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Ingresé al avión de la forma más reservada e invisible que pude, escondiendo mi cabeza en los hombros nervudos y alzados, evitando cualquier superficie que reflejara a un chico pálido, con ojeras, ojos claros, pelo rizado y oscuro y mirada triste.

Leviatán me perseguía desternillándose de la risa porque había estado años enteros insistiendo en querer saber dónde estaba mi cuerpo, pero ahora que podía verme a un espejo evitaba escudriñarme con atención.

Dato de interés: en el infierno nadie tiene reflejo. Hay muchas cosas del infierno que no dije porque no tiene caso, yo no soy ni seré mis desgracias ni la condenas que me aquejan. No soy lo que me quitaron ni lo que gané, yo soy todo lo que queda después de una tormenta.

Y esta tormenta todavía no terminaba.

Antes de subir al avión fui al centro comercial del aeropuerto y compré, con dinero que me dio Leviatán, una gorra y una sudadera para cubrirme mejor. Además, conseguí libros de arquitectura y botánica para Suni, pensé que a ella le gustaría y no me equivoqué.

Cuando nos sentamos en el avión, utilizando una capucha para que la ventanilla no reflejara mi rostro, ella abrió el libro sin decirme ni una palabra porque me estaba aplicando la ley del hielo y fue directo a la sección de puentes. Así noté que ella había regresado.

Comencé a mirar lo que ella miraba, le cedí el control de los ojos. Entre los puentes, estaba el Manhattan Bridge y el de Londres. Devoró aquellas páginas repletas de datos inútiles y poco interesantes y leyó muchas más sobre arquitectura gótica y renacentista. Ventanas, parteluces, paredes, arquivoltas, galerías, cualquier cosa que formara un edificio acaparaba su atención.

Estuve atento a lo que leía y le comenté a través de susurros, murmullos o pensamientos que yo quería ser diseñador de interiores, no pudo resistirse y me contestó. Hablamos mucho sobre la forma en que hubiéramos construido y decorado algunas salas de tronos o monumentos nacionales.

Sentía a Leviatán deambular de un lado a otro de las cabinas, sus pisadas eran estruendosas, algunas personas comenzaron a notarlo y giraban la cabeza en casi todas direcciones para averiguar de dónde provenía el sonido, gracias al cielo la mayoría de los pasajeros gozaba de un sueño imperturbable.

Él engulló todo el carrito de maní y golosinas y luego se quejó de que sabían mal, roncó mientras fingía por millonésima vez dormir, se quitó sus zapatos destrozados de ejecutivo y perturbó a los pasajeros con un olor a pies infernal, sé de lo que hablo yo estuve ahí, utilizaba los auriculares a todo volumen y preguntaba siempre cuando llegábamos. Tuvimos que cubrirlo con nuestro cuerpo en más de una ocasión para que nadie viera a los objetos levitar. Al final del vuelo los turistas miraban a Suni con reproche porque creían que ella había hecho todas esas cosas.

Tardamos día y medio en llegar a nuestro destino. Tuvimos que hacer una escala en Japón y luego de allí fuimos directito a mi patria.

Para entonces Suni ya había asimilado que no me iría y como había estado una hora entera en el baño del avión con ella, escuchando cómo creía que habían fabricado el jabón líquido para manos, terminé por caerle bien.

Solo tuvimos un inconveniente y fueron los M.I.M.O.S.O.S (Ministerio de Información de Muertos Ofendidos y Subversivos que Organizan Soluciones) Era una rama del ministerio que recibía quejas de muertos o consejos de demonios para que la convivencia dentro del infierno fuera más pacífica o menos caótica. Ante las quejas ellos aportaban soluciones. Y cuando me fui tuvieron una avalancha de reclamos.

Muchos demonios se quejaron de que me había fugado y que eso había incitado a los demás muertos a saltar a portales invocadores.

Desde mi defensa no sabía cómo a los demás peleles no se les había ocurrido hacerlo antes, parecía tan evidente. Como fuera, muchos me imitaron y hubo fugas en masa de muertos. Se reportó una ola de posesiones, la mayoría poseía cuerpos e invocaba más muertos. Pudieron rastrear a cada uno de los desertores, pero no a mí, Leviatán había dispersado mi rastro.

Fueron tantas las huidas del infierno que solo dejaron salir a los muertos más sanguinarios y manipuladores con una condición: que me trajeran de regreso.

Cuando lo supe estaba en el baño del aeropuerto de Japón, donde paramos para hacer escala, porque cerca de retretes era donde nos sentíamos más seguros para hablar los tres.

Te estarás preguntando cómo me enteré todo esto, si no te lo planteaste deberías porque estoy a punto de ser atacado por una pandilla de diablos enviados por los M.I.M.O.S.O.S.

Y que el nombre no te deje engañar porque no son nada de cariñosos. 

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