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Reunión de Padres y Representantes

I

Los problemas no sé detuvieron, se fueron multiplicando como las bacterias causantes de Tuberculosis Pulmonar. Poco a poco los antimicóticos no realzaban una mejoría: el paciente iba enflaqueciendo, su palidez se hacía cada vez más notoria, no conciliaba el sueño debido a una sudoración constante, y tosia frecuentemente, hasta el grado de ir acompañado con expectoración hemoptoica.

La profesora María Elena había sido siempre una figura respetada en la escuela, en mayoría por su mal temperamento. Con su voz firme y su método de enseñanza poco convencional, había logrado que muchos estudiantes se interesaran por las matemáticas. Sin embargo, a medida que pasaban los días, algo en su actitud comenzó a cambiar. Las sonrisas se convirtieron en ceños fruncidos, y su paciencia, que alguna vez parecía infinita, se desvanecía como el eco de un grito en el viento.

Los estudiantes, al principio, intentaron ignorar las pequeñas señales de su malestar. Pero con el tiempo, la situación se tornó insostenible. Las clases se convirtieron en sesiones de tensión y miedo. Los murmullos se apoderaron del aula, y cada vez que la puerta se abría, los jóvenes se encogían en sus asientos, temiendo el estallido de la ira de la profesora.

Con el paso de las semanas, comenzaron a llegar a casa con las manos rojas, marcas que parecían contar historias de regletas de madera que caían sobre sus palmas. Los padres, alarmados, preguntaban sobre las lesiones, pero los niños, asustados por las represalias, guardaban silencio. La historia se esparcía como un fuego en un campo seco.

—La profesora nos pega — susurraban, y las miradas cómplices revelaban la verdad que todos temían.

Una tarde, después de una clase particularmente tensa, un grupo de estudiantes decidió que ya no podían soportar más. Se reunieron en el parque cercano a la escuela, y tras un debate acalorado, acordaron hablar con la directora. Con el corazón acelerado, expusieron sus quejas, relatando cómo la profesora María Elena había cruzado la línea entre la disciplina y el abuso.

La directora, con un semblante preocupado, escuchó atentamente. Sabía que la educación es un delicado equilibrio, y que la confianza entre alumnos y profesores es fundamental. Decidió actuar de inmediato, organizando una reunión con la profesora. Cuando María Elena se enfrentó a la directora y a los estudiantes, su mirada se tornó fría y defensiva. Sin embargo, al escuchar las voces temerosas de sus alumnos, algo dentro de ella pareció quebrarse. Los recuerdos de su propia infancia, de una maestra que había cruzado límites, la asaltaron. La culpa y la tristeza se reflejaron en sus ojos, y por un momento, la profesora se vio a sí misma en esos rostros jóvenes, asustados y heridos.

A pesar ese breve recuerdo, volvió a su estado inicial: No encontraba en ella su falta.

Había perdido el rumbo. No quería ser la maestra que infunde miedo, sino la que inspira y motiva. Las manos rojas se convirtieron en recuerdos lejanos, y el aula tardaría meses en llenarse de risas y aprendizaje.

La decisión del árbitro fue clara: mañana habría una reunión de padres y representantes.

II

La reunión de padres se llevó a cabo en el aula, donde las sillas estaban dispuestas en círculo, creando un ambiente más cercano, pero cargado de incomodidad. La Profesora María Elena, de cabello recogido y con gafas que acentuaban su mirada crítica, se sentó al frente, dispuesta a escuchar las inquietudes de los padres.

El primero en hablar fue don Javier, un padre de familia con un tono firme:

—Mire, profesora, hemos notado que varios de nuestros hijos se sienten intimidados en su clase. No es la primera vez que escucho que usted es muy estricta. ¿No cree que un poco de empatía ayudaría a que los niños aprendan mejor?

Marta, la madre de Sofía, asintió con la cabeza, visiblemente preocupada.

—Además, mi hija me ha comentado que a veces siente que no puede hacer preguntas porque teme su reacción. — la joven Sofía no se atrevía a mirar a la profesora. Le tenía miedo — Eso no debería ser así. Los niños necesitan sentirse seguros para aprender.

La profesora intentó defenderse. Por un momento tendría que pedir prestados los zapatos de Los afectados.

