Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Prólogo

"Todos los héroes caen si luchan contra el enemigo equivocado"


Los símbolos tallados sobre la piedra eran tan enigmáticos como retorcidos; élfico regio, el alfabeto que usaban los elfos de alto rango cuando, bueno, todavía quedaban elfos de alto rango. Las hojas secas y ramitas crujían bajo los pies de Manolo. K.D. estaba de espaldas, subido a un montículo y observando el sol desangrarse. Un escalofrío recorrió de arriba a bajo la espalda del gnomo. ¿Observaría de la misma forma a sus víctimas vaciarse de sangre? En todo el tiempo que llevaban allí no había conseguido sacarle ni una sola palabra, ni un gesto.

Había algo extraño en aquel lugar. Manolo no lograba identificar el qué, pero había algo. Un viento desangelado removía las hojas estrelladas de los árboles; doradas, rojas y anaranjadas. Nunca habían tenido otro color en los cuatro meses que habían pasado. Léiriú era una sombra, un sueño, una ilusión.

Notas como talladas en cristal y producidas por cuerdas de oro comenzaron a acunar sus oídos. Era una melodía cadenciosa, tan compleja como sencilla, que hacía ondular el aire en suaves olas y, como una flecha, se clavaba en su pecho, anidando lágrimas en sus pestañas. El flechazo había avivado el fuego con el que ardían los recuerdos de su querida familia.

—¿Qué es esa melodía? —se atrevió a preguntarle al elfo para asegurarse de que no se había vuelto loco y que no era el único al que unas notas musicales lograban hacerle llorar, mas el elfo se fue de allí con un ágil salto y desapareció.

La música seguía llenando el paisaje. Era extraña, pues hacía arder su corazón, pero al mismo tiempo no calentaba; la calidez que ofrecía era falsa como un espejismo en mitad del desierto.

—No deberías estar aquí, gnomo. Pronto anochecerá y va a nevar.

Un hombre había aparecido en el ciprés de al lado. Sus ropas azules de trovador y el laúd que sujetaba con mimo en su regazo indicaban que era él el autor de la melancólica música.

—¿Quién eres tú, bardo? Es la primera vez que nos vemos, ¿qué es eso de que va a nevar?

Manolo miró al cielo, pero éste seguía igual de crepuscular que siempre. El bardo miraba hacia las hojas de los árboles, doradas como el ámbar. Este hecho tampoco le asustó mucho, estaba acostumbrado a tratar con gente extraña, en su mayoría acosadores de su adorada Maddie, siempre persiguiendo su aroma sin igual.

El bardo rió, como si acabara de hacer un chiste que sólo él podía comprender.

—Lo siento... Este lugar me inspira versos muy melancólicos.

—¿Puedes leer lo que pone en las inscripciones? —Él no sabía élfico regio.

—Claro que sí. —Y había tristeza en su voz.

La curiosidad de Manolo estaba ya por las nubes. El bardo lo detectó.

—"Todos los héroes caen si luchan contra el enemigo equivocado". Eso es lo que pone.

Hacía frío, Manolo estaba empezando a anhelar el calor de su cabaña.

—Te advertí de que pronto empezaría a nevar.

El gnomo seguía sin vislumbrar ni un solo copo de nieve, tan sólo hojas doradas que se desprendían de sus ramas.

—¿Qué es este lugar realmente? —se atrevió a preguntar por fin.

El bardo se puso en pie y acarició con cuidado la lápida de piedra. Había tristeza entretejida en ese gesto.

—Aquí se enfrentaron por última vez los Héroes del Invierno a Kra Dereth. Aquí perecieron todos y cada uno de ellos.

Manolo estaba comenzando a dudar de si la tiritera se debía al frío o a algo mucho más inquietante. Aquellas ruinas eran un cementerio, un panteón a los héroes caídos en combate, y el propio K.D. tenía por costumbre visitarlo.

—No todos —musitó. El bardo le miró con cara interrogante—. No todos cayeron. Ellette de Llyr sobrevivió.

Una sonrisa iluminó tenuemente el rostro del artista.

—En realidad fueron dos los que lo hicieron: la princesa Ellette y el ahora legendario Killian que por aquel entonces no era más que un humano normal y corriente.

A Manolo le entusiasmaba recopilar nueva información, así que el misterioso bardo tenía ganada toda su atención.

—¿Cómo pudo sobrevivir a Kra Dereth un simple humano?

—¿No conoces las historias, gnomo?

—Hay habladurías... pero no me gustan. Una princesa hada jamás haría algo así.

—A mí tampoco me gustan esas historias. Me alegra el haber conocido a alguien que no cree en ellas.

—El bien siempre vence al mal. Ellette de Llyr logró derrotar a Kra Dereth a tiempo, sin trampas y sin engaños —declaró convencidísimo de ello. Quería creer que el mundo era más sincero de lo que la mayoría pensaba. La sonrisa del bardo decayó—. ¿Ocurre algo? ¿Acaso hay otras versiones?

