61
El anciano me alcanzó, me agarró del hombro y me hizo voltear.
—Escucha, en realidad vine aquí porque soy agente del Sindicato de Demonios, otros Monstruos Oscuros, Condenados y Almas en Pena. El S.D.M.O.C.A.P.
Sacó de su otro bolsillo una tarjeta y me la dio. Era de papel blanco y estaba escrito a mano, mis dedos cubiertos de polvo por picar rocas y sangre de la niña mancharon un poco la impoluta tarjeta.
—¿El qué?
—El S.D.M.O.C.A.P. Nosotros somos nuevos. Tenemos solo cien millones de años en funcionamiento. Es una larga historia.
—¿Eres un demonio? —pregunté absorto, jamás había visto a uno de ellos.
Parpadeé, se veía como un humano viejo. En el infierno todo era decepcionante, incluso los demonios. Él se rio.
—No, no soy político. Solo soy un ser poderoso y eterno que condena a las personas.
—Un demonio —deduje tirándole la tarjeta en el pecho sin que me causara gracia su intento de chiste de política.
El papel planeó hasta el suelo. Muchos dirían que tenía bolas, el primero que me había apodado pitito te lo negaría, pero en realidad lo que tenía era un sentimiento suicida. Quién diría que después de pelear tanto por mi vida ahora me importaría una mierda lo que me pasara.
Me tenía sin cuidado si él se transformaba en un monstruo más horrible de lo que se veía y me arrastraba a un nivel peor. No tenía a mi hermana y a Gorgo en este sitio, ni los tendría en ningún otro, para mí todo el infierno era igual.
Decadencia tras decadencia.
—¿Al fin te apareces? —pregunté abriéndome de brazos y encarándolo como un brabucón—. La gente lleva sola muchos años en este nivel, la mayoría ni siquiera saben por qué están en el infierno. Deberían decirles qué hicieron mal. Darles más explicaciones. Los abandonaron a su suerte.
—Yo no vine para eso, ellos están bien sin nosotros —comentó en tono animado—. Yo vine por ti. Todo lo que tengo para decirte se resume a que te llevaré lejos de este lugar.
—¿Por qué? —interrogué cruzándome de brazos y enarcando una ceja.
—Porque, Asher Colm, hemos encontrado tu Nivel en el infierno.
Tragué saliva. No sabía si alegrarme o no.
—¿Es-está abajo? ¿Más abajo que aquí?
El anciano sonrió y por primera vez pude ver una mota de malicia en sus labios.
—No hay nada más bajo que eso.
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