Lazos y danzas
Mis manos se entrelazan con su vestido, con su espalda, como si por un momento fuéramos un solo ente que se mueve en armonía. Esta pista de baile está infestada de gente desconocida cuando me dijeron que iba a haber mucha gente que conozco. Hay algunos que nos observan. No importa. Estamos al borde, donde nadie baila y todos te ven.
Es como si por un instante, tan sólo uno, pudiéramos entendernos como solamente una vez lo hemos hecho, como yo pensé que nos entenderíamos desde un principio, como aquella vez en la escalera. Las otras veces que salimos juntos no llegue a sentir eso. Fueron agradables. Fueron más que agradables, me encantó salir con ella; pero no volvimos a alcanzar ese nivel de complicidad. No lo volví a sentir. No me sentía saciado. Pedía más a gritos. Y yo no me atreví a lanzarme de cabeza por el precipicio.
Gira, la pego a mí por un momento, otro giro, un cambio de ritmo y tengo su cabeza debajo de la mía. Aquella vez en el cine sentí un impulso mayor de besarla, de abrazarla. Sin hacer mucho esfuerzo soy capaz de oler su cabello, de respirar su perfume. Después del cine, salimos a dar una vuelta, la vinieron a recoger; yo veía como se iba lentamente, como si me estuviera dando tiempo a pararme y pedirle que se quede la noche entera conmigo. Quería hacerlo, pero sentí una de esas raras parálisis que me dan cuando realmente quiero hacer algo. Levanta la cabeza y me sonríe. Me sonrojo un poco, pero trato de disimularlo con otra sonrisa. Desearía que en todo momento fuera así, deseo que me llegue a entender, deseo tener un lugar donde poder crear historias con ella. La canción se terminó, nos miramos un momento.
Le pregunto si quiere descansar. Me pregunta a su vez si yo estoy cansado. Le digo que no. Me dice que sigamos. Tal vez en algún momento encontremos un punto en el espacio donde esto se pueda repetir de distintas formas. Tal vez en ese punto esté lo mejor para nosotros. Se sostiene de mi hombro un momento, se quita los tacos, se los deja a una amiga suya que está sentada y la mira con envidia porque tiene a alguien con quien bailar, vuelve, tira sus brazos a mi cuello. Me sonríe. Me dice que detesta ponerse tacos. Le digo que no me había dado cuenta. Me pregunta si me gusta ser sarcástico, porque nadie es más sarcástica que ella. Le digo que poca gente se da cuenta. Me dice que ella no es como los demás. Le pregunto si se cree especial. Me responde preguntándome que si para mí no lo es. Le digo que un poco.
En el fondo ella es la persona más especial que tengo ahora. En algún momento se lo tengo que decir.
Una vuelta, dos vueltas, un giro y tres pasos mal dados, no importa, la pequeña armonía no se detiene y parece que crece, no se detiene y es agradable, es agradable sentirse así, es hermoso estar así. Me pregunta si no me siento algo viejo estando acá. Le respondo que yo sólo tengo un año más que el resto, al igual que ella. Ella replica que yo acabo el colegio este año, ella recién lo va a hacer el próximo. Le digo confiadamente que no es mi culpa ser un genio. Ella se burla de lo que acabo de decir. En broma le digo que mientras pueda ir a fiestas en las que hay bocaditos, trago y mujeres arregladas, todo gratis, voy a seguir viniendo, o sea, hasta que se termine el año. Ella me pregunta si vengo a verla peinada, maquillada y en vestido. Le respondo que tal vez.
Nuestras miradas se cruzan. Parece que tengo un pequeño nicho aquí con ella. Es raro que por teléfono habláramos más que cuando nos vimos. Todos los días menos esos que nos vimos. Podría olvidar por un momento que pasamos tiempo un poco mudos, podría olvidar que en esos días compartimos poco o casi nada en comparación con la primera vez, podría olvidarme de que nos observan. Y me olvido de todo eso al saber que me gusta tener la mano sobre su cintura. Sentir como mis pies y los suyos se mueven formando un ritmo que sólo nos pertenece. Desearía verla más seguido, anhelo tenerla así todos los días. Quiero besarla, estar a solas con ella de nuevo, pero con esta armonía que nosotros nos hemos creado. Sentir que sus manos me pueden envolver y que su cabeza va a reposar en mi pecho.
Me sonríe, sonrío de vuelta y es de las pocas veces en mi vida en que lo hago sinceramente, no porque considere que con las personas que te demuestran cariño no hay que ser malagradecidos. Me gusta, no quiero parar, quiero que esta unión sea inquebrantable. Paramos, a veces el cuerpo no puede cumplir lo que uno desea hacer, me siento un poco adolorido.
Me pregunta a dónde vamos. Yo le respondo que cerca de la piscina hay un lugar donde se puede hablar sin que nadie joda. Ella remarca que el sitio es enorme, que la dueña del quinceañero debe tener un montón de plata. Yo le digo que eso es bueno, más espacio para nosotros. Espero que se vuelva una costumbre que cada vez que dejemos de bailar vayamos por ahí, sólo los dos.
Nos sentamos en una mesa con sombrilla. Hay muchas alrededor de la piscina. Esta huevada es enorme. Me pregunta si tengo hora. Le respondo que es poco más de la medianoche. Me mira y me dice que a veces piensa si soy indeciso o medio idiota. Sorprendido, le pregunto la razón. Responde que es porque se nota en mis ojos que deseo algo desde hace tiempo, desde que nos vimos por primera vez y que no me atrevo a hacerlo. Sin entender bien, le pregunto qué cosa. Me coge con las dos manos la cabeza, me acerca a ella y me besa. Anonadado, le pregunto si quiere estar conmigo. Se ríe un poco y me dice que si no es un poco obvio lo que acaba de hacer. Yo le digo que es mejor asegurarse. Le devuelvo el beso. Los dos somos un poco torpes. Mis dientes chocan con los suyos. No importa, nada importa. Nos reímos de nuestra torpeza.
Cómo me encanta verla sonreír. Cómo me encanta escuchar su risa.
Acerco mi silla a la de ella. Ella se para de la suya. Se sienta sobre mis piernas. Me abraza y pone su cabeza en mi pecho. Acerco mi cara a la suya y la vuelvo a besar. Por este momento reviviría mi vida eternamente, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, hasta que ya ni pueda contar. Le digo que ha hecho que ésta sea una noche genial. Me vuelve a besar. Sus labios son suaves, suaves, deliciosos.
Escucha que la llaman a lo lejos. Levanta su cabeza. Hacia nosotros viene su amiga con sus zapatos. Se olvidó de recogerlos. Tiene que dar un rodeo a la piscina. Pienso que sería ideal que la fulmine un ataque al corazón por inoportuna. Se detiene un momento a observarnos bien. Hace un par de comentarios acerca de lo que piensa sobre nosotros. Todos sobre lo lindo que nos vemos juntos. Y yo pienso que nos veríamos más lindos si es que ella se largara de aquí. Deja los zapatos sobre la mesa. Se va de nuevo hacia el toldo.
Los dos nos quedamos en silencio, abrazados. Quiero decirle mil cosas, pero no sé cómo decirles. Tal vez acabaría estropeando el momento. Ella levanta la cabeza. Me mira. Me vuelve a besar. Pregunta si creo que esto sea un sueño. Puedo ver que la comisura de su labio está dibujando una mueca de satisfacción. Le digo que si puedo seguir perdiéndome entre sus ojos como si fueran un laberinto, como una calle sin final, yo creo que sí. La aprieto contra mí. Me dice como si fuera una confidencia que este sería un buen día para irse. Le pregunto a dónde quiere ir. Mueve la mano en un gesto vago para decirme que por ahí, conmigo, a dónde sea.
