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3. Un saludo sin golpes, no es un saludo.

Suspiré de buena mañana mientras cerraba el frigorífico que había en la cocina.

Nada por aquí nada por allá. Debí de preveer de que tenía que conseguir alimentos antes de llegar a casa o, al menos haberle dicho algo a mi tía al respecto. Fallo mío sin lugar a dudas, menos mal que en el coche tenía un bocadillo pequeño o algo de picar sino no hubiera podido probar bocado la noche anterior.

Miré el reloj que estaba en mi muñeca y acababan de dar las siete y media de la mañana. Me dispuse a colocar mis pertenencias en el lugar que había decidido que debían de estar y luego empecé a limpiar el polvo de los muebles.

Obviamente si iba a vivir aquí durante una larga temporada —o quién sabía si se trataba de mi residencia definitiva—. Demasiado bien se me debía de dar para establecerme por completo aquí. ¿En contra? Si, tenía alguna cosa para quedarme. Ya no estaría tan cerca de mi Anny y mi Henry, pero estaba segura de que ellos se cuidarían bien si ninguno de los dos alzaba las alas. Quise decir... de volar por separado y buscarse alguna pareja o familia. Que por el bien de Henriqueto... esperaba que reaccionase a tiempo y no lo permitiese.

Este chico podía estar disperso si no se daba cuenta. Anny podría tener el chaval que quisiera a su merced y él lo sabía aunque rehusara del tema.


Una vez que tuve lo principal hecho, volví a revisar el reloj. Eran las ocho y media, ya me había vestido y duchado.

Me rugían las tripas a más no poder.

—¡Leñe! Necesito urgente encontrar alguna tienda o supermercado —cogí mi móvil y empecé a buscar por internet una vez que me había sentado en el sofá del salón.

Suspiré resignada y sin explicación ninguna:

Me vino a la mente una persona a la cual no había tratado bien. Una parte de mi se sintió mal por como me había portado con él la noche anterior. Tampoco debí de insultarlo ni buscaba hacerle sentir mal con algunos comentarios que no vinieron a cuento.

Era muy lógico que ya no estuviera dispuesto a ayudarme... y lo entendía. Desde que cambié mi carácter no era fácil de llevar, así que sin ayuda de nadie tendría que buscarme la vida.

Indagué por el teléfono y no tenía buena señal ni tampoco había ninguna red wifi cerca. La cosa no podía empezar mejor. Anoche entre el cansancio que tenía y el cabreo, ni cuenta me di de la falta de conexión en la zona. Era de esperar, no me estaba alojando en Manhattan ni en otra ciudad concurrida sino en una zona campestre que solo contaba con un pequeño santuario y con suerte había detrás de algún olivo algún mercado clandestino porque aquí el Carrefour ni la canción se encontraba.

Lo único que rodeaba la finca eran olivos y más olivos. Adoraba el perfume que regalaban y la sensación de estar en casa que me producía. El pueblo de Génave pillaba como a un par de kilómetros desde donde estaba, era una zona de cortijos, chalets y casas de campo.

Si no llegase a saber nada de Dael, me tocaría irme hasta Génave o otra opción era empezar a caminar sin rumbo e intentar averiguar más cosas de la zona.

Cuando era diminuta, mis padres solían comprar en un negocio que había en la carretera pero ese comercio desde hacía mucho ya había echado el cierre.

Un crujido sonó de repente. Me quedé inmóvil pero mi cuerpo reaccionó. Salté desde el sofá y cogí el plumero —valiente arma de defensa—. Acto seguido, me escondí detrás de la puerta del salón en alerta.

«¿Pero quién cojones era si solo yo tenía llave? ¿Y si era un ladrón?». El sonido de unos pasos me pusieron los nervios a flor de piel. Cada vez se escuchaban más cerca.

Cuando tuve la sombra de un individuo a milímetros de mi y de espaldas, ni siquiera me di opción de adivinar quién era. Estaba en una propiedad privada y eso era delito.

Le asesté un golpe en la nuca para dejarlo caos y aparte, usé una técnica de defensa personal.

