Su letanía de «Estás enfermo, estás enfermo, estás enfermo» Se detuvo repentinamente, se agarró la cabeza y retrocedió tambaleante.

Me hubiese gustado preguntarle a qué se refería con eso de que estaba enfermo, pero después de romperle la bola de nieve entre los ojos no hubo mucha conversación entre nosotros, además, en el infierno no nos dan pases libres para andar sueltos por ahí y averiguar cosas. Al menos no a mí.

 Tío Jordán se estaba cubriendo la herida pero de repente un chorro de sangre rezumó, fue tan potente y abundante que se desbordó por sus dedos y goteó al suelo. Tenía la cara mojada, con estrellitas y brillantina fluyendo, los cristales también resplandecían entre su blanca cabellera y La Torre CN parecía un juguete viejo olvidado en el piso, entre la sangre y el agua.

 Me miró asustado, un solo ojo lo llevaba abierto, el otro lo tenía oculto entre un reguero de sangre. La carne se le había abierto profundamente. Estaba encogido pero de pie a un metro de mí.

Alcé las manos.

—Ay, perdón. Tío Jordán... me asusté —meneé la cabeza—. Yo no quise... Estoy asustado, quiero ir a casa.

—No le cuentes a nadie —bisbiseó.

—¿Esto?

Asintió torpemente. 

—No le cuentes a nadie —masculló afirmando sus pies en el suelo y cubriéndose la herida.

 Tuve que haber dicho que cerraría la boca pero había pasado toda mi vida en reuniones religiosas, de moral y ética como para aprender a mentir.

 —No, Jordán, necesitas ayuda.

 —No pueden enterarse. Mis padres van a matarme.

 Acababa de caer en el peor momento de mi vida. No sabía qué hacer, era un tonto muchachito de diecisiete años. Muchos a los diecisiete ya viven solos y son todos unos adultos, pues no te lo creas, son cliché de televisión. No pasa en la vida real. Yo ni siquiera había terminado la secundaria.

Por más que tío Jordán haya querido propasarse, por más que sea un asqueroso pedófilo y estuviera borracho... seguía queriéndolo. Era mi tío, necesitaba atención médica o una puta cárcel. Y yo creía en el perdón porque había visto como muchos dioses en muchas religiones perdonaban. Ahora me cago en el perdón y creo que no hay mejor tregua que la venganza. Pero bueno, al Asher avispado y muerto todavía le faltaba nacer.

 Ese Asher sentó a Jordán en el sillón y corrió hacia el baño para encontrar un botiquín. Pero no sabía la ubicación de las habitaciones. Primero abrió la puerta de una recamara. Había una cama matrimonial con las sábanas revueltas y mesillas de noche flanqueándola. En la base de la mesita había una lámpara de lectura, en la otra un teléfono fijo. La cerró.

 Se pasó las manos por la cara como si de esa manera pudiera barrer los problemas. Abrió otra puerta, pero se trataba de una cocina. A regañadientes la cerró.

Cuando abrió la tercera puerta fue la de un armario para escobas, pero no tuvo tiempo a cerrarla porque un cadáver cayó sobre él.