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Idril: Odio las arañas con lunares amarillos

Notas de la autora:

Quería haber publicado este capítulo hace mucho. No tocaba pov de Idril, pero es el que me salió xD y quería actualizar de una vez. Mi situación no se ha solucionado pero no voy a alejarme de vosotrxs por algo así visto lo que de está alargando todo. Perdonad el formato, lo he tenido que escribir desde el móvil.

Al menos el Destiel es oficial *0* Espero que en estos tiempos tan caóticos algo tan tonto como pueda parecer esta historia ayude en algún lado a ver una chispita de luz.

Quiero aprovechar este capítulo para hacerle un favor a una usuaria de Wattpad.   Se llama izunako2828  y está buscando a una antigua amiga: Clarukuu65Clarukuu65. Yo era una de las pocas personas que seguía, así que si por casualidad, Clarukuu, estás leyendo esto, bueno, tienes a una amiga que desea retomar el contacto ^^

Y también, por supuesto, quiero agradecer a todas las bellísimas palabras de aliento que me seguís dejando. Simplemente por haber podido compartir mis historias con con gente tan magnabulosa todo mereció la pena <3

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Desde que me enteré  de que Kra Dererh finalmente había encontrado su fin, una parte de mí sintió alivio y dicha, como todo el mundo. Pero en lo profundo de mi inconsciente, lo lamenté. El científico que hay en mí siempre fue un firme partidario de atrapar al elfo oscuro con vida, para poder estudiarle. ¡Qué útil podría haber sido para demostrar mi teoría del síndrome del padre violento! Estaba seguro de que su obsesión con la princesa Ellette venía de una relación homosexual frustrada con su padre, violento y distante. Pero ahora ya nunca podré estudiarle y demostrar esto, y ya nunca podré mirarle fijamente a sus ojos carmesí y preguntarle: ¿es verdad que los elfos oscuros psicópatas sueñan con ovejas de orejas puntiagudas?

--Zigmundo Froid, Lamentaciones del Superyó.

IDRIL: ODIO LAS ARAÑAS CON LUNARES AMARILLOS

Tras que esas centáurides y centauros blancos nos capturaran, nos arrastraron por senderos boscosos hasta una pirámide altísima, construida con obsidianas entre sus losas de piedra y recubierta de oro o, bueno, al menos parecía oro. No había visto minas por la zona, pero eso no quita que las hubiese.
Una vez dentro de la pirámide, nos arrojaron a una mazmorra y tras impedir que un par de centauros, de esos que ni las súcubos los querrían para sacrificarlos en sus rituales, se desquitasen con Marianela, finalmente nos dejaron en paz sin darnos más explicaciones, tan solo me tiraron una túnica de lino naranja con dibujos de estrellas y constelaciones a lo largo de las mangas. Aquí ocurrió la desgracia, tuve que vestirme de una vez, lo siento. Culpad a esos centauros que nos habían enfurecido a la humana y s mí, solo por eso decidí ponerme la túnica. Generalmente las criaturas centauras son muy sabias y cautelosas, pero supongo que en cada cesto siempre hay un par de manzanas podridas y ahora tenía más golpes en mi pobre rostro, víctima de tanta envidia.

La única pizca de información sobre lo que estaba pasando la saqué de una vidriera inquietante en la entrada a la pirámide donde, por unos breves instantes, mi corazón quedó cautivo de la enigmática luz que desprendían sus teselas . Y bajo la luz verdosa y resplandeciente, me llevé un buen susto al verme ahí representado como un ángel de la muerte junto con una mujer de rubia cabellera. Coronas de ébano negro y haya blanca sobre nuestras frentes.  Teníamos las manos entrelazadas y los rostros muy próximos, nuestros labios a punto de fundirse en un beso mágico y una lágrima caía de mi ojo izquierdo y de su ojo derecho, fundiéndose en una rosa dorada.  Por más estúpido que sonase, debían de haberse creído esas declaraciones ridículas sobre Matilda siendo hija de Kra Dereth, o sea, mi hermana. La mujer rubia debía ser Rosalie, por lo que Gelsey me había contado sobre la profecía de salvar al mundo y todo eso, y no la excéntrica de Maddie. Además, ¿estaban ciegos o qué? ¿No veían que el pelo de Maddie era más bien del color del trigo oscuro y no dorado? Aunque a decir verdad, no había visto centáurides rubias... Quizá para esas criaturas Maddie era tan rubia como Marianela Monroe, la actriz rubia más célebre de esa era.

