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 No me siento orgulloso de lo que hice, ni quiero dar muchos detalles de la forma en la que poseí a Suni, pero son un público curioso así que cómo negarme.

 Mientras me metía por su boca que se ensanchaba como si estuviera bostezando, pero de una forma mucho más terrorífica, su cuerpo caía de rodillas y se convulsionaba. Haneul la agarró de los brazos para que no se estampara la cara contra el suelo, lo que en cierta medida me ayudó mucho a meterme.

—¡Suelta! —ordenó Kwan, agarró las manos de su novia y trató de separarla de Suni.

—¡No, déjame!

Pero no tuvo que sostenerla mucho tiempo porque repentinamente me escabullí hacia su interior y mientras me acomodaba ella arqueó la espalda como si fuera a bailar limbo. Sin embargo, no tocaba el suelo, no soy físico, no sé nada de gravedad, no tenía idea de cómo eso era posible.

¿Cómo se siente poseer el cuerpo de alguien? Fue como despertar luego de una paliza. Todo me aturdió de repente. Era como si hasta el momento hubiera estado soñando, sentí el frío en mi piel, y el miedo de ella erizando mi vello corporal, mi nariz fue bombardeada por las fragancias de cientos de jabones hechos trizas, los colores eran más brillantes, la luz más cálida y las sombras menos espesas.

Fue entonces cuando me di cuenta que, en el infierno, tanto como ahí, no sentía mi cuerpo, al menos no las sensaciones agradables. Todas las sensaciones placenteras regresaron y festejaron conmigo dándome escalofríos.

Más allá de eso, controlar un cuerpo que no es tuyo es cómo manejar una computadora con el ratón mientras que otro trata de hacerlo con la pantalla touch. Nuestras ordenes se interponían unas contras las otras. Competimos en ser lo suficientemente rápidos para que el cuerpo procesara antes nuestra voluntad que la del otro.

—¡Vámonos! —gritó Kwan, agarró del brazo a Haneul y comenzó a arrastrarla hacia la escalera.

Noté que ya no veía sus brumas. Estar dentro de Suni me impedía ver almas y oírlas. Ahora había paz.

Suni y yo continuábamos disputándonos por el cuerpo, convulsionándonos en el suelo. Me dolía cada extremidad, literalmente, yo estaba recibiendo toda la agonía y Suni ganaba terreno.

Me dolían los brazos, los dedos, el estómago que se contraía del miedo, algo alrededor de las tripas también me dolía ¿Los ovarios? Maldita sea, cómo dolían. Mis pulmones al respirar se sentían como estacadas en el pecho o peor, los labios me ardían, los dientes me rechinaban. Todo era sufrimiento.

Un grito agónico se escapó de mis labios y sonó como mi voz, la de Asher, era un poco más ronca porque provenía de otra garganta, pero era mi voz la que aullaba.

Leviatán nos miraba con los brazos cruzados y expresión aburrida, repiqueteaba los zapatos contra el suelo.

—¡Vamos Asher! ¡El programa de bromas terminará en cinco minutos!

—¡No! —chillaba Haneul y se sacudía ante la fuerza de su novio, tratando de llegar a Suni—. ¡No voy a abandonarla! —lloriqueó y plantó los pies en el suelo, pero él continuaba arrastrándola.

—¡Déjala!

— ¡Suni! ¡Lo siento, Suni!

Tal vez Kwan era buen chico y Haneul era cotilla y pretenciosa, pero ella era leal y valiente algo que su novio no. Él terminó por cargarla con un abrazo de oso, retrocediendo y llevándosela lejos.

Suni estiró la mano hacia Haneul, suplicando que no la abandonara, pero cerré sus dedos y formé un puño. Estaba tirado en el suelo. Vimos sus figuras subiendo por la escalera. Escuchamos cómo cerraban la puerta. Suni se sintió sola y abandonada, traté de enviarle el pensamiento de que ahora me tenía a mí y que no le haría daño, pero eso la asustó todavía más.

Pude saberlo porque yo me asusté. Estábamos conectados.

Con toda mi voluntad, relajé mi respiración y alejé el miedo de Suni de nuestro estómago, de nuestro acelerado corazón y nuestros pulmones agitados.

Dejé de apretar los dientes. Me había mordido el lado interno de la boca, sentía sangre en mi lengua, un sabor metálico. Abrí la mandíbula, la moví de izquierda a derecha y la cerré. Me levanté con rigidez del suelo, batí mis piernas y brazos, meneé mis dedos. Tenía el control.

«¡VETE!» Rugió una voz en mi cabeza.

Ay, lo quisiera, pero no puedo. No.

Leviatán me miró, dejó caer los brazos y arqueó las cejas con aire curioso.

—¿Y bien?

—Podemos verte —murmuré.

—No hables en plural frente a otra persona —aconsejó.

«VETE» Su orden la sentí como una punzada en el entrecejo. Era peor que la jaqueca.

—Me grita que me vaya —le informé con mi voz, no la de Suni y me agarré la cabeza.

—Pues no va a gritarte que te quedes.

Dolía como mil demonios, me acaricié el cuello.

—Acabo de convertirme en un espíritu maligno, mis padres, mi familia y mis amigos estarían decepcionados de mí.

—Siempre lo estuvieron.

—Me doy asco.

—Ya era hora —Señaló por encima de su hombro—. ¿Vamos a ver el programa de chistes mientras practicas?

Nos desvanecimos, aterricé de rodillas para no romperme la cara contra el suelo y caímos sobre la tierra y las esquiarlas de cerámica. Perdí el conocimiento en ese mismo instante.

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