160
Cuando bajé del auto casi hago una escena.
Leviatán no quería que entrara a la casa de mis padres, donde se juntaba mi familia a cenar ese domingo. Me agarró de los pies cuando traté de apearme del vehículo.
Solté un grito de sorpresa y caí de cara sobre la vereda, justo donde vivía el anciano Ramón que plantaba hortensias en su jardín. Pero cuando aterricé en el suelo noté que sus hortensias habían desaparecido, supongo que él también, después de todo, era tan viejo como el dinosaurio de Ashi que, por cierto, se rio cuando me vio tirado en la vereda.
Selva deslizó rapidamente el cinturón de seguridad lejos de su cuerpo y Mima hizo lo mismo. Ambos bajaron a echarme una mano. Su velocidad me conmovió.
—Suéltame, idiota —Se quejó Suni.
Ella le propinó una patada en el cuerno a Leviatán, todavía tirados en el suelo. No podíamos incorporarnos porque Leviatán se negaba a dejarnos caminar hasta casa. Abrazaba nuestras piernas como si fuera un oso o una garrapata. Se parecía más a lo segundo.
—¿Qué es todo este alboroto? Parece Estados Unidos peleando contra Japón —se quejó Alan eludiendo a Ashi y bajando por la puerta que yo había abierto.
—Era un trato —rumió Leviatán—. ¡No ibas a reunirte con ellos!
—Solo veré a mí familia, maldito engendro ¿No puedes dejar de torturarme siquiera en la tierra? —pregunté bien bajito.
Nos quedamos en silencio cuando Mima y Selva trataron de levantarme del suelo, preguntándome si me encontraba bien, me agarraron de los brazos e intentaron jalarme para arriba.
—Sí, no fue nada, solo un tropiezo, soy torpe —respondí y procuré sonreír, pero Suni estaba fulminando con la mirada al demonio y se vio un poco extraño, tal vez pensaban que era bizca o algo así.
—Vaya que pesas —rezongó Mima con su carismática forma de hablar—. ¿Puedes pararte?
Seguro pesaba como cuatro personas porque tenía a Leviatán abrazándome las piernas y a Alan montado sobre él, aporreándolo con su bastón y aullando a viva voz algo de la guerra, la justicia y los cumpleaños. Los dos gritaban. El pequeño Ashi no paraba de reír desde su silla infantil, como si pudiera ver todo.
Te lo advertí Mima, yo no sé manejar mi mala suerte, ni mi dignidad.
Selva le echó un ojo a Ashi, algo así como una mirada de advertencia, idéntica a las que mamá me lanzaba a mí cuando no me comportaba bien. Una ventaja de estar muerto era que me había librado de esos ojos retadores.
—Qué considerado, Asher —trató de mostrarse molesta con él, pero no pudo—. No deberías reírte de los demás —aconsejó.
Finalmente, Alan logró librar a Leviatán, me arrastré lejos del demonio, me puse de pie y me disculpé con Mima y Selva.
Ellos asintieron confundidos y continuaron con su amabilidad, asegurándome que no había sido nada y que era un poco gracioso, se rieron lo suficiente para quitarme el bochorno, pero no demasiado para incrementarlo. Me preguntaron si necesitaba agua, si había desayunado o si tenía la presión en orden, pero le expliqué que solo se debía a torpeza.
Aunque notaba en su forma de hablar que estaban un poco consternados de lo raro que había sido eso, desde su perspectiva había sido como si estuviera pegado por magnetismo a la tierra.
—Gracias a Dios estoy bien —comenté enjugándome sudor de la frente.
Suni agregó una sonrisa, estaba muy callada.
—Yo también me caí cuando conocí a los padres de Selva, me temblaban las piernas —Se rio Mima, sosteniéndose de la puerta abierta e inclinándose al interior de la parte trasera para desabrochar el cinturón de Ashi.
Mima sacó al niño y Selva se encargó de desmontar del baúl unas bebidas que habían comprado esa mañana, la ayudé con la compra. Leviatán caminaba de un lado a otro, como un animal enjaulado, sacudiendo su horrible cola. Alan aferraba el bastón, en guardia, por si debería luchar contra un demonio otra vez.
—Gracias, querida —sonrió encantada cuando agarré una bolsa de mercado.
—¿Tú crees en Dios, Selva? —Tenía que aprovechar la situación rara para meterme más en sus vidas.
