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14. Elijah I: Decisiones

El vino hacía tiempo que se había acabado y ya se me estaba haciendo insufrible permanecer en este lugar, pero sabía que no me dejarían ir a ninguna parte. Los del Concejo Mágico llevaban desde las nueve de la mañana discutiendo sin cesar y ya eran las cuatro de la madrugada. Todos estábamos cansados y de muy mal humor. Nos dolían los cuartos traseros de llevar tantas horas en estas sillas de bazar. Pero supongo que merecía la pena, a pesar de todo. Me acababan de brindar todas las pruebas que necesitaba para poder confirmar, sin que me acusaran de pesimista, de que los seres antropomórficos estábamos condenados a perecer bajo nuestra propia estupidez. Eso era lo único que teníamos en común una vendedora de empanadas calientes en villa Dalia, con una princesa elfa oscura, con un brujo que había estudiado en Abracadabra. 

Ahora que Kra Dereth criaba malvas, líderes y personas sabias más importantes estaban aquí reunidas para tomar una decisión respecto a qué hacer con las ruinas élficas, pero nadie se ponía de acuerdo. En una mesita de madera blanca vi a mi compañero Jörg R. R. Marti escribiendo sin parar. Recuerdo que le pregunté qué estaba anotando con tanta vehemencia, si llevábamos parados en el descanso más de una hora. Él me contó que tenía que entregar de una vez un manuscrito importatísimo o su editorial le colgaría de la barba, así que no le quedaba más remedio que trabajar incluso durante esta reunión.

Finalmente, fueron regresando uno a uno los peces gordos y las vacas sagradas, al fin habían tomado una decisión. Sin embargo, había algo extraño en su forma de andar y su suelas dejaban unas huellas viscosas en el suelo negras como la brea. Finalmente habló  lady Morwenna Tabris, la presidenta. Y con ojos vacíos como una calavera y los colmillos manchados de sangre, dijo:

—Desterrémoslas a otra dimensión.

—¿Y qué hacemos con los centauros?

—¿Con quién?

R. Scott Bakerix, El Concejo de Nada



ELIJAH I: DECISIONES

Sentía que con cada cinco minutos que pasaban, estaba más cerca de rozar la delgada línea entre la cordura y la locura.
¿Cómo carajo habíamos hecho para terminar en unas ruinas abandonadas?

Me sentía una criatura muy pequeña adentrándose en una enorme ratonera, rodeado por un denso follaje más típico de una selva tropical y enormes restos de edificios construidos de piedra que parecía mármol rojo. Ante la inmensidad de las ruinas élficas, mi corazón se empequeñecía, sobrecogido por la inmensidad de haber sido capaces de construir unos edificios tan imponentes, y eso que yo estaba acostumbrado a vivir en palacios, pero había algo en el estilo arquitectónico de estas ruinas que hacía que se me encogiera el pecho.

Y yo había llegado hasta allí saltando por un tobogán gigante. Definitivamente,todo aquello era obra de magia muy poderosa y ya me estaba hartando de tantos truquitos.

Tuve que saltar porque aquellos rebeldes tan raritos habían tenido la desfachatez de secuestrar al príncipe Idril delante de mis ojos y Gelsey incluso había confesado sus planes malignos. En realidad era la princesa Rosalie quien me preocupaba y era a por ella a quien quería ir a buscar cuando conseguí romper las cadenas que habían osado ponerme, estuviera donde estuviese. Frente a mí había un enorme tobogán que desaparecía en las profundidades de la tierra y sentía algo que me ponía los pelos de punta: magia; magia muy intensa y extraña. Por ahí se habían llevado al bocazas de Idril, pero mi corazón no quería saltar porque eso me decía que me alejaría de la princesa Rosalie. Entonces... ¿por qué otra parte de mí —probablemente más racional— me decía que debía saltar y salvar al muy tarado?

