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—¿Hola? —preguntó la chica de cabello rosado, o sea, Suni, cuando la vi, inmediatamente supe su nombre, estaba en casi toda su nube—. Espíritu ¿Fuiste tú el de la mesa?
—No seas absurda, Suni —rio Haneul—. Los espíritus no son tan torpes.
Leviatán se rio y me miró burlonamente enarcando sus cuantiosas cejas como si no concordara con Haneul. Miré la mesa, luego al demonio que desdibujó la sonrisa de sus labios y alzó las manos para protegerse porque creyó que me desquitaría.
Todo el tiempo me había mentido, ya había llegado al mundo de los vivos y no era una ventisca que nadie podía ver ¡Había movido una mesa!
—Está bien, está bien, tú ganas, puedes mover cosas sin un cuerpo, pero te cansará, Asher —me explicó—. Solo serás capaz de hacerlo pocas veces.
—¿Es otra mentira? —cuestioné.
—¿De verdad crees que sería capaz de mentirte? —inquirió afinando la voz y resoplando otra vez—. Me ofendes, de verdad, me ofendes.
—Me alegro —rumié.
—Probemos con invocar otra vez —propuso Kwan al no obtener respuesta de ningún muerto.
Mis alarmas se encendieron. Si invocaban otra vez a espíritus cercanos, entonces, vendrían los demonios que estaban en la primera fila del escenario ¡O peor aún! ¡Llegaría uno de los muertos mentirosos! ¡Vendrían por nosotros, me llevarían de regreso sin siquiera conocer a mi sobrino y me enviarían a la C.M.T para siempre!
—¡No! —grité.
Me paré de rodillas al lado de ellos, agarré el puntero y comencé a moverlo. Todos los vivos tensaron el cuerpo por la sorpresa y largaron un gritito, luego se miraron escépticos entre ellos y rápidamente comenzaron a seguir las letras que marcaba.
—H-O-L-A.
—¡Dijo hola! —gritó el muchacho chino o coreano o japonés, se ubicaba detrás de la bruma que era su vida.
—Vaya, sabe leer —se burló Leviatán, que estaba mucho más agresivo sin sus pastillas—. Me pregunto qué otros dones tendrá.
No sabía en qué país me encontraba, podía buscar en la niebla de ellos, así como había encontrado sus nombres era capaz de entender su idioma o averiguar todo lo que quisiera, pero no tenía tiempo para eso. Debía evitar que invocaran a más demonios, por el momento no podían venir a buscarnos si no ya lo hubieran hecho.
Me pregunté qué estarían haciendo mis amigos allá abajo.
Debería ser un verdadero jaleo... me refiero a más caos de lo común.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Haneul.
Suspiré. Qué mierda importaba ¿Me habían llamado para preguntarme eso? Mientras dictaba mi nombre, Leviatán me cogió del hombro y los sacudió como si quisiera hacerme masajes. Pero ya lo había hecho en el infierno y sabía que así no eran sus masajes, eran mucho más irritantes y dolorosos e involucraban acupuntura.
Sus dedos eran delgados, negros y largos y unas garras filosas los volvían más... particulares. Parecía la mano de una momia solo que más vieja y menos interesante.
—Oye, Asher, me estás metiendo en un lío, vamos de vuelta al infierno, prometo no volver a poner la tele en marroquí ¡Te dejaré ver televisión en tu idioma! ¡Comerciales de cocina! ¡Esos que pasan a media noche! ¿Qué me dices?
—Es mi sobrino, Leviatán —Moví bruscamente el brazo para liberarme de su mano y continué deslizando el puntero sobre las letras—, sé que a ti no te importa que él reciba tortura eterna, pero a mí sí. Lo amo y quiero lo mejor para él. No puedes entenderme porque en tu maldita vida amaste a alguien.
—A-S-H-E-R —leyó Kwan y se revolvió inquieto—. Es un chico —les informó a sus amigas, Hanuel sonrió interesada y Suni tuvo un escalofrío—. ¿Qué edad tienes?
