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—¿Sólo por eso vas a disculparte? —inquirí—. ¿Por mi nombre?

Mi voz sonaba muy tranquila por tener en cuenta que quería pulverizar todos sus dientes con los que trataba de sonreír. Lo haría, sin distinción de género y edad, esa mujer se merecía toda mi cólera.

Ella se incorporó apoyando el peso de su cuerpo en los brazos, se enderezó mientras me miraba entre extrañada y molesta por no haber aceptado sus disculpas. No sé qué había imaginado ¿Un abrazo? ¿Intercambiar números de teléfono? ¿Hacernos brazaletes de la amistad?

Sus labios temblaban de las palabras que no animaba a soltar. Los dos estábamos sentados, enfrentándonos.

—Sí bueno, fue lo único que te hice, recuerdo que fingí ser hermana de una mujer que compartía habitación con tu madre. Ese día me había pasado viendo películas en la televisión que colgaba de la pared, era una película de los Pitufos, ellos siempre me ponen contenta, cuando acabó la programación vino tu madre. Mentí que mi sobrino se llamaba Asher Colm y que mi hermana se quedó como un vegetal porque lo perdió. Dije que le dio una parálisis por la pena. En realidad, quedó así porque la sedaron, era una asesina de perros que le habían dado veinte años de cárcel y se lastimó la garganta con cristal para salir de prisión, se lesionaba cuando quería vacacionar, pero jugó mal sus cartas porque casi murió esa vez. También la sedaron porque manoseaba a los enfermeros sexis.

Se acomodó el cabello como quisiera espantar moscas con él.

—Inventé lo de su hijo Asher y por eso te llamaron así —Depositó una mano sobre su pecho como si tuviera sentimientos que la atormentaban y no quisiera dejarlos salir—. Lo lamento profundamente chico, en mi vida imaginé que tu madre te llamaría así, debieron burlarse mucho en el colegio. La verdad es que fueron los primeros nombres que se me vinieron a la cabeza. Colm lo inventé, pero sí conocí a un Asher. Era un vagabundo con piernas de alfiler y panza regordeta que siempre andaba desnudo, era porque decía que así los extraterrestres no le leerían la mente. No sé por qué se desnudaba para que no le leyeran la mente, ni tengo idea qué tienen que ver sus genitales con su cerebro, pero bueno, El Loco Asher sabrá —Se rio—. Escuché que los primeros años del infierno tú también estabas desnu...

—¡TÚ ME ARRUINASTE LA VIDA!

Aflojé los puños para no arrugar la fotografía de mi sobrino.

Ella despegó los labios y me miró asombrada.

—¿DIS-CUL-PA? Yo no soy la que te envió aquí, reina del drama.

—¡SÍ, SI FUIESTE!

—¿Perdón?

—¡FUISTE TÚ Y MIS ESTÚPIDOS PADRES!

Edith se levantó repentinamente, meneando la cabeza, me arrancó la lista de nombres de la mano y se la guardó en el bolsillo de su saco.

—No vine aquí para que un niño gótico me grite.

—¡No soy gótico! Ni siquiera me gusta el negro.

—No te pregunté.

—¡VETE! ¡VE A ARRUINARLE LA VIDA A OTRO! —estiré fugazmente mi brazo sobre mi cabeza.

—¡Yo no arruiné tu vida, fenómeno!

—¡Claro que sí! ¡Tú le metiste a mi madre ideas religiosas en la cabeza, de bebés que van a limbos por no ser bautizados! ¡Ella hizo que adorara a todos los dioses! —Abrí mis brazos como si quisiera abrazar a todos los malditos dioses y sacarme una fotografía con ellos—. ¡Eso me llevó al infierno! ¡Y DESPUÉS ME CRIARON PARA QUE QUISERA A TODOS POR IGUAL! ¡Y LO HICE! ¡Amé tanto que ni siquiera tuve las neuronas suficientes para darme cuenta de que el psicópata de mi puto tío era un asesino!

Ella parpadeó anonadada.

—¿Estás hablando en serio? Yo no tuve la culpa de eso.

—Claro que sí, fue un dominó. Tu tiraste la primera ficha.

Edith-Consuelo colocó los brazos en jarras, resopló, humedeció su boca y observó exasperada el techo de la caverna, se acarició los párpados con un par de dedos.

—Si todo fuera un dominó yo no tiré la primera ficha, mocoso, yo solamente era una pieza que fue empujada antes por otra y te derribó a ti. Si todo fuera un dominó el culpable de aquí es el hombre rico que se engatusó a mi madre, o tal vez es de ella por embarazarse de alguien a quien no amaba, o de mi padre por no sugerir abortar o la culpa es de mis abuelos por no engendrar tíos por no quererme y enviarme al orfanato.

Resoplé.

—Entonces ahora no es culpa de nadie.

—Asher Colm —Ella me agarró la cara con las manos, demasiada confianza, pero antes de que pudiera alejarla de mi espacio personal ella habló de sopetón—. Los únicos culpables de nuestro destino somos nosotros.

—Te apesta la boca —rumié.

—Es divertido culpar a tus padres, créeme yo lo hice, o culpar al gobierno o decir que nuestros errores los cometimos porque otros nos impulsaron a hacerlos... pero querido Asher, te darás cuenta que cuando quieras apuntar con el dedo al responsable de toda tu miseria solamente señalarás un reflejo.

—Pero yo... ellos me criaron en religiones.

—Somos niños chapoteando en la lluvia.

—Para ya —dije soltándome y retrocediendo dos pasos.

—Hablo en serio, cuando eres pequeño tus padres siempre te dicen que no saltes en los charcos de lluvia y no bailes bajo el agua o podrías pescarte un refriado. Pero ¿qué pasa? Nosotros saltamos igual, porque, aunque siempre haya alguien diciéndonos qué está bien y qué está mal, nosotros decidimos si obedecer o no. Lo hacemos porque la lluvia vale tanto la pena —Sonrió—. Es tan divertida. Pero cuando creces hay menos cosas que valen la pena.

Chasqueó la lengua.

—No somos como nos criaron o educaron —Se sentó y suspiró—. Tus padres o tutores o el mundo entero, pueden decirte muchas cosas de pequeño, pero tú decides qué ordenes seguir. Pudiste haber faltado a las reuniones religiosas y los seminarios y los sacrificios, pero no lo hiciste porque no quisiste, porque no valía la pena tanto alboroto. La lluvia no era divertida para ti, no compensaba el resfriado o la reprimenda.

 ¡Pero no debió existir la reprimenda! Debí ser un niño feliz, despreocupado...

Caminé a tumbos hasta la pared, choqué la espalda contra ella y me deslicé al suelo. Todavía sentía mi cara caliente por los golpes de Leviatán, el labio se me estaba hinchando. Genial, seguramente mi cuerpo real estaba pudriéndose, pero ahora tenía una copia barata que dolía tanto como el original. Todavía sostenía en mi mano la foto de mi sobrino.

—¿Qué debo hacer, Consuelo?

Sí, había llegado bajo para pedir consejos de alguien cuya felicidad dependía de los Pitufos. Pero no importaba cuánta gente tratara de ayudarme, cada vez estaba más perdido, más y más abajo. Ella me miró con pena.

—Empieza a disfrutar la lluvia porque si no tienes nada que arriesgar no tienes nada por lo que vivir.  

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