Allí estaba, junto al borde del tobogán,  sintiéndome como el mayor idiota confundido de todos los reinos mágicos, cuando se me acercó volando una paloma. No podía dar crédito a lo que sucedía, pero de todas formas llevaba sintiéndome así toda la noche. La paloma, de hermosas plumas blancas que volaba dejando una estela plateada tras de sí, llevaba un mensaje atado a su pata. Reconozco que me intrigó muchísimo. Esto es lo que decía el mensaje:

Estimado Capitán:

No se preocupe por la hermosa y pura princesa Rosalie, se encuentra a salvo conmigo. Usted céntrese en rescatar al príncipe Idril y, cuando le encuentre, cuídele; cuide a ese gatito con todas sus fuerzas. Aunque ahora le cueste comprenderlo, le prometo que a su debido tiempo todo cobrará sentido. De momento, quédese con que el pequeño gatito es fundamental para salvar al mundo. Nos reencontraremos en el estadio del torneo mágico que va a celebrarse en las ruinas encantadas de Léiriú y podrá comprobar que mis palabras son ciertas y la princesa estará sana y salva. Lo juro por mi honor que es tan grande como mis pies,

Su oficial más leal y efectivo de todos;

Floripondio Mhic Cárthaig


Aquí se me cayó el corazón a los pies. ¿Qué ese niño pijo y malcriado era fundamental para salvarnos a todos? ¿Acaso se había vuelto majara el mundo entero? Al menos respiré aliviado de saber que la princesa se encontraba bien. Eso me quitaba un peso de encima, aunque sentí el doloroso aguijón de los celos al saber que era Flopi quien estaba junto a ella y no yo, que en su lugar me habían relegado a hacer de niñero de la persona que más detestaba de todas.

El dolor emocional se mezcló con el físico que se extendía desde mi brazo hacia el resto del cuerpo, helándome las entrañas. Estudié la extraña mancha de mi brazo que ya me llegaba mas allá del codo y cada vez tenía peor pinta. Más valía que las palabras de mi guardia estuvieran en lo cierto y realmente mereciera la pena salvar al príncipe y lograra reencontrarme con Rosalie a tiempo. Quería verla al menos una última vez y algo me decía que no me quedaba mucho tiempo.

La paloma, una vez que comprendió que iba a cumplir con mi parte, se quedó volando ante mis ojos y se desintegró en cientos de partículas plateadas que cayeron ante mis pies como una lluvia.


No había tiempo que perder, así que salté por el portal mágico. Ahora llevaba horas caminando y caminando en este extraño lugar  y no lograba divisar a nadie de aquel grupo de fenómenos; solo helechos de descomunal tamaño, árboles de al menos cincuenta metros, loros de vivarachos colores que parecían burlarse de mí y unas criaturas que recordaban a las liebres pero de piel atigrada, orejas cortas y gigantesco hocico que, en cuanto me veían, salían corriendo. Así que no me quedó más remedio que acentuar mi sentido del olfato para intentar rastrearles.

Hasta que, al fin, el inconfundible olor de Idril me golpeó de inmediato, superando incluso el revoltijo de fragancias exuberantes que emitían las flores. Odiaba con todas mis fuerzas cualquiera que fuera el perfume que usara, pero gracias a sus ínfulas presumidas al menos tenía un rastro.


Me limité a seguir fielmente el rastro del principito que suponía que estaría con Gelsey, Enora y los rebeldes. Arrugué la nariz. El principito iba acompañado de una mujer que olía a muerto y usaba perfume de rosas negras para disimular. Solo un vampiro olería de un modo casi tan odioso como el perfume de su alteza secuestrada. En vez de mejorar, cuanto más me acercaba, iban surgiendo nuevos olores muy fuertes, como de caballo, y un toque acerado en el aire me hizo acelerar. Sangre seca. Quienes fueran con ellos iban dejando un rastro con olor a sangre seca.

Desde que se habían unido a ese nuevo grupo, seguían un camino fijo; los estaban guiando. Con la habilidad que tenía el princeso de meterse en líos, más bien debería preocuparme, aunque tampoco me iba a poner histérico por que ese bocazas estuviera en compañía desconocida. Era el mimado de Idril, no le vendría mal pasar un ratito desagradable. Cada vez me intrigaba más el conocer quiénes eran las criaturas que habitaban esas abandonadas ruinas y por qué acompañaban a un excepcional grupo de la realeza.

Mi expedición me estaba llevando hacia el final de la selva, a una encrucijada de caminos en una zona desforestada. El suelo temblaba como si brazos gigantes golpearan el suelo para batir la tierra y apenas tuve tiempo para rodar y esquivar una columna de fuego que apareció de repente. Me estaba preguntando qué diantres había sido eso, cuando apareció el dinosaurio rosa y se puso a luchar contra la criatura que, pese a que mi sentido común me decía que no podía ser, sabía que había lanzado ese hálito de fuego: un dragón de escamas rojas como rubíes gigantes.