—Entiendo su preocupación, pero mi intención es que los estudiantes se esfuercen y alcancen su máximo potencial. A veces, la disciplina es necesaria para mantener el orden en clase. — y se limitó a revolver muchos manojos de papeles para verse ocupada — No crean todo los que le dicen sus hijos.

—Pero eso no justifica que los trate con desdén — interrumpió Carlos, un padre que había estado escuchando con atención. — Escuché a mi hijo decir que usted lo llamó ‘perezoso’ frente a sus compañeros. Eso es inaceptable. Necesitamos que los niños se sientan apoyados, no avergonzados.

El murmullo de aprobación de otros padres llenó el aula. Ana, madre de un niño que solía ser muy entusiasta por aprender, se animó a hablar.

—Mi hijo ha perdido su interés por la escuela desde que comenzó su clase. Si los niños no se sienten motivados, ¿cómo van a aprender? La educación debe ser un espacio seguro y estimulante. — estaba tratando de morderse la lengua, Pero nunca ha logrado ser prudente — Lo mejor para ellos sería que cambiaran de profesor.

La profesora, visiblemente afectada, tomó un respiro profundo.

—No estaba al tanto de que mis métodos estaban afectando a los estudiantes de esta manera. Mi intención nunca fue hacerlos sentir mal. Quizás debería reconsiderar mi enfoque.

Este diálogo sonó muy forzado, para la mayoría de los presentes.

—Eso esperamos — dijo don Javier, — porque el aprendizaje debe ser un proceso positivo. No queremos que nuestros hijos sientan miedo de ir a la escuela.

La discusión continuó, con más padres compartiendo sus experiencias y preocupaciones. La profesora escuchaba, tomando notas y asintiendo.

No obstante, el ambiente aún estaba tenso. Los nuevos que se incorporaban a la reunión argumentaban que sus enfoques eran poco convencionales y que no se ajustaban a las expectativas tradicionales de la educación. Sin embargo, María Elena tomó la palabra para defender su labor.

—Entiendo que mis métodos pueden parecer diferentes— comenzó, con una voz firme pero serena. — Sin embargo, están respaldados por una sólida base pedagógica y por las necesidades de nuestros estudiantes. La educación no es un enfoque único; cada niño tiene su propio ritmo y estilo de aprendizaje.

Raciel miraba por la ventana, tratando de descifrar porque su madre era tan hipócrita con unas personas que apenas veía tres veces al año.

—¡Nunca pensé que mi madre podría ser tan hipócrita! ¡Y lo disimula muy bien!

Mientras Judas vendía a Jesús, María Elena continuaba con su monólogo:

—Mi objetivo no es solo transmitir conocimientos, sino fomentar un ambiente donde los estudiantes se sientan seguros y animados a explorar, cuestionar y aprender de manera activa.

Los padres, aunque escépticos al principio, comenzaron a escucharla con atención, algunos asintiendo lentamente.

Aunque nunca falta un desconfiado.

—¿Qué nos puede constar que nunca volverá a maltratar a nuestros hijos? — la voz salía del fondo de la sala, pero María Elena no distinguía De dónde o quién la producía — ¡Tengo miedo por la seguridad de mi hijo! ¡Usted debería de hacerse un examen psicológico!

Ella replicó de manera muy profesional a la acusacion.

—Estoy abierta al diálogo y a mejorar, pero les pido que confíen en que lo que hago está pensado para el bienestar y el desarrollo integral de sus hijos. Juntos, podemos construir un camino hacia un aprendizaje más significativo.

Seguidamente, María Elena se preparaba para exponer su versión de los hechos.

Explicó que en las últimas semanas, varios niños habían llegado a casa con moretones y rasguños, lo que había generado preocupación entre los padres. Sin embargo, lo que más le dolía era la acusación que había surgido en torno a ella: que era responsable de esas lesiones.

—Entiendo que como padres quieran proteger a sus hijos — dijo María Elena, — pero les aseguro que no he hecho nada para lastimarlos. Lo que he observado es que algunos de los niños se han estado haciendo daño ellos mismos, y luego, por alguna razón, me han acusado a mí. — y aquí se dirigió a sus alumnos, cada uno sentado con su padre en las piernas — Chicos, entiendo que a veces se hacen daño jugando, pero no se puede acusar a alguien sin pruebas. ¿Por qué piensan que yo les haría daño? — preguntó, tratando de sondear el origen de esas acusaciones.

