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Alan nos confirmó que lo que sospechaba Leviatán era cierto.

Los condenados se habían metido en todas las invocaciones que realizaban los humanos, los demonios no podían evitar que los vivos convocaran así que era algo que no podían controlar.

Trataron de ir a la tierra y realizar campañas religiosas que dijeran «No practiques espiritismo», incluso llamaron a un amigo de confianza (ejem, el Papa) y le pidieron que hablara sobre la importancia de no jugar con demonios, pero solo provocó que la gente joven se interesara más por el tema.

Al haber tantos muertos las cosas se desequilibraban en el mundo, ya no había hora feliz en los bares, había aumentado un cincuenta por ciento el hurto de pequeñeces como golosinas o aretes en rebajas, la gente ya no recogía las porquerías de sus perros en los parques y casi todos los vecinos se robaban el Internet.

Muchos guardianes del infierno fueron el Sindicato a pedir un poco de tranquilidad, se quejaron de que era imposible torturar a alguien que siempre saltaba a portales y se iba a cualquier parte del mundo. No solo eso, si no que al haber demonios fatigados y ajetreados la seguridad menguaba, todos saltaban de un nivel a otro, encontraban grietas que conducían a otros sectores del infierno y se iban de parranda.

Alan había obtenido esa información por los condenados del Nivel Desleal y los del Nivel Lujurioso, que se habían fugado en masa, porque resultaba que los del Nivel del Pico no podían huir de allí por más que lo intentaran.

Los agentes del Sindicato no sabían qué hacer con tantas quejas y revueltas, así que todos los A.N.O convocaron a una junta con el departamento que ideaba soluciones. Los M.I.M.O.S.O.S establecieron que los muertos y los demonios podrían ir al mundo de los vivos con el único propósito de capturarme. Cuando me tuvieran deberían entregarme a los guardias de la Cámara de Máxima Tortura y cualquiera que me imitara luego de esa instancia, tendría el mismo castigo.

Alan se había enterado de todas las noticias porque una chica del Nivel de Avaro le había contado con lujo de detalles cómo me había fugado, después de que le pagara con la capa de rey que él siempre vestía, obviamente.

En el infierno también se hablaba de Leviatán. Eran conspiraciones y chismes.

Algunos decían que se dejaba gobernar por mí, otros tantos afirmaban que era más listo de lo que parecía y en realidad fingía ser mi amigo para traicionarme y llevarme al infierno cuando menos lo esperaba. Sin embargo, lo que casi todos aseguraban, sin lugar a dudas, era que Leviatán lo había planeado todo desde el comienzo y llevarme a la tierra de los vivos era una tortura que tenía planeada para mí, una forma revolucionaria y nunca antes vista de tormento físico y psicológico.

A Suni le gustaba escuchar hablar a Alan, de lo que fuera, incluso de la conspiración que implicaba mi tortura. No dejaba de pensar que era muy listo, que su acento inglés era hermoso y demás chorradas. Sobre todo, cuando la elogió por todos sus conocimientos de botánica que ella tenía. Le dijo que era una jovencita ejemplar y que se esforzaría por no mirar más sus recuerdos.

Al no poseer ningún cuerpo físico Alan podía ver el alma brumosa de Suni, todos sus recuerdos, flotando como nube alrededor de ella. Así que, prácticamente, él la conoció en menos de cinco minutos.

Traté de alejar los pensamientos melosos de Suni de mis pensamientos nerviosos.

Me inquietaba oír todas esas cosas de Leviatán. Yo estaba seguro de que me apoyaba, pero ahora que lo pensaba no tenía mucho sentido.

¿Me ayudaba porque quería ser diferente a los demás demonios y ser bondadoso? Era absurdo, desde que lo conocí a Leviatán siempre había querido ser igual de sádico que sus congéneres, se esforzaba, aunque fallaba. Incluso tomaba pastillas para parecerse a ellos.

¿Y si yo era su boleto para ser como los demás? Tal vez si me torturaba de una forma ingeniosa se ganaría el respeto de todos. Siempre había creído que tener a Leviatán como torturador era una ventaja, pero ¿Y si tenerme a mí como torturado era una ventaja para él?

Le eché una mirada interrogativa, pero Leviatán desvió mis ojos. Suni lo notó y se compadeció de mí.

Ella pensó que no había escapado del infierno, que me había llevado un pedacito conmigo.

Por primera vez en mucho, mucho tiempo, me sentí tan asustado como aquella noche en que me arrastraba al lago, azotado por la lluvia, mientras tío Jordán me seguía por detrás. Me sentí acorralado, porque en esta ocasión tenía muerte y dolor en ambas direcciones: detrás y delante.

Tal vez Leviatán se equivocaba y no siempre se puede volver. Los ángeles se pueden convertir en demonios, pero los demonios no pueden volver a ser ángeles. No hay ida y vuelta, no existen caminos con dos direcciones.

A veces cuando caes al vacío no hay nada esperándote del otro lado.

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