—¡Parad los dos! —trataba de detenerles el hechicero que había sido encarcelado por usar un champú ilegal o algo así.

—Son bestias, no podemos esperar que nos entiendan —alegó la misteriosa Enora.

Supuse que si ella estaba allí, Gelsey también, pero al parecer no había nadie más.

—¿Qué sabrás tú de dragones? —le espetó el hechicero.

—¿Y tú sí estás hecho todo un experto?

—Pues resulta que sé unas cuantas cosas.

Las dos escamosas criaturas estaban llevando a cabo un duelo titánico en el que uno trataba de aplastar al otro; el dinosaurio con sus garras y colmillos, y el dragón batía sus alas con fiereza y trataba de disparar más fuego. El dinosaurio, que ahora que recaía estaba muy magullado y lleno de quemaduras, se lo impedía sujetando sus fauces.

—Creo que definitivamente he perdido el juicio —murmuré para mí mismo.

—¡Ey, Ruby! —gritó el hechicero, creo que al dragón...—. Tú no eres un bestia, ¡ambos lo sabemos muy bien!

—¿Ruby? ¿Te ha dicho su nombre y todo? —cuestionó Enora.

—No, se lo acabo de poner yo. ¡Ey, Ruby!¿Quieres ganar infinitas riquezas? Pues únete a nosotros, ¡si participas en el torneo podrás ganar nada menos que la legendaria Rosa Dorada!

Así que eso es lo que habían venido a buscar aquí los rebeldes: una tal rosa dorada legendaria y estaba relacionada con el torneo del que me había hablado Flopi.

«¡LARGAOS DE AQUÍ!», resonó una enigmática, profunda y majestuosa  voz de mujer dentro de mi mente. Por las expresiones que pusieron los demás, también la habían escuchado.

Esa voz pertenecía a la dragona, que podía comunicarse telepáticamente.

—¡¡Estoy hablando en serio!! —insistió Joshua—. La Rosa Dorada es el premio del torneo que estamos preparando. Si participas y demuestras ser la más poderosa de todos, será tuya.

La dragona flexionó las patas en un último impulso impresionante y empujó al dinosaurio varios metros hacia delante, hasta que un árbol se flexionó tanto que le impidió seguir retrocediendo. El dinosaurio gimoteó.

La dragona jadeaba fuertemente con la cabeza casi entre las patas delanteras. Fue entonces cuando pude fijarme que llevaba grabado a fuego en unas escamas los números R-77.

—Eres increíblemente fuerte. No me cabe dudas de que podrías hacerlo muy bien —insistía el hechicero.

—Joshua, déjala. No a todos le apetecen vivir locuras —le reprendió Enora.

La dragona R-77 seguía jadeado, pero ahora nos observaba a los tres detenidamente. Detecté el crujir de unos arbustos. Me volví prestamente y, sobre lo alto de unas rocas, vi la silueta de una hermosa mujer, al menos de cintura para arriba, el resto del cuerpo era de caballo. Pero la mitad superior tenía un tronco muy bien proporcionado, y un rostro de rasgos afilados surcado de finas arrugas que delataban un envejecimiento prematuro, al igual que las hebras plateadas que resaltaban entre sus cabellos verdes trenzados. Sus ojos violetas quemaban como el fuego y se hundían entre profundas ojeras. El viento que se levantó hacía ondear las largas trenzas que eran del color de los árboles en el corazón de la selva y centelleaban las estrellas engarzadas bajo la luz crepuscular. Su ropa estaba hecha con jirones de pieles que también se movían con el viento. A parte de un carcaj con flechas de punta negra, portaba en un cuerno de marfil y vetas rojizas que se encendieron cuando se lo llevó a la boca y sopló con toda las fuerzas de sus pulmones. El cuerno emitió una extraña melodía que nos atravesó a todos como saetas. Era demasiado dulce como para ser emitida por un instrumento de guerra, y demasiado triste. Cuando paró para tomar aire, tenía los labios quemados. A pesar de eso, sopló una vez más, y mucho más larga, de tal forma que estábamos paralizados escuchando emocionados aquella extraña melodía.

—¿Ruby? —se atrevió a llamarla el hechicero.