Observo el reflejo de las luces sobre la piscina, el tono pálido de su vestido. Le pregunto si quiere seguir bailando. Me responde que le duelen un poco los pies y que prefiere quedarse aquí conmigo. La armonía que existía en la pista sigue. Se muestra en el juego de mi mano con su cabello. Levanta la cabeza y me mira de nuevo a los ojos. Pregunta si no le he dicho para estar con ella sólo porque no sabía que decirle. Extrañado le pregunto que por qué piensa eso. Se encoge de hombros y me dice que se le vino a la cabeza. Le digo en tono de broma que está loca. Me mira un poco molesta para decirme que todavía no le respondo. Le muerdo los labios. Le pregunto si prefiere palabras a lo que acabo de decirle. Me mira, me sonríe. Pide que la lleve cargada hasta la pista de baile. Le digo que por qué no recapacita un poco. Me pregunta si no lo voy a hacer. Le digo que no. Pregunta si es que no la quiero. Le digo que eso es chantaje. Se ríe. Me acaricia el pelo. Ladea la cabeza y me mira.
Tengo que morderle los labios.
Dice que le voy a hacer daño. Le pregunto si no le gusta. Con cara de dolor me dice que le voy a hacer daño y que sea más cuidadoso. Le hago cosquillas. Quiero oír cómo ríe. Quiero ver cómo sonríe. Quiero que de sus ojos salgan lágrimas de alegría. Me golpea la mano. Se levanta. Se sienta en la silla frente a la mía. Intento hacerle más cosquilla. Entre risas me dice que pare porque se va a caer de la silla. Retrocede su silla y pone los pies sobre mis muslos. Señala sus plantas y me dice que las tiene cochinas por mi culpa. Le digo que es mentira. Me dice que sí, que es mi culpa que ella haya tenido que bailar tanto y que por eso se ha sacado los tacos. Le respondo que igual se los habría sacado porque está mal de la cabeza. Me dice que no, que es mi culpa. Replico que ella bailó tanto porque quiso. Me muerde los labios. Le susurro que me gustaría dibujar su rostro y le pregunto si posaría para mí. Ella se queda callada un momento y me dice que no sabe, que nadie nunca le había pedido eso. Le digo que puedo hacerlo mientras ella lee. Con una media sonrisa responde que se sentiría rara que la mire fijamente mientras lee. Le propongo que se imagine que no estoy ahí. Me dice que no puede imaginar que yo no esté ahí y que no es algo que ella quiera imaginarse. Hago un último intento diciéndole que en verdad no necesito que esté quieta, que solo necesito mirar su rostro seguido. Hace una señal con la mano y me dice que ya sabe cómo se podría hacer. Yo pregunto cómo. Con alegría responde que la puedo dibujar mientras ella escribe. Recuerdo que no me ha pasado nada de lo que escribe hasta ese momento y se lo digo. Ella responde que yo no le he mostrado nada de lo que he dibujado. Al oír eso lo único que atino a decir es que no ha habido tiempo, que no la conozco desde hace tanto tiempo, pero que igual se los voy a mostrar, todos mis dibujos.
Recoge sus zapatos de la mesa, se los pone, se para. Me da su mano. Se la tomo. Somos oficialmente enamorado y enamorada. Vamos caminando hasta el toldo. Necesitamos tomar algo. Cuando vamos a buscar vemos cómo la gente ya se comienza a amontonar por donde salen los mozos. Todos quieren cerveza. Desistimos y vamos a la pista de baile. Se vuelve a sacar los zapatos. Entrelaza sus brazos a mi cuello. Con sus labios cerca de los míos me dice que esta es la última pieza concedida. Le pregunto que quién dice. Me responde que dentro de un rato la vienen a recoger. Pone cara de tristeza. La beso mientras bailamos. A pesar de que sus zapatos están sobre mi espalda no me molestan. Pero ella se da cuenta de que los tiene sobre mi espalda. Se los vuelve a dejar a su amiga que nadie saca a bailar. Me besa de nuevo. Bailamos por una última vez. Los movimientos de sus pies, mi torpeza que decrece, sus hombros casi desnudos, un giro, una vuelta, un beso.