Empezaba a dar bastante miedo que tanta gente trastocada creyera en esas profecías. Y Elijah no podría ver esa vidriera nunca. Oh, no, o a saber qué me haría entonces, si aún cojeaba un poco por culpa de esos terribles colmillos.

Busqué con la mirada a la humana, María Mandarina. Los dos compartíamos celda, lo que hacía las cosas un poco desagradables porque su metabolismo de humana trabajaba mucho más deprisa que el mío, con lo que eso conllevaba. Además, ahora que nos estábamos quedando sin luz, ella se acercaría a mí, buscando la luz que emitía mi cuerpo en la oscuridad.

Si tan solo no hubiera sido tan imprudente como para ir proclamando a los cuatro vientos que era la Hija de Kra Dereth, ella no estaría aquí, a las vísperas de ser sacrificada también. Al menos me hacía compañía. Nunca se lo diría, pero detestaba la soledad y aquí encerrado en esta tétrica celda lo más seguro es que habría acabado muriendo de tristeza antes de la hora de la ejecución.

Madelaine estaba sumida en una especie de trance matemático murmurando para sí misma cálculos y otras palabras inentendibles, por lo que volví a centrarme en lo que estaba haciendo. Una voz en alguna parte de mi cabeza  me decía que fuera a reconfortarla, que lo necesitaba, sobre todo después de lo que había vivido por culpa de esos dos desgraciados. Pero otra voz me recordaba cómo reaccionaba siempre tan ariscamente a todos mis acercamientos, por lo que era mejor dejarle su espacio para que se recuperara.

Por mi parte, volví a sumergirme en las cremosas brumas del trozo de vitela que me habían traído, como pedí. Los trazos rojos y brillantes  se iban oscureciendo a medida que se iban secando. Traté de concentrarme y me puse a releer:

Una cosa había aprendido desde aquel día en que puse un pie en puerto Nácar y el Joker casi mata a mi pobre Galán, el caballo más noble que he tenido el placer de que me permitiera ponerle riendas  y montarlo.

¿Qué es lo que aprendí?  La gente que no tiene una vida satisfactoria pasa más tiempo gastando esfuerzo en molestar la de los demás que en mejorar la suya  propia. Pero eso lo hacen las personas mediocres y, por fortuna, los personajes de esta historia rebosamos magnabulosidad como para dejarnos poseer por los pepinos malignos… Bueno, está la excéntrica de Madalena, pero a ella es para darle de comer a parte. Madalena que seguro que solo está teniendo pensamientos mezquinos hacia mi persona (pues en su corazón solo alberga resentimiento froidiano)  mientras escribía en el trozo de pergamino que una centáuride me había conseguido, imagino que hasta a ellas les parezco hermoso. ¿Cómo lo hacía esta humana? Quizás un ogro le había echado una maldición: “y serás insufrible, tendrás una voz irritable y cada vez que un príncipe guapo y valeroso te mencione, te pitarán los oídos y te picará la nariz.”

La mano con la que sostenía la pluma osciló, preguntándome si tachaba algo o me conformaba. Ya había tachado unas cuantas líneas entre lo que probaba diferentes comienzos y una centáuride de generoso busto ya me había avisado de que cuando sae me acabara la tinta no habría más y, entonces, tendría que apañármelas con mi propia sangre.

-¿Qué estás escribiendo? -preguntó Matilde, recuperando parte de su suspicacia habitual, saliendo de su trance y tal vez comprendiendo al fin que se hallaba prisionera junto al hombre más hermoso del mundo.

-Mis memorias -respondí, terminando la última frase-.  Ya que si vamos  a pudrirnos en esta mazmorra, quiero dejar constancia de mi particular visión de los hechos.

-Apuesto la cena de esta noche a que ya has malgastado la mitad del pergamino en irte por los cerros de Solaris en sandeces.

Pues al parecer, sí se había recuperado del trauma. O atacándome a mí era su forma de intentar superarlo. ¿Quién decía que no tengo paciencia?

-Yo no escribo sandeces.  Solo… introducía a las mujeres de esta aventura.

-¡Lo supuse! Por la cara de pervertido que pusiste.

-¡No es verdad! Yo no pongo cara de pervertido.