La dragona, que hasta ahora había estado dubitativa, dio media vuelta, desplegó las alas provocando un pequeño tornado que nos echó encima una lluvia de hojas secas y se fue al lado de la centáuride, para después desaparecer ambas en el interior de la selva.

—¡Controla a los dragones con ese cuerno! —comentó Joshua, muy afectado.

—Lo más probable es que se haya escapado de su rebaño, si es que eso tiene sentido, y vino a buscarla. —Las palabras de Enora sonaban sensatas.

—Pero Ruby se estaba planteando venir con nosotros.

Ya observado demasiado en silencio, decidí intervenir.

—Se llama R-77.

Ellos se sorprendieron al verme ahí, aunque no tanto como una persona con sanas facultades mentales harían.

—Eso no es un nombre, sino un conjunto de números —protestó, indignado—. ¿Qué haces aquí, guardia? Deberías estar con la princesa.

Debería, ojalá pudiera... pero ella estaba a salvo y Flopi me había pedido de manera muy solemne que buscara a Idril.  Y, de todas formas, la actitud de ese hechicero no era la más educada. Lástima que le reconocía como miembro de los hechiceros aristócratas y, a diferencia de él, yo no era un maleducado. Solo cuando Idril me sacaba mucho de quicio, y hasta la fecha solo él había mostrado poseer ese don.

—Le debo mi respeto por ser parte de la aristocracia, pero no tengo por qué rendirle cuentas. En todo caso, usted debe rendirme cuentas a mí. Ambos estaban encerrados en el calabozo y han escapado. Realmente ya no me interesa saber por qué estáis aquí, simplemente quiero cumplir con mi deber y llevaros de vuelta al palacio por su seguridad. Ahórrenme el tener que usar la violencia y díganme dónde están los demás para podernos irnos de aquí.

—¿Protegerme a mí? ¡Soy un rebelde! La vida de los que corren peligro es de vosotros los de la realeza.

Enora, que era más madura, intentó abogar:

—Le recuerdo, Capitán, que tiene un juicio pendiente por haber atacado al príncipe de los feéricos, así que no está en posición de juzgar la moralidad de los demás. En cuanto a la situación, me temo que tanto Gelsey como el bufón sanguinario son los únicos que parecían tener idea de dónde estamos y de qué demonios está pasando y se los ha tragado la niebla.

—¿Se los ha tragado la niebla? —repetí, incrédulo.

—Desaparecieron de repente. Entonces, la dragona nos atacó. Nos salvó el dinosaurio moribundo y Joshua se empeñó en que quería domar a la dragona. Porque según nuestro experto en dragones, se trata de una dragona hembra.

—Lo es —afirmó el hechicero.

—¿Y qué hay del príncipe? —pregunté.

Ambos intercambiaron sendas miradas y se alzaron de hombros.

—No cayó con nosotros. Todos le están buscando —explicó Enora.

Para variar, Idril no dejaba de hacernos la vida más complicada a los demás.

—Tengo su rastro, podemos encontrarle —les informé.

—Puesto que tanto los unos como los otros  le buscan para sus dudosamente morales planes, me parece sensato ir tras Idril, tarde o temprano acabaremos encontrando a los demás.

Joshua no parecía muy feliz con aquel plan.

—Algo me dice que si existe el Infierno, su rastro nos llevará hasta allí. Ese tipo es re-idiota.

—Es gracioso —comentó Enora—, porque de camino al palacio, sólo oí comentarios sobre lo increíblemente guapo que es y lo bien que toca el arpa.

—Bienaventurados sois quienes no sabéis lo insufrible que puede ser —exclamé. Me salió del alma.

—Desde luego —asintió Joshua.

Dini negó con su enorme cabeza, pero le ignoramos.

La híbrida misteriosa  emitió algo así como media sonrisa.

—Bien. Pues entonces, guíanos, Capitán.

Unidos por el disgusto que nos producía el principito pero conscientes de que necesitábamos encontrarle, proseguimos dando por hecho que el dinosaurio nos seguría. Me puse manos a la obra, o "narices" a la obra, más bien. El problema era que, tras la pelea del dragón, me costaba encontrar de nuevo los rastros de perfume; el fuego y las cenizas me taponaban el olfato. Además, el aroma de la dragona no era de lo mas normal, algo me decía que estaba enferma. Y la centáuride, sin embargo, olía a bayas y sangre fresca. Por fortuna, ya no era necesario seguir el olor, ahora había huellas en el suelo blando y arcilloso. Por lo menos una docena de centauros acompañaba a Idril y la vampira.