—¡Me caguen en to lo que se menea! —reconocí la voz al instante y solté tan deprisa el plumero que se calló a pocos metros de nosotros. Yo tan precavida, en lugar de preocuparme por él guardé mi armadura y luego me acerqué. ¡Le acababa de dar a Dael!

—¡Perdón! —me disculpé confundida.

—Tu y tu manía de recibirme a palos —gruñó cuando se tocó la nuca mareado.

Como si lo conociera de toda la vida, lo cogí del brazo sintiéndome culpable y lo miré preocupada.

—¿Estás bien? ¿Te llevo al médico? —mi neurona me traicionó—. Mierda, si aquí no hay... Dime, ¿qué hacemos?

Dael primero esbozó una sonrisa y terminó riéndose.

—Sí que hay.

—Pues te acompaño dónde haga falta —me ofrecí mientras le revisaba todo lo que tenía visible.

—Ya lo hiciste.

Lo miré confundida.

—Quiero llevarte donde esté el médico. Supongo que aquí al estar incomunicados no podréis avisaros de otra forma —intenté explicarme.

—Tengo un curso de veterinario.

—¿Y? ¿Quieres que te traiga un cervatillo para que te cure? —usé el sarcasmo—. Eso no te sirve a ti.

—Mira que eres burra —se rio—. También otro para las personas y te estoy diciendo, que estoy bien. Solo fue un golpe sin importancia.

Me sentí tonta.

—¿Y si el siguiente no lo es?

—¿Me estás proponiendo una cita amorosa para comprobarlo? —me vaciló—. La cuestión es que haya un 'siguiente'.

Las alarmas se me activaron como si fuera una olla exprés.

«¿Una cita con el granjero? ¿Estábamos locos o qué?».

—¿Tú y yo...? Deja volar esos pajaritos de la cabeza.

—No tengo de eso, solo los que hay por la zona.

Un móvil empezó a sonar y era el de Dael.

—¡Ah! ¿Qué tienes móvil también? —me quedé sorprendida—. ¿Y con cobertura?

—Claro.

—¿Con internet? —me urgía saber esa información ya.

El muchacho asintió.

—¿Puedo comprobarlo? No te imaginaba a ti tan avanzado.

—En estos tiempos es necesario para llamar y para buscar cosas si se necesitan —me dejó su móvil y confieso que un poco lo cotillee.

—Necesito que me ayudes en algo.

—Diga usted, encantado de ayudarla.

—A tener internet y mejor cobertura —miró su teléfono en mi mano aún.

—¿Me lo devuelves, por favor? Apúntame tú número antes

—Ah, si... perdón —se lo apunté en la agenda y se lo devolví.

Dael cogió su móvil y se quedó mirando la pantalla.

—Eliette.

—¿Si?

El palurdo me ofreció su mano en forma de saludo.

—Encantado de conocerte, aunque no nos presentamos de una forma muy jovial. Yo soy Dael.

—Poco común diría yo.

Esbozó él una sonrisa.

—Ya quedó en el pasado —me hizo una llamada perdida y con su ayuda logré que tuviera mejor señal en la zona. Guardé su número también.

—¡Gracias! ¿De verdad estás bien?

—Un poco mareado pero eso se soluciona de una forma.

—¿De cuál? ¿Quieres agua?

—Déjame mirar... ah, está ahí —fue por detrás del sofá y alcanzó una bolsa pequeña.

Lo miré con curiosidad por saber que era, ante tanto alboroto no me había percatado ni que había traído una bolsa. Con toda confianza lo vi desaparecer e ir a algún lado de la casa. Sorprendida lo seguí por cómo se desenvolvió dentro de mi casa.

Cuando llegué donde se encontraba ya había preparado un plato con roscos del baño y dos vasos de zumo. ¡Qué felicidad y enamoramiento sentí al mismo tiempo!

Dael me retiró la silla de la mesa y yo antes de nada, ya me estaba comiendo un rosco.

