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9. Madelaine II: La última carta (Parte II)

Antes de dejaros con el capítulo, tengo que compartiros algo y dejaros una imagen muy intensa. Según la magnabulosa Jezz, con estos maestros estuvo aprendiendo a fumar Manolo:


Tras esta trascendental nota de autora, os dejo con el capi :D

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—¿Qué demonios estáis haciendo aquí?

El bardo se volvió hacia mí. Su rostro, aunque andrógino, parecía bastante humano para mi alivio. Ojos castaños y almendrados, labios carnosos. Sin vello facial. Sin embargo, si se hallaba en Léiriú, no podía ser alguien normal y yo estaba furiosa en esos momentos con todo el mundo mágico y sus criaturas.


—Vaya—exclamó al saberse descubierto—. Es la primera vez que te veo. ¿Eres nueva por aquí?

Solo se estaba haciendo el idiota y eso me irritó, aunque normalmente utilizaba el que me subestimaran como arma.

—Soy la organizadora del torneo mágico que va a celebrarse. —Tenía que hacerme la importante. No podía responderle que era una simple humana, a ese ser no. 

Él me salió con una pregunta que no me esperaba para nada.

—¿Cómo es posible que la organizadora de un torneo de magia no crea en los cuentos de hadas?

—¿Cómo sabes...?

—¿Que ya no crees en los cuentos? —Cerró los ojos un momento y sonrió. Era la sonrisa más blanca que había visto nunca, supuse que por el contraste con su piel atezada—. Se te nota un montón. No puedes andar entre las criaturas mágicas y pretender que no se te note. De hecho, es como si llevaras un enorme cartel fluorescente que lo gritara.

—¿Y qué?

—Será un desperdicio que consigas la rosa en este estado. No funcionará. Podría ayudarte. Tal vez, una nueva historia, te devuelva la fe.

Se pasó las trenzas por detrás del hombro y se colocó el laúd para poder tocarlo . Sus abalorios titilaron.

—No me interesa.

¿Por qué querría ayudarme alguien tan extraño? Además, como si eso fuera a hacerme olvidar que había invadido un jardín ajeno.

—Conozco un intenso romance sobre un ángel que... —insistió.

—¡Que no quiero oír ningún estúpido romance! ¡Y menos con criaturas mágicas! —bramé, completamente hastiada.

Por desgracia, ya había escuchado demasiados. El torbellino en mi pecho se iba haciendo más y más grande y yo solo quería estallar y sacarlo todo.

—¿Y si te presento a una criatura extraordinaria, de las que solo aparecen mencionadas en los cuentos más antiguos y olvidados de todos?

—Si esos cuentos fueron olvidados, es que no eran muy buenos.

Sabía que le había dado en un punto débil y no se atrevió a añadir nada más. Se limitó a rascarse la cabeza y recogió del suelo un trozo de algo brillante que se le debía de haber caído a algún cuervo. Se lo guardó en uno de los numerosos bolsillos. Algo me decía que solía recorrer los caminos, recogiendo toda clase de tonterías que llamaran a su atención.

—Hay muchos motivos por el que una buena historia puede caer en el olvido —murmuró, como si hablara para él mismo.

Fingí que no le había escuchado. Él fingió que no había dicho nada.

Hacía unos instantes me encontraba genial, recostada en el mullido sofá de Manolo. Me sentía liviana, con mis planes a punto de concretarse. Y, de pronto, me estaba helando en el jardín, hablando con un bardo tan sospechoso como desconocido, mientras me sentía en guerra con el mundo entero.

¿Por qué?

¿Por qué al llegar a Léiriú había dejado de creer?

Recordaba la calidez que desprendía la mano de Adri, así como la suavidad de la fría mano del Joker. Había pensado en ellos como mis amigos. Y ahora empezaba a sospechar que simplemente me había dejado engañar por las astutas artimañas del indiosincrático sombrerero. Adri había intentado avisarme desde el principio. Pero en ese momento necesitaba aferrarme a algo y a ese clavo que me tendía el bufón me agarré con fuerza.

Era el haber visto a Gelsey con esa otra mujer, la elfa oscura, lo que me había desconcertado. Ya había asimilado lo bellas y superiores que eran Ellette y Helena, pero esa mujer era nueva y no me la esperaba. En el palacio, ese maldito pasó de mí, ¡me tiró al suelo! Es decir, yo ya sabía que no me quería, que debía abandonar toda ilusión al respecto. Me dejó sorda. Y ahora hasta Manolo me había engañado con la reina de los Feéricos de Oscuridad.

Quizás no era en los cuentos en lo que ya no creía. Había dejado de creer en mí misma.

—No eres consciente del poder del que eres dueña —volvió a hablar. Se estaba colocando bien los pliegues de sus zapatillas.

Tuvo que entrelazar hechicería a aquellas palabras porque me rodearon como una enorme serpiente y nueva emociones e ideas hacía tiempo olvidadas, volvieron a brotar en mi corazón.

Una humana que albergaba un gran poder en su interior. En mi interior, lleno de odio y decepciones. Poder dentro de una humana. De una simple humana. Una simple muchacha huérfana y feúcha. Flaca por el hambre, sin curvas. Una simple muchacha que había organizado la caída y destrucción de dos linajes del Mundo Mágico.