—Por cierto, su novia va también con él —le dije.

—Podrías haber empezado por ahí.

—Lo siento, pensé que un lazo de amor verdadero os unía y, por tanto, no era necesario contarle algo que ya sabía —me permití el lujo de ironizar porque no me gustaba los aires que se traía. No era presumido como el principito, pero estos rebeldes se creían poseedores de la razón absoluta y que estaban luchando por una causa justa. Eso les volvía igual de arrogantes que el principio.

—Ya veo; el mismo que le une con Rosalie.

Estaba empezando a detestar que la nombraran en vano cada vez que buscaban sacarme de mis casillas.

Me detuve de golpe.

—Es la"princesa Rosaiie", dirígete a ella con el debido respeto. Y en cuanto a mí, estoy convencido de que me las apañaré para volver con ella, aunque ahora nos separen millas de distancia, y posiblemente ni siquiera estemos en el mismo universo. Sé que la encontraré, porque ese es mi deber. —La encontraría... si es que el monstruo del brazo no se extendía por todo mi cuerpo.

—Sí que se toma muy en serio su deber —comentó Enora, irónica.

—Lo hago.

—Si vamos a luchar contra los centauros, ¿no deberíamos prepararnos? —propuso Joshua, cambiando de tema.

—Si todos llevan un cuerno controlador de dragones, lo tendremos un poco difícil —comenté.

—Los dragones no son bestias asesinas. Son incluso más inteligentes que nosotros.

—¿Y cómo es que sabes tanto de dragones? —inquirió Enora. Esa era la pregunta que todos nos hacíamos.

—... —Joshua parecía reticente a contárnoslo, pero debía saber que hasta que no lo hiciera, le molestaríamos con ello, así que al final decidió contárnoslo—. Cuidé a mi propio dragón.

—Los dragones llevan extintos un par de siglos, por lo menos —alagué.

El hechicero negó.

—Mis padres me regalaron un huevo de dragón. Nunca quisieron decirme cómo lo consiguieron, imagino que lo robaron. No me importaba, era un crío con un dragón. Eso me hacía el niño más feliz del universo.

Arrugué la nariz. Eso era compra-venta ilegal de criaturas exóticas. Luego pasaba lo que pasaba: todas las alcantarillas llenas de reptiles mutantes porque, en cuanto los chavales se aburrían de su exótica mascota, la abandonaban a su suerte.

—¿Y qué fue de ese dragón? —preguntó Enora.

El hechiero cerró los puños, sorpendiéndonos por su cambio repentino de veinteañero pasota a joven consmido por la rabia y el dolor. No estoy dramatizando.

—Mis maestros de la Escuela de hechicería me pusieron como prueba el sacrificarlo si quería convertirme en un miembro del consejo, mi última prueba tras graduarme con las mejores notas.

Debería haberme sorprendido de semejante historia, pero lo cierto era que no lo hacía y hasta la creía verdad. Nunca olvidaría el mal cuerpo que se me puso cuando, un día, la princesa Rosalie llegó llorando desconsoladamente porque le habían dicho que tenia que desprenderse de su mascota, es decir, de mí. Por algún motivo que prefiero no desentrañar, sus maestros me consideraban su perro. Por fortuna, al ser la princesa consiguió que le dejaran la prueba simplemente en mojar un poco a un gato.

»Ahí es cuando me di cuenta de la clase de personas que eran esos "sabios". Unos narcisistas y codiciosos. Por eso me uní a los rebeldes.

—Así que ahora eres el vengador de dragones y dragonas —comentó Enora sin disfrazar mucho su humor.

—¡¿Entonces accediste a sacrificarlo?! —exclamé.

—¡Nunca! Claro que me negué;  Al final mis padres tuvieron que enfadarse mucho y aflojar varios sacos de monedas. Me gradué varios años después sin tener que sacrificar a midragón. Sin embargo... él jamas pudo verlo.

—¿Por qué?

— Un día... mi dragón había desaparecido. Sé que le raptaron para venderlo en el mercado negro.

Seguía pensando que era una irresponsabilidad tener un dragón como mascota. Esas criaturas deberían ser libres, pero ¿quién querría entenderme? Capaz que me acusaban de incitar al odio por estar en contra de cosificar dragones.

