
12. Joker I: El mar de los sueños olvidados (Parte I)
¡Hola! Aquí estoy con un nuevo capítulo. Bueno, en realidad solo es un trozo de uno, porque he decidido que voy a actualizar con capis más cortos, ya que así tardo menos en actualizar y porque he descubierto, que cuando tengo el capítulo a medio terminar, me entran más ganas de acabarlo por fin, como si no pudiera quedarme tranquila hasta acabar de escribir y escribo más compulsivamente jajaja. Y de paso, puedo dedicarle a más gente un capi del Joker ;)
Os dejo con el último capi del año... y con vaya capítulo me despido jajajaj. Si el 2018 os resultó un buen año, os deseo que las cosas sigan así o incluso mejoren y si ha sido malo, entonces que todo lo malo quede atrás y por fin os empiecen a llegar cosas buenas. Solo recordad que los milagros no llegan por sí solos. El destino yo creo que sí que existe, pero hace falta algo más. Como sea, nunca, nunca os vengáis abajo. Mirad al cielo, a las estrellas, y recordad que los leiriuadictos siempre estaremos unidos aunque sea por nuestra locura y obsesión compartida por el Joker jajajaja <3
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Ahora que Kra Dereth ha sido derrotado, todo el mundo lo está celebrando a lo grande. Todo el mundo menos los verdaderos héroes que han hecho esto posible. Este brindis va para vosotros, hermanos, porque ahora mismo todo me sabe a cenizas y en vez de reír con los demás, solo siento unas ganas terribles de echarme a llorar.
Diario de un humano
JOKER I: EL MAR DE LOS SUEÑOS OLVIDADOS
Quién iba a decirme que, tras todos estos años, Fehlion aún tenía el poder de romperme de esta forma. Me sentía como un cuadro sobre el que acababan de verter un ácido disolvente. Los churretones de pintura que se desprendían eran mis emociones y el lienzo emborronado, mi interior. Y es que, cuando pasas por un impacto muy fuerte, para poder seguir adelante no te queda otra que modificar la realidad, mejor dicho, construirte tu propia realidad donde las cosas tienen sentido para ti. Siempre me había considerado un artista, pero el encierro en la carta, además me hizo convertirme en un arquitecto, en el arquitecto de mis propias estructuras. Y ahora, todo eso se estaba viniendo abajo como en un cataclismo...
No podía más. Mi pobre corazoncito lloraba lágrimas de sangre... Fehlion me había clavado una estacada mortal, una estocada metafísica que iba más allá de la carne, llegaba hasta el vértice de mi espíritu...
-¿Sabes qué, Maddie? No tengo ni puñetera idea sobre cuál de las dos profecías es cierta y si Idril destruirá el mundo, pero lo que sí sé, es que no será necesario.... Porque voy a destruirlo yo.
Empecé a acumular en mi mano rayos de energía. Pobre Maddie, ella en el fondo no tenía la culpa, pero estaba decepcionado y, pagarlo con ella, de alguna forma era como pagarlo con quien de verdad tenía la culpa de mi enfado. Seguro que se partía de risa cuando le contara lo que de verdad estaba ocurriendo, podía imaginar su cara y escuchar sus carcajadas... Es muy gracioso... De verdad que lo es... Lo es.
Sí, Maddie, me estaba quedando con Fehlion y con todos los demás, pero cuando el dios lea esto, ya será demasiado tarde y no podrá hacer nada para cambiar su destino.
Esta no te la esperabas, ¿verdad, Fehlion?
¿Y qué está pasando aquí?
Tendría que haber esperado para hacer de esta revelación, un giro de guion sorprendente, pero soy demasiado orgulloso y vanidoso como para permitir que pensarais esas cosas de mí.
Bueno, mi decepción con Ellette era real. No me impactaba porque, encerrado en esta maldita carta podía reconocer su magia entrelazada a cada fibra que conformaba este escenario hecho de ilusiones, pero, precisamente por eso, sabía que había obtenido ayuda del dios del Otoño, porque también podía sentir su magia y la de más gente unida a la de Ellette. Sabía quiénes eran los culpables y lo pagarían, pero me sentía más enfadado que nunca; por las expectativas que me habían creado, que yo mismo me había creído al final, contribuyendo a nutrirlas de todas mis esperanzas para que, al final, así de débil resultaba el supuesto amor verdadero que se dejaba engañar por unos trucos de trilero.
