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57

 —¡BASTA, ASHER!

 Lo miré agitado. Desconcertado. Después inspeccioné a la niña que escupía un diente con sangre y se secaba la barbilla con el dorso de la mano, al momento que me dedicaba su mirada más fiera. Mierda.

 Nunca había hecho eso. Golpear a alguien, menos a una niña. Digo, si me lo preguntas a mí, ahora, lo volvería a repetir, pero iría por todos sus dientes en lugar de uno. Sin embargo, en el momento, me sentí una verdadera mierda porque todavía no estaba acostumbrado al infierno y no era un luchador rudo. Ahora tampoco, pero el punto se entiende.

 —Tú no eres así —me regañó soltándome de un empujón.

 —¡Ya no soy, Alan, ya no soy nada! ¡Estoy muerto! ¡Mi cadáver lleva años pudriéndose y mi alma estará desnuda simbólicamente para la eternidad! ¡Mira! —dije golpeando mis mejillas, dándome cachetazos—. Esto no es real. —Me agarré el cabello y lo tironeé—. No es real ¡ES UNA ILUSIÓN!

 —Tu cara de idiota es real —masculló la niña poniéndose de pie y caminando a duras penas lejos de mí.

 Solté una risa histérica, señalé los zapatos.

 —¡Estos tampoco son reales, los míos están bajo tierra o en el mar o donde sea que mi asesino haya abandonado mi cuerpo! —Señalé el diente con sangre que había dejado la niña india—. ¡Eso tampoco es posible! ¡Eso no pudo haber pasado!

 —¿Tan poca fuerza crees que tienes? —Se rio Kyteler después de dispersar a algunos mirones.

 —Señalando cosas que no comprendes no cambiarás esas cosas, solamente las harás más difíciles de entender, Asher —me dijo Alan, observándome con pena—. Actuar como alguien que no eres no cambiará nada de lo que pasó.

 Al parecer no solo era matemático, lógico, científico de la computación, criptógrafo, filósofo, maratoniano y corredor de ultradistancia británico, también era un jodido analista.

 —Moriste Asher, te asesinaron y cuando —suspiró— cuando lo entiendas sabrás qué hacer.

 Seguía agitado, pero lo que más me arrebataba el aire era pensar en mi muerte. Nada cambiaría lo que tío Jordán me había hecho porque estaba muerto. Muerto.

 Muerto. Muerto como Brasil contra Alemania en el mundial de fútbol de 2014, muerto como la mamá de Bamby, estaba más muerto que la cuenta bancaria de un vagabundo. En conclusión: estaba súper muerto.

 Alan tenía la jodida razón, yo no podía cambiar eso y como no podía cambiarlo me cambiaba a mí convirtiéndome en un matón.

 Retrocedí asustado.

 Me alejé lo más rápido que pude, no fue tan rápido porque estaba cojo, empujé a la primera fila de personas y la tercera me abrió paso murmurando «¿Qué le pasa a Pitito?»

 Giré por un pasillo oscuro donde había gente haciendo... bueno, bebés no, pero algo estaban haciendo. Algunos estaban haciendo... algo solos, otros de a dos y la mayoría de a muchos.

 —¡Asher! —escuchaba que me llamaba Alan.

 —¡Maniático! —decía Kyteler.

 —¡Chico! —llamaba su novio Robin Artisson.

 —Este rincón es solo para fornicar —se quejaba una voz.

 Me llegaba su conversación porque era una caverna y los gemidos y susurros repiqueteaban como eco en todos lados.

 —¿Quieres unirte? —ofrecía otra voz.

 —En cien años —respondía Kyteler enfurruñada.

 —Eso dijiste hace cien años —la delataba otra persona.

 —Entonces jamás idiota, si tuvieras esa suerte no habrías terminado aquí. Ahora, mueve. Estoy persiguiendo a ¡ASHER!

 Avancé por ese corredor y desemboqué en una cámara abovedada de unos cincuenta metros. En una de sus paredes había una grieta, la atravesé creyendo que me quedaría atrapado en esa roca para siempre, mejor así, no quería ver a nadie más. Pero me deslicé, la fisura me condujo hasta un pasillo amplio que nunca había visto, lo recorrí a paso apresurado, giré en una esquina hasta un rincón de la cueva donde fluía un manantial de lo que era cerveza, pero a los segundos cambió a té de bergamota... puaj.

 Teniendo en cuenta de donde venía, ese rincón no estaba tan mal.

 Hace años que no tenía tanta intimidad.

 Me senté detrás de una roca alta y plana y me descalcé las estúpidas zapatillas porque ya no eran mías, ahora le pertenecían a un recuerdo triste y porque no entendía cómo las sentía en mis manos cuando las cosas físicas no iban al infierno. Golpeé la roca, enardecido, no iba a venir un demonio instruido a darme un tutorial.

 Aun así, agarré la que tenía la letra de Gorgo. La miré, toqué la suela con la delicadeza que acariciaba a una de las plumas satinadas y suaves que me había regalado tío Jordán. Y la abracé mientras lloraba por primera vez en el infierno.

 ¿Recuerdan que dije que no todo era malo en Nivel de Picos? Mentí.

 Supongo que casi todo era malo.

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