—Lo siento. —Le ofrecí mis respetos, ya que a diferencia suya, yo no era un maleducado irrespetuoso.

—Es una historia terriible, pero basta ya de tanta cháchara —intervino Enora—. ¿Sabes algo sobre cuernos que controlan dragones?

—Por desgracia, no. No podía ni imaginar que existiera un objeto así.

Pues existía, esperaba que no nos fuera a dar demasiados problemas, pero eso me daba que era mucho pedir. No podía sacarme la sobrenatural imagen de la centáuride tocando el cuerno, con los labios cubiertos de hollín y sus ojos amatistas desafiando al horizonte.

Crujieron unos matorrales de hojas atigradas. Había algo que me inquietaba. Una rara sensación, llamémosla sexto sentido, como si en el otoño corriéramos peligro. Por la mirada que me dirigió Enora, ella también debía de haberlo notado.

—No sabía que en las selvas transcurrían las estaciones del año —comentó ante una pila de hojas doradas.

—Este lugar es tan extraño que quién sabe.

—Oye, ¿no creéis que nos hemos dejado a alguien? —inquirió de pronto el hechicero—. ¡¿Dónde puñetas está el dinosaurio?!

—¿No le mató la dragona? —preguntó Enora.

—¡¿Qué?! —exclamó, horrorizado—. ¡No, es el hijo de Maddie!

Bueno, puede que el fatal destino del dinosaurio sí que nos diera un poco de pena, pero en ese momento teníamos cosas más importantes de las que ocuparnos: acabábamos de encontrar a Idril y a todos los demás, incluido al rey Gelsey y a la humana criminal. Solo estaban metidos en una pelea con media centena de centauros, como pudimos comprobar observando tras unos arbustos.

Los ojos de Joshua de pronto se tornaron escarlata y se clavaron en el arquero que estaba apuntando a la humana. Ésa era una flecha torniquete, un arma letal. Joshua alzó los brazos recitando un garamatías y una enorme cantidad de energía se desprendió, solidificándose en torno a la pareja y formando una barrera mágica que les salvó la vida por los pelos.

Tres excepcionales guerreros como nosotros irrumpiendo de repente en medio del fragor de la batalla era una ventaja que no estábamos dispuestos a desperdiciar. Enora y sus garras y fauces sedientas de sangre, el hechicero con otro poderoso hechizo que impactó de lleno donde estaban todos los centauros apelotonados, e hizo que salieran volando por los aires y yo con mi rápida transformación; los tres nos arrojamos al corazón de la batalla.

Derribé dos centauros a la vez, destrozándolos con mis garras y a uno le arranqué el brazo con mis mandíbulas. El poder dar rienda suelta a la euforia salvaje que ardía en mi pecho fue todo un alivio. Mi objetivo era la melena plateada del principito y no fue fácil abrirme camino hasta llegar a él.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —espetó Idril que, a pesar de mirarme con terror, no había abandonado su impertinencia habitual.

Volví a forma humana un momento para poder responderle que cuidando su emperifollado pellejo, sin embargo su expresión cambió del terror a otra que me abochornó. ¡¿Qué hacía fijándose en mi cuerpo desnudo?! ¡Si él también estaba de exhibicionista!

Esta distracción pudo haber sido fatal si en ese momento no se hubiera puesto en medio de una arquera y nosotros, otro centauro que luchaba contra la vampira que olía a rosas negras. Ella enseñaba sus colmillos y brillaba mientras lanza poderisísimos hechizos que deberían haber ganado por sí solos la batalla, pero en lugar de eso convertían el campo de batalla en el fin del Mundo según los anunaki; una extraña raza repitlínea. La centáuride tuvo que  esperar y yo me llevé de Idril de ahí en medio hacia un rincón algo más seguro detrás de más arbustos.

—¡Suéltame! ¡Quiero irme con ellos!

—¿Has perdido la cabeza?

—¡Estoy aq...!

Tuve que taparle la boca mientras forcejeaba, atrapado entre mis brazos. Una roca a nuestro lado estalló en cientos de fragmentos.

