17. Adrián I: Jugando con fuego
Notas de autora: ¡Hola, mis leiruadctx! Tras perder tropecientas veces de formas muy inverosímiles el capítulo que en realidad quería publicar hoy, al final me harté y he decidido publicar este en su lugar. No pasa nada, porque en realidad los capítulos de ahora son los personajes en diferentes lugares al mismo tiempo. Entonces da igual en realidad el orden en que se lean. Solo que después del de Elijah me habría gustado que fuera el de Rosalie, pero ya llevaba un tiempo sin actualizar y me he quemado mucho perdiendo los avances continuamente, así que bueno, voy a publicar una serie de capítulos que ya tengo escritos desde hace años, porque en verano me quiero dedicar a editar Léiriú I y quiero acabar Fugitivos (la precuela de Maddie y Gelsey) para presentarla a una editorial. Así que mientras ando ocupada con eso, al menos sí tengo capítulos ya listos para que no os quedéis todo el verano sin vuestra dosis de Léirú ^.^. Lo peor que puede pasar como mucho con este cambio de orden luego toque leer seguidos 2 de Rosalie xd.
Así que bueno, finalmente ha llegado. El capítulo que sé que las fans del Jodri odiaréis XD u.u Se lo dedico a IbisBlack por sus ingeniosos comentarios ;)
Me hace gracia, porque este capítulo lo tenía prácticamente escrito desde hace años y viene una referencia a GoT que ahora con todo lo que se ha armado con la última temporada me hace gracia que lo profetizara jajaja.
———————————————————————
Los últimos meses de terror de Kra Dereth dejaron para siempre impresas unas huellas indelebles en mi propia esencia que aún no sé si le odio o no por ello. La situación era tan tensa y penosa para todo el mundo que no lo pude evitar. Siempre me han acusado de sensible, tal vez tengan razón; no me importa. Pero durante esos meses, mi cuerpo no se podía encender. Lo tuve que ocultar para que no se preocuparan ni se pensaran que estaba enferma. El caso es que al no pasar tanto tiempo dedicada a la satisfacción de mis pasiones, me di cuenta de que tenía tiempo para hacer otras tantas cosas. Así que me dediqué al estudio y lectura de libros con tanto fervor como me había dedicado a mis amantes. Fueron meses muy fructíferos en realidad, y placenteros. Aunque a la gente le cueste entender que era feliz sin sexo en mi vida. Por eso, cuando se anunció al llegar el alba que Kra Dereth había sido derrotada, yo fui la primera que se enteró de mi reino, porque los demás andaban ocupados todavía en las orgías de la noche anterior. Sin embargo, yo seguía despierta y con los sentidos agudizados por haberme quedado despierta leyendo.
Princesa Ninazu de Todos los Súcubos y de todos los Íncubos. Fragmento de una vieja entrevista.
ADRIÁN I: JUGANDO CON FUEGO
La extravagante cabaña que me habían dicho que pertenecía al Joker se encontraba medio oculta entre pinos blancos. La fachada estaba construida siguiendo un complejo patrón de piedras, las tejas de cedro estaban onduladas hacia arriba y el tejado, del color de su mirada, también se iba curvando hacia el cielo. El cristal de las ventanas era opaco y no permitía ver lo que ocurría en su interior, aunque estaban cubiertos de polvo, lo que quería decir que nadie se había molestado por limpiarlos en mucho tiempo. Lo mismo ocurría con los setos que la cercaban. Las vigas de madera que sujetaban la pintoresca estructura las habían recubierto con capas de pintura blanca, negra y dorada, trazando espirales y runas deformes.
Conociendo al muy chiflado, habría puesto guardas mágicas como para colmar de frustración a San Paciencio tratando de desactivarlas, pero puesto que él no había llegado aún, existía la posibilidad de que todavía no hubiera podido activar las de la casa, solo las de sus pertenencias, y para eso esperaba que funcionara el cristal oscuro que nos habían dejado.
—No hay duda de que tiene que ser aquí —masculló Nissa.
Tiré del manillar de la puerta, que como era de espera, no se abrió.
—Déjame a mí. —Me tendió la antorcha de cristal oscuro que rezumaba una luz violácea llena de sombras danzantes. A hacerlo, se cuidó de rozar mi hombro con el suyo y lo hizo de una forma tan meditada, que me hizo dudar de que ese cosquilleo que me subía por el hombro y me bajaba por la espalda no fueran imaginaciones mías.
Nissa se inclinó y exhaló una vaharada de niebla morada oscuro sobre el picaporte y la cerradura, que se fundieron como si le subiera echado un ácido muy reactivo.
—Una no se ha lavado los dientes hoy.
—¿Ves cómo sí te quiero? Podría haberte matado muy fácilmente.
Y tanto. Aunque, en realidad, el saber que podría librarse con tanta facilidad de besos no deseados me tranquilizaba.
Terminé de abrir la puerta con un par de patadas. Los goznes chirriaron como si un piano acabara de aplastar a un pobre sinsajo. Estremecedor.