¿Y si no era una simple humana? Y, si de pronto, ¿todo cobraba un nuevo sentido tan cristalino como las mañanas de verano?

Necesitaba saber a qué se refería, pero el bardo ahora se había puesto a tocar el laúd, sentado con las piernas cruzadas sobre la calabaza más grande del huerto, como si aquel huerto y aquella calabaza le perteneciesen.

La mayoría de laúdes que conocía tenían seis cuerdas, pero el suyo tenía siete y cada una de un color metálico e irisado. También me fijé que no poseía trastes. Por lo demás, parecía un laúd normal y corriente, algo desgastado por el uso intensivo.

Sus hábiles manos empezaron a rasgar las cuerdas, pero lo más desconcertante fue cómo sus ojos empezaron a arder con una turbadora luz dorada. Sin darme cuenta, había dejado de respirar. La temperatura bajó bruscamente.


Ojos de oro fundido y faz hermosa

engendro diabólico de alma escabrosa

las ramas de los árboles vacías como su corazón

y la miseria será su compañera


Creerás que la fortuna te sonrió

pero el dulce vino tu sed no colmará,  

ni saciará tu hambre un sabroso asado,

ni podrán consolar las lozanas manos tu corazón.


Los obsequios del demonio mentiras son,

mentiras que brillan como el sol

y queman como el hielo


Ojos de oro fundido y faz hermosa

engendro diabólico de alma escabrosa

Ya no podrás ni reír, ni dormir ni respirar en paz

hasta que una estrella muera.


La canción que erizaba el vello hablaba de un ser de ojos dorados... Los del bardo habían vuelto a la normalidad tras terminar de tocar las últimas notas, pero resultaba inevitable preguntarme si esa canción hablaba de él. Lo que le concedería el puesto número uno de hombres engreídos. Nunca había escuchado al Joker cantar canciones sobre sí mismo y existían unas cuantas.

—¿Qué ha sido eso? ¿Una nana con la que atormentar a los niños para que luego acepten mejor tus tonterías felices? —Él esgrimió algo así como una mueca sardónica. De nuevo, el blanco de sus dientes contrastaba contra su tez morena—. Te dije que no quería escuchar tus estúpidas historias... ¡Pero necesito que me expliques qué querías decir! ¿Acaso no soy humana como siempre creí? ¿Poseo un gran poder único e inigualable?

Sus ojos castaños miraron hacia arriba, buscando los míos. Entonces se incorporó y apoyó el laúd con cuidado entre sus piernas, como si se tratara de su hermana pequeña.

—No, me has malentendido —De nuevo, el mazazo de la dura e insustancial realidad—. Me refería a que la historia que guardas en tu corazón, tiene un gran valor.

Mi gozo en un pozo. Por allí se llevaba el río, corriente abajo, los restos de mis últimas esperanzas e ilusiones junto con el lodo de las riadas otoñales. Dese luego, ya no creía en mí misma.

—¡¿Te refieres a mi pobre corazón pisoteado y escupido por ese puto de Gelsey?!

Se levantó y, para mi sorpresa, hincó una rodilla ante mí, tomó mi mano llena de padrastros y de cortes con las suyas suaves y frías y la guió hasta donde podía sentir los latidos de mi corazón. Un escalofrío eléctrico me recorrió desde la coronilla hasta los dedos de los pies.

—La tuya es una gran historia, Maddie. Muy pocos tienen una. —Bufé.

—¿Y cómo sabes mi nombre?

—Me lo ha dicho el viento. Una princesa hada me enseñó a hablar con él. ¿No me crees? —Por mi cara, no, no le creía. Él prosiguió—. Enséñale un puñado de monedas a los trolls y a los leprechauns, a las hadas y a los gnomos y a las nereides, sirenas y ninfas. Todas y todos ellos se reirán de ti o ignorarán a una mercancía tan banal. Pero ofréceles una gran historia, y la cosa ya cambia. Incluso los dioses estarían dispuestos a intercambiarla por algo valioso. Al fin y al cabo, para eso nos crearon, ¿no? Se mueren por que les demos nuevas historias.

—¿Tengo pinta de persona religiosa?

—Tienes pinta de persona que necesita creer en algo.


Hasta entonces, pensaba que no existía nadie tan inteligente y con tanto ingenio como el Joker, pero aquel misterioso bardo se estaba ganando mi atención. Con todo, no dejaba de inquietarme cómo se habían vuelto dorados sus iris, al igual que la terrible criatura de su canción.

—¡Madelaine de villa Dalia! —exclamó el tipo que flotaba en el aire. La presencia enigmática del bardo me había hecho olvidarme por completo de él, pero él no se había olvidado de nosotros. De hecho, nos observaba con el mentón apoyado entre sus dedos entrelazados—. ¡Hija de Nadine, Maldecida por el Guardián de la Ambición y Amada por reyes y guerreros!

—¿Quién es? —le pregunté al bardo. — Su voz apenas me llegaba, estaba demasiado lejos y demasiado alto—. Es que verás, el puto de Gelsey dañó mis oídos y, por lo visto, se están terminando de curar.

El bardo suspiró y me pareció ver cómo se contenía una sonrisa.