Los murmullos comenzaron a circular entre los padres. Algunos se mostraban escépticos, mientras otros parecían comprender la situación. María Elena continuó explicando que había intentado hablar con los niños, buscando entender su comportamiento.

—He notado que algunos de ellos están pasando por momentos difíciles, y creo que están buscando una forma de expresar su dolor. Desearía que en lugar de acusarme, pudiéramos trabajar juntos para ayudarles.

—¡Mentirosa! ¡Usted es un monstruo! — gritó Catrina — Aquí nos muestra una cara muy afable, pero cuando nuestros padres no están, nos trata como presidiarios.

Sorpresivamente, la mayoría de sus compañeros tildaron a la profesora de mentirosa.

—¡Mentirosa!

—¡Mentirosa!

—¡Usted es una mentirosa! Por favor, hable con la verdad.

Por alguna razón, La madre de Yshbel no participaba en la dinámica.

Una madre, visiblemente afectada, se levantó y dijo:

—Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que no les has hecho daño? Estos son nuestros hijos.

La profesora, con la voz entrecortada, respondió:

—Sé que es difícil de creer, pero estoy aquí para cuidar de ellos, no para hacerles daño. Quiero que nuestros hijos se sientan seguros en el aula. Necesitan nuestro apoyo, no más acusaciones.

Las palabras se convirtieron en mutismo... Las dudas aún invadían el auditorio.

III

Yshbel se sentó en la última fila del aula, observando a su madre con curiosidad. La reunión de padres y representantes había comenzado con un murmullo de voces, pero a medida que la profesora María Elena planteaba sus preocupaciones sobre el rendimiento académico de algunos estudiantes, los comentarios con doble filo en la sala se hacía palpable.

Yshbel notó que su madre, usualmente tan elocuente y decidida, permanecía en silencio, con las manos entrelazadas sobre su regazo. Su rostro mostraba una mezcla de preocupación y respeto. La profesora, con su mirada intensa y su tono autoritario, parecía dominar la conversación, y cada vez que alguien intentaba intervenir, era rápidamente acallado por su firme voz.

—¿Por qué no dice nada, mamá? — pensó Yshbel, sintiendo una extraña inquietud en su pecho.

La madre de Yshbel siempre había sido su defensora, la que le enseñó a ser valiente y a luchar por lo que creía. Sin embargo, en ese momento, su pasividad era desconcertante. Yshbel comenzó a preguntarse si el miedo que su madre sentía por la profesora María Elena era real.

Mientras otros padres discutían y cuestionaban a la profesora, la madre de Yshbel solo asentía con la cabeza, su mirada fija en el suelo. Yshbel sintió un escalofrío recorrer su espalda; la figura de la profesora se volvía más imponente a medida que su madre se encogía.

—¿Es realmente tan temible? — reflexionó Yshbel, sintiendo que el miedo de su madre se filtraba en su propio corazón. En un momento, sus miradas se cruzaron, y Yshbel buscó en los ojos de su madre una chispa de valentía, una señal de que todo estaba bien. Pero lo que encontró fue una sombra de inquietud que le hizo dudar.

La reunión continuó, y Yshbel, antes tan despreocupada, comenzó a ver a la profesora María Elena no solo como una maestra, sino como una figura casi mítica, capaz de intimidar incluso a los adultos. El silencio de su madre, lejos de ser una simple falta de opinión, se transformó en un símbolo del respeto y temor que muchos sentían hacia la profesora.

Aunque para ser sincero, parecía más miedo que respeto.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Yshbel no pudo sacudirse la sensación de inquietud. Su madre había sido su roca, pero en aquel aula, había mostrado una fragilidad que Yshbel nunca había imaginado. Con el corazón pesado, se preguntó si su madre seguiría sintiendo ese miedo y si, de alguna manera, ella misma tendría que enfrentar a la profesora en el futuro. La imagen de una madre temerosa se quedó grabada en su mente, y por primera vez, se sintió vulnerable ante la figura autoritaria que era María Elena.

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