Capítulo 3
—Resucitaste —dijo Madame Rouge, colocando la taza de té de cerámica encima de la mesa después de beber. Pronunciaba las palabras de forma profunda y clara como un pozo y Augustus contuvo el aliento—. Moriste una vez y volviste a la vida. Ahora te quedas en el punto medio entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Si te estás preguntando por qué las almas errantes vienen a ti y puedes verlas, es por eso.
—¿Cómo...? —Augustus intentó preguntar, pero fue interrumpido por la risa percutiva de la mujer. Coraline miró a su madre con los ojos atentos, pero se quedó quieta como una flor cortada.
—¿Cómo sé que puedes verlos o cómo sé que moriste? —preguntó la mujer, su voz más fuerte, su sonrisa más amplia—. Como ya habrás podido ver, joven, esta casa está llena de fantasmas. —Levantó la mano y apareció un fantasma, esquelético a través del humo gris y la luz cargada de niebla, con la columna como una mandíbula apretada, y Augustus jadeó. —Viven aquí.
—¿Por qué? —se las arregló para preguntar. Pero las preguntas reales que sobresalían de su mente eran "por qué fantasmas vírgenes" y "por qué pudiste hacerlos aparecer" y "por qué estoy aquí". No preguntó a ninguno de esas.
—Porque ya están muertas.
Y sí, ¿cómo podía humanizar algo que ya estaba muerto? Después de años sentirlos arrastrándose sobre él como parásitos, alimentando sus monstruosos sueños, y después de escuchar atentamente sus historias, había comenzado a creer que estaban vivos.
Y luego lo acarició. Una sola idea.
—Pero sienten
La sonrisa de Madame Rouge se estrechó en su rostro.
—Todo se siente. —Se levantó de sus sillas y los locs la siguieron como serpientes negras mientras le daba la espalda. —Los animales de los que te alimentas también sienten. Las flores que dejas marchitar también sienten. Y quizás los fantasmas que ves y con los que hablas también sienten, joven. Quizás ellos también lo sientan. Algunos de ellos ni siquiera se dan cuenta de que están muertos hasta años después porque han vivido como si estuvieran muertos. La verdad es que la vida y la muerte son construcciones que hicimos nosotros mismos. ¿Los Muertos se sienten menos vivos? ¿O los vivos Siempre se sienten vivos? —Dio una pequeña vuelta para mirarlo. Sus ojos brillaban con una luz exquisita. —Creo que lo sabes por experiencia.
Lo sabía, de hecho, por experiencia. Había muerto una vez y vuelto a la vida como un hijo pródigo, seguido de los restos del poco tiempo que había pasado al otro lado. La muerte, para él, en él, había sido algo consciente. Había sentido cada aguja de dolor, cada aliento ardiente y el entumecimiento que latía dentro de él como un segundo corazón. Él lo sabía todo.
—¿Por qué me ha ocurrido esto a mí? ¿Y cómo?
—El por qué podría ser cualquier cosa, así que no tengo respuesta para esa pregunta. En cuanto a lo otro, creo que te ves a ti mismo como una persona demasiado simple, cuando en realidad todo en ti es más complejo.
—¿Qué quiere decir con complejo?"
—Creo que tu madre debería poder responder esa pregunta mejor que yo.
—¿Mi madre? Pero ... ella está muerta.
—También esta chica. —Miró a la chica fantasma y luego a su hija. —Y la estás viendo ahora mismo. Por qué pudiste volver a la vida y quién eres no son preguntas que pueda responder incluso si supiera la respuesta. Aunque puedo hablar de tu madre. Es posible que desee visitarla.
—¿Conoce a mi madre?"
—Todas las hermanas nos conocemos muy bien, jovencito. Veo que compartes su curiosidad. Ella podría apreciar eso.
—¿Hermanas?
Madame Rouge tomó otro sorbo de su taza de té.
—Hermanos y hermanas. Así es como las brujas nos llamamos unas a otras.
¿Su madre? ¿Una bruja? ¿Las gentes misteriosas que bailaron en la oscuridad al ritmo de oraciones, que convocaban a los muertos para ser sus vasijas de carne? Parecía la peor de las mentiras, pero luego trató de recordar la imagen de su madre y no pudo. No recordaba nada, excepto su nombre. luego trató de recordar su infancia, y nada. Cada momento de su primera vida se extinguió como un fuego débil y dejó un borrón de nada en su mente donde solo vivían las pesadillas.
Pesadillas que revivió en su cama cuando regresó a casa esa noche.
***
Cuando Augustus regresó a casa, Coraline le contó a su madre sobre el pájaro con alas tan negras y rojas como podían serlo el negro y el rojo. Sin embargo, no le contó cómo sintió que el cielo caería sobre ella. Sentía una suerte de impulso en la forma en que blandía sus alas gigantes, cubriendo toda la superficie del firmamento.
Algo inquieto floreció en su vientre en ese instante, como un hongo adherido al revestimiento de su estómago: hambre y ansiedad.
Y el chico y el negro desconsuelo de su iris y la oscuridad debajo de sus ojos. Sus espirales de color marrón profundo, sus dientes torcidos. Cuando abrió la puerta, supo que estaba exhausto y sintió su corazón, como una pesada carga, morir y prosperar dentro de un capullo que sirve como placebo para su total fragilidad, el dolor quebradizo tan implacable como una pistola de corto alcance.
Tal como ella.