¡Si ni siquiera me estuvo prestando atención! Ya me estaba sacando de quicio y por motivos que más valía que no supiera nunca y menos en esa situación en la que estaba intentando ser empático. ¿Por qué de entre todas las personas del mundo tenían que encerrarme a pasar mis últimos días de vida con ella? Con Faith me lo habría pasado bastante bien. Y si estuviese con mi Grisel ni os cuento.

-Entonces debe ser tu mirada, así como de silfo malintencionado. ¿Y qué pusiste de Rosalie? Me da curiosidad.

-¿De la princesita? –Parpadeé, un poco sorprendido. La humana me miraba tras un velo de fingida inocencia -. Todavía  no he llegado a ella –respondí finalmente-. Pero no podría poner nada malo sobre Rose –admití-. He comprendido que me he comportado siempre como un cretino con ella. No hay justificación que valga para los comportamientos abusivos. Y me gustaría que ella lo supiera, poder disculparme mirándole a la cara, aunque no quiera perdonarme, eso no importa. 

Con un poco de suerte mis palabras calaban también en Martineta, que no había hecho más que tratarme con violencia y desdén desde el inicio.

-Saldremos de este lugar y se lo podrás decir hasta de rodillas. –Lo dijo con su sarcasmo habitual mientras me miraba con la misma inocencia fingida de antes, sin embargo ahora también esos ojos avellanados desprendían una intensidad que me desconcertaba y no entendía por qué.

-En fin, entiendo. Por supuesto que empezaste por Grisel -comentó la humana, esa vez no con desdén, sino como si fuese lo obvio, trayéndome de nuevo al presente y de nuevo sacando a coalición mi manuscrito.

Repasé una vez más las últimas líneas, ya de un tono marrón terracota. Sentí aumentar la temperatura de mis orejas de repente. Gelsey me había enseñado a no mostrar nunca que estaban acabando con mis estribos, así que antes de que se me notara demasiado, lo enrollé y adopté  actitud altanera e irónica.

-¿Acaso estás celosa? –inquirí, conteniendo mis propias emociones hasta el punto de que soné más frío y serio de lo que suelo sonar.

-Ya quisieras. Es solo que te has vuelto muy predecible. Demasiado para ser el hijo de De… de Ellette.

--¿Y tú qué sabes sobre mi madre? –Y se notó la advertencia de que se estaba metiendo en terreno pantanoso.
Marjorie suspiró antes de darme la espalda.

-Crecí  oyendo los cuentos de la princesa hada Ellette. Así es como entraba al mundo de los sueños.

-Ya. Eso es lo que te pasa. Te llenaron la cabeza con niebla y serrín sobre las criaturas mágicas.

-¿A ti no te contaban cuentos?

Sabía que esa pregunta  sí era sincera y bienintencionada, por eso traté de contenerme cuando respondí:

-¿A ti Gelsey sí te los contaba?

-No, Gelsey me contó algunas cosas, pero no eran cuentos sino sobre su tribu y estaba más hablador siempre después de que hubiéramos…. -Se ruborizó como un tomate al recordar esos momentos de elocuencia gelsiana y mis cejas se crisparon-. Vale, no te contaron cuentos, lo capto. Por eso tal vez te desquiciabas con Rosalie. ¡Y no me vuelvas a mencionar a ese puto! -gritó, sobresaltándome-. ...¡Me abandonó otra vez! -gritó más fuerte. Tanto así, que los guardias vinieron a ver qué pasaba. Maddie temblaba y tenía el rostro enrojecido e hinchado, las lágrimas a punto de desbordarse. -¡Ese maldito puto se atrevió a abandonarme y a largarse con la otra! ¡Así que... Que nadie... Que nadie ose recordarme que fui tan estúpida de entregarle mi corazón y perdonarle la vida! ¡Me abandonó y por su culpa, esos centauros... Esos cen...!

Los guardias alzaron las cejas y me miraron en busca de una explicación. Al comprender lo que debía pasarle, negaron y se alejaron de allí, dejándome solo contra la fiera que acababa de estallar en lágrimas.

Por un momento yo tampoco sabía qué hacer, seguía ignorando a esa voz que me decía que la reconfortara y que ahora sabía que venía de mi corazón y no solo de mi cabeza.

Las lágrimas seguían rodando por el rostro desfigurado de la humana, quemándole por la ira. Recordé a Gelsey regañándome cada vez que yo me rompía y echaba a llorar también. Recordé todas esas historias que me habían contado en clase sobre las humanas, y también aquellas que me había contado ese patán de Archie.