—Tu posible mejor cliente... —murmuró.

—No quiero venderle nada.

—Yo también espero que nunca tengas que hacerlo. —Y se volvió hacia el otro ser—. ¡Mi señor! ¡Si quieres hablar con la muchacha, tendrás que bajar hasta acá! —exclamó.

—Espera, mejor no le llames...

Pero ya era demasiado tarde.

En cuanto el tipo se puso en pie en mitad del cielo, comprendí que había cometido un terrible error.

Ojos de oro fundido y faz hermosa

engendro diabólico de alma escabrosa


Se levantó y un intenso olor a resina me golpeó. Dio un paso y el bosque se estremeció. Sentí sus ojos avasallarme y yo, tan orgullosa como necia, le sostuve la mirada.


las ramas de los árboles vacías como su corazón

y la miseria será su compañera


Sumergirme en esos pequeños océanos dorados fue como transportarme al centro de un cuadro otoñal. Podía sentir el frío gélido punzar mi piel y el humo caliente que salía de las chimeneas irritaba mis pulmones. Podía oír el crujir de las hojas secas bajo mis pies y la boca se me hacía agua al oler el pastel de manzana que se doraba en el horno. Y, no sabía cómo, me había convertido en la rama cuyas hojas se debilitaban y caían como notas de una melancólica melodía al suelo, arrancadas por ese viento gélido que no tenía piedad conmigo. Me sentí desnuda y vulnerable siendo observada de aquella manera tan intensa.



Ojos de oro fundido y faz hermosa

engendro diabólico de alma escabrosa


—¿Qué quién soy? Soy el único cuerdo aquí.

Teniendo en cuenta que se colaba en jardines ajenos y andaba por el aire, eso era tenerse bastante autoestima.

—Soy el dueño de todas las ilusiones.

—¿Y con qué nombre te llamamos los demás? —le preguntó el bardo a pesar de que él ya conocía la respuesta.

Ya no podrás ni reír, ni dormir ni respirar en paz

hasta que una estrella muera.

Unos latidos antes de que lo mencionara, lo adiviné, lo comprendí llena de horror aunque no conseguí decirlo en voz alta. Me tapé los oídos para no escuchar, en vano.

—Felhion.

Muchos improperios y maldiciones intentaron salir también de mi garganta, mas se quedaron congelados entre mis cuerdas vocales como insectos atrapados por la noche en una helada. Y es que me paralizaba un terrible miedo, viscoso como una tela de araña gigante, un miedo corrosivo, como el veneno de un basilisco.

El dios antiguo caminaba hacia mí.

—¿Ahora ya sí vuelves a creer en la magia de los cuentos? —me preguntó el bardo.

El Joker no nos había mencionado nada de esto. Estaba a punto de romper a reír. Por los nervios, la locura, qué se yo.

—Si te parece, saltémosnos las presentaciones, Madelaine. Porque ya te conozco y creo que tú a mí también.

Aquella fue la primera vez que escuché a un dios pronunciar mi nombre. Se sintió como si me acabaran de desnudar unas manos con garras.

—Solo de viejas canciones que ya casi nadie canta. ¿De qué me conoces tú a mí?

Me estaba esforzando por sonar calmada e insolente, tal y como había aprendido de ese maldito liante del Joker, mas no estaba funcionando. Gracias a las hierbas de Manolo,  no estaba llorando y retorciéndome en el suelo. Pero temblaba más que una gelatina durante un seísmo y enrojecí más que los últimos vestigios del sol cárdeno que quedaba cuando sentí mis muslos y mis pies empaparse. Se hizo un silencio incómodo y mi miedo cada vez se iba metamorfoseando más en humillación y rabia.

—El pasado, presente y futuro no tienen ningún sentido para mí —por fin volvió a hablar Felhion—.Puedo ver todas las posibilidades, todos los finales posibles de esta historia. Así que ya te había visto. Y había visto esto también —agregó golpeándome con el látigo de la humillación—. Así que no pierdas el tiempo avergonzándote.

—¿Qué quieres de mí? ¿Mi historia? ¿Se trata de eso?

El bardo me había dicho que albergaba un gran poder. Si es que no me había estafado también.

—¿Tu historia? No, ahora no tiene ningún sentido que me la des. Te estaría haciendo yo el favor a ti.

Miré con aversión al bardo.

—Ya lo comprenderás —fue todo lo que comentó, mirando hacia el suelo.

—¿Entonces? —sollocé.

Felhion se acercó hacia mi. Instintivamente, quería echarme hacia atrás, pero no conseguí moverme. Me tomó del brazo y empezó a analizarme. Yo sostenía aún mi pistola mágica, así que tan solo tenía que reunir las fuerzas suficientes para apretar el gatillo y le enviaría muy, muy lejos de Léiriú.

—No te molestes, también puedo estar presente en más de un sitio a la vez.

Se humedeció los dedos, que eran muy largos y finos, con mis lágrimas. Las analizaba fascinado, como si nunca hubiera visto a alguien llorar.

—Quiero un final muy concreto que será el que se contará en las canciones de ahora en adelante para toda la eternidad.

A mí también se me estaba antojando un final muy concreto, uno en el que Felhion era devorado por los pepinos malignos.