Envidiaba a las chicas que vivían tras de dejar sus cuerpos. Quería que los bordes huecos de su cuerpo se deformaran y sacudieran los límites del tiempo, que se abrieran y cerraran como la capucha oscura de la boca de un mamut, absorbiendo el universo y todo lo que hay dentro de él. Después de todo, morir no sonaba tan malo. La muerte parecía estar llena de cautivadores pastos de trigo dorado y luz solar. Morir significaba estar libre su prisión de carne y dar vida a otras cosas.
Había estado guiando fantasmas al más allá desde que podía recordar, si el más allá significaba moler huesos hasta convertirlos en polvo y disolverlos en la tierra para que pudieran renacer en flores y árboles. Con oraciones cantadas, les hacía seguirla hasta la cueva que llamaban hogar y sabía hacerlo bien, porque era la única. Después de todo, ella era la única hija Viva de su madre. Cada día, un nuevo árbol crecía como una nueva criatura viviente, y las cenizas de los Muertos rodeaban la casa como una venda, cubriendo las heridas de la historia.
No podía recordar cuánto tiempo llevaban consumiendo muerte. Vagó por la casa, como uno de sus fantasmas. Se preguntaba si después de tantos años de vagar entre los Vivos y los Muertos, se había transformado en una. La pregunta la pinchó como una aguja gruesa. ¿Era un fantasma?
Sus hermanas lo eran. A veces creía que ella también y se diluía a sí misma en su delirio.
—Qué aburridos son los vivos —dijo Rose.
—Sí lo son.
Y lo eran. A pesar de que ella misma era una Viva, había crecido rodeada de esqueletos andantes y luz interminable y humo pegajoso. A veces sentía que apenas podía respirar. A veces sentía que apenas podía existir, como si su nombre estuviera colgando del aire contaminado como un hechizo.
A veces, estar tan cerca de la muerte se sentía como una diversión.
Fue al baño y se dio una ducha. Dejó que el agua lavar el humo muerto que manchaba su piel. Algunos días lavaba esos pecados por aburrimiento. El aburrimiento de no tener recuerdos con los que jugar en su cabeza, convirtiéndola en una criatura desprovista de imaginación.
Se tocó la frente, donde la cicatriz con la forma exacta de un cuarto de luna descansaba oscura y tranquila. Algunos días también la lavaba, deseando que desapareciera como el resto de sus recuerdos, para quedar así sin un resto de pasado.
—¿Quién eres? —le preguntaba cada Muerto que conocía, el "qué" colgando allí, esperando, preguntando si era un ángel o un demonio. No era ninguna de las dos, pero ella no sabía quién era. La única respuesta posible era el nombre que le había dado su madre.
—Mi nombre es Coraline Broussard.
Los nombres eran hechizos y sentía que su madre usaba su nombre para contenerla en la jaula de su cuerpo. Por un momento, la idea de llorar parpadeó en su mente, pero incluso con toda la pena no podía, su cuerpo no respondía a su necesidad de expresión.
Estaba contenida.
En uno de sus primeros recuerdos, su madre la sentaba a la orilla de la cama y le trenzaba el cabello hasta la renegada visita de la fatiga. Hablarían por horas aun sin tener nada que decir. Su madre, aún frente la palpable calidez de su amor, no sonreía.
En su pequeñez, le preguntó a su madre cuándo dejarían de visitar los Muertos.
—No sé —dijo—. Tal vez mañana o tal vez hoy.
—¿Cuándo?
—Madura y lo tendrás tanto como quieras.
—¿Y cuándo será eso? —Su madre no dijo nada. Para ellas madurar era otra cosa. Madurar como en las penas que formaban un círculo y no los dejarían escapar. Significaba morir y matar a la vez y resurgir en el pavimento.
Madurar significaba trascender la conexión de la carne y el espíritu. Traspasar la superficial línea que separaba a los Vivos y los Muertos.
Pero claro, ella no comprendía.
Comprender dolía.
Y ella estaba feliz, pequeña y feliz, en su insensibilidad.
Solo tenía catorce años, pero su madre ya le había relatar lo que significaba ser ellas. De hecho, ella aseguraba haberlo hecho antes, pero Coco era incapaz de recordar: unos meses antes, había tenido un accidente que su madre nunca se atrevía a describir, porque, según sus propias palabras "no era necesario, pero sí muy doloroso". El accidente había eliminado todas sus memorias de una manera nítida y prístina, sin dejar ni una migaja, hasta el punto en Coco no osaba con imaginar el pasado.
Su madre era una bruja, así le llamaban. Pero ella no hacía brujería, o al menos eso le había dicho. Lo llamaban así para protegerse, pero nunca le decía de qué, solo que "las palabras importaban". Sin embargo, se llamaba a sí misma una servidora y lo que hacía era bastante real. Conectaba con los misterios: ancestros deificados a quienes les rendían tributos para obtener enseñanzas. Había aprendido que existían dos caminos hacia la verdad: el universo que les rodeaba y el universo dentro de ellas: ese que heredaban de sus ancestros en forma de emociones, del instinto y el recuerdo. Y las servidoras y servidores eran quienes invocaban ese conocimiento externo e interno de manera sincretizada. Su papel era honrar a las almas para que no deambularan la tierra. Al final, todas las almas serían reclamadas por una servidora que les daría el descanso eterno.
—Mamá, ¿cuándo regresarán Rose y Lien?
Minutos después, dos esqueletos bailaban en las sombras de la habitación al ritmo de una vida pasada de la que Coco no había sido parte.
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