La Última vez que ví a Raciel
I
Yshbel había llegado al final de su año escolar con una mezcla de emociones. Había trabajado arduamente durante todo el ciclo, enfrentando desafíos y disfrutando de momentos inolvidables junto a sus compañeros, en especial con Catrina, que siempre estaba a su lado cuando sufría sus crisis circunstanciales. Sin embargo, había un obstáculo constante en su camino: la profesora María Elena.
Desde el primer día de clases, había sentido la presión de su mirada crítica y sus comentarios desalentadores. Era como si, a pesar de su esfuerzo, la profesora hubiera decidido que no merecía el reconocimiento que claramente había ganado.
Finalmente, el día de la entrega de boletines llegó. Yshbel estaba nerviosa, pero también llena de esperanza.
—¡Isabel Rodríguez!
—Yshbel, Profesora — corrigió su abuela, quién la acompañaba.
—¡Oh! Perdóneme Señora mía. No había leído bien.
Si esa frase la hubiese dicho la chica, la respuesta hubiese sido su característico "Cómo sea, ¡Es lo mismo!".
Al recibir su boletín, se quedó boquiabierta al ver la A+ en la sección de la materia de la profesora María Elena. Era el reconocimiento que tanto había deseado, pero había algo que no podía pasar por alto: la mirada de la profesora, que decía más que mil palabras. Era evidente que le costaba aceptar que Yshbel había superado sus expectativas.
A pesar de todo, Yshbel decidió enfocarse en lo positivo. Había pasado al ciclo medio del colegio, un nuevo capítulo lleno de oportunidades y nuevas amistades. La sensación de libertad y el alivio de dejar atrás a la profesora María Elena la llenaban de alegría. Sabía que había demostrado su valía y que, aunque su maestra hubiera deseado lo contrario, su esfuerzo había dado frutos.
Ella salió del salón con el corazón acelerado, una mezcla de ansiedad y curiosidad la impulsaba a acercarse a la puerta. Con cautela, se agachó y pegó la oreja, intentando captar las palabras que se deslizaban por el aire. La voz de la profesora María Elena resonaba al otro lado, clara y cargada de desdén.
—Solo la pasé de año para deshacerme de ella — decía la profesora, su tono lleno de desagrado. — No puedo soportar tenerla más tiempo en mis clases. No entiende nada, y no muestra interés. Es un verdadero dolor de cabeza.
Las palabras de María Elena golpearon a la Joven como un balde de agua fría. Se sintió pequeña, vulnerable, como si la profesora estuviera desnudando su alma frente a un tribunal. Yshbel había luchado durante todo el año, esforzándose por entender los conceptos que parecían escaparse de su mente, inclusive el Maldito método APA se lo había aprendido, pero nunca había imaginado que su profesora la viera de esa manera.
Se dio cuenta de que la decepción la envolvía, como una sombra que la seguía a cada paso. Sin poder soportar más el eco de las críticas, se alejó de la puerta, sintiendo una mezcla de rabia e impotencia burbujear dentro de ella.
¿Era así como la veían? ¿Una carga, un problema que debía ser resuelto?
Si la profesora no creía en ella, tendría que demostrar que estaba equivocada.
Empezó a caminar por el pasillo, sus pasos resonaron suavemente en la superficie pulida del suelo. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, creando un juego de sombras que danzaba a su alrededor. Estaba perdida en sus pensamientos, reflexionando sobre la jornada que había tenido, cuando de repente, el inesperado tropiezo con Raciel la sacó de su ensueño.
Raciel estaba allí, con una expresión de sorpresa en su rostro que pronto se transformó en una mezcla de nerviosismo y sinceridad.
—Yshbel, — comenzó, su voz un tanto titubeante.
—Hola, Raciel. — creo el jóven notó la tristeza en los ojos de la chica, por lo que se limitó a ser amable.
—Me hubiera gustado conocerte mejor. Lamento mucho mi comportamiento, y el de mi madre, María Elena. — Su mirada era sincera, e Yshbel pudo ver el peso de la culpa en sus ojos.