—¡Suelta a mi Maddie, vejestorio anticuado!

Manolo había salido de la cabaña y corría hacia nosotros apuntando con una ballesta que reconocí de uno de mis modelos porque sustituía las típicas trenzas de tripa y alambre por bigotes de pez gatodragón, ya que había descubierto que las ballestas que empleaban estos bigotes, resultaban mucho más potentes. También le había incorporado a todos mis modelos una manivela y un torniquete al carril central que permitía disparar virotes de metal, mortales contra los feéricos. En realidad, me sentía muy orgullosa de mis ballestas, las únicas que podían recargarse en medio minuto. El modelo en concreto que portaba Manolo, podía perforar una cota de malla desde una distancia de ciento setenta metros. 

Felhion esquivó el primer  virote como si supiera que éste  iba a llegar. El segundo era que el que nunca se esperaban los enemigos, no tan pronto, pues las ballestas tardaban bastante en recargar, salvo la mía. El dios atrapó con una mano el segundo virote y lo tronchó. Manolo ya estaba cargando otro proyectil cuando sintió unos intimidantes ojos de oro fundido clavados en su nuca. El dios había aparecido de repente detrás suyo.

—¡Felhion, no! —gritó el bardo.

El dios le ignoró y yo quise quitar a Manolo de ahí, pero volví a quedarme plantada como un arbusto. Felhion golpeó al gnomo con una fuerza sobrenatural que le lanzó contra una piedra. Para mi horror, escuché el sonido de su cráneo romperse y la sangre empezó a brotar de su sien. Tenía la boca muy abierta, la lengua fuera, los ojos idos.

—¡Lo...!

Tuve que llevarme las manos a la boca para contener un enorme grito. Nunca había sentido la sangre tan fría y el corazón tan ardiente.

El Joker era un asesino.

Adri era un asesino.

Grisel era una asesina.

Joshua era un asesino.

¡Yo era una asesina también!

Pero ver a Manolo con el cráneo abierto, era más horrible de lo que podía asimilar.

Felhion se volvió hacia el bardo. Seguía manteniendo el mismo semblante gélido, indiferente.

—Mejor dedícate a tomar nota y a reunir material para componer más canciones —le reprendió con esa inhumana voz.

—Pagarás por esto, Felhion —le amenacé.

Ya había perdido completamente la razón, ¿qué importaba? Era un jodido dios, podía despedazarme con solo chasquear los dedos si se le antojara.

—¿Una muchacha con un vestido roto y que no cree ni en ella misma se atreve a amenazarme? Qué insolente.

Todavía conservaba mi tahalí donde guardaba el cuchillo que podía cortar magia, pociones curativas, los viales con el gas de la risa y el diamante mágico de mi madre.

—Así que de esto van las historias sobre magia verdadera y cuentos de hadas, ¿verdad? —Aproveché el número dramático que estaba armando para meter la mano en mi tahalí y sonreí para mis adentros cuando encontré lo que buscaba—. ¡Todo mentira! ¡No son más que una trampa para atrapar a pobres muchachas ilusas!

Les lancé un vial con un gas anaranjado en su interior y salí corriendo hacia Manolo rogando para que mi gas de la risa también funcionara en un dios. El bardo empezó a retorcerse en el suelo, con la risa mas melódica que había escuchado jamás; cada carcajada sonaba como a campanas de cristal. Felhion ni se inmutó.

Al examinar la herida, comprendí que ya era demasiado tarde para las pociones curativas. Contemplé muy sombría el diamante mágico. Parecía hecho casi del mismo material que el Corazón del Bosque, pero en su interior, debía contener algo muchísimo más terrible. Me había jurado a mí misma que jamás volvería a usarlo. Cuando curé a mi hermano pequeño con él, el precio que tuve que pagar fue demasiado alto.

«Toda magia tiene un precio», se cacareaban las hechiceras y hechiceros que habían pasado cientos de horas estudiando en una torre como si fuera una ciencia, lo que era un arte; las brujas de pantano que aguardaban a alguna víctima perdida bajo la tormenta; los druidas de los caminos, con sus miradas serias fingiendo una sabiduría de otro mundo; las pitonisas ambulantes que te leían el destino por unas monedas, los oráculos enigmáticos que no conocían otra vida más allá de sus templos, de sus jaulas, que lo que soñaban en sus alucinaciones.

Y por ponerle un alto precio podía parecer que su magia era verdadera, valiosa.

—¡Pero en realidad no vale ni un pimiento! —le grité a las primeras estrellas de la noche, que ni siquiera brillaban con fuerza.

Por dentro me quebré y empecé a sollozar, aferrada y con la cara hinchada y toda descompuesta, oculta en la camisa del gnomo.

«¡Maddicita, tienes que ser fuerte, como una flor perenne!»

Lo que me faltaba, ahora le escuchaba hablarme dándome ánimos. Eso solo hizo que aumentara la fuerza de mis gemidos y lamentos.

«¿De qué hemos estado hablando antes, eh?»

—¿De que le leíste demasiados libros de filosofía a Dini?

Evocar a nuestro hijo simbólico terminó de destrozarme. ¡¿Cómo se lo iba a decir?!

«¿Qué es Felhion?», insistía la dulce voz del gnomo.