Ella alzó las cejas de la sorpresa que le provocó mi pregunta, se humedeció los labios y cerró lentamente la puerta de la cajuela.
—Yo... antes creía en muchas cosas, ahora en ninguna.
Eso... era raro. Pero me servía.
—¿Creías en muchas religiones? Eso es... una locura.
Selva se rio.
—Mi familia nunca fue como las demás.
Claro que no Selva, tu familia tuvo desde religiosos, deportistas, adolescentes con mente de niña, parranderos, borrachos y asesinos.
—Me alegra oír eso —dije, tratando de lidiar con mi cara de asco—. Ser igual a los demás a veces es aburrido.
—Pero mis padres ahora son creyentes —agregó—, antes solo nos hacían practicar a mi hermano y a mí, ellos no asistían a todas las reuniones, estaban siempre trabajando y cuando tenían tiempo libre lo usaban en nosotros o la familia, en ninguna otra persona o ser celestial. Ahora es al revés. Llevan a Asher a algunas reuniones.
—¿A Asher le gustan?
—A Asher le gusta cualquier cosa en donde haya gente —sonrió con calidez—. Ama a las personas.
—¿Seguro que es pariente tuyo? —preguntó Alan.
—Es un niño encantador —opiné.
—Lo es, mi madre lo adora, así que no puedo prohibirle que lleve a su nieto a todas esas reuniones religiosas, aunque yo no crea en ellas y me parezca un poco disparatado adorar cualquier cosa, no le veo lo grabe, es su pasatiempo. Creer en todo es no creer en nada, pienso que en realidad ella busca compañía no creencias.
—¿Y por qué no se lo dices?
—Porque... no sé, son cosas de adultos —Maldición Selva, te convertiste en esa gente.
Cuando alguien no sabe explicarle a un menor que está equivocado dice que son cosas de adultos, pero en realidad son cosas que no puede justificar, que por más que las piense lo superan. Es como decir que equivocarse es de adultos.
—Mi madre, digamos, tiene muchas heridas que sanar —Se lamentó observando las ventanas de mi antiguo hogar.
—¿Por qué?
Mima tenía a Asher en los brazos e indicó la casa para avisarnos que él ya entraría y que podíamos seguirlo si queríamos. El sol se desbordaba por toda la cuadra, habían crecido las violetas, lilas y lavandas del jardín. Suni identificó muchas otras flores exuberantes.
Había tantos colores como en un carnaval, pero ya no capturaban mi entusiasmo, para mí era ver la misma miseria desde diferentes tonalidades.
Selva alzó una mano y dijo que ya iba. Mima se adelantó hablando con Ashi.
—Mira, Suni, mi madre siempre quiso formar una familia porque ella creía que lo mejor que podía pasarte era amar a un hijo, pero desconocía que también lo peor que puede pasarte es perderlo. Si ella menciona a algún Asher, que no sea mi hijo, trata de desviar el tema, no le des mucha importancia ni hagas preguntas.
Si se pudieran dar abrazos mentales Suni me hubiera dado uno, por otro lado, si existieran los balazos mentales, las patadas, escupitajos y apuñaladas Selva me habría dado todos.
Traté de que mi voz no temblara y que no se notara que estaba muriendo por segunda vez.
Leviatán y Alan habían dejado de discutir, no sabía en qué momento habían empezado, para mirar la escena del genocidio de mis ilusiones y sueños.
¡Tabú! ¡Mi familia me había convertido en algo que no debía mencionarse! ¡Me habían reducido a una conversación que evitaban!
Tabú eran las personas que usaban medias con chanclas o la gente hermosa que subía fotos de ellos bajo la descripción de que eran feos, tabú debería ser las camas solares y los dakimakura.
«Pero nombró a su hijo como tú, Asher, no se olvidó de ti» me recordó Suni en ese rinconcito donde solo nosotros nos escuchábamos, pero no quise oírla porque cuando volviera al infierno ella también se olvidaría de mí.
—¿Pero se debe recordar a los muertos? ¿O no? —intenté esforzándome por tener la voz firme.
¿No ibas a recordarme por ciento cuatro años? Ibas a recordarme por ciento cuatro años, por favor, Selva, no me dejes.
Selva suspiró y meneo la cabeza.
—Por algo se entierra a los muertos, Suni, es para que te olvides de ellos.
—¿Enterraste a tu hermano?
—No con tierra —respondió pasando un brazo sobre mis hombros y guiándome a la casa.
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