Con una ligera sonrisa, Yshbel sintió que las palabras de Raciel resonaban en su interior.
—Acepto tus disculpas, — respondió, extendiendo su mano hacia él. Al contactarse, sus manos se encontraron en un apretón firme. En ese instante, una sacudida eléctrica recorrió su cuerpo, como si una chispa hubiera encendido algo dentro de ella.
Era una sensación intensa y desconcertante que la hizo dudar de si había sido solo un contacto casual o algo más profundo.
Ambos se miraron a los ojos, y en ese breve momento, sintieron que había una conexión que trascendía las palabras. El pasado, con sus malentendidos y rencores, parecía desvanecerse, dando paso a una nueva posibilidad de entendimiento. Raciel, aún sosteniendo su mano, sonrió con una mezcla de alivio y esperanza.
—Quizás podamos empezar de nuevo, — sugirió él, su voz un poco más segura ahora.
Yshbel asintió, sintiendo que, a pesar de las dificultades, había algo valioso que podría surgir de esa conversación. Con una última mirada, se despidieron, pero ella sabía que ese encuentro había cambiado algo en ambos. La puerta se cerró tras ella, pero en su corazón, llevaba la promesa de un nuevo comienzo.
II
Yshbel se encontraba en la plaza municipal, acostada en la hierba artificial. Era un día tranquilo, pero su mente estaba en un torbellino. Desde hacía algunas semanas, la presencia de Raciel había empezado a ocupar un lugar especial en su corazón. Sin embargo, había algo en ese sentimiento que la confundía.
Al principio, había creído que lo que sentía era amor romántico. Las risas compartidas, las miradas furtivas, y las charlas interminables al caer la tarde la habían envuelto en una burbuja de felicidad. Pero a medida que esos momentos se multiplicaban, Yshbel comenzó a percibir una sutileza en su conexión que no se limitaba a lo convencional. Era como si una corriente profunda y misteriosa fluyera entre ellos, un lazo que iba más allá de la atracción física o el deseo.
Se preguntaba si quizás amaba a Raciel de una manera más pura, más espiritual. Era un amor que se sentía en lo más profundo de su ser, un reconocimiento de almas que se entrelazaban en un nivel desconocido. Era como si, en cada conversación, cada silencio compartido, estuvieran explorando un territorio inexplorado, un espacio donde las palabras eran solo un eco de lo que realmente sentían. Era un amor que la desnudaba de sus inseguridades y la hacía sentir completa, pero también la llenaba de preguntas.
Yshbel miraba a Raciel mientras este contaba una anécdota divertida, su risa resonando en el aire. En ese momento, comprendió que lo que había entre ellos no encajaba en las expectativas que la sociedad tenía sobre el amor. No era un amor que buscara posesión o exclusividad; era un amor que celebraba la libertad del otro, que se deleitaba en la individualidad de cada uno. Algo fraternal. Era un vínculo que, aunque personal, parecía trascender el tiempo y el espacio.
Esto tenía que contárselo a alguien.
—Mamá, creo que me gusta Raciel — pronunció con voz temblorosa, como si cada sílaba pesara toneladas.
Una taza de vidrio se quebró en el suelo, su madre la había dejado caer.
La reacción de su madre fue inmediata. Su rostro, que hasta ese momento había estado relajado, se tornó serio y un destello de desaprobación cruzó sus ojos.
—Yshbel, te he dicho muchas veces que debes alejarte de los Maestre. Son problemas, y no quiero que te involucres con ellos — respondió, su tono firme y autoritario.
Yshbel sintió que el estómago se le encogía. La voz de su madre resonaba en su mente, pero la confusión y la tristeza la embargaban. Raciel no era como los demás; él había sido su confidente, su amigo en los momentos de soledad. Pero, ¿cómo podía desafiar la voluntad de su madre?
Algo le decía que tenía que ver con miedo, y algo que nunca debería revelarse. Con el tiempo, fueron pasando algunos años, y ella se había convertido en toda una señorita.
16 años no se cumplen todos los días. Pero con esos años había despertado nuevamente la incógnita.
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