CAPÍTULO 13
MELISSA
Mi corazón latía a mil por hora. Las inquietudes por el estado de Emma persistían en mi cabeza, y ya estaba pensando en mil planes para ayudarla con su duelo, o al menos acompañarla. Le pregunté si podíamos reunirnos, pero ella prefirió que nos viéramos mañana, y que juntas podíamos buscar nuestros disfraces para la gran noche en tanto hablábamos de todo lo que la atormentaba. Acepté. De cualquier manera, habría aceptado lo que ella quisiera. Mi objetivo en este momento era darle fortaleza ante su pérdida.
Sabía que nunca podrían existir palabras suficientes, ni acto que pudiera remediar ese caos interno. Tampoco habría nada qué cambiar, afirmar que se debía alterar algo de nosotros mismos, implicaría que no pudiésemos vivir un duelo a nuestro ritmo. Las presiones de la sociedad se anidaban en aquellos momentos que más se necesitaba una pausa en nuestras vidas.
A veces sentía como si se esperara que actuásemos como máquinas sin corazón ni cerebro. Únicamente cumpliendo una labor que se nos asignaría y con la cual deberíamos lidiar hasta que nuestro cuerpo soportara, recién quedando libres de aquella esclavitud designada como normalidad, cuando ya estuviésemos cerca de dar un paso al más allá. Esa idea era tan descabellada, pero tan cierta, que terminaba por robarme el sueño en las noches.
Yo no era ajena a ese actuar, estaba empecinada con trabajar sin un propósito que me perteneciera por completo. Mi móvil era ayudar a mis padres, crecí viendo como papá sobrellevaba esas deudas que seguramente, me quedó algún tipo de trauma, al sentirme una inútil. Solamente fui una gran carga para él.
El vendedor me observó con impaciencia mientras recobraba nuevamente el sentido. Pagué rápidamente, sintiéndome avergonzada por haber formado una fila.
Compré todo lo necesario para la visita que tenía pendiente, y que llevaba días con ánimos de realizar. En cuanto recibí la respuesta de Adam alisté mis cosas y caminé hasta la tienda. Lo bueno del condominio, es que contaba con todas las comodidades cerca. No era necesario andar en vehículo para hacer compras básicas.
Me encaminé a la casa azul tan solitaria. En cosa de minutos ya estaba tocando el timbre.
Adam apareció frente a mí, apoyándose en el marco de la puerta.
—Perdón si fue muy inesperado ese mensaje. —Los nervios se apoderaron de mí—. A veces soy muy imprudente, y no lo sé, quizá no lo recordabas, lo de hacer el pie de limón, digo. Ciertamente no debes ni saber de qué te estoy hablando. —Llevé una mano a la cabeza.
Oh, Dios.
—Realmente pensabas hacerlo... No fue pura cortesía, realmente querías cocinar —mencionó, mientras daba un paso dentro de su casa, aún avergonzada por la forma en que le había hablado. Caminé hasta la cocina, con sus pasos detrás mío.
—¡Pues claro! —exclamé en tanto dejaba los ingredientes sobre la mesa—. Te dije que quería cocinar algo para ti, me hace muy feliz si podemos hacerlo juntos —le sonreí.
—Eres tan cálida —respondió.
Me tomó por sorpresa que me dedicara aquellas palabras. Mis manos quedaron suspendidas en las bolsas, sin reaccionar inmediatamente. Me ruboricé en tanto, intentaba volver a ponerme en marcha, dejando sobre la mesa todo lo necesario para comenzar.
Me recogí el el cabello en una coleta, y le pedí a Adam recipientes para las mezclas.
Mezclé la harina y el azúcar glasé. Y Adam siguió mis instrucciones, agregando la margarina y el huevo. Lo dejé amasar únicamente por su insistencia. Cuando la masa quedó compacta, le señalé que la estirara sobre un molde.
—Adam... espero no te moleste —bajé un poco la voz, mientras preparaba el horno— pero me he dado cuenta de que siempre estás solo en esta casa. ¿Ocurre algo con tus padres?
—No me molesta... En esta casa las cosas funcionan de esta manera. Si vieras a mis padres en un restaurante, o en un centro comercial los verías felices y creerías que son personas muy agradables, pero todo cambia cuando me ven. Es como si yo fastidiara sus planes, siento que me subestiman o que por algún motivo les genero aversión. Algo debe estar mal conmigo.
Lo miré de reojo, su expresión me decía bastante de los sentimientos que albergaba en su corazón. Me causaba tristeza que por culpa de sus padres sintiera que no valía lo suficiente. Deseaba que pudiera verse de la misma manera que yo lo veía.
