P8C33. Segundo lo del viejo
Al final José tuvo que decir:
─Tía, si sigues así vas a ahogarme y no podré seguir con mi informe...
─¿Cómo que seguir? ─Preguntó Eli.
─Segundo lo del viejo... ─Dijo él.
─¿El viejo?
─José ─Le dije yo ─. Puedes olvidarte del viejo. Ya tendrá lo suyo...
─Lo siento, Alba, pero sí que te va a quedar algo de todo esto... pero primero toma.
Cogió una mochila de deporte que tenía apoyada en la barra, y de ella sacó un móvil. Era muy pequeño pero un poco grueso. Me lo dio.
─¿Y esto?
─Dijiste que tenías que esconderte, que alguien aún podría... molestarte, ¿no? Pues quédatelo y ya me lo devolverás. Sólo por precaución.
─¿Y qué hago si me molestan? ¿Darles con el móvil? ─Dije, levantándolo como si fuera una porra. Eli se rió, pero José me miró serio.
─Esto no es ningún juego, tía. Te has mezclado con muy mala gente. Llévalo siempre encima.
─¿Y de qué me va a servir?
─Tiene un GPS muy sensible, y una buena batería. Te puede durar una semana larga. ─Sacó otro móvil más grande, que tenía colgado del cinturón ─Si te... perdieras, con el mío podremos saber dónde estás.
─Ostras, José, que...
─Por favor, tú llévalo encima. Sólo hasta que esto termine, ¿vale?
Miré a Eli. Ella asentía exageradamente con la cabeza.
─Vaale... ─Acepté. Me quité la mochila de la espalda y lo metí dentro.
─Y ahora esto otro... ─Dijo José, volviendo a abrir su mochila.
Sacó el sobre. El famoso sobre que me había dado Habib. Lo abrió y cogió aquel extraño papel. También me lo dio.
─Ahora este papel es tuyo. ¿Sabes lo que es?
Negué con la cabeza.
─Es una lista de accesos a cuentas en paraísos fiscales. Son muchas cuentas, Alba. Y son accesos directos.
Lo miré sin comprender. ¿Pero qué coño dice? ¿Cuentas en paraísos fiscales? Este tío alucina ¿Cree que esto es una novela? ¿Qué espera? ¿Que me quede con el dinero del viejo, como la chica de las novelas del Milenium? Negué con la cabeza.
─Déjalo, José, no quiero saber nada más de ese cabrón.
─Mira, Alba. Eli me ha enseñado el correo que le enviaste. Con eso ya me has pagado todo lo que he hecho. Pero te pido que me escuches... sólo eso ¿Vale? Siéntate por favor.
Puse los ojos en blanco, pero realmente lo que había hecho no se pagaba con un e-mail. Volví a sentarme en el taburete.
─No sé lo que te ha hecho ese hombre, Alba... ─Empezó.
Vaya. ¿Va a ser un discurso muy largo? Es muy buen chaval, pero se enrolla demasiado. No era lo que me había hecho el viejo, era lo que había estado a punto de hacerme. Y José no tenía ni idea de ello...
─...ni he querido ver sus vídeos. Pero a los que avisé sí los han visto. Había niñas, Alba. Y en casi todos estaba él dirigiendo. Tiene que pagar por esto. Y el tío tiene más de ochenta años, no lo van a meter en la cárcel...
...Pero el viejo ya tenía lo que le tocaba...
─...Ese dinero no es legal. Ningún rastro, ningún nombre. Lo tiene tan bien escondido que nada lo puede relacionar con él. Ni sus contables deben saber que existe...
...No. Lo siento...
─... No es nada ganado con el sudor de nadie. No se puede devolver ni se puede dejar en herencia. Pero sí que se puede mover. Con este papel es como si fuera tuyo. Si lo movemos, será como si él nunca lo hubiera tenido, no podrá reclamarlo a nadie...
...¿Por qué se enrolla tanto? ¿Lo ha ensayado?
─Lo siento, José, pero ya no quiero saber nada más de él.
Él me miró poniendo los ojos en blanco.
─Quédatelo tú, si quieres ─Le dije devolviéndole el papel ─. O no: Si es mío os lo regalo a los dos. Ni lo necesito ni lo quiero.
─Oye José... ─Dijo Eli. ─Aparca lo del papel ¿Vale?. Cuando todo haya acabado ya veremos lo que hacemos.
Yo negaba con la cabeza pero nos quedamos los tres callados. José volvió a guardar el papel.
─Bueno, esto hay que celebrarlo ─Anunció Eli ─, pero mejor que no nos dejemos ver por la ciudad. Compramos unas cuantas birras y vamos a celebrarlo a mi casa.
─¿A tu casa? ¿Y qué dirá tu tía? ─Preguntó José.
─Está fuera, je, je... todo el fin de semana. Y cuando vuelva que se joda, porque por supuesto no me fío de dejar a esta sola ─Dijo muy convencida, mirándome ─. De momento tú vivirás conmigo, que a mí esto de pasar desapercibida se me da muy bien.
Yo la miré. Ostras, después de lo que he hecho ¿Merezco que gente tan... buena quiera ayudarme? Sentía un impulso de felicidad cuando desvié la vista hacia el otro lado de la barra.
Y lo vi entrando desde la terraza. Caminando hacia nosotros entre la gente, sin ninguna prisa, con una asquerosa sonrisa en la cara.
Él también me miraba. Me había encontrado.
El tal Diego.
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