—1-7.
La expresión de Leviatán se suavizó, se inclinó a mi lado y se sentó a la izquierda de Suni, sin tocarla. Si lo veías con ojos superficiales parecía que jugábamos todos, aunque claro para mí no era un juego la invocación y por la expresión pálida de Suni para ella tampoco, es más, tenía cara de querer llorar del miedo, sus ojos estaban demasiado húmedos.
—¿Cómo moriste?
¡Ja! Sí, cómo si te fuera a decir y todo. En parte había escapado del infierno para evitar dar esa respuesta, niñatos. Era una pregunta peligrosa, un poco maleducada.
—C-U-Í-D-A-D-O —escribí.
—No es que no me importe tu sobrino —dijo Leviatán con melancolía.
—No te importa —le reproché mientras iba por la segunda letra y los jóvenes seguían en corillo lo que le iba señalando.
—Pero sí amé —contradijo y sus ojos se volvieron acuosos—. Pero nunca te lo dije por vergüenza. Me enamoré de... —contuve el aliento, no podía creerlo, ese día estaba destinado a ser un día de revelaciones—, me enamoré de la música de... de... Melanie Martinez. Ya, lo dije.
—¡No está ni cerca de compararse con el amor que le tengo a mi sobrino!
Debí habérmelo imaginado, pero no podía deletrear y discutir al mismo tiempo.
Leviatán chasqueó la lengua. Además de sus voces y las nuestras, se oía el murmullo de sus vidas brumosas. Escuché en la bruma de la chica bonita que tocaba el piano, en otra se estaba riendo con sus amigas de chistes en internet, se subía a un avión y entre otros miles de recuerdos que oí al mismo tiempo. El caos del sótano, para mí, era ensordecedor. Estaba seguro que para los jóvenes orientales había un silencio mortal.
—No sé qué hacer Asher, muchas personas se van del infierno, pero con autorización, nadie se escapa —trató por el modo comprensivo.
Eso tampoco lo esperaba, no era de revelaciones, era un día de sorpresas.
—Quiero ayudarte, aunque no me creas y pienses que soy un ser despiadado y feo, si pudiera ayudarte con tu sobrino lo haría. Además, me gustaría ver lo que quedó del mundo después de que inventaran el pela papas. Pero ¡Si no volvemos pronto irás para siempre a la Cámara de Máxima Tortura!
Tardé en contestar porque su confesión de querer ayudarme me había conmovido, pero al mismo instante se me había encendido una alerta, una alarma que difícilmente ignoraría.
—No me importa la Cámara, no si lo salvo a él.
—Cuidado —leyó Haneul— ¿Cuidado con qué? ¿Qué pasa?
Cuidado con las preguntas que haces, chica.
—O-o-oigan —comentó Suni con la voz temblorosa y tragó saliva—. Creo que deberíamos terminar esto.
Iba a apartar la mano del puntero, pero su amiga guapa ordenó imperante:
—¡No quites la mano! Si no el espíritu se enfadará. Lo leí en internet.
La miré molesto de refilón ¿Quién era ella para decir que me enfadaba y que no? Ellos me habían invocado, pero no eran mis amos, maldita sea, no estábamos en el siglo dieciocho.
—Hagamos otra pregunta —propuso Kwan, humedeció sus labios e inquirió—. ¿Viniste solo?
Esa manera de comunicarme me estaba matando, en realidad ya estaba muerto, pero ustedes me entienden, era tedioso. Sus preguntas personales resultaban un poco irrespetuosas. Es más, quién había sido el egocéntrico que creyó que los muertos querían que les hicieran preguntas y no al revés. Mi curiosidad no había fallecido también, quería preguntarles cosas cómo en qué país estaba o quiénes eran, pero no tenía tiempo porque me bombardeaban de acusaciones. Esto no era una charla era un interrogatorio.