—Todos somos imperfectos, lo que ellos hacen no tiene justificación... —respondí con lentitud— Sin embargo, creo que en vez de avergonzarte como si hubiera algo malo en ti, deberías... diferenciar las cosas. —Tomé un bowl mezclando los ingredientes para la última parte del proceso—. Lo que los demás te hagan creer sobre ti mismo no significa nada. Pero en el momento en que tú le das importancia al trato que tienen contigo, entonces estás permitiendo que te atormenten. Les estás creyendo, y eso no es justo porque si tú pudieras entender lo valioso que eres, comprenderías que son ellos los que se tienen que sentir mal.
Adam se quedó perplejo.
Mientras nos inundaba el silencio, abrí el horno vertiendo la última mezcla sobre el molde.
Me pregunté vagamente si hubiese sido mejor mantener la boca cerrada. Quizá me había puesto muy enérgica, dejándome llevar por mis sentimientos. Debía ser más considerada con los demás.
Comencé a hacer el merengue buscando distraerme.
—¿Mel?
—¿Sí? —dije sin mirarlo.
—Gracias.
Me calmé. Me preocupaba haber sido imprudente.
Coloqué la última capa sobre el molde. Solo faltaba esperar a que enfríe.
La manera en que me agradeció y seguía observándome, me permitió reunir el valor suficiente para decir una verdad que se encontraba dentro de mí.
—Adam... —jugué con mis manos— me hizo muy feliz venir, y... debo admitir que... yo tenía muchas ganas de verte.
Se acercó a mí, sus dedos rozando levemente los míos. Al inicio, pareció una casualidad, pero luego sus caricias se hicieron presentes.
—Yo también tenía muchas ganas de verte.
Mordí mi labio inferior.
La atmósfera del momento se interrumpió con el sonido de mi teléfono. Era un mensaje de Mike. Cuando le dije esto a Adam, su comportamiento cambió ligeramente, como si algo le molestara en Mike pese a ser su amigo.
—Entiendo. No te preocupes, habla con él. Yo me encargo de terminar con todo —me dirigió una sonrisa, que parecía ocultar su animadversión.
Asentí. Mike estaba preocupado por la noche de Halloween. Los últimos días solía enviarme mensajes, asegurándose de que estuviese bien ante la esperada noche. Le respondí que no se preocupara, ya había tenido días suficientes para pensar en algo que fuese acorde a mi carácter.
Mientras terminaba de hablar con él, Adam colocó música. Dejé el celular a un lado y me enfoqué nuevamente en Adam. Me ponía nerviosa su cercanía, mas la anhelaba profundamente. El tiempo pasaba muy rápido en tanto hablábamos de nosotros, de nuestras vidas y anécdotas. No nos dimos ni cuenta de en qué momento el pie ya estaba listo. Con cuidado, Adam cortó los trozos y comenzamos a comer.
—Oh, Dios. Está delicioso —soltó tras haber dado solo un mordisco.
—Fue un trabajo en equipo. —Tomé el tenedor para dar la primera mordida. Sin embargo, mi mano se quedó estática.
—No, este resultado es gracias a ti. Es primera vez que hago uno, sin ti me hubiera quedado horrible. Probablemente se habría quemado.
—No parecía ser tu primera vez, no esperabas mis instrucciones. —Mi mente quedó en blanco al darme cuenta de lo mal que sonaba lo que acababa de decir.
—Eso es porque después que me dijiste que haríamos uno, estuve viendo un par de videos de cómo se hacían. No quería pasar tanta vergüenza.
Advirtió que me había cohibido.
—No puedo imaginar qué te habría respondido Mike si se lo hubieras dicho a él —dijo en un intento por aligerar el ambiente.
Solté una nerviosa risa.
—Se lo habría tomado como una provocación —me quedé en silencio unos segundos—, ¡Ah! Antes que se me olvide... ¡te traje algo! —exclamé con entusiasmo— No lo vi en tu estantería, y bueno quería darte algo mío para agradecerte por todas las veces que me has ayudado. —Las manos me sudaban—. Perdona si no es de tu gusto. Pero quiero regalártelo, por favor acéptalo.
Extendí el libro que tenía guardado en el bolso.
Carrie de Stephen King.
—¿Me estás dando tu libro? No podría recibirlo, es tuyo... Te lo devolveré cuando termine de leerlo ¿Te parece? —Lo hojeó, percatándose inmediatamente de que estaba lleno de mis anotaciones.
