casi tocando la valla de cipreses, blanca y de obra, con un tejado inclinado de tejas viejas. Y una puerta en ella, medio abierta. Y a su derecha empezaba una alambrada que después hacía un ángulo, formando una especie de cercado detrás de la casita. Y estaban justo junto a esa alambrada. Otra vez iba a ser más de lo que había pensado.
─¡Bueno, qué! ─Oí detrás de mí. Era el cámara que estaba fuera, y cuando abrió la puerta yo seguía con la vista clavada allí. Apenas atiné a moverme un poco para dejarle entrar.
─¿Qué de qué? ─Preguntó el otro.
─¿No querías grabarlo aquí? ¿A qué esperas? ─Dijo con una sonrisa, señalándolos con la cabeza.
─¿Cómo que a qué espero? Oye, tío, que yo sólo grabo. Además no he dicho que haya que grabar aquí, sólo que aquí la luz es mejor...
Y mientras los dos cámaras discutían, yo sentí otra vez ganas de llorar, mirando hacia aquella alambrada. Porque ya sabía lo que tendría que pasar. Recordaba a aquel viejo, la noche anterior en la nave, mirándome mientras todos aquellos cerdos tan bien vestidos, uno tras otro, me iban haciendo lo que me hacían. Y lo sabía viendo lo que veía ahora como lo supe en aquella nave: Para ese viejo no habría límite. Él siempre querría ver más.
─Bueno, pues algo habrá que hacer. No parece que estén mucho por la labor ─Dijo uno de los cámaras.
─Aquí no ─Dijo otra voz.
Era la voz de otro hombre que salía por la puerta de la casita. No sé cómo no vi abrirse del todo la puerta, sólo sé que al oir esa voz me dio un vuelco el corazón.
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