3.- Comimos y comimos y... uf, casi me muero en ese festival (3/4)
—¿Alguno de ustedes es mayor de edad?— preguntó la señora.
Todos nos miramos, extrañados. Al menos cuatro de nosotros íbamos a cumplir los 18 durante el transcurso del año.
—No ¿Por qué?— quise saber.
—Lo siento, mijo, pero en el festival se entregan bebidas alcohólicas. No se permite la entrada a ningún menor de edad sin la compañía de un adulto.
Abrí los ojos como platos, desconcertado.
—¡¿Qué?!— exclamé.
—No era ningún secreto ¿No lo vieron en las carteleras promocionales? Mira arriba, en el cartel. Ahí mismo aparece.
Di unos pasos atrás y miré sobre la caseta de guardia. Ahí aparecía "Gran festival anual de la comida" y bajo el nombre grande, un asterisco: "No se permite el acceso a menores no acompañados por un guardián"
Me llevé las manos a la cabeza, emputecido ¿Cómo se nos había saltado un detalle como ese?
—¡Noooo! ¡¿Cómo no me fijé?!— exclamó Érica.
Pero no era solo su culpa, era de todos por no pensar en eso. Claro que los alcohólicos de los adultos iban a querer tomar vino y cerveza, no podían disfrutar nada sin alcohol. Me sentí tonto.
En eso, Érica se me acercó.
—No importa, rodeemos la manzana y los ayudaré a saltar la pared. Será súper fácil— me espetó.
La miré extrañado. Si podía hacer eso ¿Por qué intentó pagar con tarjeta de crédito su entrada?
Sin embargo, cualquiera fuese su motivo, la iniciativa de Érica me dio una idea. Ella no quería mostrar su fuerza a los demás, pero estaba dispuesta a hacerlo si conseguíamos entrar y pasarla bien. Era una buena chica, pero yo aún podía continuar, no me había rendido.
Determinado, me acerqué a la señora de nuevo. Los policías ya se habían marchado a otro lado, no harían presión con su presencia. Eso era todo lo que necesitaba. Le sonreí, encantador.
—Estimada ¿Cuál es tu nombre?
Ella me miró, extrañada. Era de esperarse, pero no tardaría en cambiar.
—Montserrat— me dijo— ¿Por qué preguntas?
—Monse...— le dije en un tono coqueto, con una voz grave— ¿Cómo le va con su día? ¿No le aburre mirar la entrada hora tras hora?
—Bueno, sí, pero al menos estoy sentada. Es bastante agradable, en verdad— contestó— ¿A qué quieres llegar, chico?
Ignoré sus preguntas directas y continué.
—Escucha, Monse. Me llamo Ocko, estos son mis amigos: Troveto, Pekos, Gálica y Érica. Vinimos del colegio de Santa Gloria, del otro lado de la ciudad, solo porque queríamos pasarla bien en el festival de comida. Gálica, la señorita de coletas pelirrojas que ve a mi espalda, se irá pronto y queríamos despedirla haciendo algo en grupo ¿No hay una posibilidad de que nos deje pasar?
Monse apretó los labios, nos miró a cada uno. Se notaba aproblemada.
—Lo siento, chico. Si ninguno de ustedes me puede probar que es mayor de edad, no los puedo dejar pasar. Son órdenes.
—Vamos, Monse. Sabes que esa regla se puede romper fácilmente ¿Cuántos grupos de chicos han entrado con uno solo posando como el adulto? Cuando todo lo que buscan es ir a tomar. Nosotros solo queremos hacer algo divertido, somos chicos buenos, no molestamos a nadie. Por ejemplo ¿Ves a ese chico grandote? Sí, Pekos, él es un atleta, no puede tomar, eso destruiría toda su dieta ¿Y la misma Gálica? Es una artista, una música excelente.
La señora mostró los dientes, indicando que era una decisión difícil, pero de todas formas negó.