Felhion ,el dios del Otoño. No podía deshacerme del embrujo de esos ojos de oro fundido. Me quemaban con saña, hasta hacerme enloquecer, con mis recuerdos más sellados en llamas, mi poca cordura en evacuación.

—¿Un puto dios? —y la boca se me llenó del sabor salado de mis lágrimas.

«Es un nombre. ¿Y qué pasa cuando le ponemos nombres a las cosas? ¿Qué sabes sobre Felhion?»

Tomé el diamante entre mis manos que no cesaban de temblar. Estaba frío, así que comencé a insuflarle calor.

.

¿Qué sabía sobre Felhion? Que estaba loco. Que todo lo sabía y la fuerza de las cosas robaba.


...creerás que la fortuna te sonrió, pero el dulce vino tu sed no colmará...

...ni saciará tu hambre un sabroso asado, ni podrán consolar las lozanas manos tu corazón.


Había escuchado borracha, en una fiesta de ogros bondadosos, hacía muchísimo tiempo, una historia sobre cómo primero le quitó todo a un hombre para darle lo que siempre quiso a través de sueños y después, tornó esos sueños en pesadillas para que sufriera mil veces más. Había leído en un pergamino que se caía a trozos que, en los viejos tiempos, se le ofrecían sacrificios de sangre. Todos esos datos solo me revolvían más aún el estómago.


Los obsequios del demonio mentiras son,

mentiras que brillan como el sol  y queman como el hielo


—Es el dios de las ilusiones —comprendí.

El cuerpo inerte de Manolo se deshizo en múltiples pétalos secos de los colores del otoño y solté el diamante maldito a tiempo de haber cometido un error fatal.

—¡Una ilusión!

Manolo se encontraba sano y salvo junto a su cabaña. Se le veía radiante porque lo había comprendido.

—Felhion es uno de los siete dioses antiguos. Gheimhridh, Daira, Marwolaethi, Deárdoin, Bahgrá, Sathair y, por último...

—Felhion —completé.

El dios del otoño y las ilusiones, de lo efímero, de la melancolía que brota tras obtener conocimiento. Al final, todo lo que queda es una ilusión de un porvenir esperanzador que nunca llegará.

Ahora sí que rompí en un ataque de risa. Tenía que soltar toda la tensión acumulada, desprenderme de todos los pensamientos nefastos y empalagosos que se me habían formado. Me reprendía a mí misma por no haber reparado antes en ello. Me volví hacia el dios y su amiguito el bardo o lo que fuera y me serené.

—Ilusiones, cómo no. Eso es todo lo que podéis aportar porque ¡vuestra maldita magia es un fraude! ¡Trucos baratos para ilusos!

El bardo seguía golpeando el suelo muerto de risa. El broche conforma de hoja dorada y carmesí se le había desprendido de un lado.

—Maddie, a los dioses antiguos se les puede derrotar —inquirió el valioso Lolo, al que estaba aprendiendo a apreciar como a un tesoro—. ¡Kra Dereth ya lo logró una vez!

Pero quién sabía dónde diablos andaba Kra Dereth en esos momentos.

Felhion chasqueó los dedos y la boca de Manolo se llenó de hojas secas. El gnomo empezó a retorcerse y a patalear en el suelo al no poder respirar.

—Y eso no es una ilusión —aclaró—. Kra Dereth no me derrotó. Él se pensaba que sí y, ¡mirad cómo ha acabado! —Quizás ya estaba alucinando, pero me pareció verle a punto de sonreír—. Te dije que podía estar en varios sitios a la vez.

Me enseñó su puño, y lo abrió hacia mí, acercó sus labios purpurinos y sopló, levantando una nube de polvo dorado que me hizo estornudar. Entre nosotros, había aparecido una ventana neblinosa donde pude ver lo que había pasado, o que estaba pasando en esos instantes. Vi a Gelsey y al Joker pelear contra mi y contra una falsa Ellette de ojos como oro fundido. Les vi fracasar y siendo humillados. Escuché el discurso de malvado total de Felhion revelando sus planes en un acto de hinchadísimo orgullo. Vi a Gelsey desfallecerse entre el fango, la sangre y sus recuerdos perdidos. Vi al Joker explotar de rabia hasta quedar vacío a pesar de que no derramó ni una sola lágrima. El Joker nunca lloraba, probablemente ni siquiera sabría hacerlo.


Todonuestro entorno enloqueció, explotando en una de las mayoresexplosiones de color que había visto jamás: primero las plantas sepusieron de un amarillo muy vívido, después, escarlata como lassalvias; después, púrpuras y pardas y, finalmente, se secaron,cayendo al suelo en una lluvia de hojas secas de todos estos coloresotoñales.

»Y ahora, te haré mi pregunta. Si das en el clavo, te dejaré marchar. Pero si fallas, habrás demostrado que eres una humana inútil y serás como él. —Señaló al enigmático bardo.

¿Qué significaba eso? ¿Refulgirían mis ojos también con esa inquietante luz dorada? Porque no creía que quisiera que le cantara canciones de cuna. Tenía la voz un poco aguda... bueno, eso decían algunos idiotas.

—¿Y tendré tres intentos para responderla? ¿Cómo en las canciones? —alegué, mordaz.