Ahora, que os hayáis creído el dramatismo de mis últimas frases, me hace cuestionarme qué clase de lectores sois porque, si habéis estado prestando atención hasta ahora, no sé cómo alguien pudo pensar que yo era del tipo torturado dramático.
Me encontraba bien pese a una agitación de ciertas aguas de mi mente que no quería remover por el descubrimiento sobre Ellette. Para no meterme en ese embrollo del que no tenía salida, prefería enfocarme en mis próximos objetivos: recuperar a Idril y derrotar a Fehlion, esta vez, de forma definitiva y perenne.
No os enfadéis ni os lo toméis demasiado a pecho. Uno tiene que usar todos sus mejores trucos para poder engañar a un dios. La omnipotencia de Fehlion tenía sus fallos, no era absoluta, y así como una vez ya había podido derrotarle, tenía una idea de cómo hacerlo ahora. Dejarle creer que se había salido con la suya ahora, para pillarle desprevenido más adelante. Aunque tal vez me había pasado un poco con los efectos de la oscuridad rodeándome los tobillos. A fin de cuentas, Fehlion debería conocerme mejor que los lectores de este manuscrito.
Lo que también había sido real, era mi odio hacia el puto hadito que tenía la desfachatez de dárselas de padre de Idril cuando seguro que no podía ni cuidar de una mascota. Solo una vez había sentido este impulso tan intenso y visceral de querer asesinar a alguien. La primera vez había sido cuando me enteré de que Gelsey se había convertido en el padrastro de Idril.
Idril era mi hijo.
Era el que hacia la profecía posible.
La llave que garantizaría mi libertad.
Era el fruto que habíamos creado entre Ellette y yo.
Mi medio para vengarme, la pieza que me faltaba para poder terminar de reconstruirme y volver a ser yo.
Idril era mi esperanza.
De haber podido matar a Gelsey cuando me puse al día, lo habría hecho. Tuvo suerte de que el palacio de Llyr era uno de los pocos lugares protegidos efectivamente contra mí mientras estuviera atrapado en la carta y mis poderes, encadenados.
Y ahora volvía a sentir esa necesidad de asesinar y, fíjate tú por dónde, le tenía a mi lado. Al que tanto había deseado destruir con mis propias manos.
Si tan solo pudiera moverme... Si tan solo me quedara una brizna de fuerza... Mas estar atado a esta prisión mágica me volvía demasiado débil, hasta el punto de que Fehlion podía darme una paliza con unas Maddie y Ellette hechas de ilusiones y hojas secas.
Golpeé este suelo gris, yermo y arenoso sobre el que me hallaba tumbado y pataleé un poco, aprovechando que nadie podía verme aquí dentro, ni siquiera Fehlion.
Tras este momento de dar rienda suelta a las emociones que se concatenaban en mi interior, me puse en pie. Busqué mi sombrero por todas partes, pero, a estas alturas, a saber dónde se me había caído. Por tanto, no me quedó más remedio que concentrarme y convocarlo. Sabía que no era real, pero mientras estuviera aquí dentro, valdría. Un elegante sombrero de copa alta, forrado con piel de kelpie y seda, se materializó entre mis manos, tal y como había imaginado, y me lo puse. También me sacudí el polvo de mi ajado traje. Otro truco que había aprendido tras estar todos años aquí atrapado era redirigir la magia que me mantenía encarcelado para que arreglara mi ropa, y aquello sí que era real y no una ilusión, por eso siempre que era liberado por Adri, aparecía con mi ropa ya en perfecto estado.
En lo que se regeneraba mi traje, eché la vista hacia arriba y me quedé contemplando el cielo mercurioso, pensativo. Odiaba este lugar. Sabía lo que me esperaba si daba unos pasos más hacia delante, hasta que llegase al borde del acantilado. Ése era el único lugar al que realmente podía ir, todo lo demás se trataba de un mar embravecido del color de la sangre que destacaba contra la grisedad de todo lo que me rodeaba. Y es que, en el final del mundo, todo era gris y desfragmentado; la bóveda celeste parecía que se caía a cachos, desgarrada por unas garras gigantes; el aire olía a hielo y dejaba estalactitas en la cabeza con solo inspirarlo; el suelo se moría. Esto era lo que nos esperaba a quienes vivíamos eternamente y nadie conseguía matarnos por el camino. Cuando hundía mis dedos en este suelo ceniciento, me preguntaba si no sería mejor dejar que Idril destruyera el mundo con tal de no llegar a esto jamás.