—¡Me has salvado la vida! —exclamé tras sentarme—. Discúlpame por no ofrecerte nada antes pero...

—Ya vi que no tienes nada.

Me sentí avergonzada por ser en ocasiones un poquito desastre.

—Pero no te sientas mal, me ofrezco a llevarte a comprar a Génave —se ofreció y señaló la silla que me había retirado—. Pero después de que desayunemos.

—Lo apruebo —me senté y él lo hizo enfrente de mí.

—Buen provecho —habló él.

—Lo mismo digo —yo tan sosa como siempre.

Empezamos a desayunar en silencio. Él me miraba de vez en cuando hasta que noté como se quedaba embobado.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Dispara —bebió un sorbo de zumo.

—¿Cómo narices has entrado en mi casa? ¿Es que acaso tienes complejo de ladrón o qué?

Dael se rio.

—Tengo llave.

—¿Porqué? Si la casa no es tuya —intenté no sonar desagradable.

—¿Eres la sobrina de Maria del Carmen, no?

—¿Perdón? —me quedé a cuadros—. ¿De quién?

—Del nombre que te dije —bromeó—. O MariCarmen para los amigos, como le gusta que la llamen.

—¡Si! Así no tengo costumbre de llamarla —me carcajeé—. Me quedé como si me hubieras hablado en chino.

—Qué cabecita más despistada —me sacó la lengua y a mi me pareció el acto más tierno que se podía ver.

Otra vez la alarma de la mente apareció.

«Next, Eliette. Ni se te ocurra de hacerte la blanda ahora, ¡ojos para nadie, y mucho menos para un granjero. Aunque... ¡ay cómo estaba el cateto! ¡Para ya!».

Le lancé una servilleta que trajo a cuadros, estaba decorada entre rojo y blanco. Aún así la hacía parecer más campestre como él.

—Soy persona y me equivoco, Don Dael.

—En estas tierras solo se te permite una equivocación —me guiñó un ojo.

—Porqué tu lo digas —le saqué la lengua.

—Bueno pues, tu tía me dio una copia por si pasaba algo durante este tiempo pero tranquila. No hice nada ni tampoco robé nada —me aclaró.

—Levántese ya de la mesa, ¡ahora! —dije en torno firme y él se levantó con los ojos abiertos.

—¡Empieza la hora del registro! —me levanté, me acerqué a él, lo cogí de los hombros y lo volví a sentar—. Eres tan inocente que no notas cuando te vacilo.

—Eres muy peculiar, ¿eh?

—Siempre me lo dicen —recogí las cosas de la mesa cuando terminamos de desayunar y él me ayudó—. Y tú eres muy inocente por lo que veo.

Pasaron las horas lentamente. Con la ayuda de Dael logramos limpiar toda la casa de arriba a abajo, ya solo quedaba la parte exterior.

—¿Vamos a Génave entonces? —me preguntó.

—Si, llévame a algún sitio para comprar.

—¿En tu coche o en el mío?

—¿Cómo? —fruncí el ceño.

El pepito grillo volvió a autosabotear mi mente.

«¡Prohibido caer con nadie más!».

—Sígueme.

Salimos de mi finca y mientras íbamos camino a Génave.

—Gracias por ayudarme a limpiar.

—De nada.

Al caer la noche terminamos de comprar, colocamos todo y antes de la cena él puso rumbo a su hogar.

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Un maldito año.

El diez de marzo del dos mil veintitrés la vida decidió que te convirtieras en una estrella.

Ay... mi pequeña. Qué difícil se me está haciendo la vida sin ti,  es horrible el saber que no te voy a volver a ver correteando por la casa, pidiendo las cosas que tanto te gustaban y haciendo todo lo que compartíamos.

Aunque me enseñaste a ser fuerte, no te supero. Tu corazón siempre latirá en el mío vida mía.

Te amo.

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Palabras según word: 1797.

Palabras según wattpad: 1941.

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🌟Los roscos del baño son un dulce típico de la provincia de Jaén. En especial, yo los encuentro en mi pueblo. Vva del Arzobispo.

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