¡Pobre Doña Filomena!
I
En noticias locales ya se había acaparado completamente la primicia: Filomena Saavedra había fallecido a los 54 años de edad, por insuficiencia Cardíaca.
¡Tristeza en la comunidad!
Fallece Filomena Saavedra, un pilar de amor y solidaridad
La comunidad está de luto tras la inesperada muerte de Filomena Saavedra, una querida residente de 54 años, quien falleció el pasado 24 de agosto debido a un paro cardiorrespiratorio. Filomena, conocida por su calidez y generosidad, dejó una huella imborrable en todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerla.
Filomena, madre de dos hijos y abuela de innumerables nietos, era el alma de su familia y un verdadero referente en el vecindario. Su hogar, siempre abierto, era un punto de encuentro para amigos y vecinos, donde compartía no solo su deliciosa comida, sino también su sabiduría y amor incondicional. Su risa contagiosa y su disposición para ayudar a los demás la convirtieron en un pilar fundamental en la vida de muchos.
La tragedia empezó días antes de su deceso, cuando, tras sentirse indispuesta, fue trasladada de emergencia al Hospital General . A pesar de los esfuerzos del personal médico, Filomena no pudo recuperarse y falleció en el hospital, dejando a su familia y amigos en un profundo estado de shock.
La noticia de su partida se esparció rápidamente por la localidad, y los mensajes de condolencias comenzaron a llegar de todas partes.
«Era una mujer excepcional, siempre dispuesta a ayudar» comentó una amiga cercana.
«Su legado de amor y bondad vivirá en todos nosotros» decían otros.
Filomena era también conocida por su activa participación en diversas iniciativas comunitarias, desde organizar eventos benéficos hasta ayudar en el comedor comunitario. Su dedicación a mejorar la vida de quienes la rodeaban la convirtió en un ejemplo a seguir y su ausencia se sentirá profundamente en cada rincón de la comunidad.
Los servicios funerarios se llevarán a cabo el 26 de agosto en La Iglesia Nuestra Señora de la Chiquinquirá, donde amigos, familiares y vecinos se reunirán para rendir homenaje a su vida y legado. Se espera una gran afluencia de personas, reflejando el impacto que tuvo en la vida de tantos.
II
Catrina y yo aún no lo podíamos creer.
—Bandida, no puedo dejar de pensar en lo que sucedió con Doña Filomena. Fue tan doloroso verla así, tan triste y sola.
—Lo sé, — dije a duras penas, tratando de parecer fuerte, a pesar de sus parloteos, era muy buena persona — Su partida ha dejado un vacío. Cuando la visitamos, sentí que había tanto que podríamos haber hecho por ella.
—Exacto. Recuerdo su mirada perdida mientras nos hablaba. Intentamos animarla, pero no sé si realmente logramos hacer algo. — se sobresaltó, de repente — ¡Dios bendito! ¡No llamé a su Amiga, la doctora Rosbelys!
—¡Quizá era un delirio de ella, y no exista tal Doctora. — comenté para calmar a Catrina.
—Me arrepiento de no haberla abrazado más fuerte, de no haberle dicho lo mucho que significaba para nosotras. A veces, pensamos que solo estar allí es suficiente, pero quizás necesitaba más. — cabizbaja — siempre la visitaba para sacarle información, y ella pensaba que lo hacía por placer.
—¿Sabes algo? — y Catrina peló los ojos como unos platos de refinería — Ella Tenía razón.
—¿Razón de qué?
—En Muchas cosas.
Ya sabía a lo que se estaba refiriendo Catrina, sin embargo, me hice la loca y empecé a recordar a la difunta.
—Me gustaría poder volver atrás y hacer más. Ella siempre había sido tan generosa con nosotras, siempre dispuesta a compartir su sabiduría y su amor.
—¿Y ahora? ¿qué hacemos con este dolor? ¿Cómo honramos su memoria? — obviamente lo decía en tono sarcástico — ¿Quieres que le piquemos una torta?, ¿Le llevamos flores cada día de Muertos? O quizá... ¡Ya sé! ¡Podemos comprar una Ouija para invocarla desde el Más allá.
—¡No seas Idiota! Lo que dijiste fue muy insensible.
—¡Oye! Lo decía en tono de Humor. No te lo tomes tan a pecho. — Al final, ella cambió de tema — Mira, Bandida, ¿Irás mañana al Entierro?
