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14. El inicio del fin: Empieza la venganza.

Arrastrando los pies y frotándome los ojos me dirigía a la cocina. Dael ya no estaba tumbado a mí lado cuando desperté. Supuse que se había ido a su casa. Anoche me acompañó a mí guarida porque no quería quedarme allí, necesitaba ponerme mi pijama aunque su chándal era tan tentador que no me apetecía quitármelo. Confieso que... no se lo di. Sabía que no era apropiado pero, me lo pensaba guardar en secreto —o si se daba cuenta, no tendría problema en negarme a dársela— para cuando tuviera la necesidad de sentir su aroma. Él como tenía menos poca vergüenza que nadie, se vino conmigo con un pantalón de pierna corta y una camiseta marrón, la cual le marcaba todo lo que no debía de mirar.

Mi palacete se encontraba en total calma y estabilidad. Cuando me desperecé en medio del pasillo, entré a la cocina y me pegué un buen susto que hasta mi cuerpo reaccionó en medio de un extraño saltito.

—Ay.

Dael me miró mientras servía café con roscos del baño en la mesa.

—Buenos días, ¿te asusté? —preguntó Dael.

—Creía que te habías ido.

Negó con la cabeza y se acercó a mí. Me abrazó y yo le respondí.

—No quería que despertaras sola. ¿Más tranquila?

—Buenos días —sonreí y me separé para mirarle la cara—. Un poco mejor —contesté—. Gracias por no dejarme sola.

—Nada que agradecer —me retiró la silla y ambos nos sentamos.

—Qué aproveche —le di un sorbo a mí taza y él me acercó un dulce—. No me apetece, gracias.

—Que aproveche —dejó el rosco en el plato y bebió de su taza—. Tienes que comer, ¿te preparo otra cosa?

—Ahora tengo el estómago cerrado.

—Pero más tarde yo me aseguraré de que lo hagas —habló seguro de sí mismo—. Prepararé algo para medio día en mi casa.

—Después de comer acuérdate de que viene el abogado —le recordé.

Terminamos de desayunar, limpiamos y colocamos.

—¿Me dejas estar presente?

—Claro —sonreí.

—¡Muchas gracias! Voy un momento a casa a ducharme, hago un par de cosas y saco de la lavadora tu ropa. Luego te la traigo, ¿vale?

—Yo también haré lo mismo.

—¿Te ves capaz de quedarte sola o te vienes conmigo?

—Me quedo. Así aprovecho para organizarme y hablar con mis niños.

—Salúdalos de mi parte —se quedó pensativo—. ¿Dónde está mi chándal?

—No sé —«mentirosa, bruja, asquerosa. ¡Si lo sabes!»—. Ahora lo buscaré

—Luego me lo llevo —cogió las llaves que tenía sobre de la encimera y me besó la frente—. Te veo sobre las doce y media en mi casa.

—Espera —llamé su atención. Abrí la nevera y le di la bandeja.

—¿Esto qué es? —preguntó mirándome fijamente.

—Compré ayer unos pastelitos pero como todo se pegó la vuelta... no te lo pude enseñar.

Dael le quitó el papel que los cubría y se le iluminó el rostro cuando en uno de los pasteles ponía su nombre y un gracias por todo. También venían un par de rosquitos de vino y de anís.

—¡Pero qué bonito, mi arma! —sonrió cómo un adolescente.

—¡Fite, ten cuidado y no te des un guarrazo mientras lo llevas!

—¡Ji home! No soy tan morcón —lo cogió con ímpetu después de taparlo—. Yo lo cuido como un capillita cuida a su virgencita.

Era imposible no reírse con sus ocurrencias y ambos estallamos entre risas.

—Vete ya.

—Pero me voy porque quiero, no porque tú me lo digas. ¡Andacondio! —se acercó para darme un beso en la frente y se lo impedí—. Jozú, que saboría eres cuando quieres.

—Y tú que pijotero.

Dael me hizo burla y desapareció de mi vista.

Dael y yo acabamos de comer y nos habíamos puesto como los quicos. ¡Pero qué sopa de cocido se había marcado el bandido! Hacía tanto tiempo que no comía algo tan en condiciones.

«Cocina, friega, lava... hace de todo. ¡Es el tuyo, pequeña Eliette!». Me atormentó mi duendecilla gentil en la cabeza. Sacudí para que no me influyeran mis brujitas. Aunque ésta chiquitina solo quería mi bien.

—Jozú, qué pechá de comer —espetó cuando nos comimos el último rosco y el trocito de pastel que quedaba.

—No puedo más —me reí a punto de explotar.

—Ni yo, voy a fregar y a recoger.

—Te ayudo —me levanté a echarle una mano y entre los dos terminados antes.

—Me gustaría que fuéramos al atardecer a un lugar mágico.

—Si terminamos.

Mi móvil empezó a sonar a las tres en punto. Era el abogado anunciándome que iba a venir un poco más tarde. Cosa que... los planes que habíamos hecho, se tendrían que anular porque vendría más tarde. Cuando corté la llamada se lo conté al afectado.

—Iremos otro día —me acarició el pelo y nos sonreímos.

—Ya me quedé con curiosidad.

—La curiosidad mató al gato —me dio un toquecito en la nariz.

—A la gata... miauh —le dediqué un gesto gatuno con las manos.

Juntos fuimos al sofá y nos sentamos.

—Antes que se me olvide —sacó de un cajón la ropa que me quité—. Aquí está, ¿trajiste la mía? ¿la encontraste?

Me estiré para cogerla y no me dejó.

—Si, la encontré.

—¿Y dónde está?

—No te la voy a devolver.

—¿Por qué?

—Porque será mi seguro para hacer que te quedes más veces a dormir —«Y porque quiero sentirte cerca cuando tú no estés».

—¿Eso quieres?

—Si.

Dael comenzó a ruborizarse. Amaba ese momento en que lo veía convertirse en alguien tan frágil y sensible pese a lo grandullón que era.

—Entonces tú esto no te lo llevas —se levantó y desapareció con mi ropa. Instantes después, se volvió a sentar a mí lado.

—¿Qué haces?

—Asegurarme que tú también tengas aquí cosas tuyas para que pases las noches que quieras conmigo.

Dael y yo apoyamos nuestras frentes, cerramos los ojos y no hizo falta decir nada más.


—Mañana será detenido y pasará a orden judicial al fin. Desde allí lo trasladarán a prisión después del juicio.

Las lágrimas me brotaron. Por fin iba a poder hacerles justicia gracias a todas las pruebas de las cámaras de vigilancia. También, recopilé facturas a su nombre de compras ilegales de estupefacientes y alguna fechoría más que hizo. No solo me conformé con eso, sino que le di muchos más delitos que había cometido con otras jovencitas. Nada de esto tendría sino hubiera sido por la ayuda de mi Anny y Henry. Mañana después de tanto tiempo, los iba a ver y podría presentarles al ciudadano campechano que se morían por conocer. Tenían más ganas de verle a él, que a mí. ¡Ja!

—No sabes lo mucho que te lo agradezco.

—Quien la hace, la paga y yo encantado de poder ayudarte —habló Rafael, el abogado.

—Gracias de mi parte también —le tendió la mano Dael mientras yo firmaba el último papel. Ambos se miraron de forma amable.

Enganché una carpeta y saqué un cheque con una cantidad de dinero.

—Esto es para ti —me miró y con delicadeza, dobló mi mano para que lo guardase—. Acéptalo.

—Dije que esto último no te lo cobraba.

—Insisto.

—No —negó con la cabeza y no lo aceptó—. Mañana os veo en el palacio de justicia de Jaén. ¿Tenéis cómo venir?

—Miré un autobús en Génave así que iremos juntos hasta allí —dijo Dael.

—Si queréis vengo a por vosotros y vamos juntos.

—No es necesario pero de verdad, millones de gracias.

—Nunca dejes de ser esa niña buena que admiraban tus padres, ¿de acuerdo? Desde allí arriba se están sintiendo muy orgullosos de todo lo que has conseguido —él fue compañero de la mili de mi padre pero por motivos personales, sus caminos se distanciaron.

Le agradecí aguantándome las ganas de llorar. Dael y yo le hicimos un bocadillo para el camino ya que no se quiso quedar a cenar y finalmente lo despedimos con una sonrisa.

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💫Te echo de menos💫

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🌟Fite contracción de Fíjate tu.

🌟Guarrazo es caerse y darse un golpe.

🌟Ji Home es si hombre de forma irónica.

🌟Pijotero es quisquilloso.

🌟Morcón es ser un inútil.

🌟Capillita es el dicho de una persona: Que vive con entusiasmo las actividades organizadas por las cofradías religiosas a lo largo del año y participa en ellas. Usado más como sustantivo

🌟Qué pechá de comer es una expresión que se utiliza para decir que se ha comido más de la cuenta.

🌟Ponerse como los quicos se refiere a comer mucho y quedar bastante lleno.

🌟Saboría es sosa.

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Palabras según wattpad: 1445.

Palabras según word: 1313.

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