—En serio, Ocko, lo siento. No puedo.
Sonreí, esta vez sin esfuerzo. Ya la tenía en mi mano.
Hice un movimiento de cabeza, un guiño con ambos ojos y una sonrisa amplia, un gesto muy complejo entre confianza y complicidad.
—¿Y cómo lo controlarán? ¿Habrá un inspector adentro, pidiéndoles sus identificaciones a todo el público? No, sabes que no. Vamos, Monse. Sabes que te dieron esa orden para alejar a los jóvenes, pero ellos se pasarán por la pared o algo así. Acabamos de ver a unos chicos al otro lado de la manzana, se estaban pasando por un hoyo bajo las rejas, como perros. Si gente deshonesta puede entrar y comer lo que quiera ¿Es tan malo dejarnos pasar?
Monse arrugó la cara, indecisa.
—Vamos, Monse— insistí.
Arrugó la cara aun más. Yo volví a hacer mi guiño encantador. Ella suspiró.
—Podría dejarlos pasar, si me hacen un favor— indicó.
Listo.
—¿Qué necesitas? Lo que sea por mi amiga Monse.
Ella llamó a uno de sus compañeros para que la reemplazara, nos hizo entrar al festival y nos guio hacia un área destinada como bodega temporal. Estaba cubierta de cajas de todos los tamaños y regadas por todos lados.
—Necesito que lleven todas estas cajas a la parte de atrás, porque vendrá más comida y necesitamos hacer espacio— indicó— con tu amiguito grandote, no debería haber problema ¿Verdad? Si lo hacen, los dejo pasar gratis.
Suspiré. Era más trabajo del que esperaba, pero no estaba mal.
—Muy bien ¿Chicos?
Pekos alzó los brazos.
—¡Oh, sí! ¡Esto se ve como un reto!— exclamó— ¡El ganador será el que cargue más cajas!
—¡No se vale! ¡Tienes mucha ventaja!— alegó Gálica.
—¡Tú tenías ventaja ganando dinero! ¡No es mi culpa que seas una ratoncita!
—¡No me llames así, gorilón!
Gálica saltó sobre Pekos y se colgó de él, pero a Pekos no pareció molestarle en lo más mínimo y puso manos a la obra. Troveto lo siguió. Calculé al ojo que no debía tomarnos más de unos diez minutos. Iba a ser pan comido.
—Cuando terminen vayan a verme— indicó Monse— no serán unos patanes y se irán antes de terminar ¿Verdad?
—No, no, no. Por ningún motivo. Hicimos un trato— le aseguré— iremos a verte cuando terminemos, tú descuida.
—Jiji, qué honrado. Está bien. Gracias, querido.
Me tocó un brazo como despedida y se marchó. Gálica se bajó de Pekos, mientras este cargaba con una caja grandota, y se quedó mirando la puerta por donde la señora se había marchado. Luego me miró a mí.
—Qué asco ¿Viste cómo te miraba? ¿Y cómo te hablaba? ¿Y cómo te tocó el brazo? Tienes que ir con cuidado, Ocko— me espetó.
A mí me parecía tierno que Gálica se pusiera celosa, pero había estado evitando sus sentimientos hacia mí por un tiempo. La quería, pero también quería mantener el grupo por el mayor tiempo posible, y sabía que todo se rompería el momento en que Gálica se me confesara.
—Está bien, solo es simpática— le resté importancia.
—¡No, Ocko, no debes dejarte! ¡Solo quería acercarse a ti! ¡Oy! ¡Me dan rabia las mujeres así!
