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Para ser invocado tiene que haber un invocador. Para que vengan dos errores tiene que existir el que comete el error.
Y la vida de Suni Hye era un constante error. Si mi nacimiento fue un milagro el de ella fue una desgracia.
Antes de conocerme Suni vivía tranquilamente en Corea del Sur, la corea que tiene cantantes simpáticos y no la que es gobernada por un dictador con cara de querer estornudar.
Ella no fue planeada. Fue producto de dos adolescentes borrachos en un auto a las tres de la mañana. Ambos jóvenes estaban besándose tanto que el labial de ella había terminado en la frente de él. Sudorosos y apasionados, no había tiempo para pensar en consecuencias. Se estrechaban, toqueteaban y se aseguraban de no estar solos, cuando en realidad, se sentía a millones de kilómetros uno del otro.
Luego de muchos más besuqueos se detuvieron un rato para respirar agitados, la música tocaba en la radio, pero lo único que escuchaban era el tamborileo de su corazón.
—너 오늘 밤 아름다워 —dijo él.
—용을 성전에 넣으십시오 —respondió ella.
¿Cómo resistirse a eso? Los dos tuvieron que pecar, valía la pena por la persona que tenían al lado. Se olvidaron de la protección, las pastillas o cualquier cosa que hubiera prevenido la llegada de Suni al mundo y la hubiera bateado directo al tacho de basura.
Ese error lo comete cualquiera, el error que cometió Suni dieciséis años después de esa noche no.
A Suni sus padres siempre le dijeron que la cigüeña la había traído a casa, a ella y su hermano gemelo, los habían depositado en la puerta y luego, con su largo pico, tocado el timbre. Pero su hermano no había estado feliz en la tierra, siempre lloraba y estaba enfermo y débil. Extrañaba mucho los pájaros, las nubes y cualquier chorrada que los vivos creen que hay en el cielo. Entonces las cigüeñas se lo volvieron a llevar al cielo donde podría jugar con las nubes todo el día.
Bla, bla, bla, a ver, si eres más rápido que Suni te darás cuenta de que el crio se murió al año de haber nacido.
Ningún niño creería esa mentira con tan poco material intelectual, Suni sí.
Esa historia de hadas estaba más que lejos de la realidad.
El que la trajo al mundo fue un doctor en un hospital al que pagaron para que alterara los papeles de natalidad, la extrajo del cuerpo ya muerto de su joven madre que yacía en un charco de sangre. Los adoptaron un matrimonio un tanto crecido, una mujer de cincuenta años y un hombre mayor que ella. Fingieron ser sus padres, para el Estado y para ella siempre lo fueron.
Tres estaciones después su hermano murió, su corazón tan nuevo y latiente dejó de latir. Se le llamaba muerte súbita, no había explicación para eso, a muchos bebés les pasaba. Y es que las desgracias no tienen explicaciones, no vienen con manual de instrucciones, ni es un juego donde se puede volver atrás.
Las desgracias vienen para quedarse y cuando se van se llevan un recuerdo de nosotros, un pedazo, no muy grande, puede ser cualquiera, a veces, el corazón.
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