El interior de la cabaña estaba envuelta en sombras y recuerdos espectrales. El cristal oscuro centelleaba intermitentemente, sentía la magia del interior.
—Ten cuidado —le avisé pasando un brazo por delante de ella en afán protector.
Primero pasé yo, por si se activaba alguna clase de hechizo a pesar de la antorcha de cristal oscuro. Había algo denso en el aire que me impedía avanzar con normalidad y, solo cuando el cristal terminaba de absorber una maldición, podíamos continuar. Las cajas apiladas en montones irregulares y cubiertas con sábanas viejas hacían parecer en la oscuridad que la casa estaba habitada por formas fantasmagóricas, pero solo eran cajas apiladas, como pude comprobar tras quitar una sábana. El polvo revoloteaba bajo nuestros pies como si fueran cenizas tras un incendio. Nadie había estado allí dese hacía ciento ochenta años.
—Ten cuidado, no vayas a derramar algún líquido inflamable —me advirtió.
Lo sabía. Nada de romper frascos ni vasijas, ya que, conociéndole, podían contener los mil y un horrores y no me apetecía desatar el caos por el mundo por una venganza personal.
Hallé justo lo que quería encontrar: la colección de tazas de cerámica. Una parte de mí me decía que aquello estaba mal, pero traté de ignorarla.
—Bien, empecemos —proclamé, empujándolas contra el suelo.
El primer crash era el paso más difícil. Una vez resquebrajadas las tacitas, se había roto ese misticismo en la atmósfera que cohibía. Nissa había encontrado el busto de una dríada mitad mujer, mitad cuerpo de serpiente que empujó también tras comentar algo sobre los gustos del Joker. Había montañas de códices y pergaminos agrupados entre si. Todos contenían fórmulas escritas en lenguas prohibidas o ya olvidadas. Los rompí y esparcí las hojas en el aire como quien soltaba confeti en una fiesta de cumpleaños.
Nissa me observaba desde las sombras, con una sonrisa tirante en sus labios. Parecía una figura de cera de tamaño real, una parte más de la colección de artilugios del Joker. Me quedé mirándola y, después, a los trozos de papel como polillas gigantes muertas sobre mis pies.
—Bueno, ¿seguimos? —me instó.
Se había fijado ya en su próxima víctima: un esqueleto gigante de dinosaurio con los huesos ya muy amarillentos y envejecidos. Quizá nos encontrábamos ante uno de los antepasados de Dini.
El hada pasó sus dedos por encima de los huesos como si fueran las cuerdas o las teclas de un instrumento musical y se detuvieron en la pieza del puzle que intuía que si lográbamos quitarla, todo el esqueleto se desarmaría. Se trataba de un hueso muy grande como para que pudiera empujarlo ella sola. Empezamos a hacerlo los dos, pero ella se acabó retirando, dejándomelo a mí. Me sentí como un dentista, extirpando una muela. En cuanto logré sacar la pieza, a penas tuve tiempo para retirarme y el gigantesco esqueleto que había sobrevivido unido millones de años, se derrumbó, provocando un ensordecedor estrépito, como si el cielo se estuviera cayendo sobre nosotros. Una densa nube de polvo nos asfixiaba. A pesar de eso, los ojos de Nissa chispeaban más vivos que nunca. Estaba encantada con todo aquel caos.
Se acercó hasta mí cuando yo seguía luchando otra un ataque de tos.
—Va a tardar días en reconstruirlo de nuevo. Ha sido magnífico ver algo tan grande desmoronarse de forma tan rápida.
—Ni siquiera sabía que tuviera algo así.
¿Para qué habría podido querer un esqueleto gigante de dinosaurio? Yo aún no me había recuperado emocionalmente de toda la destrucción causada, pero Nissa ya parecía estar pensando en la siguiente travesura.
—Vaya, se me ha caído la antorcha al suelo.
—¡¿Qué?!
—Con el estrépito de esqueleto, se me ha resbalado —me explicó con parsimonia.
En el suelo yacía la antorcha. Al ser de cristal, no se había apagado ni propagado la llamarada ocasionando un incendio.
—Pues recógela.
—Quiero que lo hagas tú.
Entonces no se le había caído, sino que la había tirado adrede. Quién entendería lo que pasaba por su retorcida mente. Sin ocultar mi disgusto, me agaché y la recuperé.
—¿Por qué la has tirado? —le pregunté cuando ya me hallaba de pie, sosteniendo la puñetera antorcha.
—Soy un hada, hago ese tipo de cosas sin mucho sentido.
El que se acercó a ella esta vez fui yo, sobresaltándola por la energía con la que me pegué a su espalda, se la tomé con suavidad y le susurré muy cerca de la oreja:
—Pues los íncubos somos famosos por hacer otras cosas, con un sentido muy claro.
Nissa se limitaba a lucir esa sonrisa de eterno misterio, sus ojos verdes eran ya la única luz dentro de la cabaña. Comprendí que solo me estaba provocando.
—Pero tú eres un íncubo renegado. Tú no haces esas cosas, ¿o si? —zalameó con su voz ronca y aterciopelada.