Contesté con una risita para cortar la conversación ahí, después de todo no quería quedarme atrás en la competencia. Tomé la primera caja en brazos y me dispuse a llevarla al final. Entonces me fijé en Érica, ella volvía de dejar unos contendores de bencina, para las parrillas a gas. Me pregunté cuánto podría cargar al mismo tiempo, y luego la recordé sujetando la campana de la iglesia. Luego miré a Pekos, apenas con un par de cajas grandotas, pero ni tan grandes ni tan pesadas como esa enorme campana de bronce. Tuve que aguantar una risa al imaginarme las caras de mis compañeros si Érica decidía mostrarles su fuerza en ese momento y se ponía a cargar cajas en sus manos como si estuvieran hechas de malvaviscos. Pero eso no ocurriría.
—¿Estás bien, Érica? – le preguntó Pekos— si estás cansada, no necesitas esforzarte de más.
—Sí, aunque sea una competencia, no sería lindo que te desgarres o algo— agregó Troveto.
—Ah, gracias— contestó— en verdad mis brazos ya se sienten como gelatina, no estoy acostumbrada a cargar con tanto peso.
—Puedes descansar, descuida— le reafirmó Pekos, quien sostenía una caja grandota en una postura que aseguraba que los demás viéramos sus músculos en acción.
Érica sonrió, agradecida.
—Está bien, puedo seguir. Pero me encargaré de las cajas más chicas, si no te molesta.
—¡Para nada! ¡Déjame el trabajo pesado a mí!
Entonces Érica se giró para buscar otra caja, pero se encontró con mi cara. Debía estar a punto de echarme a reír, porque ella me miró con una expresión de "¡Córtala, me van a descubrir si no disimulas!" o algo por el estilo.
Al final terminamos con todas las cajas y nos sacudimos las manos, satisfechos por un trabajo bien hecho. Naturalmente, Pekos ganó la competencia por mucho, habiendo cargado con más de la mitad de las cajas él solo, varias de las cuales eran de las más grandes. Me habría gustado quedar en segundo lugar, pero Troveto me ganó. Érica quedó en cuarto, solo porque no pudo actuar aun más floja de lo que Gálica se había portado.
—Al menos quedé en tercer lugar— me dije, solo para recordar que Érica podría habernos ganado a todos de haber querido. Eso me dejaba apenas sobre Gálica. Me llevé las manos a la cara ¿Cómo había caído tan bajo? ¿En serio no estaba en forma? ¡No podía ser!
—¿No tenemos que ir a avisarle a la vieja?— recordó Gálica.
—Ah, es verdad— recordé.
Decidimos ir todos. Caminamos bromeando y charlando hacia la cabina de guardia desde atrás. Al alcanzarla, me dispuse a tocar en la ventana para advertir a Monse que habíamos cumplido nuestra parte del trato, cuando de pronto oí una voz masculina.
Extrañado, les indiqué a los chicos que se detuvieran y me dejaran escuchar. Nos pegamos contra la pared para que no pudieran vernos por la ventana y pusimos atención. Un hombre estaba retando a Monse, quien se disculpaba en las cortas pausas que el otro tipo le daba. Fue una discusión larga y desagradable, pero de ella pude notar que el hombre era con seguridad el jefe de la guardia, y que había descubierto que ella nos había dejado pasar.
Todo apuntaba a que los planes habían cambiado. Con gestos les indiqué a los chicos que nos marcháramos. Huimos en silencio y a paso apresurado, hacia el festival. Necesitábamos perdernos en el público antes que los guardias fueran a buscarnos.
Corrimos hacia el festival, dentro del parque. Pronto nos encontramos con una serie de puestos de comida, todos armados en robustas casetas y dejando escapar densas nubes de olores de todo tipo, pero todos ricos. Los puestos formaban anchos pasillos, llenos de gente. Por los alrededores también, las personas se aglomeraban como si la comida tuviera la gravedad de la luna. Todos comían, bebían y se paseaban para ir a buscar más comida. Un grupo de perros deambulaba, pidiendo comida a las personas y ladrando de felicidad.
