60
Una patada me despertó.
Abrí inmediatamente los ojos y solté la zapatilla multicolor y centelleante. Sus luces amarillas, azules, rojas y verdes iluminaron ese rincón de la caverna como si fuera una disco, pero era la disco más triste de la historia, no había música solo el ruido de un manantial de cerveza sin alcohol.
Entonces caí en la cuenta de que había estado soñando aquel recuerdo, yo había muerto y estaba en el infierno.
Un anciano se hallaba parado a mi lado. Tenía un bigote extraño, finito, blanco y curvo en los extremos, era un bigote que había tomado horas formar lo que resultaba una pena porque ni siquiera le quedaba bien. El viejo estaba vestido de traje azul con corbata negra y camisa blanca, sus manos las descansaba en unos tirantes que sujetaban su pantalón. Su cabeza era la continuación de la frente, Gorgo haría chistes sobre eso.
—Despierta niño —exclamó cariñosamente—. Arriba, arriba, dormilón.
Me sonrió, estiró su brazo, lo flexionó y dejó al descubierto un reloj que señaló:
—Llevas cincuenta años en este rincón, lo que equivalió a dos horas humanas.
—¿Qué?
Él se inclinó y se quedó de cuclillas para verme.
—El tiempo en el infierno no es el mismo que en el mundo de los vivos. Llevas más de un siglo aquí abajo picando rocas, dos mil años para ser exactos, pero en el mundo de los vivos solo pasaron cuatro años. Es retorcido pero necesario, como tomar leche que sale de los pezones de otro animal, esos humanos con las vacas son unos loquillos —rio y recorrió con sus pulgares los tirantes—. Es tiempo a veces pasa más rápido y otras veces el tiempo transcurre más lento, lo siento si nadie te lo dijo.
Me quedé mudo, asimilando la idea, me restregué los ojos porque picaban tanto como si tuviera basura atorada o una friendzone atravesada.
—O sea que eres un bello durmiente —comentó sonriendo y luego su sonrisa se desvaneció, se incorporó y se alejó de mí—. Lamento eso, no estaba coqueteando contigo, fue un comentario sin lugar, no tuve que haberlo dicho, teniendo en cuenta lo que te hizo tu tío antes de morir que un adulto te diga algo así...
—Él no me hizo nada —murmuré tajante.
—Bueno —juntó los labios contra los dientes y articuló un ruido con la boca como cuando tiras carne a la plancha, meneó la cabeza—. Yo no llamaría nada a tu horrible muerte.
Me quedé quieto, estaba acostumbrado a que el infierno estuviera repleto de idiotas.
—¿Qué quieres? —pregunté violentamente.
—Te quiero a ti.
—¡Esfúmate de aquí pervertido, ve a cogerte una roca arrugada o algo!
Él rio nerviosamente y colocó las manos en las caderas. Hurgó en su bolsillo izquierdo, se quitó unos anteojos del bolsillo y se los colocó, eran de montura gruesa.
—¿Así que parezco más amigable? Leí que los humanos se sienten atraídos a las personas con gafas —Alzó las manos, las comprimió en puños, agachó ligeramente la cabeza y arrugó la cara—. No puedo creer que acabo de hacerlo otra vez. No quise decir atraído, quise decir que sienten confianza. Lo siento, no es que estoy atraído a ti. —Me señaló con las manos abiertas y las comprimió en puños como si no supiera qué hacer con ellas—. Es que...
Me calcé mis zapatillas enfurruñado y me incorporé.
—Me largo de aquí. Come mierda, bicho raro —dije dejándolo atrás y alzando el dedo medio de ambas manos.
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