—No lo se, no quiero ir. Estará todo el mundo allá. Incluído Raciel y la maldita de su madre.
—¡Yshbel Carolina! — y empezó con su regañadera — Deja de lanzar maldiciones... Aunque esa mujer se lo merece, igual recuerda que las cosas malas se regresan cuadruplicadas.
—¿Sabes algo? Ya es muy tarde amiga. Debemos dormir. Nos vemos mañana.
—Bandida, pero...
Y corté la llamada.
III
Yshbel asistió al sepelio de Doña Filomena a regañadientes, empujada por la insistencia de su madre. La atmósfera del lugar era densa, cargada de un aire de tristeza palpable que parecía envolver a todos los presentes. Las flores marchitas adornaban el ataúd, mientras los murmullos de condolencia se mezclaban con el sonido del viento que soplaba con una tristeza casi poética.
Ella, con un vestido negro que su madre había elegido meticulosamente, se sintió fuera de lugar. La opresiva formalidad del evento contrastaba con su deseo de estar en otro lugar, lejos de las miradas de los conocidos y de las historias que se contarían en torno a la vida de Doña Filomena. Su madre, con un rostro serio y un tono de voz firme, había dejado claro que no había opción de negarse.
—Es un deber, Yshbel Carolina, y hay que honrar a quienes se han ido — había dicho, sin dejar espacio para la discusión.
Ella Recordaba a Doña Filomena como una mujer de carácter fuerte, cuyas historias y consejos habían marcado los últimos 5 años de su vida. Sin embargo, en ese momento, solo podía pensar en lo que había perdido, no solo la vida de una persona, sino también la oportunidad de reconciliarse con sus propias emociones.
Mientras la ceremonia avanzaba, se quedó absorta en sus pensamientos, observando las expresiones de los demás. Algunos lloraban abiertamente, mientras que otros mantenían una compostura casi rígida, como si temieran que el dolor se desbordara. En ese mar de emociones, Yshbel se sintió como una isla, atrapada entre el deber familiar y la lucha interna de su propio corazón. La insistencia de su madre había llevado sus pies hasta allí, pero su mente y su alma anhelaban la libertad de poder elegir dónde estar y cómo sentir.
«La Doctora Rosbelys estará entre la multitud» se preguntaba para sí.
El día del sepelio amaneció nublado, como si el cielo también llorara la pérdida de doña Filomena. Las gotas de lluvia comenzaron a caer suavemente, creando un ambiente melancólico que envolvía a todos los que se acercaban a la iglesia del pueblo. La misa de cuerpo presente se celebraría a las 10 de la mañana, y desde temprano, familiares, amigos y vecinos comenzaron a llegar. La iglesia, un edificio de piedra antiguo con techos altos y arcos de madera, se llenó de gente; cada rincón estaba ocupado por aquellos que querían rendir homenaje a la matriarca de la comunidad.
La familia de doña Filomena había preparado todo con esmero. La capilla estaba adornada con flores frescas, muchas de ellas traídas por los amigos más cercanos de la difunta. Rosales rojos y lirios blancos predominaban en el altar, simbolizando el amor y la pureza que doña Filomena había irradiado en vida. En el centro, un retrato de ella, sonriendo con su característico peinado de moño y su vestido de flores, recordaba a todos la alegría que había traído a sus vidas.
—¡Está gente si es Hipócrita — susurró Yshbel a su madre — Nunca la atendieron en vida, la dejaron sola y mandaron a los nietos que le hacían compañía a un internado fuera de la ciudad, ¡Ellos son los verdaderos culpables de su muerte. ¡Y ahora piensan que con gastar una millonada en flores y alquileres de Miles de sillas, tendrán la entrada ganada al Cielo!
—¡Shh! Silencio Hija. Vemos y no Juzgamos.
La misa fue oficiada por Don Manuel, el sacerdote del pueblo, quien conocía a doña Filomena desde su infancia. Sus palabras resonaron con sinceridad y profunda emoción. Recordó anécdotas de la vida de Filomena, su dedicación a la familia, su amor por los niños y su inquebrantable fe. Habló de cómo siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás, ofreciendo su tiempo y su sabiduría a quienes lo necesitaban. La congregación escuchaba atentamente, algunos con lágrimas en los ojos, mientras otros sonreían al recordar momentos felices compartidos con ella.
