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En el aeropuerto había muchas familias cariñosas que se reencontraban y chocaban en una tormenta de risas, abrazos y lágrimas de felicidad. Una cursilería que me dio tantas ganas de vomitar como celos. Suni me regañó por ser tan amargado.
Tenía que pensar en cosas felices, vamos, cosas felices. Me frustré.
Muchos esperaban a algún pasajero, cargando carteles llamativos fabricados con papeles de colores y purpurina. Eran gente normal y yo ya no formaba parte de ellos, ninguno de los tres lo hacía. Nosotros salimos del edificio sin que nadie nos echara de menos, como si fuéramos basura arrastrada por el viento o, peor aún, vendedores ambulantes que van de puerta en puerta.
Caminamos hasta la estación de autobús y utilizamos el último dinero que nos quedaba para sacar un boleto hacia un municipio que estaba a cuatro horas de mi casa.
El autobús saldría en dos horas, teníamos tiempo para una invocación que confirmara las sospechas de Leviatán.
Fuimos hasta un restaurante grasoso y barato llamado Mc'Dany. Era el lugar más apartado de la capital que encontramos, la calle estaba casi desértica.
Contamos monedas en el estacionamiento del restaurante de comida rápida, para costear nuestro pedido.
Leviatán se ofreció a robar, incluso señaló a una víctima que parecía un hombre de negocios que tomaría el autobús con nosotros y se había quedado durmiendo en la terminal, dijo que se lo merecía por no pronunciar bien la letra r. Pero Suni no lo creyó políticamente correcto, él le respondió que por ser china se comportaba como una tonta y ella gritó por milésima vez que era coreana, tuve que intervenir para silenciarlos.
Finalmente ordenamos una hamburguesa con papas. Cuando la tuve en mis manos no pude controlarme y la engullí rápidamente frente a la empleada, Suni se avergonzó de que no tuviera modales. Tomó el control del cuerpo, tragó, se limpió las manos en su falda, agarró la bandeja con el pedido y se fue a sentar a una mesa. Ahí pude disfrutar la hamburguesa a mi manera.
Un padre con sus hijos nos miraba boquiabierto y asqueado de cómo estábamos inclinados sobre el platillo, engulléndolo como un jodido animal. No sabía cenar de otra manera, en el infierno siempre tenía que apurarme para que los patos no me robaran mi comida. Sentir hambre era una de las peores torturas.
—Asher los modales, pareces un cerdo masticando.
—¿Qué no te gustaba la naturaleza y los animales de granja?
Aunque la acabé y mi estómago se sentía lleno por dentro estaba vacío, estrujé la servilleta de papel con decepción.
—Vi tus sueños, lo siento amigo —susurró ella.
—Está bien —mentí encogiéndome de hombros.
—Parecía una linda Navidad.
—Lo fue.
Noté que los niños estaban peleando y que el padre parecía triste, deduje que sería mi aura infernal que los estaba alterando. Todos a mi alrededor se deprimían o se enojaban. A Leviatán le apetecía divertido.
Nos levantamos y fuimos a un rincón más apartado, una mesa con sillones altos que funcionaban como las paredes de un cubículo. Al mismo tiempo, Leviatán poseyó el cuerpo de un adolescente con vestimenta de rapero; apareció con una tarta de frutas que solo compró para masticar y escupir mientras se quejaba de los carteles de payasos que promocionaban las comidas, según él, los únicos payasos eran los empleados de publicidad de la compañía y nosotros.
Cuando se aburrió y notó que no nos molestaban la tarta masticada que nos lanzaba, abandonó el cuerpo del joven. Al abandonar un cuerpo era como si el muchacho fuera una célula dividiéndose, reproduciéndose. Una estática negra se desprendía de su cuerpo, como vapor condensado o electricidad, era un proceso tan rápido que de un momento a otro Leviatán estaba de regreso, parado al lado del humano, con la única excepción que solo nosotros podíamos verlo.
En el camino había poseído a unas cinco personas, no parecía molestarle mucho estar dentro de los cuerpos humanos, no como le había fastidiado a los otros dos demonios. Leviatán era tan único como insoportable.
El rapero parpadeó confundido cuando Leviatán reapareció a su izquierda, nos miró sin comprender, se puso de pie asustado, se levantó y se marchó. Todos los humanos que él poseía parecían no tener recuerdos del incidente, él dijo que era costumbre y ni siquiera estaban consientes cuando los usurpaba. Lo último parecía mentira.
Eso me hizo pensar que Suni olvidaría que nos habíamos conocido cuando me fuera, tal vez así era mejor porque yo no le había ofrecido nada más que desgracias.
—Solo puedo poseer gente mala, verdaderos monstruos y cuando me voy no me recuerdan así que ¿Cómo dicen los humanos? C'est la vie. Me gusta esa frase...
—Cuéntaselo a alguien que le interese —tajeé al momento que zampaba mis papas de un bocado.
—Cuando regresemos al infierno una de las torturas que te daré será escucharme hablar por mil años.
Suni se tensó en mi interior, la noté como un nervio palpitante en el cráneo, a ella la inquietaban mi conversación con Leviatán y las amenazas o las torturas, a mí me hacían gracia. Me replanteé mi salud mental:
—Ni tu soportarías escucharte hablar.
Leviatán soltó una risilla y meneó con la cabeza mientras se sentaba enfrentándonos.
Le dije a Suni que no lo hacía a propósito, solo para que no se le tirara encima, era más fácil controlar el cuerpo cuando ella tenía miedo o no se enojaba.
Nuestra velada terminó rodeando el edificio de comida rápida e introduciéndonos en las entrañas de un callejón que olía a retrete, alcohol y orina. Un contenedor de basura se ubicaba junto a la pared, al lado de cajas que habían arrojado los empleados de Mc'Dany.
Un vagabundo yacía sobre un cartón mohoso y manchado con aceite, estaba durmiendo apaciblemente, en las sombras. Su barba tupida a duras penas permitía ver su rostro arrugado y pálido. Leviatán suspiró al ver al hombre.
—Los humanos son tan egoístas, con la cantidad de medicamentos y alimentos que hay podrían ubicar a todos estos vagos. Pero son demasiado flojos para hacer algo, son tontos y apestan.
—Como tú —apunté.
Él me lanzó una mirada de advertencia, quién diría que Leviatán tenía conciencia social, cada vez que pasaba tiempo con él se me hacía que su maldad era fingida, que la repetía como la letra de una canción que se había aprendido de memoria.
Él fingía ser malvado porque era lo que la gente esperaba de él, pero en el fondo ocultaba a una persona decente... o solo una persona.
Era un bondadoso de closet.
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