23. El fin de la venganza.
Dael y yo nos encontrábamos sentados en el sofá esperando ver los dos espectáculos que nos tenía preparados Anny. En primer lugar, se vio la boda de Aiden. Todo había salido magnífico, pero muy pronto iban a cambiar las cosas.
—Atención... la cámara va a transmitir en directo cuando mi infiltrado les dé las pruebas a la mujer —habló Anny.
—Mirad que sois retorcidas, ¿eh? —espetó Henry.
Los cuatro teníamos la pantalla compartida. En principio, nosotros íbamos a verlo por nuestra cuenta pero a última hora decidimos que lo mejor era ver la película los cuatro en una misma pantalla —entiéndase, no poniendo lo mismo en dos ordenadores distintos por la conexión—, así podíamos comentar.
—Eso es un aviso por si te da por portarte mal conmigo —bromeó y lo besó—. Tráeme una cerveza que quiero disfrutar del culebrón que se avecina.
—Mírala, lo tiene como mayordomo —dijo Dael.
—A los hombres hay que explotarlos tanto en la cama como en la vida diaria —me miró—. Así que ya sabes. Aprende.
—Se me da bastante bien hacer la cama, ¿a qué si? —me besó.
—Todo se te da bien —«Y deshacerla, también».
Los cuatro nos reímos.
—No seas ignorante, Dael —le regañó Anny—. Hablo en el plan sexual.
Dael se quedó cortado y Henry aprovechó la ocasión. Volvió con dos cervezas y patatas.
—Ah —se puso rojo—. ¿Quieres algo de beber?
—No, amor pero si tú quieres algo ve.
Dael se levantó y volvió con un bol de palomitas
—Bien, que empiece el show.
El trabajador hizo un trabajo mega limpio. Gracias a su habilidad y perspicacia. Pudimos ver la entrega de las pruebas, las reacciones y como la mujer echaba de casa a Aiden.
Venganza dos realizada con éxito
—¡Sufre, mamón! —gritó Anny y yo en ningún momento me sentí peor.
—¡Púdrete, cabronazo! —añadió Henry. Dael y yo nos reímos de ver como lo estaban disfrutando.
Esperaba con más ansias la siguiente actuación.
Llegó la noche y entre pitos y flautas. Habíamos estado todo el día contándonos cosas hasta que se hizo de madrugada.
—Como me gustaría que estuviéramos juntos los cuatro viéndolo en persona —manifestó Henry.
—Buah, hubiésemos montado una fiesta por todo lo alto para celebrarlo —añadió Dael.
—La fiesta la vamos a montar igual en cuanto termine. ¿A qué si? ¿Hermana? —sacó una bolsa de confeti.
Nuestros hombres se quedaron pasmados cuando yo saqué otra, la misma que tenía detrás del sofá.
—Mira que son retorcidas —dijo Henry—. Me están dando miedo.
—Y malas por naturaleza.
—Ese título es de tu mujer, mi Anny es mala en la cama —se descojonó—. ¡No va a dejar muelle suelto!
—Pues espérate que termine todo, que al que voy a dejar sin tornillo es a ti.
—¡Anny! —alcé la voz—. Un poquito de porfavor.
—Si es que hacen hablar hasta a las piedras —se rio.
—Bueno, a ver si termina todo y os vais a hacernos un sobrino —intervino Dael.
—Eso, que ya estoy prendida —bromeó Anny.
—¡Qué transmita ya en directo, que tengo prisa! —manifestó Henry.
Tuvimos que hacer un esfuerzo desorbitante para parar de reírnos por las locuras que les entraban a estos dos. Pero... ¿y lo orgullosos que nos sentíamos nosotros por tenerlos en nuestra vida?
Momentos después mientras picoteábamos, vimos como el local echaba el cierre. El ayudante nuestro se percató de que todo estuviese situado en el lugar correcto y que nadie quedase en su interior.
Ver arder el local me hizo sentir una sensación increíble. Significaba que todo había terminado y por fin había podido llevar a cabo mis tres venganzas. La que más satisfacción me dio, fue ver en la cárcel al desgraciado que me arruinó la vida. Instantes después, también pudimos ver el alboroto que se creó ante la quema del local y como su propio propietario lloraba y maldecía. Quiso culparme ante la guardia civil —eso ya se veía venir— pero no pudo por falta de pruebas.
Finalmente se declaró que el fuego inició por una sobrecarga eléctrica y por un asunto ilegal así que aunque el seguro le pagase los daños. No podría volver a abrirlo cara al público en su puñetera vida.
Los cuatro suspiramos y lo celebramos con sidra, copas y confeti.
—¡Todo acabó! Yujuuuu —celebró Henry alzando los brazos.
—Por fin la pesadilla terminó —comuniqué—. Ahora ya puedo ser feliz con el chico de mis sueños.
Dael me besó en los labios.
—Te haré la más feliz de esta vida —lo abracé emocionada
—Y yo a ti también —me cogió de la mano y me la besó.
—Ves cómo dicen que lo que Dios quita, te lo da por otro lado —espetó Henry.
—Así es —asintió Dael.
—Bueno, creo que ya nos toca irnos a dormir —dije con euforia.
—¿Dormir? Nosotros vamos a haceros un sobrino para celebrarlo por todo lo alto y vosotros deberíais hacer lo mismo.
—¡Eso, vamos! —antes de que nos dieran tiempo para despedirnos cortaron la transmisión tanto de la videollamada como la del directo.
Dael y yo explotamos entre carcajadas.
—Ni adiós nos dijeron.
—Tenían prisa, por lo que se ve —contesté—. Bueno, ¿y tú qué quieres hacer?
—Yo soy más romántico para eso —rio—. ¿Vamos a ver las estrellas en el jardín?
—Pero que sea la nuestra —en muchas ocasiones me pregunté cómo sería la primera vez con Dael. Había pasado ya demasiado tiempo y aún no dimos el paso. Sin contar el día que lo intenté y salió la jugada fallida. Quería vivirla como si hubiera hecho la primera vez el amor en esta vida. Hubiese sido todo tan distinto, por eso quería que cuando llegase el día fuese especial para los dos.
Nos levantamos cogidos de la mano —después de guardar el ordenador—, hicimos dos bocadillos de lomo con queso y pillamos un par de bebidas. Seguidamente, cenamos en una especie de tienda de campaña improvisada que montamos y luego nos recostamos a ver nuestra estrella acaramelados con una manta por encima.
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