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 Leviatán nos dijo algunas reglas de cómo funcionaba escaparse del mundo de los muertos. Por ejemplo, me explicó que todavía no habían podido encontrarme porque él estaba desviando mis ondas de espíritu muerto; así como los vivos portaban una nube bulliciosa y brumosa a su alrededor yo propagaba un aura fría y un abismo de silencio.

Los humanos llamaban a eso buenas vibras, algunos le decían energía, otros, alma. Como fuera, nosotros transportábamos malas vibras, las personas que estaban cerca de Leviatán se sentían enfurruñadas, iracundas o irritadas, las que estuvieran próximas a mí se sentirían tristes, desesperanzados o vulnerables. Cuando lo oí me eché a reír y le dije que era mentira, Suni me apoyó.

Nos hallábamos sentados en la butaca del último avión que abordaríamos. Estaba utilizando el teléfono de Suni para simular que me encontraba hablando con alguien por el celular y no con un demonio que nadie veía.

Leviatán me invitó a echar un vistazo a mi alrededor, pero atentamente.

Giré la cabeza y pude percibir que era cierto, todas las personas que se ubicaban en mi periferia parecían miserables, agotados o irritados; incluso la azafata mostraba una sonrisa menguante y ojos llorosos. Había creído que sus actitudes eran causadas por el viaje y no por mí.

Llevaba tanto tiempo fuera del mundo de los vivos que ya no podía darme cuenta de ciertas cosas importantes como que tienes que tirar la basura en un canasto, que no podía robar cosas que no eran mías y me habían gustado como la maleta de los demás, ni tampoco podía gritarles a padres que callen a su niño llorón. Obvio supe que esas cosas no se hacían cuando las hice y todos reaccionaron en mi contra, estar vivo era tan difícil ¿Cómo no lo había notado antes?

Los demonios podían olfatear las vibras y algunos muertos presentirlas, por eso podían rastrarme. Yo no sabía cómo se hacía, pero Leviatán dijo que era como jugar videojuegos, con la experiencia se hace cada vez más fácil. Me aseguró que no pensara en cosas tristes y mis vibras negativas se harían más tenues, pero era fácil decirlo ¿Cómo puede un muerto estar feliz?

¿Alguna vez viste a un fantasma feliz?

—Es fácil, Asher, no es física cuántica, solo sé feliz y punto —dijo ubicándose a mi lado, en un asiento vacío.

—¿Y así podré despistar a demonios?

Él puso los ojos en blanco.

—Posiblemente.

—Gracias por el apoyo —rumié.

Suni se revolvió inquieta en la silla, pude sentir cómo con nuestros dedos apretaba el apoyabrazos del asiento, sostuvo el móvil contra su hombro y aparentó escuchar una respuesta del otro lado.

—¿Vendrán más de esas cosas?

—No pasará nada si se cubren con una manta —aseguró Leviatán restándole importancia con un gesto de mano—. Más si imitan la forma del burrito —Nos miró atentamente con todos sus ojos—, esa maniobra es sumamente funcional.

—No como tú —se quejó Suni.

—Te estás ganando un poderoso enemigo, mortal.

—No tan poderoso si no puedes atacarme cuando me cubro con una manta —Se cruzó de brazos enfurruñada y se me cayó el teléfono.

—¡Asher! —chilló Leviatán y la señaló con las manos abiertas y extendidas, me pedía que lo defendiera.

 —Yo cuidaría lo que digo, Suni, Leviatán suele ser aterrador —aporté mientras me inclinaba para recoger el teléfono.

 Pero pude sentir en mi interior que no me creía y que había perdido el miedo a los demonios y el respeto por nosotros. Ahora solo éramos dos idiotas que habían roto su botánica y estorbábamos en sus actividades de acoso.

 Quería regresar a casa y se juró jamás volver a jugar con el mundo espiritual para caerle bien a alguien. Más que nada se preguntaba qué habían pensado Haneul y Kwan de ella. Seguro creerían que era una rara, diablos, lo había echado todo a perder. Y adivinen de quién era la culpa. Ajá mía.

 En el fondo ella no esperaba la hora de que arreglara las cosas en mi familia y me fuera para siempre. Somos dos, Suni, somos dos.

 Por mi parte esperaba con ansias aterrizar y convocar a Alan. Teníamos qué averiguar cómo estaban las cosas allá abajo.

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