—¡La gente si es hipócrita! — me dijo Catrina, ya secundé en la opinión — ese señor no es Padre nada, tiene un hijo ilegítimo escondido, lo tuvo con una monja del convento, Pero no lo destituyeron por falta de personal.
—¿En serio, Bandida?
—Pa' que te digo que no, si sí.
—¡Niñas, Silencio! — intervino mi abuela. — ¡Respeto, por favor!
A medida que avanzaba la ceremonia, el ambiente se impregnó de una mezcla de tristeza y celebración de la vida. Los cantos de los coros, llenos de melodías familiares, resonaban en el aire, y los ecos de las oraciones se unían a los susurros de los recuerdos.
Al final de la misa, la familia tomó un momento para compartir sus propias palabras. Su hija menor, Ana, con la voz temblorosa pero llena de amor, habló en nombre de todos. Recordó cómo su madre había sido un faro de luz en momentos oscuros y cómo había enseñado a sus hijos a enfrentar la vida con valentía y amor.
—Yo nunca antes había visto a esa Señora. — dijo mi madre con cara de extrañeza.
—Estaba en el extranjero, Yngrid. — corrigió mi abuela.
—¡Es de mucha casualidad que todos sus hijos estuvieran en el extranjero! — le dije.
—Sus palabras son muy lindas, y se ve que son sinceras, no deberías de siempre dañar a las personas con tus palabras — reclamó mi abuela.
—Está bien, no lo haré más. — y seguí mirando todo el protocolo, mientras Catrina se caía del sueño.
Tras la misa, el cortejo fúnebre se formó. La gente comenzó a salir de la iglesia, y el sonido de las campanas resonó en el aire, marcando el inicio del último viaje de doña Filomena. El ataúd, cubierto con una manta blanca y flores, fue llevado por seis hombres del pueblo, quienes lo transportaron con reverencia. La comitiva se dirigió al cementerio, situado a las afueras del pueblo, en un lugar rodeado de árboles y flores silvestres, un sitio que doña Filomena había amado.
A medida que avanzaba el cortejo, la gente se unía a la marcha. Niños, adultos y ancianos caminaban juntos, recordando cada uno a su manera a la mujer que había tocado tantas vidas. Algunos llevaban flores, otros encendían velas, y muchos compartían historias en voz baja, riendo o llorando al recordar momentos vividos junto a ella. La atmósfera era de unidad; todos estaban allí no solo para despedir a doña Filomena, sino también para apoyarse mutuamente en su dolor.
Al llegar al cementerio, el lugar estaba preparado. La tumba había sido cuidadosamente excavada y adornada con más flores. La familia tomó un momento para reflexionar y ofrecer sus últimos adioses, cada uno echando un puñado de tierra sobre el ataúd antes de que fuera depositado en su última morada. Fue un momento de gran emoción; el sol, que había estado oculto tras las nubes, comenzó a asomarse, iluminando el rostro de quienes estaban allí, como si el cielo estuviera dando su bendición.
—Catrina, ¿No has visto a La Señora Rosbelys?
—¿Te refieres a la Doctora inventada?
—Si, esa misma.
—No, Pero creo que es momento de averigüar si es una persona real. — Catrina estaba decidida — Debe de estar por aquí
Una vez que el ataúd fue colocado en la tumba, Don Manuel dirigió una breve ceremonia en la que todos participaron. Se hicieron oraciones y se cantaron himnos, y en ese momento, el amor y el respeto que todos sentían por doña Filomena se hizo tangible. Algunos de los más cercanos a ella compartieron palabras de despedida, recordando sus enseñanzas y el legado que dejaba. Fue un momento de reflexión, donde cada uno tuvo la oportunidad de recordar cómo doña Filomena había influido en sus vidas de manera única.
Cuando la ceremonia concluyó, la gente comenzó a dispersarse lentamente, aunque muchos se quedaban un rato más, conversando en pequeños grupos y recordando anécdotas. La tristeza seguía presente, pero también había un sentido de celebración por la vida de una mujer que había dado tanto a todos. La familia de doña Filomena se sintió reconfortada por el apoyo de la comunidad; la presencia de amigos y conocidos les dio fuerza en ese momento difícil.
No está demás decir que, al culminar el teatro montado, salieron directo al aeropuerto a devolverse al extranjero.
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