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Sueños frágiles

Llego a mi casa. Abro mi billetera. Con las justas tengo. Pensé que había más. Le pago al taxista. Me bajo. Abro la puerta. Está oscuro. Voy a la cocina. Prendo la luz. Abro la refrigeradora, saco el yogurt, cojo una taza, busco el pan, la tostadora. Me siento y espero a que el pan esté listo. Me acuerdo que no saqué la mantequilla. Lo hago. Miro el reloj y son un poco más de las tres y media. Temprano. Se termina de tostar el pan, lo cojo, casi me quemo y me siento a comer tranquilo. Pienso.

Veo mi reflejo en el vidrio que cubre la mesa. Me gustaría que estuviera ahora conmigo. Me saco un pedazo de pan, o lo que sea ahora que está lleno de saliva, de entre los dientes. Ella hizo que me sintiera muy bien. Paso mi lengua por el mismo sitio donde se quedó ese pedazo de comida. Al inicio estuvimos sentados con otra persona. Necesito hilo dental. Esa persona dijo que se iba por trago y se fue. Conversamos sobre sandeces cotidianas. En un determinado momento me emocioné al saber que conocía a mi pintor favorito. Mi reflejo sonríe. Mientras seguíamos hablando su rostro dibujaba una diminuta expresión de satisfacción porque la fascinación por el pintor alcanzaba a los dos. Sus palabras sonaban como si fueran una confidencia, como si nadie más debiera oírlas, como si las susurrara en mi oído lentamente, como si me estuviera dando una parte de sí.

Tengo ganas de orinar. Tengo pocos temas de conversación. Maldita oscuridad que no me deja subir bien por la escalera. No sé de dónde me salieron tantas cosas por decir. Hay personas que nos miran cuchicheando. Hay personas que están durmiendo y no quiero despertarlas, aunque tengo que hacerlo. Les digo en un susurro a mis progenitores que ya llegué a la casa hace como unos diez minutos, tal vez quince. Me responden que ya. Y yo les deseo las buenas noches a ambos. Y ellos siguen durmiendo. Mi pan se debe estar enfriando. Bajo. Me vuelvo a sentar. Había algo en la forma en la que se arreglaba el pelo después de reírse un rato. Mi pan se enfrío. Se pasaba la mano por debajo de la oreja derecha, acariciaba su nuca y se alisaba el pelo. Juego con las migajas entre mis dedos.

A veces yo me acercaba a otra persona para conversar; ella también lo hacía. Después volvíamos a sentarnos juntos. Siempre en la escalera que daba al jardín. Se iba a conversar con otras personas; yo me quedaba hablando con alguien que conocía. Volvíamos a la escalera. Me preguntaron varias veces si nos conocíamos de antes. Tengo ganas de encender el equipo y escuchar algo. Si lo hago no voy a poder salir en un mes. Se burlaba de lo que decía a veces; a veces yo me burlaba de lo que decía. Me dijo que se le hace bien difícil encontrar pinturas o dibujos que de verdad le gusten; tal vez pueda mostrarle algo que le guste o algo de mí, alguna de las cosas que yo he creado. Quiero pensar que es imposible que a ella no le guste nada de lo que he hecho.

En un momento en esa escalera yo solo me limitaba a escuchar, a ver cómo movía las muñecas cada vez que gesticulaba, a hacer una mueca para que se ría y haga ese movimiento con su pelo si es que se ríe lo suficiente, a responderle con algo de mímica, a seguir escuchando, a mirarle los labios con hambre. Son casi las cuatro. En algún momento sentí que debía besarla, que tenía que comerme su boca, que debía abrazarla, pegarla a mí; pero continuamos sentados uno al lado del otro, ella con esa alegría extraña, yo con hambre. Es la primera vez que sentí un hambre así. Quedamos en volver a vernos. Pronto. Necesito un día entero con ella. Tal vez sea un ideal encarnizado. Tal vez sea la siguiente decepción.

Recojo las migajas en el plato; limpio con la mano la mesa; recojo la taza; recojo el plato; guardo el pan; guardo el yogurt; limpio la tostadora; guardo la tostadora; lavo las cosas; me seco las manos.

Cuando se despidió cogió mi nuca con sus dos manos para poder acercar mejor sus labios a mi mejilla, para poder dejar mejor la marca de sus labios en mi mejilla, para que suenen sus labios en mi mejilla. Me apoyo en el fregadero, miro hacia el suelo, me rasco la nariz. No sé si alguien se dio cuenta de que me quedé anonadado después de su beso. Me fui pocos minutos después que ella, cuando al mirar alrededor sabía que ya no había nada por lo cual quedarme ahí. Nada que me hiciera sentir como lo hizo ella. Creo que ya comienza a salir el sol; se ve un ligero matiz naranja en el cielo, puede ser que lo esté imaginando. Puede ser que siga anonadado.

Tengo que retratar su rostro algún día. Y algún día tengo que retratarme en su corazón.





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