Los pétalos se habían multiplicado en cientos y, aunque se trataran de una ilusión, se arremolinaban con violencia a nuestro alrededor. Tenía el corazón tan envarado que no estaba segura si era Fehlion quien los controlaba o mi furia.

—Tienes hasta que ese patético bufón gaste su último aliento en matar al silfo, lo que no es mucho tiempo, humana.

—Yo estoy bien... Maddie... —consiguió decir Manolo, sentándose en el suelo, algo aturdido.

—¡Voy a ir a por ellos!

—No sin antes responder a mi pregunta. —se negó Felhion—. El tiempo corre. Tic, tac.

—¡Pues hazme tu puta pregunta ya! —grité, perdiendo los estribos. Sentía los ojos blandos y acuosos, pero mis puños se cerraban fuertemente.

Las flores secas giraban y giraban en torno al dios de mirada febril.

—¿Qué es lo que hace que a un hombre invencible, se le pueda vencer?

¡Eso no era una pregunta! ¡Era una puta adivinanza!

Tic, tac. Tic, tac. Las agujas del destino avanzaban sin piedad. Pisoteé un puñado de pétalos crujientes. Para ser ilusiones, estaban muy bien hechas.

Si fallaba, sería suya, significara lo que significara eso.

—La  Rosa Dorada —contesté en un impulso.

Los ojos del bardo se agrandaron.

—¡¿La Rosa Dorada?! —Felhion lo meditó, haciendo crecer la ilusión de una rosa de dorados pétalos entre sus dedos —. Lo has dicho por decir —me reprendió—. Has sacado una carta de la baraja, puro azar.

—Azar o no, le apuesto todo a la Rosa Dorada.

Algo en el dios cambió. Se volvió más translúcido. Parecía desconcertado, como si su bola de cristal le hubiera fallado. Y pisoteó la rosa.


—No has derrotado a Kra Dereth, Felhion. —proseguí—. No es más que otra de tus ilusiones, ni tú eres inmune a ellas. Lo sabes, porque sino, no estarías preguntándomelo a mí.

—¿Qué no he acabado con él? ¡Mírale! —dijo señalando su cuerpo moribundo. Estaba sentado bajo la tormenta, desangrándose, cabizbajo y con la mirada perdida, como en trance—. Traicionado por la persona que amaba, por la única persona que amó alguna vez en su vida.

El Joker había odiado intensamente a Ellette durante todos estos años. Y ahora, esa vieja reliquia del pasado, ya olvidada por casitodo el mundo, se atrevía a proclamar, todo orgulloso, que había sido el culpable de lo que pasó. Pagaría por ello.

—Te demostraré que no has podido con él.

Me giré, dispuesta a llegar a ellos dos antes de que fuese demasiado tarde y Felhion ganara la apuesta, porque me lo había apostado todo por la Rosa Dorada. Si perdía aquella mano, se acababa la partida para mí. De manera inesperada, el bardo estaba apoyado contra el tronco de un árbol. Todavía se le notaba exhausto por las violentas carcajadas, mas en su cara relucía una amplia sonrisa. Le acababa de proporcionar un material valiosísimo para una gran canción.

—¡Kra Dereth se pudre en un charco de sangre junto al hombre que le arrebató a su hijo! —proclamó Felhion, orgulloso como solo un dios antiguo podía serlo.

—Niña que ya no crees en los cuentos —me dijo el bardo—, si todavía quieres matar con tus propias manos a ese silfo, más vale que te des prisa o Dereth se te adelantará.

Solo las personas más cercanas a Kra Dereth le llamaban sin el Kra, pero en esos momentos estaba adrenalítica, como para reparar en esos detalles. Miré al dios una vez más, y a Manolo, y de nuevo al dios cuyos ojos de oro fundido seguían refulgiendo como el incendio que nos había separado a Gelsey y a mí ya una vez.

En aquel entonces, cincuenta años atrás, me quedé quieta, esperando. No cometería ese error de nuevo.

Acababa de comprender que el motivo por el que Gelsey jamás regresó, rompiendo su promesa, fue, llanamente, porque perdió el conocimiento por el efecto retardado de mi don, rodeado de esas llamas incandescentes.

—¿Dónde están? —le pregunté al bardo.

Sus ojos volvieron a encenderse de ese tono dorado que tanto me turbaba.

—Sigue la luz de la estrella que es como un corazón flamígero.

Asentí, pues creí haber comprendido lo que quería decirme.

—Felhion—me dirigí hacia al dios, una última vez. Todavía sorprendiéndome de mi aplomo —. Si me quedo sin poder matar a Gelsey por tu culpa, te odiaré tanto que jamás volveré a tenerte miedo.

—Cuanto más intenso sea tu odio, más fuerte seré yo —proclamó con sus chispeantes ojos deleitándose ante la sola idea.

—Entonces será una batalla entre mi odio y tu fe en mí.

—¿Un dios verdadero teniendo fe en una simple humana? No has entendido nada. Serás tú la que me idolatrará.

Le ignoré, dirigiéndome hacia la verja que bordeaba el jardín. A él no le gustó nada que le ignorara.

—Si el Joker es Kra Dereth, mi Pastel de manzana... —se dirigió Manolo hacia mí, con el aliento por fin recuperado—.¡¿Quién es entonces ese K.D. al que he estado vigilando todo este tiempo?!