—Cierto, soy un rebelde. Asesino gente de la realeza —le recordé, soltándola y alejanándome de ella.
Nissa bajó los párpados y negó con la cabeza, haciéndose la disgustada.
—Por si lo has olvidado, te recuerdo que yo no soy como esas humanas a las que les excita que les amenacen con su vida. No lo soy. —Se apartó unos pasos, dándome la espalda—. Hace mucho calor, me estoy agobiando. —Tras esas palabras trató de recogerse el pelo en lo alto de su cabeza, dejando sus hombros y las finas curvas de su cuello y su mentón expuestas. Toda una ráfaga de su fragancia exótica se apropió de mi sentidos, provocándolos.
Traté de enfocarme en el motivo por el que estaba allí, que era el de vengarme del Joker, no dejarme perturbar por el hada oscura.
—Parece que le gusta el arte —murmuré dirigiendo la antorcha hacia la pared, repleta de cuadros.
El más grande de todos ellos representaba una ciudad tras haber sido arrasada por el fuego de la guerra. Los imponentes edificios estaban rotos, fuego y sangre corrían por las callejuelas. Un joven sin piernas se retorcía de dolor. Un corro de hombres greñudos abusaban de una mujer desnuda y con la rolliza carne llena de arañazos brillantes. La mujer estaba lánguida sobre los brazos de un bárbaro, probablemente había sido violada tantas veces que ya había cesado de resistirse. Unos niños huérfanos lloraban abrazados. Bajo la luz púrpura de la antorcha, esas muecas distorsionadas por el horror parecían retorcerse todavía mas, como si el dolor que sentían fuera real. Tenía la impresión de que la sangre que rezumaba el lienzo era real y no solamente pintura.
—Qué cuadro más horrible —comentó el hada, muy cerca de mi oreja.
Me concentré más en la pintura, tratando de encontrar en ella una fascinación más grande que la que el hada me producía.
Nissa odiaba los cuadros. Seguramente no soportaba dejar de ser el centro de atención por culpa de un objeto inanimado. Por eso sostenía un pincel que había untado en los restos de pintura que le quedaban al Joker y acometió el cuadro, dejando las cerdas del pincel deslizarse a través del óleo. Cuando vi lo que el hada estaba dibujando sobre las montañas del fondo, me pregunté cuánto habría madurado esa mujer.
—Tienes una obsesión. Se confirma que no puedes pensar en otra cosa, p... —No me dejó terminar de mencionar la palabra, sino que clavó el codo entre las costillas.
—Y los hombres tenéis una obsesión con la muerte y la guerra. ¿Debería llamarte "mercenarito"? —me reprendió con su sarcasmo oscuro, pero afiladísimo.
—Soy un íncubo, desprecio tanto como tú esta cultura del terror.
Por algo los de nuestra especie tratábamos de desentendernos todo lo posible de la política de los demás reinos mágicos. El resto del mundo nos consideraba unos depravados y gracias a eso nos dejaban bastante en paz.
—Me cuesta mucho apreciar vuestro sentido del arte. ¿Qué clase de degenerado tiene un cuadro que muestra muerte y destrucción? Sin embargo, unos bonitos genitales causan un escándalo.
—Entonces te encantaría mi antiguo palacio. Pero Nissa, ¿de veras esto te parece bonito? El tener que tirar de ese tal Jacinto por tanto tiempo te ha trastocado los ideales de belleza masculinos.
—¡Solo necesito un poco mas de práctica! Es mi primer dibujo. —Tras darse cuenta de que estaba perdiendo los estribos, se recompuso—. Es cierto que a las humanas, los penes les parecen feos, ¿verdad?
—Ehh... depende.
—Pobres criaturas. Les enseñan que los pechos son bonitos y objetos de deseo, pero si ponen en el comedor de sus casas un cuadro con un pene, todo el mundo se escandalizaría y las acusarían de estar endemoniadas.
—Depende. Las de clase alta que son las que pueden comprar cuadros siempre pueden evocar una nueva sensibilidad estética vanguardista e, incluso, religiosa.
—Por favor... Si tan solo las dejaran admitir su sexualidad sin ser juzgadas por ello.
Cuando Nissa se ponía a filosofar, las montañas temblaban. Ella y Manolo deberían conocerse, seguro que salía de ahí un gran debate. De pronto, sentí las cerdas del pincel que estaban tiesas por el paso del tiempo arañádome la mejilla, seguido de la sensación de que tenía algo pringoso. Nissa acababa de pintarme.
—Tienes que lavarte, apestas a químicos —me reprendió mientras volvía a buscar algo que le llamara la atención entre tantos cachivaches.
—Pero si me has pintado tú —mascullé, pero ella ya había encontrado una nueva fuente de interés.
El hada hojeaba unos polvorientos volúmenes que había apilados sobre una mesa. Preocupado por que formulara sin saber lo que estaba haciendo algún hechizo peligroso, me acerqué a ver de qué iban.
—Estos son libros, ¿verdad?
