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El corazón iba a estallarme de tan rápido que martilleaba, sentí que el color me abandonaba el cuerpo y me convertía en una de esas estructuras pálidas y modernas de la ciudad, aquellas que, como decorador, soñaba con erradicar.

Tal vez, de alguna manera, yo siempre había sido lo que no quería ser.

Estaba plantado en mi lugar, detrás de la cortina, pensando que me llevaba el diablo. Aferré con fuerzas la foto de mi sobrino.

—Asher Colm, al escenario ¡AHORA! —exhortó la voz ya con poca paciencia.

Jenell y Ruslan me empujaron al escenario mientras Larry me deseaba buena suerte alzando los pulgares. Un grupo de inusuales se quejaba porque su turno no llegaba, algunos estaban disfrazados, otros se retocaban el maquillaje.

—No, no, no, no puedo, no —trataba de trabar mis pies sobre el suelo, pero mis amigos continuaban arrastrándome hasta el micrófono.

Intenté liberar mis brazos tironeándolos, pero ellos me aferraban con agarre férreo. Ruslan y Jenell no dejaban de susurrarme alientos como: «Te irá bien» «Tú puedes, Asher» «Deja al cuervo en el dintel» «Te ves guapo» «No seas un gallina» «Sólo di cómo moriste» «Nadie se resiste a los perritos»

Dejamos el refugio detrás de la cortina, mis botas chirriaron contra el suelo de linóleo del escenario. Las luces de los reflectores me encandilaron, la temperatura de ahí arriba era mucho mayor, las filas de sillas eran interminables, cientos de cabezas se ubicaban en hileras y miles de ojos me miraban.

—No... —mi voz sonó por todos los parlantes, ya estaba detrás del micrófono.

Hubo un pitido agudo que atormentó los oídos de todos los condenados que protestaron en un murmullo general. Ese sistema de audio dejaba que desear.

Ambos me abandonaron ahí y regresaron corriendo a su refugio detrás del escenario. Sentí su ausencia como un derrame cerebral o la ruptura de los polos. Mi estómago. Oh, le estaba cayendo una bomba nuclear, en mi garganta no había un nudo, era mucho peor, eran cientos de enredos como el cabello de las muñecas de Selva.

En la primera fila, donde se ubicaba el Sindicato, algunos demonios monstruosos y Leviatán, había solo miradas ansiosas. Sentí cómo mis ojos se humedecían. Temblaba como una hoja.

—El micrófono, Asher. Habla por ahí —gritó Jenell tras bambalinas.

Tardé en controlar mi pulso y aferrar con ambas manos el micrófono ¿Esta sensación de acorralamiento era lo que había sentido Larry al decir la última línea de la obra de teatro que él mismo había escrito? Inflé mis pulmones de aire.

—¡Aburrido! —Gritó uno de los espectadores y un corillo de risas lo presidio.

Era el sector de los mentirosos ¿Se suponía que le divertía?

Tragué saliva.

Si Gorgo, Selva, mi primo Ben o mi prima Pris o mi tío Monkey hubiera estado ahí me habría defendido. Se hubieran bajado del escenario para moler a golpes a cualquier condenado que se burlara de mí, se habrían cargado a todos los demonios y me hubieran tranquilizado, pero en el infierno tenía que valérmelas por mí mismo.

Miré sobre mi hombro. Donde antes estaban Jenell y Ruslan ahora había una cortina roja que se extendía prolongadamente. Giré mi vista hacia el público. Los demonios habían comenzado a murmurar entre ellos, hablaban de mí, luego miraban a Leviatán con reproche. Él se encogía cada vez más en la silla y contemplaba sus zapatos como si fueran lo más interesante que había visto en su vida.

Estaba solo y perdido. Él. Y yo.

Siempre había creído que somos como esas flores amarillas y enormes que giran buscando el sol, nos movemos desesperados, buscando una luz que nos alimente y nos mantenga con vida, ignorando que cuando caiga la noche no tendremos nada que seguir.

La noche había caído. Era la más oscura de todas. Y yo buscaba algo que ya no estaba, me encontraba perdido y sin brújula.

—¡Para esto mejor iba al cielo! —gritó el mismo tipo que se había burlado de mí.

Lo identifiqué, era un regordete de la quinta fila. Caminé hasta el borde del escenario sosteniendo el micrófono.

—Tú —dije y lo señalé, un reflector encandiló su figura, gracias karma—. Te haré una pregunta extraña y necesitas responderla con sinceridad, como se responden todas las preguntas extrañas. Si pudieras elegir la manera en la que mueres ¿Cuál sería?

—Yo... eh... yo...

El hombre se avergonzó de ser el centro de atención y guardó silencio, hundiendo la cabeza entre los hombros como un niño al que reprenden.

—Yo creo que puedo adivinar tu respuesta —admití encogiéndome de hombros tratando de aparentar que no estaba por tener un colapso—. Elegirías algo tranquilo e indoloro cómo fallecer mientras duermes, sin advertencia y rápido. Deslizándote lentamente de un sueño tranquilo a un sueño silencioso y profundo del que jamás despertarás. Tal vez elegirías morir después de pasar un día largo con las personas que más amas. Tal vez quieras morir haciendo algo divertido como practicando deportes, en mitad de un atracón de comida, viendo porno o morir de tanto jugar videojuegos (le pasó a alguien, descansa en paz Wui Tai).

Una luz se encendió al lado de Leviatán.

Giré la cabeza y noté que se trataba de un portal. Un anillo de fuego, con una estrella puntiaguda en su interior, se dibujaba bajo sus pies. Él ni se había percatado de que estaban invocándolo, se hallaba atento a mi charla, igual que todos los demás.

Me acerqué lentamente hasta él y lo miré a los ojos.

—Puedo darte miles de respuestas y adivinar en todas ellas porque estoy seguro de algo y es que jamás elegirás la forma en la que yo morí.

Hubo un silencio expectante, algunos se asomaron sobre su silla. Arrojé el micrófono al suelo, el pitido estridente y ensordecedor que provocó hizo que varios se distrajeran.

—¡PORQUE NO ME LA MERECÍA! —aullé con todas mis fuerzas y con toda la cólera que mis venas me proporcionaban, que no era poca.

Salté hacia Leviatán como si fuera una estrella de rock entregándose a su público. Él se lo vio venir demasiado tarde.

En el segundo que aterricé sobre el círculo de invocación estalló un remolino de fuego que me envolvió y me sacudió como si estuviera en una lavadora. Con sinceridad, me asombré, porque una parte de mí creía que el portal solo funcionaría con torturadores.

El fuego me tragó de un bocado y nunca toqué el suelo porque aleteó a otro lugar. Escuché cientos de voces gritar asombradas, el batir del viento, risas, escuché árboles crecer y sangre gotear, oí balas, baladas, truenos y planetas girar. Todos los sonidos me aturdieron mientras me quemaba.

Pero no estaba solo, alguien chocaba junto a mí en aquel torbellino de fuego ¿A cuál de todos esos muertos había llevado a la tierra de los vivos? No importaba, no podía volver atrás.

Y así fue como dejé ese lugar de roqueros, revolucionarios, drogadictos, caprichosos, hippies, luchadores contra el racismo, matemáticos que terminan guerras y feministas. Y el torbellino de fuego me arrancó como si fuera una raíz enferma que pudre todo el árbol.

Por un segundo, volví a estar vivo. 

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