—Lo siento —dije abruptamente— he transgredido un principio muy querido entre lectores. Sé que está lleno de anotaciones, y que también he destacado partes del libro. Yo no leo mucho, pero sé que no está bien visto rayar los libros. Si por ese motivo no lo consideras digno, entonces no te preocupes. N-no vas a herir mis sentimientos —tartamudeé. No me agradaba mi forma de ser, cómo se me hacía tan difícil controlar mi nerviosismo. Sin embargo, Adam siempre me veía cautivado, a pesar de lo poco atractiva que se volvía mi inseguridad.
—Me encanta —contestó inmediatamente— lo comenzaré a leer hoy día y te iré comentando que me parece... no creí que te gustaba leer este tipo de historias.
—Claro, me agradaría hablar del libro contigo. La verdad es que no suelo leer este género. —De pronto, se vio algo confundido—. Pero este en particular, es especial para mí.
Adam seguía intrigado, mas luego suavizó su mirada.
***
Al regresar a casa, me esperaba una gran sorpresa. Ese cabello rubio dorado lo reconocería en cualquier parte. La maleta a un lado de la puerta captó mi atención apenas di un paso dentro. Ana se encontraba sentada frente al televisor junto a mi padre. Había decidido viajar a pasar Halloween conmigo. Lo planeó a escondidas de mí, colocándose de acuerdo con mi madre.
Me emocioné en cuanto me enteré de todo. La abracé con fuerza, en tanto saltábamos en círculos, igual como si fuésemos unas niñas pequeñas. La extrañaba demasiado.
La ayudé a acomodarse en mi cuarto. Mientras armaba la cama nido, Ana corrió un poco la cortina, su vista clavada en la casa de JJ.
—Realmente tienes una vista directa para acosar a tu bebé —Ana sonrió con malicia.
Me incomodaba que siguiera refiriéndose a JJ como si fuera algo mío.
—Me gustaría ir a la tienda a comprar más víveres para que estés cómoda —cambié el tema— Si quieres me puedes esperar.
—¡Eres un amor! —gritó, acomodándose en mi cama.
Armé mi cartera con todo lo necesario, no demoraría demasiado, la tienda estaba a pocos minutos caminando.
—En serio tenía muchas ganas de verte —dijo cuando estaba por salir por la puerta— Por cierto, estás distinta. —Ana se levantó de la cama, aproximándose a mí. Por un segundo, creí que me daría un abrazo, pero en vez de ello, pellizcó la zona de mi abdomen.
Su mirada juguetona decía lo mismo que en aquellos años. "Una broma" Solo era eso. Sin embargo, los recuerdos volvían a mí, desesperándome, y repitiéndose en bucle.
«Estás distinta». Dos palabras que me persiguieron en tanto caminaba a la tienda. La cuenta de la comida que consumí los últimos días, las cantidades, proporciones y calorías. Números tan dañinos que calaban en mi alma, en una angustia asfixiante y perturbadora. Solamente ese pie de limón debió tener al menos unas cuatrocientas calorías, sin decir, que comí más de una porción. De pronto, fui consciente de mi descuido. Me dejé llevar y olvidé por completo lo rápido que se podía derrumbar todo por lo que había trabajado.
Y aunque podía ver la imagen de mi padre diciéndome que ya era momento de defenderme, y atacar a quienes se atrevieran a meterse conmigo, sabía lo que debía hacer.
No era lo que él quería, y casi podía imaginar la cara de decepción ante mi sumisión y la fragilidad que me hacía caer tan fácilmente ante comentarios falsos y de dudosas intenciones.
Me había prometido tantas veces que escaparía de ese dolor en la garganta, y esas huellas en las yemas de mis dedos, pero era imposible salir de ahí. Siempre me perseguiría esa imagen, porque solamente había cambiado por fuera, pero en mi interior, seguía siendo la chica gorda que todos aborrecían.
Esos pensamientos me atormentaron incluso cuando ya iba de regreso a casa. El inminente recordatorio de mi pasado, sumado a que se acercaba la gran noche terminó por inquietarme. Ana conocería a los muchachos, y no estaba segura si era debido a todo lo que había sucedido estos días, o a ese encuentro amargo, pero sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
Un mal presentimiento, como si esa noche fuera a cambiar mi vida, o quizá terminar de abrirme los ojos.
𝑀𝓊𝒸𝒽𝒶𝓈 𝑔𝓇𝒶𝒸𝒾𝒶𝓈 𝓅♡𝓇 𝓁𝑒𝑒𝓇
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