—Sí, de Jörg R. Marti. —Pues al final no se trataba de una colección de grimorios, sino de una saga de ficción muy famosa de la que pensaba que solo existían seis tomos. El autor fue asesinado en una taberna antes de terminar el séptimo y último (las malas lenguas dicen que fueron los agentes secretos de inteligencia), dejando a los fans de todo el mundo en vilo. Pero el Joker poseía el séptimo, el que nunca le había dado la luz, y se encontraba en una cabaña abandonada, rodeado de esqueletos de dinosaurios y cuadros pesimistas.
—Pero están rotos, no funcionan —comentó, sacudiéndolos.
—¿Cómo que están rotos?
—Estas cosas te hablan, ¿no? Cuando te fijas con atención en sus símbolos.
Muchas cosas pasaron en un momento por mi cabeza, pero al final opté por seguirle el juego, aprovechado mis dotes de actor.
—¿No será que no sabes hacerlo bien? Mira, tienes que fijarte en la séptima letra de la séptima frase —le expliqué, enderezándole el libro entre sus manos, señalando la susodicha letra.
Nissa trató de concentrarse, poniendo una expresión graciosamente seria. Cada vez se acercaba más al libro hasta que la tenía tal y como la quería y cerré rápidamente el libro, pillándole la nariz.
Su grito duró hasta que consiguió sacarla. Temblaba de furia y yo no me pude contener la risa por más tiempo.
—¿Es que nunca vas a madurar? —me recrimino fríamente.
—Nissa... Los libros... no... hablan —logré decir entre espasmos y lágrimas. Admito que ese día me estaba comportando como un cretino con una edad mental de ocho años humanos, pero me lo estaba pasando mejor de lo que debería—. Los libros se leen.
Los ojos se le abrieron como discos, los labios se curvaron hasta casi formar una —o bajo la nariz roja e hinchada. La orejas picudas se le tensaron.
—Pues... qué atrasados estamos en este planeta —musitó—. Los de los faé seguro que sí hablan.
Seguir riéndome de ella sería cruel, por lo que me controlé. Nissa recogió el libro y empezó a arrancarle sus páginas que revolotearon al nivel de las sombras hasta que, finalmente, se posaron sobre la descolorida alfombra, que ella pisoteó con frialdad antes de dirigirse a por los armarios. Yo no pude resistirme a abrir el séptimo volumen por las últimas páginas; tenía mucha curiosidad. Tras leer el final, pensé que en realidad era mejor que aquel tomo nunca hubiera visto la luz o preveía una insurrección de fans decepcionados.
Mientras tanto, Nissa se ensañaba contra una colección de trajes y capas de dos siglos de antigüedad. Eso me parecía ya pasarse. Seguramente solo eran trajes viejos y tan pasados de moda que el Joker jamás volvería a ponerse, pero sabía cómo era él con su ropa. Nissa, sin embargo, no tenía ganas de mostrar piedad y se divertía transformando los elegantes pantalones de salón en un conjunto erótico.
—¿Estás enfadada conmigo? —le pregunté.
Ella ni se molestó en mirarme. En el fondo del armario había un cofre y el hada quería abrirlo. Se acercó a la cerradura a sus labios y la roció con su aliento ácido. Lágrimas de acero fundido empezaron a brotar y Nissa logró abrirlo. El interior contenía diversas cartas, todas abiertas. Tomó una y se fue con ella hasta un diván sobre el que se recostó, tratando de descifrar el pergamino. Al comprender avergonzada que no podía porque no sabía leer, la dejó caer junto a sus pies. La recogí.
—Si quieres, puedo leerla en voz alta —me ofrecí.
Ella siguió sin responderme.
Acerqué la antorcha para poder usar sus destellos púrpura y forcé la vista para distinguir aquella rocambolesca caligrafía. Era redonda e infantil, como si hubiera aprendido a escribir recientemente. De hecho, estaba llena de faltas de ortografía que no reproduciré en mi manuscrito. La letra era claramente femenina y los puntos de las íes tenían forma de espirales a veces, otras de corazones e, incluso, de cruces y otras figuras según le apeteciese a la mano que las escribió. Las mayúsculas estaban decoradas con motivos florales. Sentí un acceso de ternura irrefrenable hacia su autora. Empezaba así:
—"Hola, mi odiado idiota cabeza de gorrión, zarpas de osezno y... orejas de elfante. Te escribo con toda la aversión que me produces para hacerte saber que estoy aquí desnuda y estremeciéndome aún de haber pensado en ti..."
Me detuve, arrepentido, al comprender que, a pesar del peculiar comienzo, aquel trozo de pergamino amarillento que sontenía entre mis manos se trataba de una carta subida de tono. Maldito Joker...
—Sigue —me instó.
—No sé si debería...
—Así que también mentías cuando te ofreciste a leerla.
—Es solo que esto no me parece asunto nuestro.
Pero mi curiosidad de íncubo me empujó a seguir leyendo, en silencio.
Había zonas donde la tinta se emborranaba, probablemente ahí donde habían caído lágrimas, sobre todo hacia el final de la carta, pero no me era difícil reconstruir las palabras afectadas.