—Está la mía... Pero todavía no he conseguido acabarla. Me temo que es una canción que mi mecenas prohibiría.

—¿Por qué iba alguien a hacer algo así? Al no ser que hables a favor de Kra Dereth.

—Mi canción habla de esperanza e ilusiones. No está a favor, ni en contra de nadie. Sólo de los enemigos del amor.

Pues Manolo no comprendía entonces dónde estaba el problema. Una nueva sensación se había instalado en su pecho. Una pequeña molestia que, al sentirse ignorada, empezó a tirar y tirar para hacerse notar. Cuanto más trataba de averiguar de dónde procedía, más grande se hacía. Iba a volverse loco.

—Tienes curiosidad por oírla, ¿eh?

Manolo comprendió que era eso lo que pasaba. Asintió con más vehemencia de lo que pretendía.

El bardo volvió a sonreír. Las ramas de los árboles se agitaron, animándole. Manolo contuvo la respiración.

El misterioso trovador miró titubeando hacia su laúd y, como si las cuerdas de éste estuvieran encantadas con un hechizo magnético que atraía irremediablemente sus dedos, éstos se deslizaron sobre las cuerdas, haciéndolas vibrar.


Muchos creen que el amor que nace en primavera

es el más auténtico, el más romántico.

La nieve se funde y el cielo se despeja.

Llega el verano arrastrando la calor

y se baila y se canta y el trino de los pájaros les anima.


Entonces llega el otoño y todo se tiñe de dorado.

Fehlion reclama la frondosidad de los árboles.

Los pájaros migran.

Los amantes se abrazan una última noche antes de que la ilusión acabe

Pues cuando el dios se va, sólo queda la tierra yerma.

Los árboles se pelan. No hay pájaros

y la gente tiene demasiada hambre como para cantar.

El amor se cubre de escarcha. Se agrieta.

Cuando todo era hermoso qué fácil era quererse.

Nadie los preparó para el mal tiempo.


Pero ellos se conocieron bajo el viento otoñal

conscientes de que pronto llegarían tiempos aciagos.

Superaron el invierno más duro del que se tiene memoria.

Y su amor echó raíces muy fuertes.


La primavera llegó.

Las ramas de los árboles volvieron a revestirse de verde.

Mas los pájaros no tenían ganas de reír.

No se escuchaban las risas de los niños.

Había sido un invierno muy duro.

Muy duro.


Escondidos profundamente

llenándose de miedo

ocultos en velos de ilusiones

aguardaban los monstruos.

Enemigos de la libertad.

Acechaban los sueños.

Los convertían en pesadillas.


Ella era la luna esculpida.

Los monstruos sabían que era la única que podía

romper las cadenas del Caballero de la Oscuridad.

Su nombre sabe a estrellas.

Suena a cristal...

Si tan sólo tuviera una idril.

Tan sólo una.

Lo imposible se haría posible.

Y ya no haría falta vivir de ilusiones

nunca más.


La música se cortó, el bardo parecía indeciso. Manolo fruncía mucho el ceño, pensativo, mientras se sacudía con palmaditas las hojas doradas de la barba.

—Me temo que esto es todo lo que tengo. Me queda la parte melodramática. También me gustaría añadir una parte llena de pasión.

—Ahora entiendo por qué no te dejarían cantarla. En tu versión, ellos dos eran amantes y no menciona a Killian en absoluto. ¿Pero y quiénes son esos monstruos?

—En una primera versión les había llamado «lobos», pero no quería malentendidos con los licántropos. He pensado en «tigres»... En fin, de momento se queda así.

—No me refería a eso. —Manolo esperó un poco por miedo a exasperarle con su curiosidad, al menos Maddie siempre se exasperaba muy fácilmente. Pero el bardo se había enfrascado en la delicada tarea de sacar brillo al laúd.

—No le des demasiadas vueltas, gnomo —habló al fin—. Después de todo me gusta contar mis propias historias. No soy ningún historiador.

Pasaba el paño por las curvas de madera con tanto mimo que parecía un amante cuidando de su amada acalorada. Un destello dorado llamó la atención del gnomo. La capa del bardo estaba sujetada por un broche con forma de hoja, una hoja dorada y carmesí. Ya había visto ese broche en ilustraciones de algunos libros..., pero ¿dónde?

—¡Ya sé quién eres! —exclamó de repente, tan emocionado como sorprendido. Clavó sus pequeños ojos en los desinteresados del bardo—. Eres el Compositor de Sueños, el Mensajero de las Estaciones.

Sin embargo, cuando terminó de hablar, en lugar del bardo ya sólo quedaba un remolino de hojas doradas.

—Fehlion está aquí... —murmuró Manolo para sus adentros. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro