P8C34. Mal acompañada
Sentada en la barra de aquel bar, donde había visto la esperanza venir y volver a desaparecer. Y ahora muy mal acompañada.
El tal Diego estaba sentado a mi lado, con una cerveza en la mano y una sonrisa, esperando. Incluso había pedido otra para mí, pero yo no la toqué. No podía evitar mirarle. Aquella sonrisa y aquella mirada, tan... frías. No parecía un bestia como me había dicho Habib; pero tenía una pinta de malo de la película que echaba para atrás, me daría miedo aunque no supiera lo que quería hacer. Pero es que lo sabía. Y aun así lo peor no era el miedo.
La impotencia. Eso era lo peor.
─Esperaremos a que me avisen que tus amigos ya no están por aquí ─Me había dicho.
Había venido y se había plantado ante nosotros con todo el morro. Cuando Eli vio la cara que yo ponía también se asustó enseguida, incluso José se levantó para ponerse entre él y yo. Ostras, no...
─¿Quién es éste? ─Preguntó José.
─Eh, que soy un amigo... ─Dijo el Diego levantando las manos en plan inocente.
Yo me había quedado helada, y por cómo me miraba Eli tenía que verse mucho lo asustada que estaba.
─Siento molestaros así, pero tengo que decirte algo. Sólo a ti ─Añadió el Diego, mirándome.
Mierda... ¡Mierda! ¡Me había encontrado! Y estaba claro a lo que había venido... Pero a Eli y José no. A ellos no... Tragándome el miedo, miré a Eli y asentí con la cabeza. Me levanté y fui hasta el Diego. Nos alejamos un poco.
─Tus amigos tendrán que irse. Ahora ─Me susurró al oído ─. Por supuesto los estarán vigilando, pero no me interesa meter a más gente en esto. Si te portas bien a ellos no les pasará nada.
Mierda... por favor, ellos no. Me costó mucho convencer a Eli, ni recuerdo bien lo que le dije: que aquel era un amigo de Habib, que tenía que hablar con él, que se fueran a casa de su tía y yo ya iría luego... Ella no quería irse, pero no hay como el miedo para que se te ocurran todo tipo de mentiras. Oh, Dios... Seguro que les iban a seguir hasta la casa de su tía, pero es que no se me ocurrió nada más. Tenían que irse. Sobre todo tenían que irse de allí.
¿Y ahora qué? El bar estaba tan lleno de gente que él no podía hacerme nada allí, pero tarde o temprano me diría que saliéramos y yo tendría que obedecer. No podía dejar que les pasara nada a José y Eli.
Mi mochila estaba colgada de un gancho de la barra, entre mis rodillas, y sin darme cuenta había metido la mano dentro y acariciaba el móvil que me había dado José. Primero pensé en dejarla allí ¿Y si José veía algo sospechoso y se les ocurría salir solos a buscarme? Seguro que a aquel hijo de puta no le importaría deshacerse también de ellos. Pero... hostia, es que aquel aparatito podía ser lo único que me salvara la vida. José tenía amigos en la policía, quizá les podría llamar...
Volví a mirar las mesas del bar, sin ni saber qué buscaba. Lo único que vi fue a un tío del instituto. Estaba fuera, sentado en una mesa con una chica muy guapa. Lo reconocí enseguida: era un guaperas, uno de los más populares de la escuela. No me iba a servir... a parte de que ni me conocería ¿qué podía hacer yo? ¿Pedirle que me rescatara? Eso sería poner en peligro a otra persona más...
Pero estuvimos demasiado rato esperando allí. Cuando sonó el móvil del Diego el corazón me dio un vuelco. Primero se lo puso en la oreja sin decir nada, pero luego...
─¿Cómo que no están? ─Exclamó. Y enseguida me miró, pero siguió escuchando. Al final me sonrió, negando con la cabeza.
─Bueno déjalo. ¿Está Manuel en su sitio? ... ... Bien, estate al loro que ya salimos ─Dijo. Y colgó.
─Tu amiga es muy buena desapareciendo... ─Me dijo a mí, aún sonriendo. Y yo no pude evitar sonreír también. Eso significaba que José y Eli se habían escaqueado sin que les vieran ¡Bien por ellos!