—Si sigo leyendo, te excitarás —proclamé cuando ya llevaba un par de párrafos y la cosa no dejaba de ponerse aún más caliente.
—¿Y eso es algo malo? Oh, fíjate. Puedo excitarme, ¡mi vida corre peligro!
Esa mujer tenía la insana costumbre de tratar de desmontar mis argumentos utilizando siempre un sarcasmo muy particular.
—Ya no sé qué pensar de ti. No sé si me odias o si me deseas —confesé.
—¿Y no puedo hacer ambas cosas?
Miré directamente a sus pupilas, enromes y magnéticas en la penumbra que nos envolvía.
—No. A diferencia de la autora de tan particular pieza de la literatura epistolar, sé que jamás intimarías con alguien al que odias.
Las sombras dejaron de girar y se impuso el silencio, un silencio que a ninguno de los dos nos reconfortaba.
—La gente cambia, ¿no quieres descubrir cuánto he cambiado realmente?
En mi interior pensé que esperaba que no lo hubiera hecho mucho, porque ya era perfecta cuando la conocí.
—Temo descubrir algo que arruine los buenos recuerdos que tengo.
Me senté junto a ella. Nissa se acomodó sobre los cojines, dejándome más espacio. Lo aproveché y me quedé tendido a su vera. Sus dedos se hundieron en mi pelo, acariciándome la nuca. Me incorporé sobre ella.
—Mientes —susurró—. No es eso lo que te da miedo.
—No tengo miedo de ti.
Sus carnosos labios se entreabrieron. Su piel morena susurraba que, entonces, lo demostrara. pues ahí estaba ella sumamente quieta, sin ofrecer resistencia.
Apoyé una mano sobre su muslo, dispuesto a demostrar que yo no era un mentiroso. Tracé círculos con el pulgar antes de saltar a su vientre, suave como la arena y caliente como una hoguera. Mis dedos se iban impregnando de polvo de hada mientras que su piel se erizaba allá donde anticipaba mi toque. Le coloqué un mechón escarlata por detrás de la oreja mientras que continuaba ascendiendo por su torso, usando solo las yemas y uñas de mis dedos, y besé su nariz inflamada. Fue el único momento en que cerró los ojos para volverlos a abrir rápidamente y seguir contemplándome con esos ojos vidriosos y chispeantes. Mi mano había alcanzado su erótica garganta. Llegué solo hasta su labio inferior, que golpeé suavemente, y volví a descender por su cuello, su marcada clavícula, bajé por su esternón y no me detuve hasta que llegué al centro de su cuerpo. Froté solamente los pliegues por encima y en seguida empezó a humedecerse toda la zona. Nissa se arqueó más, separando las piernas, arqueando la cabeza mientras sufría por mi parsimonia. Podía notar sus pezones endurecidos bajo la etérea tela de su vestido que parecía estar hecho con las mismas sombras que nos envolvían. Me coloqué a la altura de su ombligo que apenas parecía otra sombra y empecé a soplar con cuidado hasta que llegué al lóbulo de su oreja.
—Querías que leyera la carta. Bien, pues seguiré.
Tomé la misiva y proseguí a partir de donde me había quedado:
»"Mi corazón tiembla mientras trato de buscar las palabras correctas que dan sentido a este torbellino de intensas y contradictorias emociones. Creo que me estoy volviendo loca, pero más enloqueceré si no hallo la manera de apagar el fuego que enciendes en mí cada vez que me secuestras. Y soy muy consciente de lo enfermo que es eso, porque <<secuestrar» precisamente significa <<en contra de mi voluntad» y es que lo que siento por ti, va en contra de ella."
—Adrián —me detuvo—. Tú jamás secuestrarías mujeres, ¿verdad?
—¡Claro que no!
—Este tipo es un depravado y un delincuente sexual. Aunque no me extraña que, en su desesperación, tuviera que recurrir a semejantes artimañas para mojar su arrugado y rasposo calabacín.
—...No creo que se dedicara a secuestrar chicas. Algo me dice que la relación de esos dos fue muy compleja. —O, al menos, eso quería creer porque por muy íncubo que fuera, no me apetecía ser amigo de un delincuente sexual—. Además, ¿tú qué sabes cómo es su "calabacín"? ¿Acaso se lo has visto?
—¿Tú sí? —me preguntó con sagacidad.
En realidad no hacía falta ser una persona observadora muy sagaz para ver que él era más alto que yo, pero también más delgado.
—Mejor proseguiré:
»"Me pregunto dónde estará la línea que separa la obsesión del amor. Sé que lo tuyo es lo primero y yo también debo de estar empezando a obsesionarme, a creerme especial por tus atenciones, a empezar a soñar y fantasear con lo que no puedo tener porque no existe. Me aterras, pero más me aterra un mundo sin ti..."
—Pobre muchacha —me volvió a interrumpir—. A saber a qué torturas la sometió ese degenerado.
