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Me disculpo si sueno sarcástico, aburrido o triste pero la amistad con Leviatán es como comer azúcar con sal, ambas cosas están bien, pero combinadas son un asco.

Esa misma noche, después de que tratara de quemar el departamento, fuera a hablar con mis amigos y regresara a casa, él volvió a preguntarme si podíamos ser amigos. En lugar de responderle negativamente, patearlo o tirarle patos como había hecho en las otras ocasiones le dije que sí.

Se lo tomó bien, demasiado bien, corrió a mí para darme un abrazo, pero en lugar de eso comenzó a olerme el cuello como había hecho Jordán antes de asesinarme. Me aseguré de que no lo volviera a repetir.

Su compañía de tiempo completo resultó ser más raro de lo que esperaba.

Quería que hiciéramos cosas de amigos verdaderos. Le gustaba que cocináramos juntos, pero se le quemaba en cada ocasión, sospechaba que a propósito. Y el único postre que había en el infierno era gelatina sin sabor.

Solíamos jugar a inventar los diálogos de la televisión que siempre proyectaba Peppa Pig en marroquí, también rompíamos ventanas en la ciudad. Yo siempre elegía las piedras más pequeñas para él, así no podría destrozar nada. Él, en cambio, seleccionaba las rocas más pesadas para mí, tanto que ni siquiera podía levantarlas del suelo.

Jenell, Ruslan y Larry nos acompañaban y trataban de fingir quererlo, como lo hacía yo. Lo integraban como si fuera un humano más del grupo, todo para que él no supiera que nosotros sabíamos que me torturaría siendo su amigo.

—¡Qué divertido! —decía Jenell cada vez que lo veía—. Un chico más.

Leviatán no sabía sociabilizar como los humanos, así que se inclinaba reverencialmente cada vez que veía a alguien. Tal vez creía que estaba en el siglo XVIII. Como aquella vez que nos encontramos con mis amigos en la séptima avenida y fuimos a saquear los restos de la gasolinera.

—Un placer —comenzó trazado círculos con su mano e inclinándose.

Yo lo imitaba para que no se quedara solo.

—Un placer —dije agarrando la mano de Jenell y besándola en la muñeca.

Ella me apartó con brusquedad su mano y me abofeteó en la mejilla.

—Vuelves a hacer eso y te corto tus dedos.

—Por favor, estamos en el infierno Jenell, ya nada asusta —le recordó Ruslan sonriendo—. Gracias.

—¿Gracias qué? Úsalos bien, idiota.

—¡Por favor! —protestó él entre risillas.

Ella comenzó a caminar por la acera y nos dejó atrás. Leviatán nos seguía siempre por retaguardia, mirando la ciudad como si fuera la primera vez, en el mundo de los vivos hubiera aparentado ser un niño extraño o perdido, en el mundo de los muertos era eso.

La verdad nunca podía saber qué papel ocupaba en el universo.

Si algo me había enseñado la biblia cristiana era que todos cumplimos un papel. Malo o bueno tenemos un rol que ejecutar, un personaje que interpretar, Job fue sometido a duras pruebas para demostrar que no importa la suerte infernal que tengas debes seguir siendo devoto a Dios. Es así como él pierde ganado, criados, se enferma de algo cochino y se mueren sus hijos ¿Ves? Incluso los hijos de Lot fallecieron para que Lot pudiera probar un punto. Y la esposa de Lot luego le dice algo como:

«Eres un perdedor, debí hacerle caso a mi madre» y lo repudia, le pide que se muera de una vez y que corte con tanto drama.

Yo en la historia sería su esposa, porque vamos, Lot no tenía neuronas o qué ¿Estaba drogado? ¿Quién no se enoja un poco después de todo eso? Quiero la maldita hierba con la que se daba Lot.

En fin, ese no es el punto.

El punto es que cada uno cumple un papel. Por ejemplo, Jenell era malhumorada, Ruslan era un perdedor simpático, Larry era Larry, yo era alguien amargado, milagroso e inusual pero también muy normal, de perfil bajo, un observador más que un actor. Pero Leviatán... él... simplemente no era nada. No era un cero a la izquierda, él ni siquiera era un número.

Recuerdo esa tarde. Es muy importante, no te la estoy contando por nada.

Parecía que iba a ser igual que todos los otros domingos en donde deambulábamos sin rumbo hasta encontrar un vertedero o un edificio abandonado y escarbábamos entre sus ruinas para hallar licor, cigarrillos o revistas. Algo de interés. Todos ya teníamos bolsos y mochilas para llevarnos los tesoros.

Larry señaló una gasolinera y repitió su línea:

Jag kommer att döda dem alla.

—Habla bien, inútil —lo retó Jenell.

—Dice que quiere ir a esa gasolinera —tradujo Leviatán.

—¿De verdad? —preguntó Ruslan con escepticismo, tocándose las manos como si quisiera limpiarlas con un trapo invisible, otra vez la hiperactividad de la abstinencia.

—Em, sí, claro. —Leviatán rio.

Era una de las pocas veces que lo veía reír, rápidamente sacó su frasquito de medicamentos y se engulló dos. Sentí el peso de los ojos de Jenell clavados en mi cara como diciendo: «¿Lo viste? ¡Toma pastillas! ¿Lo viste?»

Asentí para comunicarle que no me había pasado desapercibido.

Estábamos parados en mitad de la calle, al lado de un auto volcado y quemado. Avanzamos hacia la gasolinera con precaución y allí encontré a la persona que menos esperaba encontrar.

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