─No te alegres tanto. Ellos no me interesan, pero sabemos dónde viven. Te lo digo por si se te ocurriera hacer alguna tontería.
Y dicho esto se levantó, lanzó un billete sobre la barra, como en las películas, y me hizo un gesto con la cabeza para que saliéramos.
Y volví a sentir esa impotencia. Y volví a preguntarme si no sería mejor dejar allí la mochila con el móvil de José. Y a sentir también ese miedo, pensando que el maldito Diego tenía amigos vigilando fuera, por si intentaba escapar corriendo. Y no hay como el miedo para que se te ocurran estupideces. Por un momento él me dio la espalda, y apenas fue un instante para sacar la mano de la mochila, levantarme y deslizarla hacia atrás.
Él me agarró de un brazo y me guió entre la gente hacia la salida. Me lo agarraba de una forma suave, casi con delicadeza, pero ese tacto me hacía venir escalofríos. No podía dejar de mirar las puertas abiertas de par en par, que daban a la terraza llena de mesas de fuera. Faltan dos metros... falta un metro... Ya está.
Me detuve en el umbral de esas puertas. Él seguía con su asquerosa mano en mi brazo, y yo llevaba la mochila en la otra. Pero no me empujó. Ostras... Giré la cabeza para mirar afuera, al del instituto. Allí seguía, sentado ante una de las mesas de la terraza. Con la tía despampanante frente a él, y sobre la mesa los dos Gin-tonics y los otros objetos. Recordaba su nombre. Carlos.
Grité.
─¡¡Eeeey!! ¡¡Caaarlooos!!
Había gritado tan fuerte que el pobre Carlos se giró para mirarme, como mucha de la gente de la terraza. El Diego me soltó de golpe, y yo me giré hacia él.
─Perdona. Será sólo un momento... ─Le dije. Pero él me miró muy tranquilo. Ni dijo ni hizo nada, como si no le importara lo que yo fuera a hacer.
Me giré y me alejé rápidamente hacia el Carlos, mirando de reojo al Diego. No parecía sorprendido; me siguió lento, tranquilo, y después salió y por fuera de las mesas siguió acercándose, pero no demasiado. Al final me planté ante el pobre Carlos.
─¡Ostras, tío, no pensaba encontrarte tan pronto! ─Le dije. El tío me miraba alucinado.
─¿Y tú quién eres?
─¿Cómo que quién soy? ¡Ayer bien que gritabas mi nombre!...¡¡Mientras me pegabas aquel polvo tan genial!!
Ahora sí que alucinaba, el pobre.
─¡Carlos! ¡¿Quién es ésta?! ─Gritó la chica que estaba con él.
─Oye, que yo no la conozco de...
─Anda, no seas tonto... ─Le interrumpí.
Y sin más me senté encima de sus piernas. Como por la mañana con Habib. Suerte que el tío se quedó clavado, porque le puse los brazos sobre los hombros y empecé a pegarle un morreo de impresión. ¡Y él no se movió! Enseguida me di cuenta: chaval, a ti ninguna tía te ha besado así. Ni lo va a hacer. Vaya con los guapitos de instituto, qué forma tan torpe de sacar la lengua...
Y por fin oí gritar a su novia. Ya estaba tardando.
─¡¡Carlos!! ─No fue un grito. Fue un chillido.
Pero al menos el tío reaccionó, ya era hora. Se levantó de golpe tumbando la silla hacia atrás y casi catapultándome a mí. Suerte que quedé de pie, con el trasero apoyado en la mesa. Y al fin un poco de suerte: Él se apartó quedando junto a su novia, que también se había levantado y empezaba a pegarle a él una bronca increíble. Le decía de todo a gritos y toda la gente de la terraza la miraba, pero él sólo me miraba a mí. Y tras ellos vi al Diego, mirando alucinado desde fuera de las mesas. Por suerte estaba un poco más atrás.
Fue fácil. Yo estaba de pie con el trasero tocando la mesa detrás mío. Sólo tuve que echar las manos hacia atrás y apoyarlas encima. Después miré a la novia y le sonreí, encogiendo los hombros.
─Lo siento ─Le dije.
Luego me di la vuelta y rodeando la mesa salí corriendo.
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