»"Empiezo a decepcionarme de este mundo de Luz, y empiezo a encontrar que hay belleza en la Oscuridad. Pero si permitiera que me acariciaras, si te dejara atravesar mis defensas para finalmente darme lo que anhelo, ¿qué diría el mundo de nosotros? Jamás nos perdonarán, especialmente él."
—¡Oh, hay un tercero! Esto se pone interesante —exclamó emocionada.
¿Desde cuándo le gustaban los triángulos amorosos?
—"...Él jamás aceptará que sea tuya, pero no voy a mencionar a otros. Este momento íntimo es solo tuyo y mío. Mejor dicho, solo mío, ya que esto es todo lo lejos a lo que me atrevo a llegar. Con lo que me conformo."
»"Mi cuerpo se estremece en esta oscuridad. Hoy es luna nueva, como más sé que te gusta el cielo y como más lo odio yo porque sé que las estrellas te recuerdan a mí. Te estoy transmitiendo una imagen débil mía, pero en realidad soy fuerte porque yazco sobre el colchón de esta habitación de posada, enfrentándome a la copia de ti que mi mente recrea siempre. "
En eso de empeñarse en mostrarse siempre fuerte me recordaba a cierta hada oscura... Tragué saliva. Empezaba a hacer mucho calor.
»"Esta vez te veo sobre mis pies y en lugar de aterrarme, te invito a que te atrevas a hacerlo, a que te atrevas a tomar mi cuerpo que tanto anhelas, poco a poco, empezando desde los dedos de mis pies que besas y mordisqueas, hasta irme envolviendo palmo a palmo. Y le rezo a todos los dioses que he ido conociendo a lo largo de este viaje, por si alguno resulta que puede oírme de verdad, para que le conceda a mis manos la capacidad de calmar tu fuego. Pero no sé rezar, o tal vez es que no existe la compasión, pues solo lo incremento más..."
Nissa, que tenía su mano apoyada en mi hombro, me clavó inconscientemente las uñas. Su respiración empezaba a entrecortarse, sentía su aliento a bocanadas sobre mi oreja. Movió las piernas.
»"Y así, mi cuerpo empieza a creerse que eres tú el que entra en mí y trato de llevar el ritmo que creo que tú llevarías. Te imagino yendo muy, muy lento al principio... Sé que me torturarías lo máximo posible y lo gozarías como nunca, mientras te vas enardeciendo a medida que mis gemidos aumentan, y no sé quién de los dos llegaría antes al pa... pa..." —Se veía que tuvo problemas con la palabra "paroxismo", tachándola varias veces—"... locura. Me gusta creer que soy yo la que te va guiando hasta el límite, con el vaivén de mis caderas y el de mis pechos, tu nombre que en estos momentos no me atrevo a pronunciar por si alguien me escucha, saldría desbocado de mis labios sin poder contenerlo y, cuando ya no pudieras soportarlo más, alcanzaría el éxtasis."
Mi voz también se había ido adensando y tardaba más en leer cada palabra. Nissa estaba totalmente encaramada a mi y me besuqueaba el cuello, haciendo que la sangre se me empezara a concentrar hasta el punto que no reparé en lo que revelaba.
»"Oh, Dereth. Empiezo a sentir el sabor de mis lágrimas mientras escribo... "
—¡¿Dereth?! —inquirió Nissa, desconcertada.
Bajé los párpados, cansado y al mismo tiempo aliviado y angustiado de que hubiera dejado de quemarme con sus labios.
—Pensé que esta carta era del Joker. ¿Qué hace ese payaso con cartas eróticas de Kra Dereth?—preguntó arrebatándome la carta de las manos. La puso de todas las posiciones intentando encontrar en ella alguna pista que aclarara el enigma que de pronto le inquietaba.
—Dicen los rumores que fue su mano derecha. Quizás su señor le dio este cofre para que guardara lo que no quería que nadie encontraría. Además, eso explicaría lo de los secuestros a jovencitas, ¿no? —Nissa no contestó nada a eso ni refunfuñó por lo que supuse que había colado mi explicación—. Anda, trae. ¿Quieres que la acabe de leer o no?.
El hada me la entregó de nuevo.
—Ahora que sé que es de Kra Dereth me interesa aún más.
—¿Y eso?
—¿Acaso tus hermanas no fueron admiradoras suyas?
—Alguna sí que lo fue. Y también algún hermano.
—Eso explica por qué aceptaste interpretarle en una de tus películas. Creías que no me enteraría, ¿eh? —comentó con un tono peligrosamente aterciopelado y zalamero, rozándome la oreja con sus labios mientras sus ojos chispeaban de oscura diversión—. ¿No será que en el fondo de tu corazón dormido anida un anhelo reprimido de ser admirado también por tus hermanas, eh picarón incestuoso?
—Tal vez, fantasea lo que quieras.
—Picarón incestuoso —repitió tirándome de la mejilla.
—¿Acaso los feéricos de oscuridad no sois incestuosos también? —inquirí dándome la vuelta y esta vez siendo yo el que acercaba peligrosamente mi boca a la suya con aire desafiante.