Me acerqué unos pasos a ella.

-Está bien, humana... -Unos pasos más-. No creo que seas estúpida por caer en sus manipulaciones, sé cómo es Gelsey, y... -Maddie seguía llorando, ya descontroladamente. Sus labios dibujaron  la palabra <<puto>> al oírme pronunciar el nombre de mi padrastro, pero seguramente la cabeza le dolía tanto que no estaba escuchando lo que le decía.

Me arrodillé ante ella y le retiré el revoltijo de cabello castaño de su rostro con cuidado.

>>A mi madre también fingió amarla y solo quería el poder y sacrificarme como parte de su retorcido plan de dominación mundial... Y Ellette murió, entre tres hombres acabamos con ella -logré decir, mi boca se desfiguró en una mueca patética hasta que súbitamente miré hacia el techo. No debí hacerlo, estaba lleno de arañas con lunares amarillos-. Pero tú estás viva todavía, y el fuego baila en tus ojos.

Entonces sentí mi propia lágrima caer, solo que Maddie no era Rosalie, por lo que ninguna rosa dorada surgió de la unión de nuestras lágrimas. Me aferré a ella para no ser el consolador el que acabase teniendo que ser consolado y le removí el pelo con ternura, ese pelo que tantas veces he descrito como greñoso y lleno de nudos... En realidad estaba suave, mas suave de lo que había imaginado, y olía como a ceniza y pólvora mezclado con algo dulce.

>>Por tu propio bien debes comprenderlo y aceptarlo tú también -proseguí-  o seguirás odiándote por algo que no es tu culpa. Y por cierto, cuando conocí a la Princesa, ya estaba en la edad de no querer saber de cuentos por ser demasiado infantiles y eso, ya sabes.

Me desquiciaba con Rosalie porque me recordaba demasiado dolorosamente a mí y, por tanto, sabía que era una víctima fácil. Ahora lo entendía, aunque en el fondo siempre lo había sabido.

-¿Crees que las aventuras de tu madre fueron infantiles? -preguntó sorbiéndose la nariz, olvidándose  un poco de Gelsey.

-¡No! Ni siquiera sabía que se contaban cuentos sobre ella, al menos los humanos. Es solo que... Esas cosas del mundo mágico me las contaban en clases de Historia, Diplomacia, Política y esas cosas. Forman parte de mi día a día cotidiano, no es material de evasión.

Ahora que estábamos tan cerca, me daba cuenta por primera de que su piel estaba salpicada en algunas partes por pecas muy sutiles: bajo el puente de la nariz y por la clavícula izquierda; las veía gracias a la luz blanca que emitía mi propio cuerpo, pues ya nos habíamos quedado a oscuras. 

-Los cuentos no son solo material de evasión -profirió-. ¿Entonces los feéricos contáis cuentos sobre humanos?

Aunque todavía sollozaba y se enjuagaba la cara, al menos estaba intentando hablar de otras cosas.

-Sí, pero… aunque parecen bonitos e inofensivos, en realidad ocultan lo mismo que nos cuentan en clase.

-¿Qué quieres decir?

-Toma el cuento más famoso y sencillo, por ejemplo el de Caperucita Naranja. -las rodillas empezaban a protestarme, por lo que me senteé en el suelo y la invité a sentarse sobre mis piernas-. La mayoría de la gente, cuando lo reescribe juega con la metáfora del lobo, pero ¿de qué crees que trata realmente? ¿Cuál crees que es la enseñanza intrínsica que se ha mantenido a lo largo del tiempo?

-¿Que no hay que fiarse de las apariencias?

Maddie aceptó mi invitación, aunque con dudas de que fuera a hacer algún comentario sobre su peso. No lo hice. Pesaba más que un hada, pero mucho menos que un elefante.

-Eso es una interpretación moderna. En un principio, la gente no hacía interpretaciones tan sofisticadas. Por ejemplo... ¿Conoces a Froid?

-El experto científico que estudió la estructura de la mente, si es que eso se puede estudiar cientificamente... 