La batalla era un caos. Unos centauros luchaban contra otros centauros y al mismo tiempo trataban de alcanzarnos con sus flechas, pero su líder empezó a gritar que tuvieran cuidado porque a Idril le querían vivo, vaya uno a saber por qué, y ordenando a todo pulmón que le encontraran. Los demás tampoco nos habían visto y,  de hecho, seguían inmersos en el ritmo frenético de la batalla; golpeando, esquivando, contraatacando, desperdiciando la magia en espectaculares hechizos que hacían saltar pedazos de carne achicharrada por todas partes. Idril estaba lívido por esto y fue ahí cuando comprendí que no era más que un crío. Los centauros gritaban de dolor y frustración.

En medio de todo ese pandemonium, tuve un momento de claridad mental que aproveché para hacer un análisis de la situación y tener a todos localizados. Gelsey y Enora habían aprovechado también a escaquearse de la batalla y pude verlos ocultos tras unos arbustos cerca nuestro, pensándose si colaborar o huir.

—Los rebeldes siguen luchando... —murmuré, aunque no es como que tuvieran que importarnos.

Entonces, la humana chiflada tuvo la terrible idea de subirse encima del tocón de un árbol y se puso a gritar:

—¡Vais a pagar por lo que le estáis haciendo a la hija de Kra Dereth! —exclamó lanzando una granada.

Por un momento me asusté, pues pensé que sacaría el terrible rayo que me  había hecho pasar todo el verano lejos de Rosalie, atrapado en la espantosa cueva del Amo del Bosque, sufriendo los acosos de esa otra licántropa... ¿Stephanie se llama? ¿Qué habría sido de ella?

—¡Atrapadla de una vez, que no escape!

Y todos los centauros que quedaban en pie y podían andar, se lanzaron contra la humana.LA granada explotó, liberando una nube de gas muy densa que atrapó a tres centauros; el resto lo esquivaron. Joshua trató de impedirlo, pero uno de los centauros blancos, logró herirle con su espada de cristal oscuro. El hechizo que Joshua estaba preparando se desvaneció como las estrellas con la luz del amanecer. Faith gritó su nombre.

—No podemos dejarla —me rogó Idril que seguía sin cubrirse el cuerpo. A decir verdad, yo tampoco estaba siendo muy pudoroso con el mío. Supongo que yo era un hombre lobo y él un feérico y los centauros tampoco creo que se escandalizaran... En fin, no sé qué hago pensando en estas cosas. El caso es que Idril había vuelto a batir el récord de exasperarme en el menor tiempo posible.

—¿Pero qué demonios te pasa? ¿Te has vuelto loco? —Bueno, más aún de lo que ya estaba.

—Probablemente.

Dicho esto, se escabulló volviéndose invisible, perdiéndole así de vista.

—¡Idiota! —exclamé futilmente.

¡Rayos y centellas y más centellas! Yo solo quería sacarle de aquí para poder reunirme con Flopy la princesa Rosalie de una vez por todas.

Idril no llegó muy lejos (cosa que no me sorprendió); las armas de cristal negro que portaban los centauros anulaban la magia, así que su hechizo de invisibilidad se disipó de golpe, dejándole completamente vendido  ante dos centauros de los negros. Me transformé una vez más, eché a correr esquivado las flechas de puro milagro y...

—¡Parad esta locura! ¡Me entrego voluntariamente a los púrpura! ¡Llevadme ante Kra Dereth de una maldita vez!

Maldito idiota, qué pronto se rendía... Aceleré el paso y me impulsé como un misil, atrapándole entre mis garras y caímos rodando varios metros.

—¡¿Qué haces?! ¡Lo estás estropeando todo! —lloriqueó.

Por décima vez: ¡¿pero qué diantres decía ese loco?! Intenté decirle que se dejara de tonterías, que yo le protegería y sacaría de ahí, pero solo me salieron rugidos que, en sus sensibles orejas, debieron sonar a amenaza mortal.

—¡Yo quería irme con los centauros oscuros! ¡Lo habéis arruinado todo! Primero la humana y Gelsey y luego vosotros...

Lo que faltaba. No sabía que le habían hecho, pero para mí estaba clarísimo que tenía ese síndrome que te hacía defender a tus propios secuestradores. Me estaba poniendo de los nervios y no era lo mismo sacar de sus casillas a un hombre maduro que a una fiera de nueve metros.

«Deja de decir estupideces! ¡Te vienes conmigo!», fue lo que intenté decir, pero más rugidos guturales salieron de mi garganta.