Ya entendía porque en las películas los espíritus siempre se enojaban, tiraban cosas y se vengaban de sus invocadores. Los vivos no tenían decencia, estaba comenzando a molestarme. Ahí había muchas cosas que pedían a gritos ser rotas.
—NO —marqué.
Noté en sus expresiones que mi respuesta los había asustado, Suni se echó a llorar ¿Para qué preguntaban si no querían saber? No, no vine solo, pero ojalá si hubiera venido solo porque Leviatán no estaba siendo de ayuda.
—¿Con quién estás? —preguntó Haneul.
No hice tiempo a responder eso, me quedé discutiendo con Leviatán.
—¡Nadie creerá que eres un idiota! —dije—. Tampoco nadie nos está siguiendo, solo te estoy pidiendo que me dejes ayudar a mi sobrino, puedes irte si quieres. No estoy exigiendo tu ayuda, yo puedo, solo no te entrometas.
—Que recuerde a ningún demonio se le escapó del infierno la persona que tenía que torturar —insistió, golpeando el suelo con un puño.
—Escucha, Leviatán, si me ayudas diré que me das tanto miedo que preferí aventurarme en el mundo de los vivos a que resistir otro segundo en el infierno contigo. Podrás decir que me cazaste, que me perseguiste por todo el mundo. Cuando me asegure de que mi sobrino no adorará a todos los dioses falsos y no será condenado por eso, entonces regresaré contigo, no me opondré, te haré caso para el resto de la eternidad, iré a la Cámara de tortura que sea, diré lo que quieras, jamás me escucharás burlándome de ti o diciendo que no somos amigos o riéndome a tus espaldas con Jenell y Ruslan.
—¿Hacías eso?
Suspiré con hartazgo, como si tuviera algo atorado en la garganta.
—Haré o dejaré de hacer lo que sea, pero solo si me permites ayudar a mi sobrino —Así es, estaba desesperado.
Leviatán abrió la boca para protestar, pero la cerró y se quedó pensando mi propuesta.
—No respondió —observó Suni con las mejillas empapadas.
—Le haré otra pregunta —se aventuró Kwan—. Asher, lo que vino contigo ¿Es un amigo?
—NO —respondí.
Los tres jóvenes se quedaron mudos del miedo. Para ellos, que no podían vernos ni oírnos discutir, mis silencios y mis respuestas resultaban verdaderamente terroríficas. Les había dicho que me llamaba Asher, que morí a los diecisiete años, que tuvieran cuidado, que no había venido solo y que esa presencia intrusa en el sótano no era un amigo.
Yo miré firmemente a Leviatán que también guardaba silencio.
—No eres mi amigo. Un amigo me ayudaría en esto.
Él entornó la mirada, sus miradas, tenía más de veinte ojos que me escudriñaban con recelo. Chasqueó la lengua, todas.
—Ahhhhh está bien, te ayudaré —comentó desilusionado, ladeando la cabeza y me señaló con su garra—. Pero solo nos quedamos aquí una semana, ni un día más ni un día menos, ayudamos a tu sobrino, nos divertimos un poco y nos vamos ¡Pero solo si me prometes visitar únicamente a tu hermana! ¡A nadie más de tu familia!
Levanté una mano y la coloqué sobre mi pecho, estaba que estallaba de felicidad. Que no me delatara ni intentara arrastrarme de regreso al infierno era una verdadera ayuda, pero no porque fuera mi amigo ¿Cierto?
—Lo prometo. Palabra de honor.
Leviatán sonrió y asintió satisfecho, en el fondo también le gustaba la idea de vacacionar una semana en el mundo de los vivos y averiguar qué había sido de la sociedad después del pela papas.
Tal vez era la primera vez desde siempre que un demonio se escapaba con un fantasma del infierno para salvar el alma de un niño inocente.
Tal vez ambos éramos un poquito milagrosos.
—Bueno —decretó poniéndose de pie—, ahora debemos conseguirte un cuerpo.
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