—Yo jamás, pero le preguntaré a Tuiry la próxima vez que le vea, si tanto te interesa —respondió frotándome la nariz con la suya.
Recordé que no se llevaban precisamente bien entre hermanos y me arrepentí de bromear con algo que en realidad a Nissa le dolía, sin embargo ella no dio muestras de ello. Aún así, decidí continuar con la lectura, para hacerle olvidar este mal trago.
—En fin, tú lo has dicho. Llamaste a Kra Dereth degenerado...
—No sabía que era él el autor. Eso lo cambia todo. La autora es una ñoña tonta que no sabe que hacer con semejante hombre.
—Claro. Cuando creías que él era feo, pobrecita. Ahora la tonta es ella.
Nissa me clavó el codo en el estómago.
—Acaba la carta de una vez. Aunque que sepas que has arruinado el ambiente, idiota.
—Eh, sin insultar —le pedí, recuperándome, aunque era cierto que de haberla leído del tirón, la atmósfera se habría puesto insoportablemente tensa. Al menos, gracias a estas interrupciones podía autocontrolarme. En fin, cuanto antes acabara de leer la dichosa carta, mejor. Ya casi estaba acabando—: " Y cada vez me cuesta más no soltar la pluma porque estás poniéndote muy salvaje. En cualquier momento vas a saltar sobre mis pezones, y vas a morderlos con saña y no quiero que esto acabe nunca. No quiero que salgas nunca de dentro de mí..."
Me distraje, muy mi pesar, usando las palabras que iba leyendo para formar la imagen de una anhelante Nissa. Sabía que la autora de esta carta tenía la melena plateada, los ojos azules y cristalinos, mejillas sonrosadas y, probablemente, su cuerpo fue más menudo. A pesar de eso, la voluptuosa imagen de Nissa ardía tras mis ojos.
»...Espero que hayas disfrutado de esta lectura donde espero haberme mostrado para ti como sé que te gusta fantasear que me comportaré algún día. Disfrútalo, y úsala cuantas veces lo necesites porque esto es lo único que se me ocurre para tratar con tu locura y que finalmente me dejes en paz o tendré que matarte. Te odio, y esta vez va en serio."
—Adrián...
Me guardé la carta en un bolsillo.
—¿No vas a quemarla?
—Eso sería hacerle un favor.
—Eres un buenazo... —Se incorporó, molesta—. Con todo el mundo menos conmigo.
—El Joker no me ha abandonado ni prohibido el acceso a su bosque.
—¡¿Sigues con lo mismo?! ¿Qué tengo que hacer para que lo entiendas? Tal vez debería escribir un libro.
—Nissa, me da igual cuantas explicaciones me des. Nada va a cambiar el hecho de que me abandonaste, por los motivos que fueran. Me dejaste de un día para otro.
Tener que confesar estas cosas en voz alta me dolía. El hada se sentó sobre sus propias rodillas, cerró los ojos y extendió los brazos en forma de cruz, con las palmas de las manos abiertas y mirando hacia el techo.
—¿Qué haces?
—Aprender a escribir me llevaría mucho tiempo, sin embargo, nunca he probado a rezarle a esos dioses. ¡Oh, seres divinos que sobrevivís en los recuerdos de mentes de fe más tercas que los pájaros en época de nísperos, ayudadme a hacer que este hombre madure de una vez porque no me importa vivir con el odio hacia la gente que me rodea, estoy acostumbrada, me son indiferentes y puedo apañármelas bien así, pero vivir odiando al hombre que me enseñó el significado de amar me resulta demasiado exhaustivo; un esfuerzo vano y estéril y que, sin embargo, él se empeña en provocar. Oh dioses, si de verdad existís, ¡ayudadme!
Nunca sabía si estaba siendo sarcástica o sincera. Probablemente un poco de ambas. Pero tenía razón en que necesitábamos una tregua. Vivir en constante guerra con ella me estaba torturando también y acariciarla había empezado a destruir la poca cordura que me quedaba.
—Muy desesperada tienes que estar para suplicarle ayuda a alguien que jamás responderá.
—Pero es que el muy idiota de Adrián no comprende que le amé de verdad y que desde entonces no he vuelto a amar a ningún otro.
—Una vez me dejaste porque pensaste que era lo mejor para ambos. Tal vez ahora soy yo el que piensa que es mejor que nos mantengamos alejados.
Me levanté del diván dispuesto a recomponerme. Necesitaba fumar.
—Estúpidos dioses... Qué decepción —la escuché sollozar.
Me volví una vez más, sorprendido. Nissa lloraba en la misma posición implorante en la que había realizado su maravillosa oración. Era la primera vez que la veía hacerlo, tal vez por eso me impactó más. Recordé que otro hada también había derramado muchísimas lágrimas, más de las que su cuerpo pudo soportar. Tenía el dolor de Ellette muy reciente. Sus palabras todavía quemaban en mi mente como si u¡hubiera ocurrido un bombardeo mientras leía la carta. Bombas hechas con el dolor de alguien que tenia en su interior un amor infinito que otorgar si dejaran de ponerle candados a sus puertas.