El Joker nos había hecho jurar a Adri y a mí, ante el fuego y con sangre y dagas ceremoniales, que jamás hablaríamos con nadie sobre su secreto.

—Te he dicho muchísimas veces que nada de llamarme con esos apodos.

—Lo siento mi... Maddie —sollozó, agachando la cabeza.

—Lolo, tengo que llegar a ellos antes de que sea demasiado tarde. ¡A ese puto de Gelsey solo puedo matarle yo!

—Pero...

Coloqué en sus pequeñas manos mi pistola mágica, de algo tenía que servirle aunque fuera contra un dios.

—Procuraré no tardar. ¡Y no le cuentes a nadie esto que ha pasado!

Con un bardo que lo había presenciado todo, tarde o temprano la historia acabaría propagándose como fuego por la hojarasca. Probablemente, incluso vosotros la hayáis escuchado alguna vez. Quién sabe cuántos detalles personales le añadió el bardo, quién sabe cuántos detalles le añadieron los posteriores narradores. Una vez le escuché al tarado de Idril contarla junto a una fogata. En su versión, Felhion quedaba perdidamente prendado de mí. ¡Cómo si eso fuera posible! Nunca había que creerle al principito las historias que contaba. Ese canalla siempre elegía la versión más ridícula.

Salté la verja y me adentré corriendo con todas mis fuerzas en el interior del bosque.


Tic tac, tic tac. Unos ojos como oro fundido me perseguían.


Miré hacia el cielo en busca de alguna estrella naranja o roja, que ardiera como un corazón, mas el cielo estaba de un púrpura tan oscuro que parecía betún y no había ni rastro de la gran estrella. ¿Acaso el bardo me había vuelto a tomar el pelo? Había echado a correr hacia lo profundo del bosque. Vaya que si corría, lo hacía como alma que llevaba al diablo, solo para darme cuenta de que no era tan fácil adentrarme en un bosque completamente de noche y sin fuente de luz alguna más que las débiles estrellas que ni fuerza tenían para refulgir. Para colmo, el clima otoñal era tan caprichoso como su dios, y la lluvia regresó. ¡Al carajo!  Decidí dejarme llevar por mi instinto, el mismo que me había guiado hasta el clan de los Hijos de Belenus una noche de luna verde.


Tic tac, tic tac.


Léiriú por la noche lucía tal y como los bosques encantados de los cuentos. Me refiero a los cuentos con final sangriento que se suelen contar durante la noche de Samhain. Empezaba a arrepentirme de haberle dejado mi pistola a Manolo. Me gustaba aferrarme a ella, mi talismán. 

Al gnomo le había dejado con Felhion; Adri y Joshua quién sabía dónde demonios estaban, los muy inútiles me iban a oír cuando les encontrara; y Gelsey y el Joker... El Joker odiaba a Gelsey, vaya que si le odiaba. El idiota se había apropiado de su hijo y lo había maltratado física, mental y emocionalmente todos estos años. Podría imaginarme perfectamente al Joker descuartizándole y bailando en torno a sus restos hasta que el silfo se convirtiera en polvo y, después, recolectaría su sangre y la usaría para quién sabía qué maleficios oscuros...

Gelsey no podía estar muerto, ¡no podía atreverse a morir antes de que yo le matara!

Me paré en seco, apoyándome en un árbol para retomar el aliento y apartarme de la cara el pelo chorreando. Acababa de asaltarme un pensamiento terriblemente pesimista. Si Felhion conocía todas las posibilidades, entonces ya tenía que saber lo que ocurriría si hablaba conmigo, si me contaba todas esas cosas. Tenía que haber previsto que saldría corriendo en busca de esos dos. Y yo estaba actuando según sus caprichosos designios. Pero aún así, había tantas cosas que podían variar... Él no podía saber si les encontraría a tiempo o no. Si mataría a Gelsey o no... Tic tac, tic tac. La sola imagen del silfo agonizante me hizo abandonar esa tenebrosa ruta que solo podía conducir hasta el abismo y decidí que dejaría de perder el tiempo cavilando futilmente y que les encontraría.

Estaba completamente perdida en ese bosque laberíntico que cada vez se tornaba más una selva. Y en las selvas había criaturas venenosas y carnívoras. Lo bueno era que a las selvas no llegaba el Otoño nunca.

Una bandada de loros salió volando por el oeste, lo que significaba que algo estaba sucediendo allí. También se oyó algo así como el aullido de una bestia. Tic tac, tic tac. Una persona sensata huiría en la dirección contraria, pero yo estaba buscando a la gente que se metía en líos, o mejor dicho, que los provocaba.

«Vamos, vamos...»

Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac

Drop, drop, drop, drop; repicaban las gotas de lluvia.

Apenas me fijé en el paisaje que me rodeaba; los árboles se quedaban atrás como rayas borrosas y manchas, mis pobres pies tropezaron con varias piedras y, de repente, se quedó todo en silencio. Un silencio espectral que me intimidó, salvo por el sonido de la lluvia caprichosa, y ahí estaban, en el suelo, hundidos en un charco de sangre y lodo. Una simple humana que ya no creía en sí misma, con el corazón roto, temblando de frío y calada hasta los huesos, les había encontrado.