Los centauros oscuros nos alcanzaron. Me preparé para arrojarme sobre su yugular y descuartizarles, cuando la punta afiladísima de una lanza salió por la boca del centauro, y se desplomó. Había aparecido detrás suyo una centáuride de pelaje níveo. Gotas de sangre carmesí salpicaban su inmaculado pelaje, parecía una visión. El niñato de Idril se quedó paralizado y la centaura le agarró del brazo.

Estaban secuestrándolo.

No si yo podía evitarlo. Me preparé para saltar encima de la centáuride, flexioné mis patas, me abalancé sobre mi objetivo gruñendo para parecer más fiero y atemorizar a los enemigos... Otros dos centauros albinos aparecieron de repente, interponiéndose entre la centáuride secuestradora, Idril y yo. Caí sobre ellos, rodando por el suelo una vez más. Una punta ardiente se hundió en mi vientre. Fue como un latigazo intensísimo que me obligó a convertirme en humano de nuevo. Cuando fui consciente de eso, la centáuride ya galopaba bastante lejos con Idril.

Habían atrapado también a la humana y corrían para unirse a la centáuride. Estaban dejando la batalla. Gelsey y Enora habían desaparecido, Joshua y su novia estaban sin magia. Intenté volverme a transformar, pero había algo en mi cuerpo que me bloqueaba la magia y eso me hacía enloquecer de furia.

En unos instantes se había desmoronado todo. Habíamos perdido y un círculo de centauros negros muy furiosos nos rodeaban.

—¡Se los han llevado por vuestra culpa! —nos acusaron.

—¡Tendréis que pagar!

Y todos los centauros parecían estar de acuerdo con ello.

—¡¿Qué decís, idiotas?! Maddie era mi amiga, ¡y se la han llevado! —rugió Joshua con las fuerzas que le quedaban. Se le notaba lívido por el cansancio.

—No sois de aquí. ¿De dónde habéis salido? —exigió saber el que debía ser el líder por el penacho de plumas negras y azules que llevaba y, sobre todo, por la voz ronca que se le había quedado de tanto dar órdenes.

La vista se me nublaba por la herida en el vientre. De todas las heridas que alguien podía recibir en combate, las del vientre eran de las más temidas porque significaban la muerte segura; una muy lenta y desagradable. Si dejaran de bloquearme la magia, podría regenerarme, pero eso no parecía que fuera a pasar nunca y ninguno sabia cómo responder a la pregunta del centauro que volvió a repetir:

—¡¿De dónde habéis salido?!

"Llegamos por un tobogán mágico" no sonaba a una respuesta creíble.

—Venimos a participar en el torneo. No temos malas intenciones —lo intentó la vampira hechicera.

Los centauros se pusieron a murmurar cosas en su lengua y sacudían la cabeza y las pezuñas de forma que no transmitían mucha esperanza.

—Si no habéis podido ni contra unos putos grises, no tenéis ninguna posibilidad de ganar el torneo —declaró el líder—. Dejaremos que Aliento Ardiente se encargue de vosotros.

Joshua pegó un respingo. Todos los centauros se retiraron al unísono, revelando a la mujer de los cabellos verdes y el cuerno mágico que se llevó a los labios y empezó a hacerlo retumbar.

Una niebla caliente y viscosa nos envolvió. No hacía falta volvernos para saber la clase de criatura que había aparecido a nuestras espaldas. Lo hicimos igualmente. Ahí estaba la dragona R-77; sus ojos centelleaban como tizones encendidos.


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Espero que os haya gustado este capítulo del capitán más honorable y leal de todos. ¡Al fin! Que ya tocaba y os estaríais preguntando que qué fue con él. Como hace mucho que no aparece, por si se os ha olvidado su aspecto; yo toda caritativa os recuerdo cómo luce:


Si os ha gustado el capi no os olvidéis de:

🎩 Darle una estrellita

🎩 Comentar vuestras impresiones, teorías, etc.

🎩 Difundir la leiriuadicción entre conocidos y redes sociales

🎩 Recomendarla en los grupos de Wattpad para que más gente la conozca.


Quien cumpla con todo eso y recite frente al espejo ¡Flopi, purifícame! tres veces, será visitado por el Joker envuelto en su capa y solo con su capa y nada más debajo ;)


También quiero avisar que he empezado a publicar un libro con extras y divagues de Léiriú:


¡Podéis mandarle preguntas a los pjs y os responderán!

Hasta la próxima babies muack muack<3

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