-Bien, pues los seguidores postfroidianos dirían que Caperucita se vestía de naranja para captar la atención de los hombres, puesto que su padre no debía hacerle mucho caso, ya que ni se menciona en el relato.
>> Pero, ¿sabes? Las interpretaciones froidianas se hacen desde la individualidad, les interesa el ego, el yo y todos esos términos  para hablar de una persona en singular. Pero en las sociedades del pasado, y por tanto en las que se originaron los cuentos como este, lo que importaba era la comunidad, no la individualidad. Los cuentos enseñaban a los niños lo que era correcto y si no se menciona al padre es porque en esa época a los padres no podían importarles menos los niños, los cuales no eran mas que pequeñas bestias salvajes con potencialidad de convertirse en adultos. No, en realidad, el cuento de Caperucita enseña que una chica inocente y joven no puede vestirse de forma llamativa e ir sola por caminos o atraerá a hombres depredadores  como el lobo hasta que otro hombre de edad adulta la salve.

Mientras hablaba, intenté hacer contacto visual con ella varias veces; me gustaba mirarle a los ojos a la gente con quien hablaba, pero ella me eludió todos los intentos como una cobra escurridiza y eso me desconcertaba.

-Bueno, esa es tu interpretación o de quien sea la autora o autor del que la hayas sacado. El arte es arte y cada persona sacará sus propios significados. Y me estás recordando mucho a alguien. Oh no, por favor no.

-¿A quién?

- ¿Qué tiene que ver todo esto con el abuso de las criaturas mágicas hacia las humanas?

Por una vez nos habíamos enfrascado en una conversación civilizada, así que no notábamos el bello atardecer que sucedía al otro lado de la pequeña rendija que teníamos como ventana en lo alto de una de las paredes. Lo que sí notaba era el picante aroma de la pólvora junto con la dulce fragancia de los jazmines.

-Para empezar, hablar de “humanos” y “criaturas mágicas” ya está mal. Eso son solo argumentos muy bien construidos y perpetuados para justificar el abusar de las “criaturas no mágicas”.

-Dios mío, sí que suenas como Manolo.

-¿¡El padre de tu hijo?!

-Simbólico -me recordó.

-Sueno como el padre de tu hijo dinosaurio simbólico.

Se hizo el silencio, uno bastante incómodo, sobre todo teniendo en cuenta lo cerca que estábamos el uno del otro. Por favor, que nos sacaran de aquí ya.

-Bueno… y entonces… ¿eso es lo que te enseñan en tus clases? ¿Qué abusáis de las humanas y todo eso? -preguntó con cierto desdén con tal de romper esa atmósfera tan embarazosa.

-No, eso es a lo que he llegado por mi cuenta tras no quedarme solamente en la superficie de lo que me enseñan. Caperucita, lo que nos enseña a las criaturas mágicas... Es que está bien abusar de humanas malas que no se comportan como dios manda.

Mi revelación la hizo quedarse un rato en silencio, meditando, y continuaba esquivándome la mirada.

-Suenas a que no apruebas eso… -habló, algo confundida.

-Claro que no. La próxima vez que arméis una revolución, informaros un poco sobre la gente a la que decidís asesinar.

-No te creo.

El sol a medio ocultarse proyectaba rayos de luz sobre la mitad de su semblante, quedando la otra mitad envuelta en penumbras. Por primera vez percibí que tenía más edad de la que aparentaba. Hasta ese momento no la había observado de verdad, con tantos detalles que estaba descubriendo.

-Me odias por ser el hijastro de Gelsey, lo sé. Pero te juro que jamás he tocado sin consentimiento a nadie ni permitiría que lo hagan…

-Eso es mentira –me cortó con esa intensidad que guardaba oculta tras esa fachada de humana flacucha y atolondrada y  que estaba dirigiendo como un cuchillo contra mí- . Eres el príncipe y permites que los feéricos sigan…

-¡No lo permito! ¡Es algo que pensaba cambiar en cuanto subiera al trono! Solo que siendo objetivos, la gente no va a dejar de hacerlo de un día para otro. Pero soy inmortal, así que bueno, lucharía hasta erradicar esas costumbres horribles.

Durante la discusión, finalmente mis ojos pudieron toparse de frente contra los suyos. Algo había cambiado en ellos, al menos ya no se escondían tras un muro de hielo, sino que parecían nublados por dudas.qq

-Supongo que… yo también… Esto… Te debo una disculpa y eso. Aunque siga pensando que eres un cretino… Y aprovecharte de las vulnerabilidades emocionales de la gente para manipularlas sigue siendo abuso.  Pero tal vez contigo me precipité un poco. –Me quedé esperando en silencio a que prosiguiera porque su mirada se posó sobre las heridas que me había hecho por protegerla de esos centauros abusadores, pero comprendí con decepción que eso era todo-. Esa es mi disculpa –confirmó.

