Cuando llegaron a la casa de Suni no había nadie, las luces estaban apagadas. Ella guardó la grasa en el congelador, sacó unas bebidas frías porque que fuera una loca de la botánica, los jabones, los puentes y el acoso, no le quitaba la hospitalidad.

 Arregló su cabello rosado en el espejo del baño y corrió a entregar las sodas a Haneul y Kwan que la esperaban sentados en los sillones de la sala de estar.

 Suni estaba hecha un manojo de nervios, jamás había deseado con tantas ansias la aprobación de dos personas. Le pidió que esperaran allí y ella traería la tabla, la pareja asintió, ambos estaban mudos.

 Buena señal, pensó Suni, mi onda les quitó el aliento.

Kwan tenía su característico silencio cortés seguido de su mirada compasiva pero su novia extendía un silencio cínico y cotilla, estaba demasiado concentrada, inspeccionado las fotografías de la pared con los ojos entornados y tomando conclusiones, como para iniciar una conversación. Acaparaba toda su atención una fotografía redonda, enmarcada sobre un piano, eran dos bebés, pero Suni era hija única.

En ese instante Haneul pensó que Suni tenía más para ocultar que para dar y sintió verdadera pena por la chica que casi no conocía. Porque ese nuevo cabo suelto de Suni no estaba tan suelto, sentía que se unía al de ella. Como lo veía Haneul, ambas, eran más profundas de lo que parecían.

En aquel instante, dos personas completamente diferentes, se sintieron iguales.