26
Gorgo tenía una increíble habilidad para fumar y andar en bicicleta, o para fumar y bañarse al mismo tiempo o para fumar y dormir. Y es que era más fácil encontrar mierda con olor a rosas que a Gorgo sin un cigarrillo en la boca.
Nos habíamos puesto en marcha.
—Creo que voy a cortar con Cristina —dijo dándole una pitada a su cigarrillo mientras su campera ondeaba con el viento.
—¿Quién?
—Mi novia, tarado.
—¿Cómo esperas que me acuerde? Cambias de novia como de calcetines.
—Ella es mi novia desde el martes —explicó mientras el humo se le escapaba de los labios.
Sus pulmones estaban peor que un vertedero de basura, su esperanza de vida era menor a la de una polilla, quién diría que era yo el que iba a morir primero.
—Pero terminaré con la relación —concluyó frenando a mi lado por una señal de alto, me miró—. Me gusta otra persona.
—Siempre te gusta otra persona y cuando sales con ella te gusta otra.
—Sí... pero está vez es diferente.
—¿Por qué?
Se humedeció los labios. Dudó. Escurrió la ceniza. No me desvió la mirada. Se acercó ligeramente a mí, pero con determinación. Mi pulso se aceleró, sentí como mi cara ardía. Y luego noté sus manos, ambas me empujaron al suelo, caí provocando un estruendoso ruido y el pedal de mi bicicleta me golpeó en la frente. Él se montó a la suya y pedaleó con todas sus fuerzas, alzando el cigarrillo en señal de victoria.
—Porque esta vez te gano, idiota. No puedes ganarme, Marte está en posición.
—¡Te romperé el culo!
—Eso te lo dicen seguido ¿o no? —me preguntó riéndose, todavía delante de mí.
—Cierra el pico, Gorgo.
—¡Alcánzame primero!
Estábamos por una calle flanqueada de casas hogareñas y árboles altos y marchitos que proyectaban sombras sobre el suelo repleto de hojas. Las hojas eran barridas por la velocidad de nuestras ruedas. El otoño era perfecto, nos acogía y nos daba refugio de todas nuestras absurdas preocupaciones.
Tomé otro camino girando por la izquierda en una calle que terminaba en pico. Aceleré con todas mis fuerzas y una sonrisa en la cara, había una casa sin arbusto, era de unos ancianos. Si me metía en su jardín y lo atravesaba podía ganarle.
Su perro me ladró y tiró de la cadena cuando transcurrí a su lado. Descendí por la salida para autos y sorprendí a Gorgo que casi chocó conmigo.
Él me miró boquiabierto, pero riéndose, apretaba el cigarrillo entre sus labios finitos.
—Creí que te habías ido.
—¿Y dejarte solo? No durarías ni un segundo sin mí.
—Supongo que tienes razón.
—Siempre tengo la razón —dije triunfante, alzando el mentón como todo sabio mientras mi cabello azabache era azotado por el viento.
—Puede ser, eres de Capricornio.
—¿Esto te parece de Capricornio? —pregunté alzándole mi dedo medio.
—No eso me parece rebelde, muy de Sagitario.
—La ciencia llora cuando te escucha hablar.
—La ciencia llora contigo, amigo, eres como El club de la pelea, solo que asistes a reuniones religiosas y no hay ninguna Marla Singer a la que le gustas.
—Eso es porque le gusto a tu madre.
—¡Repite eso! —gritó tratando de alcanzarme.
Me adelanté. Entre risas y conversaciones, que tendrían dos muchachitos de diecisiete que se sienten eternos, disfrutamos de nuestro último sábado juntos.
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