Por fin podíamos mirarnos directamente a los ojos y en el fondo de sus pupilas  vi danzar un fuego muy primitivo, un fuego que ya había refulgido en las pupilas de muchas mujeres y criaturas víctimas de injusticias de todo tipo desde tiempos inmemoriables, desde que el ser humano aprendió a matar, a temer la muerte y a envidiar el que la vida no naciera de sus cuerpos. Es un fuego oscuro que quiere estallar, pero no lo hace del todo porque también tiene miedo. Un fuego que sabe que está siendo injustamente batido, y que al mismo tiempo se siente impotente, cansado de bailar por tanto tiempo para ser ignorado en el mejor de los casos, humillado en el más probable. Es un fuego que baila en las pupilas de las personas que están hartas de ser ignoradas y de tener que aguantar su sufrimiento en silencio, normalizandolo, llegando a incorporarlo en la cultura, en la esencia de lo que es ser mujer, de tener la piel fría, o los colmillos demasiado afilados, o ser medio caballo, o tener poderes asombrosos, o incluso por disfrutar de sexo sin cargarlo de significados ominosos y sin ponerle etiquetas a la gente o por no disfrutarlo tanto. En definitiva, ese fuego es la esencia de toda criatura diferente  a quienes tienen el poder. Un fuego que está poniendo todas sus fuerzas en no explotar, pero cada vez le queda menos fuerza de voluntad tras tantos abusos y si se le echa un solo leño más... Había visto ese fuego en los ojos de Grisel y ahora lo estaba viendo en Madelaine.

-Es la disculpa más desastrosa que he escuchado nunca. Pero está bien, esperaré a que estés preparada a una mejor.

Como atraído por el magnetismo de esa llama, extendí mi mano con la intención de secarle las lágrimas. Ella la esquivó y se las limpió con su manga.

-Es que sobre el tema de la revolución…

Me quedé por un momento algo cortado, era la primera vez que me rechazaban de esa forma. Bueno, estaban los rechazos de Grisel pero esos no contaban porque tenían otro trasfondo.

<<Es por culpa de esos centauros malditos>>, me dije a mí mismo.

-Ya lo sé, sé lo que es una revolución y entiendo por qué lo hicisteis -dije en voz alta-. Para mí sería muy fácil echarle toda la culpa al malvado de Gelsey y sus seguidores ávidos de poder, pero sé que es más complicado. Mucho más complicado. Si la magia fuera lo que los humanos creen que es, lo resolvería todo con un chasquido de dedos.

-¡Es complicado porque la gente lo hace complicado!

-La gente que tiene el poder y capacidad de hacer cambiar las cosas no quiere que cambien. Ese es un hecho. ¡Pero yo estoy deseando que cambien! Me muero por que cambien. -No pude evitar rememorar algunas de esas veces en la que tuve que soportar  que discutieran sin querer preguntarme si prefería ser considerado hombre o mujer. Y una vez que conseguí que se me considera varón, las miradas de decepción ante mi elección. Me preguntaba si Maddie también podía ver las llamas oscuras danzando en mis pupilas-. Otro es que yo no elegí nacer príncipe; nadie elige el lugar en el que nace. Pero al menos estoy en posición de poder hacer algo para cambiar las cosas a mejor. Yo solo no puedo, pero estoy dispuesto a luchar por ello, y después de todo lo que ha pasado, más que nunca. Lo que no entiendo… Conocíais a Rosalie, ¿por qué no le preguntasteis por mí?

-Bueno, lo hicimos…

-¿Y os dijo que defiendo que los feéricos maten a las humanas por placer?

-No, pero si nos dijo que eras cruel y mezquino y que tienes el ego de un... De un.... ¡De un pavo real borracho!

Entorné los párpados con suspicacia. Conocía a Rosalie muy bien como para saber que nunca saldrían esas palabras exactas de su boca. Además a mí no me engañaba, ¡se notaba que lo acababa de improvisar!

-Mientes muy mal. Parece mentira que luego vayas proclamando con tanta convicción lo feo que te parezco.

