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A medida que ambos se adentraban en el sótano su marcha se tornaba más lenta y cautelosa. Arrastraban los pies e inspeccionaban los barriles de químicos, los jabones a medio hacer que colgaban del techo y las opacas cortinas plásticas que contenían el jardín.

A Suni no le avergonzó que vieran sus creaciones ni su taller, aquellos jabones eran su mayor orgullo, aunque no fuera el pasatiempo más normal. Deseaba que ellos se convirtieran en sus amigos, pero no iba a cambiar lo que era para obtener su amistad.

Así es, Suni era una mujer con algo de dignidad.

Se sintió decepcionada al notar que Hanuel arrugaba el labio con desprecio y revelaba que no aprobaba lo que veía, pero su tristeza no duró mucho porque Kwan se apresuró a decir:

—Adoro el olor de aquí abajo.

Caminó hasta una canasta con jabones en barra, se inclinó sobre la mercancía y olfateó hondo como si contuviera el aliento para sumergirse en un mar de fragancias.

Suni sintió su cara tan roja que pudo haber sido la Señora Claus que pasaban en la tele en los especiales de Navidad. Se volteó, agarró un taburete, se paró sobre él y comenzó a revolver el interior de una caja de mudanza.

—Gracias, me gusta hacer jabones desde que vi un documental de que a una mujer la consideraron bruja por fabricarlos. En la antigüedad, claro. Las mujeres que solían utilizar las plantas para fines medicinales o higiénicos eran brujas.

Suni estaba lejos de ser una bruja, pero cada quién con lo suyo. A ella le gustaba pensar que era una bruja, tal vez lo fuera, porque la tenía sin cuidado invocar espíritus.

La expresión de Kwan se suavizó y suspiró.

—Bueno —comentó con una sonrisa forzada— es un pasatiempo higiénico ¿Pensaste en venderlos?

Suni se sorprendió de la idea, nunca creyó que alguien pudiera estar interesado en pagar por sus creaciones.

—No, no sabría cómo.

—Pues la idea no te vendrá encerrándolos en el sótano —se quejó Haneul—. ¿Puedo sacarle una foto y enseñárselo a mis amigas? Es más, mi vecina tiene un negocio donde vende cosmética —comenzó a explicar mientras enfocaba la fotografía y el flash iluminaba la escasa luz del sótano, los reflectores de energía que alimentaban a las plantas estaban apagados—, seguramente podría acordar un pedido contigo ¡Tendrías una empresa! ¡Oh, eso es alucinante! ¡Deberías explotar tu don!

—Llamar Suni-Jabonería —sugirió su novio.

Haneul meneó la cabeza y arrugó la nariz.

—No lo creo, debe ser atractivo.

—Entonces llámemelos Haneul —la alagó, la agarró de las manos y trató de besarla.

—Es-esperen —intervino Suni con voz temblorosa, cerrando los ojos para no presenciar su peor pesadilla.

Justo en el momento más oportuno encontró la tabla y el puntero movible. Suspiró relajada y desanimada. Desinflada como un globo de cumpleaños después de cinco días.

Se volteó con ambos objetos en las manos y alzó las cejas de forma divertida.

—Lo tengo —canturreó.

Haneul largó una risilla, estaba envuelta en los brazos de Kwan que la soltó lentamente y se acercó con interés. Las presas acababan de morder el anzuelo.

Presas para mí, no para Suni. 

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