El fuerte olor a salitre ya me embriagaba. Bajé los párpados en un intento fútil de reunir fuerzas para enfrentarme a lo que sabía que me aguardaba. Esperé quién sabía cuánto por si Adrián me liberaba, pero nada de eso ocurrió y al final tuve que abrirlos.
Había un hombre de pie en el borde, observando el horizonte en silencio. Era el hombre más hermoso que la naturaleza podía concebir. Su melena plateada ondeaba salvaje y libre, revelando unas orejas acabadas en punta. Unas orejas que ya debían de haberme oído llegar.
Me senté sin decir nada a su lado, con las piernas colgando por el acantilado, y me quedé mirando las puntas de mis botas, preguntándome de qué podríamos hablar en aquella ocasión. Prefería evitar verle el rostro porque sabía que era el de una persona que había sufrido demasiado hasta llegar al fin de los tiempos, de una persona que había tenido que hacer cosas que odiaba, que había tenido que convertirse en un ser que detestaba, en alguien que lo había perdido todo y ya solo le quedaba yo. Y sabía lo que esperaba en realidad de mi amor: que hiciera el último sacrificio para liberarle finalmente de tanto dolor... Pero no podía. Era demasiado egoísta y cobarde para hacer algo así, porque estas conversaciones con él, eran todo cuanto tenía.
-Por favor, padre. Mátame.
Desvié la cabeza hacia el otro lado para que no pudiera ver cómo se fragmentaba algo dentro de mí. Las olas empujaban contra la orilla cenizas y restos de unas esquirlas de un color metálico e irisado: eran los restos de los sueños y de las esperanzas que una vez habían pertenecido a la gente y ahora el mar empujaba contra la orilla.
Al principio, me preguntaba qué pretendía Ellette haciéndome vivir esto una y otra vez, pero descubrí que no había magia de ella, ni de Fehlion, ni de nadie reconocible en el ambiente. Se trataba de una ilusión producida por la propia carta. Era como si la magia que la creó fuera tan poderosa y avanzada que, con el paso de las estaciones, había adquirido conciencia propia e inteligencia y, por sí misma, creaba nuevos escenarios para torturarme, siendo éste uno de ellos.
Me rehusaba con todas mis fuerzas a hacer algo así. No, Idril. Ibas a vivir la vida, íbamos a vivir cientos de aventuras...
-Idril, conseguí el último ingrediente. Lo conseguí a tiempo. Es cuestión de esperar, ya queda muy poco.
-¿De qué estás hablando? Eso que mencionas, ya sucedió hace mucho...
-No, no, no. Idril, mira, ¡te lo mostraré!
-Padre....
No le dejé pronunciar ni una sola palabra más. Me concentré para convocar lo que nos sacaría de ese lugar infernal. Apareció entre mis manos una capa de un material irisado: una ilusión de mi magnabulosa capa mágica. Me la eché por encima y cubrí a Idril con ella, recordando todas aquellas veces en que rapté de la misma forma a su madre.
Aparecimos en lo más profundo de un bosque tenebroso. Las raíces emanaban una especie de neblina rojiza y caliente. Se oía el goteo de algo viscoso. Las enormes flores cuchicheaban entre ellas con agudos murmullos.
-¡Edward! ¿Cómo llevas lo que te pedí? -Fui directo al grano.
Unos ojos inyectados en sangre surgieron de entre la niebla, el resto del encorvado cuerpo del Amo del Bosque estaba oculto por sus greñas.
-Ya está casi todo a punto, señor.
-¿Qué es este lugar? -preguntó Idril-. ¿Es la Zona Maldita? ¡Estamos en la guarida del Amo del Bosque!
Una vahara de neblina se encaramó a nuestros tobillos y trepó por nuestras piernas. Yo la aparté con unos bandazos. Idril siguió con la vista en silencio a toda esa neblina hasta dar con su fuente: un hoyo en el suelo del que brotaba y bebían todas la raíces.
-¿Ya ha averiguado cuál es el ingrediente que falta, señor? -me preguntó el feo de Edward.
-¡Sí, sí, sí! -sobrerreaccioné. No quería que Idril dudara de mis acciones-. Ya estoy en ello, ¿de acuerdo?
-Bien.