-La belleza es objetiva. Tendrás los ojos tan azules como el lapislázuli cuando refleja un arcoiris blablabla, pero te miro a esos ojos de silfo descarado y solo veo... un trozo de hielo.-¡¿Qué?! ¿Con lo mal que mentía cómo podía decir esas cosas con tanta desfachatez?- Bueno, vale, Rosalie más exactamente dijo que su gatita Lunarrosa temblaba cada vez que te veía aparecer al final del pasillo.

Suspiré, alcanzando el paroxismo de mi paciencia.

-Lo de LunaMocosApestosos fue un terrible malentendido donde solo quería protegerla de que comiese comida feérica, pero la poción preventiva que le di le dejó el pelaje color verde mocos y... ¡le produjo gases insoportables!

-Si la poción la hubiese hecho yo, eso no habría pasado.

-No te conocía en ese entonces... -¿Cómo habrían sido las cosas de haberlo hecho? Desde que nuestros caminos se habían cruzado, solo habían surgido problemas y más problemas-. Está bien, lo entiendo y acepto -declaré-   Cada acción tiene sus  consecuencias, como el dominó, el aleteo de las mariposas y todas esas metáforas fascinantes. Fui un idiota con Rosalie, si no lo hubiese sido…

-Si no lo hubieses sido, habríamos encontrado otra justificación para incluirte en la lista de cabezas a rodar –admitió.

Vaya, al fin algo de sinceridad genuina y directa del corazón.

-La violencia siempre debería ser el último recurso. Se lo he dicho a Gelsey miles de veces…

-Era nuestro último recurso. ¿Crees que nos gusta jugarnos la vida y cargar con crímenes de sangre?

Su nariz casi rozó la mía y por un momento ambos contuvimos el aliento. Yo estaba un poco emocionado, pero ella lucía aterrorizada, lo que me seguía desconcertando.

-A Grisel sé que sí le gusta -La voz me salió más ronca de lo habitual.

Maddie giró el rostro hacia el otro lado.

-Grisel es… bueno, también un caso a parte. -Oh, vaya que si lo era. Por algo me había embrujado con tanto frenesí.- ¡Pero en  el fondo de su duro y trastocado corazón sé que también lo detesta!

Si así era, haría lo que estuviese a mi alcance y más por quitarle la venda de odio y la ira de los ojos.

-Te veo las intenciones -me advirtió-. ¡Ni se te ocurra ponerte a pensar en Grisel estando yo sentada en tus piernas, maldito pervertido!

Alzó el puño, como si me fuera a golpear. Por instinto, se lo detuve. Mis manos desnudas agarraron su puño, también desnudo. Un calambre me recorrió desde los dedos de las manos hasta los de los pies. Nuestra piel acababa de hacer contacto directo y eso significaba que su maldición se activaría.

Lo último que pude pensar antes de doblarme de dolor fue que al fin comprendía por qué me había estado esquivando todo el tiempo. Como si hubiera tocado un rayo, todo mi cuerpo convulsionó y las náuseas me invadieron. Tuve que apartarla bruscamente de mi y acabé vomitando hacia un lado. Un montón de arañas como las ya mencionadas salieron correteando en todas direcciones, empeorando la situación.

-¡Maldita humana! -logré decir-. ¿En qué momento me habré preocupado por ti?

-¡Lo siento! Esta vez no pretendía maldecirte. ¡Lo juro, lo juro, lo juro! Pero... ¡Ay, idiota! -exclamó tan rápido como se hubo incorporado.- ¡Mira que he intentado no tocarte pero insistìas en acercarte! Ay, ay, ay. ¡Seguro que todo esto es culpa de ese puto también!

¿Quería dejar de pensar en Gelsey incluso cuando me estaba muriendo?

-Oye... -Intenté hablar de nuevo tras dos arcadas más y empezar a sentirme finalmente mejor-  ¿De quién fue la idea de la revolución?

Me había venido de repente esa pregunta a la cabeza como inspiración divina a pesar de los espasmos y los jadeos y de que todo me diese vueltas, y no podía esperar a ser formulada en otro momento. Si queríamos derrotar a Gelsey había que terminar de comprender todos los sucesos de aquella noche. 

Maddie se volvió hacia mí, alzando el mentón para que nuestros ojos quedaran a la misma altura. Sabía que su visión de mí estaba lejos de ser aceptable, pero por una vez no me importó.

-Del Joker. Él nos manipuló a todos.

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