Gelsey abrió sus profundos ojos negros lentamente y se quedó observándome.

«¡Está vivo!», grité en mi cabeza.

Esos ojos contenían fuego negro que me consumiría si me quedaba embobada contemplándolos. Un fuego negro que absorbía la inquietante luz dorada.

Fue en ese momento que comprendí lo inmadura que había sido todo ese tiempo. Había usado mi odio y mis ganas de vengarme de Gelsey para hacerme más fuerte, para aprender todo lo que necesitaba saber para realizar pociones únicas, inventar armas que sólo podían salir de mi loca imaginación efervescente. En realidad, había estado evitando al silfo todos estos años, odiándole y pensando obsesivamente en él, con la excusa de sólo afrontarle cuando estuviera lista para matarle. En vez de asumir la realidad y enfrentarme a ella, había estado armándome historias, argumentos y caminos secundarios para justificar mi cobardía. ¿Por qué no había intentado hablar con él, preguntarle qué pasó sin obligarle a que se revistiera con su orgullo y se pusiera a la defensiva? ¿Quién era yo para matarle solo porque no me amaba como yo quisiera que hiciera? No era como que le necesitara para vivir. Había hecho amigos inolvidables, me había vuelto alguien fuerte de la que me sentía orgullosa. ¿Por qué no le había mostrado a Gelsey todo lo que sólo yo podía darle? ¿Que valía tanto como una reina hada o hechicera aunque no corriera ni una gota de sangre real por mis venas? Solo le había mostrado lo loca que era y me había hecho la víctima por lo que pasó.

Si quería haber vuelto con él, tendría que haberle buscado cuando le encontré, no quedarme  a observarlo desde la distancia. Solo se pueden cambiar las cosas mediante la acción. Con desearlo no basta. Con el destino no es suficiente.

Sin embargo, mi cuerpo se bloqueó , no sabía cómo reaccionar, sobretodo teniendo en cuenta nuestro estatus de enemigos declarados. En esos momentos me preocupaba más que el Joker la liara, por eso me acerqué al elfo oscuro, que se hallaba en el suelo, cabizbajo e ido, como en trance. Su aspecto, hecho un completo desastre, con todo el maquillaje corrido y su extravagante traje, ajado y sucio. El Joker nunca dejaba que le dañaran su ropa, si se recuperaba iba a estar furioso.

Mis pies chapotearon en el lodo.

—¡Idiota!¡ ¿Cómo no nos mencionaste que aquí habitaba un dios, eh? —le reprochaba, toda empapada, los jirones de mi vestido de gala chorreando lodo, al tiempo que hundía mi pie en sus costillas—. ¡Un puto dios!

Le llené todavía más de barro con mis puntapiés. El pelo se me pegaba a la cara y se mezclaba con mis lágrimas. Mas el Joker no reaccionaba.

—¡Joker...!

Gelsey seguía observándome, las llamas negras amenazando con consumir mi poca cordura restante. Oscuro fuego negro seductor y ardiente, enigmático y helado como el espacio siderial. Estrellas negras en mitad de un océano borroso de luz dorada.

—¡Joker! —insistí, buscando una poción curativa en mi tahalí, mientras le zarandeaba, y  le obligué a que me mirara a las pupilas—. Idril dice que tu sentido de la moda es horrible y anticuado...

De repente, se impulsó como un resorte contra mi, sus manos cerrándose en torno a mi pobre garganta, las manos de un demonio que me drenaban la vida. Las mismas que una vez había estrechado fuertemente y me había sentido feliz haciéndolo. Mi espalda golpeó contra el tronco de un árbol que estaba bebiendo la sangre derramada y el frasco con la poción curativa se cayó al suelo, quebrándose y perdiendo todo su contenido.

«Somos amigos, ¿no lo recuerdas?»

Pataleé, en vano.

«Amigos»

El elixir azulado zigzagueaba por el suelo, mezclándose con la sangre, y el aspecto del Joker era el de una criatura que acababa de levantarse de su tumba tras varias décadas criando malvas; inspiraba verdadero pavor y lo peor fue que vi mi final en su mirada carmesí y ardiente de furia. Y anhelé el fuego negro.


N. d. A: Realmente no quería añadir ninguna nota, pero solamente explicaré que originalmente planeaba acabar el capi aquí, sin embargo falta una escena muy larga que es mejor que narre con Maddie y no sé muy bien dónde encajarla porque tras todo esto, me parece intenso pasar ahora al POV del Joker. Sin embargo, es demasiado corta para que sea un capi entero,  pero muy larga para que sea de este  capítulo de hoy, además necesito que el número de capítulos de Maddie esté igualado con los de Idril por... motivos que ya comprenderéis. Así que reservo esa escena para la próxima semana y así no tardo tanto en actualizar, que los 2 capítulos siguientes no sé cuando los tendré porque son muy difíciles de escribir y se me mezcla con el final del cuatrimestre (trabajos y exámenes finales, etc.).

Espero que hayáis disfrutado del capítulo. Hay muchas cosas que quiero decir, pero prefiero hacerlo en el siguiente capítulo y dejaros ahora que os expreséis vosotrxs. 













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