El Amo del Bosque se dirigió a un estante, cogió un frasquito con unos polvos rojos -lenguas de murciélago trituradas con guindillas del otoño- y vertió su contenido en el hoyo. Un estruendoso chshhhh torturó nuestros oídos y los de las demás criaturas del bosque y más neblina borbotó a raudales.
-La neblina roja... ¡es cosa tuya! -comprendió mi querido hijo.
-¿Te sorprende que todo lo que ocurra haya sido en realidad obra mía? -dije mirando hacia las puntas de mis botas.
-¡Gelsey le echaba la culpa a los humanos! ¡Los de Luz, a los de Oscuridad y viceversa! ¡Incluso hay quienes me la echaban a mí por ser un hombre con la corona feérica!
La gente era realmente ignorante. Me sorprendía que tras haber vivido tantos años, Idril lo descubriese ahora.
-¿Me vas a dar entonces el último ingrediente o no? -presionó Edward.
-Voy a por él.
Lo único bueno de estar atrapado en ese maldito lugar era que volvía a tener en mi poder mi magnabulosa capa, aunque fuera una ilusión y todo eso. Idril se volvió hacia mí, como queriendo detenerme, o tal vez aferrarse a mí para que lo llevara conmigo. Prefería lo segundo, pero conociéndole, era mejor mantenerle apartado de todo eso. Él no tenía por qué mancharse las manos, para eso me tenía a mí. Conseguiría la energía de la diosa de las estrellas y Fehlion sería historia.
-Nunca vas a cambiar, ¿verdad? -me reprochó, melancólico. Sabía que en realidad solo me estaba haciendo una pregunta retórica.
-Idril, escucha con atención: todas las personas podemos cambiar de nombre, de vivienda, de continente, nuestro aspecto, nuestra identidad, nuestra ideología, nuestros gustos, nuestro sexo e, incluso, de nuestra condición de simples mortales, pues ¡se puede alcanzar la divinidad! Pero lo que nunca, nunca, nunca, cambiaremos será nuestra verdadera pasión. Identifica esa pasión tuya y ella será el núcleo de tu esencia; todo lo demás está en constante fluir.
Y mi ferviente pasión era liar las cosas y hacerlas a mi manera.
-¡Padre!
Como el ala de un cuervo gigante, la capa mágica me cubrió.
-Creo que mi verdadera pasión es secuestrar mujeres guapas... -oí que decía Edward, cada vez su voz sonaba más distante.
Y, de pronto, algo no iba bien. Había fallado algo durante la teletransportación. Pude sentirlo en mis huesos y en mi nariz, ya que antes de siquiera abrir los ojos de nuevo, la atmósfera no era lo que esperaba. Olía a humo y basura, a sudor empalagoso mezclado con maquillaje y perfumes tan caros como artificiales.
Abrí los ojos y me vi rodeado de una muchedumbre que bien podía haberse escapado de un manicomio, porque la primera impresión que me dieron es que estaban locos. Hablaban muy fuerte, como si fueran un enjambre; gesticulaban violentamente, y algunos no despegaban la oreja de unos walki-talkies como los de Maddie, pero más livianos. También algún graciosillo se estaba divirtiendo a base de intentar deslumbrarnos con haces de luz blanca. Las mujeres llevaban aparatosos vestidos de gala y se paraban a posar frente a las cámaras; los hombres lucían trajes más aburridos. Mis ropas también habían cambiado por uno de esos trajes de pingüino de color rojo borgoña y un pañuelo de seda en mi cuello, pero el mío se veía viejo y desgastado en comparación con el de los demás, con sus relucientes zapatos de charol.
-¿Un tentempié? -me preguntó una camarera algo bizca, ofreciéndome una bandeja con canapés y una sonrisa.
-Eh... -Cogí uno porque no sabía muy bien qué hacer con mis manos; al menos llevándomelo a la boca podía disimular que me hallaba más perdido que Maddie en un recinto serio y solemne. Sabía a pez seco.
Y hablando de Maddie...
-¡Ey, apártese, por favor! -me gritó la humana, empujándome bruscamente. No, en realidad no era Maddie, pero se parecía mucho a ella-. Con permiso... Disculpen, vamos, vamos, ¡abran paso! -Y así, la chica que se parecía a Maddie, se perdió entre el gentío, como si se la hubieran tragado.
-Has venido.
