77
Ese día él estaba vestido de traje como un pequeño empresario, aunque su corbata era de flores rojas en un fondo amarillo. Tenía que admitir que me gustaba, el muchacho brillaba estilo.
Lo miré mientras vertía las últimas gotas de gasolina, arrojaba el bidón sobre mi hombro y le mantenía la mirada desafiante, alzando la barbilla con la gracia de un pájaro abriendo las plumas, a tío Jordán le hubiera gustado mi comparación.
—Oye, chico de negro, me costó construir el departamento como para que lo quemes —informó con los ojos entornados.
Me encogí de hombros, no me importaba.
—A mí me gusta —respondió a mi gesto como si hubiesen sido palabras, se inclinó, agarró un pato marrón del suelo y lo acarició en el cuello.
El animal agitó su cola, extasiado por la caricia y me guiñó un ojo. Ese bastardo. No había gesto que me repudiara más, Jordán solía guiñar el ojo siempre que encontraba las plumas que él me escondía.
Hace unas semanas me había enterado que el demonio no vive con el humano que sufre la condena. Se supone que llegan a la mañana y se van a la noche, como si fuera su oficina, pero Leviatán era tan pesado que dormía en el sofá del departamento, incluso llegó a dormir conmigo en la hamaca, abrazándome ¡Y roncaba! ¡Y los demonios ni siquiera dormían! ¡Fingía que lo hacía para cabrearme!
Podía llamar al Sindicato y advertir que mi demonio no se iba por la noche y vivía conmigo, pero estaba la posibilidad de que lo transfirieran a otro condenado y mis torturas pasaran de pisar mierda de pato a despellejarme la piel o ser aplastado por una tonelada de mierda.
—Vete entonces —dije—. Se supone que no deberías estar aquí.
Se quedó quieto y mudo, como en blanco. Se tocó preocupado un pliegue del pantalón, abrió la boca y el sonido tardó en salir como en efecto retardado.
—¿Podemos ser amigos?
—No —respondí inhalando el cigarrillo y aventándolo con el pulgar y el índice hacia el suelo, pero antes de caer se convirtió en un pato más.
El animal apareció de la nada batiendo sus alas, graznando y cayendo a la marea bullente de patos alarmados. Me agarré la cabeza de las manos y grité mientras retrocedía dos pasos. Era un truco alucinante como magia verdadera. Si eso era posible le debía una disculpa a Gorgo, ahora la astrología ya no me parecía tan descabellada.
Leviatán me observó confundido.
—Leí tu expediente y decía que eras alguien compasivo y gracioso —Se cruzó de brazos—. Pues no eres muy compasivo y no me haces mucha gracia que digamos.
Me abrí de brazos porque de otro modo le hubiera dado un buen golpe, sabía que era legal atizarle puñetazos a mi demonio torturador, pero no lo sentía correcto... ese día.
—Lamento si no estoy en mis mejores días, no sé si lo notaste ¡PERO ESTOY EN EL PUTO INFIERNO!
Él parpadeó.
—Sí, lo noté.
Fue entonces cuando me di cuenta que había algo malo en Leviatán, algo triste. No entendía del todo el sarcasmo, pero sus colegas solían ser, literalmente, los creadores del sarcasmo y el doble sentido. La necesidad patética de tener un amigo tampoco aportaba a su favor. Fruncí el entrecejo y lo examiné con atención. Qué era.
Él permaneció quieto, como si estuviera formateándose.
—¿Podemos ser ami...?
—¡NO!
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