Viene su amiga de nuevo, todavía no le da un ataque al corazón por inoportuna. Se va, se tiene que ir. Recoge por enésima vez los tacos. Me come la boca. Se va, se va por ahí, camina de forma chueca, le duelen los pies, su amiga le jala el brazo, en esa mano tiene los tacos, se tambalea un poco, se despide con un beso volado que manda con la otra y yo sólo atino a sonreír. Camina como si estuviera dando unos pequeños saltos. Se va. Otras veces he visto como alguien se va y no he sentido nada ni bueno, ni malo, pero ahora siento cómo me pongo triste.
¿Esto es lo que llaman amor?
Me quiero quedar pegado a ella toda la noche. Me gustaría verla dormir. Ahora podría comprar un juguete y tener a quién prestárselo. Desapareció de mi vista.
Me quedo entre la gente que jamás he visto, salvo un par que puede que no lleguen a acabar el colegio y unos cinco con los que me llevo bien, pero no están mis amigos que me dijeron que iban a estar. Son unas malditas fallas.
Siento un impulso por quedarme despierto hasta el amanecer. Siento un impulso enorme por salir a las calles y dibujar su sonrisa en todas las paredes que encuentre de aquí hasta mi cama. La sonrisa más simple del mundo. La sonrisa más grande del mundo.
Comida, necesito comida. Conozco rincones donde podría pasar la noche entera haciendo nada, sólo sintiendo como ella respira. Chocolates. Escucho un barullo. La gente se pelea por el trago que queda. Tal vez toda la plata se fue en pagar el local y no quedó para el trago. Yo me puedo reír de su estupidez como nunca me he reído, puedo contemplar cómo se pelean dos ebrios, como un señor mayor que también está borracho intenta poner orden generando más peleas. Puedo reírme de todo eso, de cómo aquellos que me conocen me piden que también intervenga para que ellos a su vez intervengan porque les gusta pelear, pero no se atreven a lanzarse de cabeza a la pelea así nomás. Busco mi saco en la silla en el que lo dejé. Felizmente todavía está todo dentro. Algunos de mis conocidos se han sumado a la trifulca. La dueña de la fiesta está llorando. Cojo unos chocolates más. Veo un vaso que no tiene dueño. Los miro como se sacan la madre. Veo a mi mejor amiga.
Pensé que no había venido. Tal vez no la vi porque estaba muy enfocado en mi enamorada. Qué bien se siente decir eso. Nos sonreímos. Me acerco. Le pregunto si también ya se va. Me responde que sí, pero que la viene a recoger el papá de una amiga. Me encojo de hombros y le digo que me iré solo. Su sonrisa se borra un poco de su cara. Seriamente dice que espera que con ella sí me vaya bien, que no termine como la otra vez. Le respondo contento que yo también lo espero. Me despido con un fuerte abrazo. Un último chocolate. Realmente tiene plata esta chica. Se siguen reventando. Voy hacia la salida. Busco un taxi. Parece que en este sitio voy a tener que esperar a que los caracoles tengan peinados mohicanos antes de que pase un carro. Camino. Adelante me encuentro con dos de los individuos que conozco y con los que vale la pena perder el tiempo que nunca regresa. Me felicitan por lo que he pescado esta noche. Quisiera que no hablen así, pero sé que no lo hacen con mala intención. Seguimos caminando. Encontramos una avenida grande. Nos vamos los tres juntos. El lunes va a haber muchas cosas que contar. Yo tengo muchas cosas que plasmar en mis paredes.
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