Me volví hacia el hada, pero ella no me veía. Trataba de contener los sollozos, avergonzada, mientras se frotaba los ojos. Por eso no me sintió llegar hasta que no la icé y coloqué sobre mis piernas. Su boca era mi objetivo y por eso asalté sus labios envenenados con furor. Tras la sorpresa, su boca se rindió a mis labios, correspondiéndome con la misma intensidad, abriéndola mucho para que pudiera invadirla, y su cuerpo se me entregaba también. Solo a medida que iba volviéndose dueña de sus emociones, volvió a enderecerse un poco, cambiando los besos blandos y húmedos por pequeños mordiscos que me inflamaban los labios y enardecían por dentro una parte muy oscura.
Ellette había cometido el error de tratar de escuchar tanto a su corazón como a la razón, tratando de conciliar lo inconciliable y cayendo en la locura. Solo podías escuchar a una de ellas. Yo no quería acabar como ella y vivir tan solo de fantasías, por eso estreché a Nissa con mis brazos como si lleváramos años sin vernos y nunca me hubiese abandonado. En esta vida, las cosas que peor están, son las que mejor se sienten y abrazarla, disfrutar de su perfume, del color de su piel, de la suavidad de sus cabellos rojos como el fuego se sentía demasiado bien como para volverme hacia atrás una vez dado el paso. No se podía, era imposible. Como querer volver al borde del precipicio cuando ya habías caído varios pies.
—Te he extrañado muchísimo —ronroneó. Las lágrimas todavía brillaban en la oscuridad.
En ese punto, no quería pensar en todos esos años porque había sido muy duro estar lejos de ella y no quería recuperar la razón. Tampoco la había perdonado. No estaba preparado para algo así, la herida era demasiado grande.
La besé con furia hasta dejarla sin aliento. Su vestido, por muy fino que fuera, me estaba molestando. Se lo saqué. Su figura ente los claroscuros me convencía cada vez más de que se trataba de otra pieza de la colección del Joker, pero el vaivén de su respiración acelerada me recordaba que se trataba de Nissa y que estaba muy viva. Muy viva, ardiente y húmeda. El hada empezó a besuquearme el cuello mientras sus dedos me desabotonaban la camisa a empeñones.
—Soy tuya...
—No te creo ni una palabra.
Dos botones más y me la terminaría de quitar.
—Déjame acabar. —Me sostuvo del mentón mientras terminaba de encargarse del último botón—. Soy tuya hasta mañana, así que aprovéchame.
Para demostrar que lo decía en serio, selló su promesa con otro beso en mi boca mientras entre los dos nos deshacíamos de lo que me quedaba de la camisa.
Sus besos siempre me habían costado muy caros.
Un solo momento de descuido había tenido y ya la tenía reptando con su boca por mi estómago. En cuanto la sentí descender, sabía que tenía que detenerla. No le dejaría que me devorase, todavía no.
—No tan rápido, Nissa. No puedes salirte siempre con la tuya.
Hice que se tendiera sobre el diván y yo quedé a horcajadas sobre ella, al principio sosteniéndole las muñecas para que no pudiera hacerme nada...
—¿Y cómo sabes que esto no es lo quiero?
—Porque soy... un... íncu..
...Pero Nissa sabía como valérselas a pesar de todo, así que la acabé soltando. Empezó a masajearme el torso mientras sus caderas seguían oscilando al ritmo del Hada Marravilla. Yo la contemplaba, embelesado, con los ojos a veces cerrados, a veces entreabiertos. Porque sabía que de sus labios solo colgaba veneno y que sus manos trazaban un hechizo que buscaba traspasarme la piel y los órganos para derrumbarme como el esqueleto del dinosaurio lo había hecho con tan solo saber qué pieza sacar. Solo que, en mi caso, la pieza estaba más oculta.
Ya estaba bien, ya había sangrado por demasiado tiempo la herida que ella me había hecho. La detendría de alguna forma, ya fuera libando el húmedo veneno hasta inmunizarme o perdiéndome en su carne antes de que el aliento del otoño se me adelantara. Sentía sus caricias en mi nuca, removiéndome el pelo, dando pequeños tirones, marcándome la espalda con sus uñas y dentro de mí también. Con ella siempre me tocaba a mí ser la víctima complaciente, pero no me importaba. Complacerle a Nissa o a la diosa, para mi ya había llegado a un punto en que no encontraba la diferencia.
Al final, la vida se reduce a tragarnos el dolor; el método que utilicemos depende de cada uno. Que el viejo espejo que estaba enfrente nuestro en realidad tuviera un mecanismo para grabar, no lo sabíamos. Fue una una causalidad. Una de esas graciosas y ocurrentes casualidades.
Una pieza más de esqueleto de dinosaurio cayó.
—Que se aguante... Por haber intentado arrancarme del mundo en que vives tú.
Sin Nissa en mi vida, no comprendía cómo había podido respirar; cómo había podido vivir.
————————
No os olvidéis de votar, dejarme vuestros pensamientos y recomendar la historia por ahí. Muchisimas gracias <3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro