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Capitulo 1

Narra Nicolás.

Estaba como de costumbre, visitando una vez más el bar al que asistía solo por ver a una mujer que ni sabia de mi existencia, o que al menos eso parecía ya que ni me miraba.

Me sentaba en el mismo sofá VIP de siempre, rodeado de bailarinas las cuales no me causaban ni el mínimo cosquilleo, ni me incitaban a llevármelas a la cama. Estaba en el lugar, pero pendiente a la barra en la aquella mujer muchas veces se detenía a mirar el ambiente.

Ya sabía que días ella visitaba el bar como dueña que era del establecimiento, y la hora exacta en la que inspeccionaba que todo marchara bien en su negocio. Era mi momento más ansiado, en el que me quitaba las mujeres de encima, y poniéndome de pie caminaba hasta cerca de la puerta para verla entrar y pasearse por todo el sitio con varios hombres detrás cuidando su espalda. Ya me sabia la escena de memoria, era lo que ocurría todos los viernes, para que luego de verla no hiciera más que llegar a mi casa como perro repulsivo al que nunca ella le ponía los ojos, decepcionado de mí mismo, aburrido y cabreado.

Y se preguntarán, ¿Cuánto tiempo duré asistiendo a aquel bar obsesionado por ella? ¿Seis meses? No, un año.

¡Un maldito año sin poder acercarme a ella!, porque como hombre egocéntrico que soy, mi orgullo no me permitía hablarle cuando la muy fanfarrona ni volteaba a verme aunque me le parara en frente. Fue el diagnostico de hace dos meses el que me convenció de que no podía morirme sin tener esa mujer en mis brazos.

Anteriormente, no quería forzarla a nada. No quería utilizar mi poder para tenerla conmigo, pero ella no colaboró y como nunca quiso por las buenas, entonces tuve que entrarle por las malas.

Hoy sé dónde vive, de donde es, quienes son sus familiares, que hace en todo el día, a donde va los fines de semana, con quien se ve, y hasta quien es su ginecóloga. En síntesis, sé todo de ella. Sin olvidar mencionar que, ahora sus guardaespaldas, son los mismos míos, trabajan para mí y me cuentan hasta de la sombra que la acompaña.

Esta noche, a tan solo diez minutos para que hiciera su entrada, me preparé mentalmente para lo que sucedería. Como de costumbre en la puerta, ante la llegada de la patrona le tendió un trago una de las camareras, una mujer que había contratado para que agregara a la bebida tan solo un poco de una susodicha sustancia que la pusiera débil y dócil.

A diferencia de siempre, esta noche ni me molesté en mirarla, la dejé que se paseara por todo el lugar, sabiendo que más adelante podría mirarla más de cerca y tenerla al frente. Tan solo esperé que uno de sus hombres, me llamara.

Si tan solo ella se imaginara que los guardias que cuidan de ella trabajan para mí...

—La señora ya está en su oficina, dice sentirse agitada — a mi celular llegó el mensaje más esperado.

Me puse de pie y caminé hasta las escaleras de aquel bar ignorando por completo el letrero que decía ''No pasar sin autorización'', pero ahora mismo aquí el jefe era yo.

—Pueden irse, yo los llamo — les dije a mis hombres afuera de su puerta.

Sin ni siquiera tocar entré a su oficina. Cerré la puerta muy de pronto encontrándomela sentada detrás de su escritorio, respirando profundo una y otra vez.

Me miró sorprendida y algo asustada.

—¿Quién es usted y quien le ha dejado pasar? — me preguntó con un tono autoritario.

No dejaba de actuar como una fiera ni en sus momentos de vulnerabilidad.

Adentré mis manos en los bolsillos de mi pantalón.

—Me llamo Nicolás Genovese, a sus órdenes Chiara— me dirigí a ella hipnotizado por sus hermosos ojos miel.

—¿Como se sabe usted mi nombre? Le pregunté quien le ha dejado pasar — se puso de pie y caminó hacia mí, o eso intentó hacer porque su cuerpo perdió fuerzas y también equilibrio yendo casi a parar al suelo si no la sostengo.

En mis brazos la apreté contra mi pecho viendo lo débil que estaba.

—Sé tantas cosas sobre ti Chiara. Me preocupé por tu estado, te vi sentirte mal allá abajo y quería saber si te encontrabas bien, pero compruebo que no — la miré, estábamos tan cerca.

Tenía una piel rosadita, sus mejillas estaban enrojecidas. Traía las pupilas dilatadas. Sus hermosos ojos estaban adornados por largas pestañas negras que embellecían su mirada y su nariz respingada haciéndole tributo a su manera de ser tan presumida.

—No sé qué me pasa, siento dentro de mi cuerpo cosas raras — me dijo asustada mirando cada facción de mi rostro.

Podía notar lo mal que estaba porque no se había molestado en rechazarme o pedirme que me alejara.

La sustancia que había dado órdenes de agregar en su bebida tenía efectos que alterarían sus hormonas y podrían causar excitación o deseo sexual, además del sentimiento de debilidad.

—Me gustas Chiara, me vuelves loco — aproveché para susurrarle, convencido de que era probable que ella mañana o cuando se le pasara el efecto de la sustancia no recordará mis palabras con claridad, ni lo que probablemente pasará.

Terminé de cortar la distancia que había entre nosotros y uní mis labios con los de ella. Pasé de sostener su cuerpo a cargarla entre mis brazos obligándola a enredar sus piernas alrededor de mis caderas y para sujetarla llevé mis manos a su trasero, el que apreté con ganas.

Sus brazos los llevó a mi cuello y me besó con la misma intensidad y pasión que yo traía acumulada hace meses.

De tan solo percibirla contra mi cuerpo ya podía palpar la presión que le hacia mi masculinidad a mi pantalón. Sentía mi presión arterial dispararse, los latidos de mi corazón pasar a ser más fuertes y mi respiración volverse pesada. Había aire en el lugar, pero ya traía mucho calor, aunque ella estaba sudada, su temperatura había aumentado lo suficiente como para que me demostrara que su excitación y la mía eran similares.

Tal vez esto no hable bien de mí, pero yo nunca he estado interesado en que la gente lo haga. Yo solo quiero cumplir aquel deseo que traigo atrabancado aquí en mi pecho. Necesitaba concebir un hijo lo más pronto posible, y si no era con ella entonces con nadie más. Por ende, estuviera bien o mal, quisiera ella o no, actuaría como el hombre que se volvió egoísta ante su diagnóstico médico y conseguiría las cosas ya no como me las ponga la vida, sino como yo quisiera, a mi manera.

Sin soltarla, la llevé hasta el sofá que tenía en su oficina y la recosté sin dejarla de besar mientras que con una de mis manos libres sacaba de mi bolsillo aquel preservativo que yo mismo me había ocupado de llenar de agujeros.

Y se preguntarán, ¿por qué usar el preservativo si ella mañana puede que no recuerde si lo usaste o no, o aún peor, si tuvo relaciones? Es fácil, no quiero que se vaya a tomar ninguna pastilla que le impida la fecundación del ovulo. Le haré creer que nos cuidamos.


Pueden llamarme hijo de puta, se los permito. 

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