No tenía mucha hambre, pero el olor de los primeros puestos de comida bastó para atraerme, ir y sacar algo. Miré alrededor, no vi guardias por ningún lado, solo a mis amigos disfrutando de la comida: Pekos se lanzó contra los anticuchos, Gálica agarró una empanada de mariscos, Troveto pescó uno de los completos más gordos que he visto en mi vida, y Érica se fue por unas muestras de sushi. Yo no tuve que buscar mucho; un pedazo de lasaña me llamaba desde un plato plástico. Toda la comida tenía tamaño de muestras, pero eso era solo para que el público tuviera oportunidad de probar de varios de los puestos en vez de enguatarse con uno.
Al principio pensé que el festival consistiría de diez a veinte puestos de comida, todos instalados uno junto a otro y con comida chatarra, carnes y dulces, pero no era así. Había cerca de cien puestos, cada uno con comida distinta: folclórica, pastas, ensaladas, distintos puestos exclusivos para cada tipo de carne, un puesto de omelets, un puesto para pailas de huevos, un puesto para frutas, uno de bebidas exóticas, uno de mentas, uno de comida picante, un puesto de helado, uno de preparaciones de arroz, uno de galletas, de acelgas, de papas, de comida chatarra, puestos de todos los países que conocía y algunos que no ¿Dónde en el mundo queda Tarrakren? Ni idea, pero tienen unas masas rellenas de carne y una pasta verdosa, creo que les llamaban pulgmins o algo así, estaban exquisitos.
Había tantos puestos que pronto comencé a perderme, pero no sentía que tenía que ir a ningún lado, porque estaba en el cielo. Podía tomar un probado de todo lo que quería, de la comida más deliciosa que hubiera probado en mi vida, y cuanto quisiera.
No solo había comida. En un espacio abierto había un escenario pequeño donde un grupo tocaba música en vivo. Se iban rotando entre varias bandas para no dejar de tocar. De cuando en cuando también se pasaban meseras, que nos llevaban muestras sin que nosotros tuviéramos que ubicar sus puestos. Una me pasó un vaso con tequila que me dejó bastante mareado. Le llevé uno a Érica, pero ella no quiso.
—¿No le dijiste a la señora que no ibas a tomar?— me alegó en un tono cómplice.
Yo me encogí de hombros.
—¿Y tú me creíste?— alegué de vuelta.
Aun así no me lo aceptó.
—Es muy fuerte para mí.
—Oh, vamos— insistí.
—Dije que no. Córtala, o te botaré el vaso.
La miré, extrañado. No me imaginaba que la tímida de Érica saltara con una amenaza así. Su expresión era relajada, pero segura. Comprendí que decía la verdad, por lo que decidí no molestarla. Terminé dejando el vaso en una mesa sola, no podía tomarme otro y continuar caminando, y no quería que ella me viera en ese estado.
En fin, nos divertimos un montón. Comimos lo que quisimos, reímos y hasta cantamos con las canciones de unas de las bandas. Ya se me había olvidado que nos estaban buscando, hasta que cierto momento, cuando intentaba meterme un bombón de chocolate en la boca, mi mano se detuvo. Noté que Érica me la sostenía.
—Morí— pensé, alarmado— la ofendí de alguna forma y me va a matar. Hasta aquí llegué.
Pero ella no parecía enojada conmigo, ni siquiera me miraba, solo mantenía la mirada en un punto lejano.
—Creo que nos encontraron— me dijo.
Yo miré al mismo punto que ella, me encontré con unos de los guardias, uno de ellos nos miraba fijamente mientras hablaba en su radio, otro nos apuntaba con el dedo.
—Oh, por dios.
Peor aun, estábamos ebrios, todos menos Érica.
—Tenemos que irnos— indicó ella.
Los demás captaron también, y nos paramos de las sillas. Intentamos hacernos los que no habían visto nada y marchamos hacia otro lado, pero pronto noté otro grupo de guardias cortándonos la retirada por el camino principal. Ni siquiera intentaban disimular, y nosotros ya no podíamos darnos ese lujo tampoco.
—¡Corran!— exclamé.
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