Apreté los puños. No quería volverme para ver a la mujer que me había hablado, y al mismo tiempo, a quién pretendía engañar; estaba deseando verla. Me volví, en un ejercicio de pura contaminación racional de los sentimientos, convenciéndome de que lo hacía porque no compendia qué mierda estaba pasando y, quizás, al hundirme en sus brillantes ojos cristalinos, se me encendía un farol.
Ellette me miraba como si estuviera observando a un fantasma, a uno todo ensangrentado, con las tripas abiertas y destilando un nauseabundo hedor. Yo debí mirarla como un idiota que llevaba meses sin tener sexo. El hada llevaba un vestido etéreo de un rojo escarlata que se adhería a su figura, revelando un generoso escote recubierto de purpurina irisada bajo los focos. Las finas hebras plateadas las llevaba recogidas en un sofisticado moño y adornaba su cabeza con una diadema muy fina. Los labios, los llevaba de un rojo intenso, y destacaban en ese rostro tan pálido como un arce real en mitad de un campo nevado.
-¿Y por qué no iba a venir? -me la jugué, por decir algo.
Ellette, ofendida, giró la cabeza hacia el otro lado.
-Ahora sí que tengo claro que no voy a ganar.
-¡Ellette! Te estaba buscando, ¿dónde te habías metido?
La expresión de mi rostro no podía haberse tornado más irónica en esos momentos. Un hombre perturbadoramente parecido a Jazmín, la atrapó como un pulpo.
-Estoy bien, Gellard. Solo necesitaba un poco de aire.
-¿Te sabes el discurso o lo leerás?
-¡Sabes que no voy ganar!
-¿Cómo qué no? ¿A quién crees que se lo van a dar sino? ¡¿A Issa?
-Por ejemplo... Las películas como Léiriú, como mucho reciben los de efectos especiales y vestuario. Quizás a Adri si se lo dan, a él sí suelen darle premios.
-No digas tonterías. Eres la actriz más mesmerizante que ha pasado por delante de una cámara jamás. Tienes fascinado al mundo entero. Confía en mí, sé lo que hago.
Sus brazos la agarraron con más fuerza y la acometió con sus labios. Dos personas que estaban próximas a mí, se apartaron, intimidadas. En fin... El pintalabios de Ellette no debía de ser muy bueno, porque manchó de carmín al jazmín.
-Oye... -dijo este, separándose de su boca-. ¿Ése que está ahí parado como un pasmarote no es el psicópata de tu ex?
-No sé de quién hablas, Gellard.
-¡Malita sea, que sí que es él! No entiendo como aún no has pedido una orden de alejamiento.
-Gellard...
-Voy a llamar a seguridad. ¡No voy a estar tranquilo hasta que sepa que ese psicópata está muy lejos de tu hijo y de ti!
Entorné los ojos. Puesto que todo el mundo se había vuelto loco de remate, decidí que no importaría cómo me comportarse. Me acerqué al tal Gellard que se parecía sospechosamente al jazmín que tanto odiaba y le encajé mis nudillos en esa mandíbula tan fuerte que tiene.
La gente empezó a gritar y a sacarnos fotos. El muy idiota se me quedó mirando seriamente, como si pudiera intimidarme de esa forma. Un hilillo de sangre le resbalaba, pero no parecía importarle. En verdad sí que debía importarle, porque me golpeó de vuelta y, en cuestión de instantes, nos vimos envueltos en una pelea. Nos habíamos convertido en dos niños en cuerpo de adultos. Cuando ambos nos enfurecíamos, éramos terribles y no teníamos piedad golpeando al otro. Él me apretaba los ojos con los pulgares mientras que yo intentaba estrangularle con la pajarita. Al final, unos tipos equipados con unas armas que producían intensos calambres paralizadores, lograron separarnos y a mí me echaron a la puta calle mientras que, a Jazmín, simplemente le dejaron en paz y le tendieron un pañuelo y una botella de agua.
-¡Atención, atención! -retumbó, mientras intentaba incorporarme, una voz femenina que venía de ninguna parte y de todas-. ¡La pausa publicitaria ya acabó, así que diríjanse a sus asientos que la gala va a continuar! -Todas las luces se apagaron como en una secuencia de dominó y, sin saber por qué, sentí un escalofrío-. ¡Bienvenides, bienvenidas y bienvenidos a la quincuagésima cuarta gala de los premios Fehlion de la industria del cine y el espectáculo! Esperamos que estén disfrutando la noche.
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